Dios quiere reinar desde la insignificancia
DOMINGO UNDÉCIMO - "B"
Eduardo de la Serna
Resumen: En un contexto de crítica a las autoridades que no se han preocupado por su pueblo, surge una nota de esperanza. Ese pueblo crecerá, y dará fruto, y una sombra capaz de albergar a todos.
El texto del profeta comienza con “Así dice el Señor Yahvé” (v.22) y finaliza con “Yo, Yahvé he hablado y lo haré” (v.24) con lo que la unidad es completa. El versículo siguiente vuelve a comenzar otra unidad (“la palabra del Señor se dirigió a mí…”, 18,1). En 17,3-10 se presentan a modo de imágenes un águila y una vid. En v.11 se dirige la palabra de Yahvé al profeta para explicar el significado de “esto”. En v.19 se destacan las consecuencias: “por esto, así dice el Señor Yahvé”. Se trata de castigo a los dirigentes (águila) por como trataron al pueblo (vid) y este será el exilio en Babilonia (vv.19-21). Pero la imagen vegetal de la vid muta a cedro (v.22) donde se destaca la altura y las ramas frondosas y sus frutos. Las aves a la sombra de sus ramas (“toda clase”) puede referirse a todos los hijos de Israel dispersos, o a todas las naciones (aunque esta lectura no parece propia de Ezequiel sino de lecturas posteriores; a menos que – Ez 31,6 – se entienda que como en tiempos de David a Israel irán todas las naciones, como vasallos, a rendir tributo) y es plantado en el “alto monte de Israel” (v.23); sin duda se refiere a la comunidad judía que está en el exilio sobre la que se pronuncia una promesa de esperanza: Dios humilla al árbol elevado y eleva al humillado (v.24).
Resumen: el don del Espíritu de Dios asegura al creyente a mantenerse en el camino y poder vivir coherentemente con lo que de hecho es.
El desmoronamiento de la morada es algo previsible en el predicador de la Palabra, pero tenemos, los cristianos, otra habitación: la idea de habitar y deshabitar sólo se encuentra aquí (3 veces) en todo el NT y siempre ambos verbos están juntos. Habitar el cuerpo es semejante a estar en la tienda, el acento está puesto en la fragilidad. Esto nos llena de confianza, no nos desanimamos (4,16), y el gemido (5,2.4) está movido por la presencia del Espíritu (cf. Rom 8,23), por eso es algo que sabemos (5,1) y anhelamos, deseando intensamente. Todas estas metáforas nos permiten descubrir la tensión escatológica de la vida del cristiano, la tensión entre el imperativo y el indicativo, seremos resucitados con Jesús (4,14). Eso es caminar en fe, no en visión, que es semejante al ver, ahora, como en espejo y luego ver cara a cara (cf. 1 Cor 13,12). Mientras tanto, ambicionamos, es un honor para nosotros, en este camino de tensión hacia el Señor, vivos o muertos (en o fuera del cuerpo), serle agradable (euarestós), término usado, en los escritos paulinos, casi exclusivamente en la parte parenética, que siempre tiene como objeto a Dios o Cristo (aunque, cf. Tit 2,9). Supone un discernimiento de aquello que le agrada para luego desearlo, buscarlo con intensidad, sea que enfrente situaciones de muerte o sea ante situaciones de vida. La mirada escatológica se precisa más aun en la referencia al tribunal que es de Dios donde Cristo actúa (Rom 2,16) y somos manifiestos (aoristo con sentido de futuro: lo seremos en ese momento concreto).
Resumen: El Reino es ejemplificado en parábolas vegetales en las que se destaca nítidamente la iniciativa de Dios y su capacidad de dar fruto sorprendente, aunque nada lo indique en el comienzo.
Con dos parábolas sobre el Reino de Dios y una segunda explicación de por qué habla en parábolas concluye el “capítulo de comparaciones” propio de Marcos (que Mateo toma y amplía). En la primera parábola se compara con un hombre, en la segunda con un “grano de mostaza”, con lo que sabemos “dónde hay que mirar”.
