El verdadero sabor del encuentro
Eduardo de la Serna
Una de las cosas que aprendí estudiando y leyendo y rezando y
gozando la Biblia es que, en ese mundo “primitivo”, la persona sabia no es la
que sabe muchas cosas, sino la que sabe vivir. O, para usar una conocida
metáfora, la que sabe chuparle el tuétano a la vida.
He conocido y conozco muchas personas que saben muchas cosas, que
han “leído todo” … y te lo hacen saber y sentir. Frente a ellas uno no puede
menos que sentirse un pigmeo. Y parecen disfrutarlo desde su altura. Casi como
que te hacen un favor o te perdonan tu insignificancia. Y, debo decirlo, en
ocasiones es un gozo aprender de sus cosas, de sus contenidos, pero no de sus
personas. No es a ellas a las que quisiera referirme, aunque – pareciera – ellas
viven esperando que así lo haga.
Quiero referirme a aquellas personas frente a las que uno siente
estar ante un / una gigante, pero estando con ellos te hacen sentir como si
disfrutaran el encuentro, como si aprendieran y te agradecieran tus aportes.
Esos aportes que uno desconoce haber dado, por cierto. Y, así, uno sale de
estos encuentros, con la sensación de que con algo le ha contribuido a alguien
que “sabe todo”. Esos tales sí, creo, que son sabios. Irónicamente hasta se
podría decir que, si tener mucha información nos constituyera en sabios, nadie
es más sabio que Google. Y al querer referirme a estos verdaderos sabios me
quiero referir al sabor con el que uno queda después de este encuentro. Quizás,
“en argentino”, el ágora de unos cuantos mates sea el espacio del aprendizaje.
Pero un encuentro “de iguales”, como el mate nos hace sentir, y la charla
compartida nos hace saborear.
Debo decir que también he conocido personas sabias. Y que conozco.
Y podría mencionar a varios y varias, pero no quiero correr el riesgo de la
injusticia. Si he de mencionar sólo a un sabio vivo, el primero que me viene a
la mente es Eleazar López, que habla desde la sabiduría de la vida, de los
dolores y gozos, desde los milenios que lleva en sus espaldas y expresa en boca
y gestos. Pero quisiera hacer mención, breve, sucinta, merecida, a tres
gigantes que haberlos conocido me enseñaron tanto. Y, especialmente, a su
actitud frente a los pigmeos liliputienses que los mirábamos sin que nos
hicieran sentir tales. Y no pretendo hablar como un biógrafo, porque mi paso
por sus vidas no ha de haber dejado huella, aunque ellos así me lo hicieran
sentir. Sólo me refiero a la memoria. Agradecida memoria.
Acabo de hacer mención, en un escrito reciente, a la figura de
Horacio González. Entre mates y medialunas tuvimos una charla de iguales (sic)
que me agradeció y expresó el deseo que se repitiera.
Quiero también hacer mención a José Severino Croatto. Al leer sus
artículos y libros uno podía ver todo lo que sabía, pero que nunca te hacía
sentir estando junto a él. También entre mates en encuentros (siempre en el
querido ISEDET) en un hablar llano como entre “personas que saben”: yo – o nosotros
– y él y que juntos nos enriquecemos (sic).
Y quiero mencionar también a Margarita Moyano. Otra gigante que se
encontraba con uno y con su sonrisa expansiva y su voz tenue te hacía saber la
alegría enorme que tenía de verte. Nunca exponía su historia y su vida ante
verdaderos novicios, sino simplemente celebraba el encuentro y los mates.
Sé que estas tres referencias son simplemente una mención. No
pretendo más. Solo quiero agradecer haber conocido personas sabias. Estas tres
sirven de ejemplo, y seguramente sería injusto decir que son las únicas tres
que he conocido. Es que no pretendo tanto aludir a ellos sino a la importancia
que tiene “saber” vivir, encontrarse, y que todas las personas que estén en
contacto con nosotros y nosotras salgan con el sabor del encuentro (el
verdadero y único sabor del encuentro). Y que, si alguna vez nos creemos, o
hemos creído, importantes, no está de más mirar a verdaderos sabios de los que
deberíamos aprender a vivir y a ayudar a que otras y otros vivan.
Foto tomada de https://ar.pinterest.com/pin/120471358755057701/
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