El problema de la deuda
Eduardo de la Serna
En tiempos bíblicos, las
deudas eran un tema importante. Por ejemplo, si se contrataba a un jornalero,
la norma era muy estricta: se debe pagar ese mismo día antes que se ponga el
sol. Porque él depende del salario (Dt 24,15). Si alguien ha estafado a otro,
debe confesar públicamente su delito y restituir inmediatamente lo adeudado a
lo que debe añadir un 20% más (Núm 5,7). De hecho, afirma san Pablo, “al que
trabaja, el salario no se le cuenta como favor sino como deuda” (Rom 4,4). Sin
embargo, Jesús tiene, sobre este tema, un planteo muy firme y claro: “el perdón”.
Notemos que la situación
sociopolítica era muy compleja para los pobres. En Galilea no bastaba el clima
poco tolerante con las autoridades políticas, sino que, al ser nombrado rey,
Herodes, el grande, establece un régimen sumamente rígido y estricto de cobro
de impuestos. Era para eso que había sido elegido. A su muerte, Antipas
reconstruye casi de cero la ciudad de Séforis y edifica totalmente nueva la
ciudad de Tiberias (obvio homenaje al César, Tiberio) donde asienta la capital
de su gobierno. Dos ciudades, entonces, en una región donde antes prácticamente
no las había. Esto tiene claras connotaciones económicas: se deben mantener sus
burocracias. Esto implica, ciertamente, más impuestos. Pero el campesino no
estaba habituado a utilizar monedas ya que recurría habitualmente al trueque.
El remanente de lo que poseía (higos, trigo, ganado menor, uvas y olivas (y
aceite y vino), lana, etc. podía canjearse a familias vecinas por otros bienes
que fueran de necesidad. Pero ahora empezaban a necesitar dinero para pagar los
impuestos. Esto lleva a que se empiece a tener un mismo producto, que se podía
vender en la ciudad, a cambio de monedas. Pero se perdía la posibilidad de
canjear, especialmente ahora que los bienes disponibles eran menores
(imaginemos que un campesino es proveedor de higos en la ciudad. Entonces se
dedicará a producir la mayor cantidad posible, pero eso implica no tener uvas y
olivas. Y el dinero recaudado debe utilizarlo para pagar los impuestos, lo que
implica un empobrecimiento creciente). Así empieza a ser habitual un aumento de
las deudas lo que culminará con la pérdida de la tierra. El antiguo poseedor
pasa, ahora, a ser contratado como jornalero de la tierra que hasta ayer le
pertenecía. Y, en casos muy extremos, pero también frecuentes, termina siendo
esclavo de los nuevos poseedores que, además, viven en la ciudad y están
ausentes de los campos. Las deudas crecían (y a esto se debe añadir, todavía,
los impuestos anuales al Templo). Las deudas eran un tema principal. De hecho,
cuenta Flavio Josefo que, cuando empieza la Guerra judía, los rebeldes, a fin
de conseguir el apoyo popular incendian los archivos donde constaban todas las
deudas.
En este contexto, que Jesús
insista en el “perdón” de las deudas resulta claramente subversivo. No solamente
encontramos parábolas donde se destaca el perdón de las deudas (Mt 18,23-35; Lc
7,41-43; cf. 16,5-8) sino que expresamente señala el tema en la mismísima oración
que debe caracterizar por su vida a los discípulos: “perdona nuestras deudas
como perdonamos a los que nos deben” (Mt 6,12). El paralelo implica “deudas”
con Dios, por lo que se lo ha relacionado con el pecado, pero la relación con “el/la/los”
otro/a/s es “perdona nuestros pecados… perdonamos a los que nos deben” (Lc
11,4). Lamentablemente esta enorme fuerza política y económica fue borrada cuando
Juan Pablo II provocó el cambio del término “deuda” por “ofensas” en la oración
del padrenuestro. El contexto de tiempos de Jesús (y – en el padrenuestro – el complemento
con que todos tengan “el pan de cada día”) invita a no olvidar la situación
histórica. Es cierto que la idea no es simplemente “ser perdonados” sino dar
nosotros el primer paso: perdonar primero. Pero el esquema económico implica, y
eso es totalmente coherente con Jesús y su predicación, un esquema de igualdad
(discipulado de iguales). De eso se trata el “reino de Dios”.
Mirando nuestra realidad, que
ciertamente no es en nada igual a la contemporánea de Jesús, no es menos cierto
que el tema de las deudas es importante. No solamente la “deuda externa”, que
ya es un tema central, sino la actitud de los poderosos (y en eso, aunque
distinto, en los hechos resulta idéntico en su gestación: los poderosos que
esclavizan a los que les deben; cf. Pr 22,7) cuyo ejemplo primero son los
bancos. El poder económico pretende acaparar los mayores bienes posibles (no
hace falta, en esto, dar ejemplos, o mirar expresidentes) para lo cual “deberles”
es el primer paso.
No pretendo que la economía
mundial se guíe con los criterios del Evangelio (“asuntos separados”). Pero
creo que sí es de esperar que con esos criterios se guíen aquellos y aquellas
que se llaman a sí mismos “cristianos”. Creo que es sensato esperarlo. Sensato
e ilusorio. O, como dice el mártir Luis Espinal, que “si no queremos vivir como cristianos, que al menos tengamos la sinceridad de dejar
de llevar tu nombre”.
Imagen tomada de https://www.eleconomista.es/economia/noticias/11386179/09/21/Asi-se-le-pueden-perdonar-las-deudas-a-los-autonomos-con-la-ley-de-la-Segunda-Oportunidad.html
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