El hombre que echa grano en la tierra pasa a quedar inactivo, “desaparece”, “no sabe”, el resto lo hace el grano. Incluso cuando llega el tiempo “se le envía (apostéllei) la hoz”, no se señala que eso lo hace “el hombre”. De hecho, aunque la parábola nos habla del “hombre” (anthrôpos) pareciera que la protagonista es la semilla. Se señalan los extremos (duerma – se levante, de noche – de día) y que en el entretanto, él “no sabe”, la semilla germina y crece, la tierra (pasa a la tierra ahora) “automáticamente” produce fruto [no debería excluirse – como también la hay en otras partes – una imagen de la “madre tierra” en esta figura]; el término “automatê” (“por sí misma”) es usado en el AT para referir a lo que es obrado por Dios solo (Lv 25,5.11; Jos 6,5; 2 Re 19,29; ver Hch 12,10); el Reino es algo que sólo realiza Dios, no los seres humanos. Todo el proceso de la creación entra en juego, la semilla y la tierra producen fruto y “el hombre” sólo puso la semilla en tierra [una vez más, como en tantas parábolas, la imagen es campesina].
Así, el “hombre” aparece como simple colaborador, “pone su semilla”, pero es Dios el que hace el resto, escapa al obrar humano (quizás como una crítica – de Marcos, no de Jesús – al grupo zelote que quiere acelerar la llegada del reino para confrontar militarmente con Roma). De eso se trata el Reino. Los enviados de Jesús, los discípulos están invitados a poner su parte, pero confiados en que es Dios el que hace todo y de quién hemos de esperar los frutos.
Nuevamente una parábola campesina, aunque aquí (ya que el acento está puesto en el grano, no en el sembrador) “el hombre” desaparece. El grano “se” siembra. Pero no se trata de cualquier grano, sino uno de mostaza que es proverbialmente minúsculo (ver Lc 17,6: “fe como del tamaño de un grano de mostaza”). Pero el tema no se concentra solamente en la pequeñez de la semilla (“la más pequeña de todas”, mikróteron on pantôn) sino en el contraste con que llega a ser “mayor que todas” (meizon pantôn). Este contraste “dice” del Reino. Tiene un comienzo insignificante, los pobres, enfermos y pecadores son “nada” para todos los tiempos, pero el accionar de Dios lo “eleva” y “se hace” tan grande que “las aves del cielo” (a las que hace referencia Ez 17,23 – la primera lectura de hoy – 31,6 y Dn 4,9 y que refiere a la multitud de las naciones paganas) anidan “en su sombra”.
La unidad finaliza (repitiendo, en cierta manera, lo ya anunciado en 4,10-12) señalando que Jesús “con muchas parábolas como estas” (lo que indica que el autor ha hecho una selección) “exponía la palabra” (ton lógon) según podían escucharle; “no hablaba sin parábolas” (parece indicar que Jesús no hablaba sino en parábolas cuando se refería al Reino) pero “a sus propios [idíos] discípulos” se los explicaba todo “en privado” [idíos]. La idea ya había sido destacada en el contraste entre “ustedes” (los discípulos” y los de “afuera” (v.11). Las parábolas, entonces, son el modo de dirigirse de Jesús a la multitud. En ellas habla del Reino, pero tiene luego una revelación especial para los “suyos”.
Es interesante en esta unidad (3,7-6,6a) el contraste que establece Marcos entre los de fuera y los de dentro. Los discípulos son los que están dentro de la nueva "casa" que es la comunidad, mientras que fuera están “los demás”. Es a aquellos a los que Jesús se dirige de un modo especial y “en privado” les explica (el tema continúa más adelante en el Evangelio, cf. 7,17: 9,28; 10,10). Es una unidad centrada en el discipulado presentado como superador de toda otra instancia como puede ser incluso la familia. De esto hablará también más adelante.
Foto tomada de elcandildelospensamientos.com
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