¿El Papa de la primavera?
Eduardo de la Serna
Es muy difícil pensar “en voz alta” un tema complicado. ¿Cómo hacer
para que no parezca que se dice lo contrario de lo que se pretende? Callar es
una posibilidad, pero en ese caso, el decir no aparece. Buscar una prudencia “episcopal”
es otra, pero habitualmente, en esos casos, se dice sin decir nada (o casi).
Por lo que prefiero arriesgar. Y abrir paréntesis, si es el caso.
Empiezo con una analogía. Hablando con una amiga muy militante de
Derechos Humanos y política en Bogotá, para que me entendieran mi opinión sobre
el Papa Francisco, aludí a los tres últimos presidentes colombianos: Uribe,
Santos y Duque. Coincidíamos, sin dudarlo, que Santos fue el mejor (o el menos
peor) de los tres. Sin duda alguna no era el presidente que deseaba, soñaba y
esperaba, pero, en comparación con los otros dos, era por lejos, mucho mejor.
Pero si explicitaba el presidente, la política y el gobierno que soñaba para
Colombia, en nada se parecería a Santos. Algo semejante decía yo de Francisco
en comparación con Juan Pablo II y Benito XVI. Podría señalar bastantes cosas
que, no sé si me alegran, pero sí, al menos, me dejan un cierto sabor de
conformidad. Pero de ahí a ser lo que yo sueño, deseo y pretendo…
Antes de seguir quiero dejar claro una obviedad, pero importante de
explicitar: desde fuera es bastante fácil decir “debería haber hecho”, o “por
qué no dice/ hace/ decreta” … sin conocer los vericuetos, correlación de
fuerzas, y – agrego – mafias. Por tanto, concedo la posibilidad que muchas
cosas dichas o hechas eran lo máximo que se podía. Lo reconozco. Pero no
implica que sea lo que me gusta, lo que sueño, lo que deseo…
Debo decir que hay cosas que me conforman bastante: muchos gestos,
algunos textos, por ejemplo. Pero no se puede ignorar, para empezar, que “la
Iglesia no es el Papa”. Ni los obispos. El Papa ha devuelto la imagen de “pueblo
de Dios” que la curia vaticana había secuestrado, y debemos celebrarlo. Y,
precisamente por Pueblo de Dios, si la reforma no es de todo el Pueblo, no
basta con que el Papa haga tal o cuales gestos, o que algunos obispos digan o
hagan tales cosas. Se trata del Pueblo de Dios en su totalidad el que debería
emprender un camino. Ciertamente tampoco se puede ignorar los cientos de
puertas que Juan Pablo y Benito cerraron con todas las llaves imaginarias en
sínodos, nombramientos episcopales, canonizaciones ad casum,
congregaciones o institutos generados a imagen y semejanza de fundadores
perversos o incapaces de humanidad. Así, es evidente que hay un sentir ultra
conservador, lleno de miedos y búsqueda de seguridades en muchos ambientes
eclesiales, episcopados, grupos o movimientos. Y ese sentir eclesial no es
fácil de enfrentar. Es casi divertido que hay lugares donde todavía en la misa,
por ejemplo, al nombrar al Papa, mencionan también a Benito XVI. Por tanto,
hablar de “primavera”, en lo personal, me parece o una ingenuidad, o un querer
creer lo que desearíamos… pero no es real.
Hay quienes piensan que uno de los motivos principales, sino el
casi único, de la renuncia de Benito XVI fue el escándalo económico que rodeaba
el Estado Vaticano. Y hay que decir, por lo que parece, que el Papa Francisco
no dudó en encararlo con firmeza. Podemos creer, al menos por lo que ha
trascendido, que el tema económico está encaminado. Pero muchos no creemos que
el económico haya sido el único tema de la renuncia papal. La curia vaticana
parece, por lo menos, un mamut que se mueve (si es que lo hace) a un ritmo que
no pareciera inspirado por el viento que sopla desde Dios (= Espíritu Santo).
Algunos preferimos llamarlo mafias. No en vano desde el comienzo de su
pontificado Francisco eligió una comisión de cardenales (uno por continente)
para que lo ayudaran a pensar la reforma que la Curia necesita. Ya van 8 años y
esa tal reforma no aparece. Lo cual es indicio que no ha de ser tan necesaria,
puesto que el papa ha podido ejercer su ministerio sin esta reforma. Hace
varios años, cuando el Papa convocó a una comisión para pensar el diaconado
femenino, una querida teóloga colombiana, Isabel, me preguntó por mi
expectativa ante la comisión. Mi respuesta fue que Perón afirmaba que, si uno
quiere que algo no avance, no funcione, lo que debe hacer es crear una
comisión. Y el papa es peronista, le dije. Su cara de desencanto me reveló que
había entendido. Y, en lo personal, creo que lo mismo ha de decirse de la
comisión reformadora de la curia vaticana. Hace años que se dice que “ya está
al salir el motu proprio”, y cuando se aproxima el “ya” volvemos al “todavía
no”. Incluso podemos pensar en todo el tiempo de inmovilidad por causa de la
pandemia: no pudo visitar parroquias, diócesis ni países, por lo que pudo
dedicar todos los esfuerzos para terminar el texto urgente (y primaveral) que
se esperaba, y se anunció en pasillos para el próximo 29 de junio, día de San
Pedro y San Pablo… pero ya se sabe que no… Y, de paso, señalo que si el texto
viera la luz algún día, “sueño” que incluya criterios para la elección papal,
por lo menos (ya que no será lo que deseo profundamente) que no puedan elegirlo
los cardenales que no tienen un ministerio, aunque no hayan llegado a los 80
años (pienso en Sarah, Burke, Müller…). Pero, de todos modos, debo decir que
tengo claro que una cosa son los sueños y deseos más profundos y otra, muy
distinta, la realidad. Esos sueños se parecen a las utopías. Esas que sirven
para caminar. Acá estamos, pisando estos barros, estos barrios, y caminando.
Estoy convencido que, afortunadamente, la Iglesia no es un ejército
donde no hay lugar para el disenso, la discusión y el debate. Desde sus
orígenes es evidente que la comunión no indica monopolio y la unidad no implica
uniformidad. Nada me transforma en “no cristiano” por pensar diferente de
Francisco y mucho más aún diferente, ¡muy diferente!, de los anteriores. Se
trata de escuchar lo que el Espíritu dice a las Iglesias… se trata de escuchar
a los profetas (¡qué pocos tenemos últimamente!) y se trata de decirlo, aunque corramos
el riesgo de ser mal entendidos.
Foto tomada de https://mapio.net/pic/p-9805433/
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