Una inmensa fe
Eduardo
de la Serna
Miles de veces, creo que, por
responsabilidad de Wikipedia, me han preguntado, en los ambientes más diversos,
qué parentesco tengo yo con el Che. Siendo él hijo de Celia de la Serna, la
pregunta es razonable. Pero en mi ambiente familiar, gorila, por cierto, que
del tema jamás se habló, por lo que saberlo con una cierta certeza resultaba
difícil. Una vez, charlando con el hermano del Che le pregunté si sabía algo y
me dio la misma respuesta: en su familia, que también era gorila, de esos temas
no se hablaba. “Pero si estás en contra de los imperialismos somos hermanos,
porque así lo decía Ernesto”. Mi única referencia sobre el tema fue un tío
hiper memorioso, Rufito (que sobre árboles y raíces familiares parecía
saber todo y hasta mencionaba personas reales de las que yo jamás había oído
hablar). Un día le pregunté si teníamos o no parentesco con el Che y él bajó la
voz hasta un tono casi inaudible, como aclarando que “de esto no se habla” y me
dijo que Celia era prima segunda de mi abuelo y de su papá. Fue el único dato
que tuve, y no sé si lo creí porque Rufito era un archivo viviente en
estos temas, o si fue porque quise creerlo; pero es todo lo que sé. Claro que
eso no dice nada… tengo también ¡¡¡otros “primos”!!!
Recuerdo, además, otras dos
anécdotas gratas (para mí). Una tarde, estaba en el seminario, y jugábamos,
como era frecuente un partido de paleta. Uno de los adversarios era el entonces
vicerrector, Tito Mai, de quien guardo un muy buen recuerdo, por cierto.
Y en medio del partido, Tito me preguntó: “- Eduardo, además del
ideológico, ¿qué parentesco tenés con el Che?” Mi respuesta (pre-Rufito)
fue de desconocimiento. Otra fue una cena en casa de unos buenos amigos; estaba
invitado Calica Ferrer, viejo amigo del Che, que había escrito un libro
sobre el segundo viaje qué emprendieron juntos, esta vez – el Che – con destino
final Guatemala – México – Cuba (Calica regresa a la Argentina desde Ecuador): “De
Ernesto al Che”. Me regaló un ejemplar con esta dedicatoria: “Para Eduardo
de la Serna, primer cura a quien dedico mi libro y lo hago con mucho gusto por
su posición política. Con un abrazo guevariano, Kalica Ferrer (BsAs 01.05.2014)”.
Hoy se conmemora un nuevo
aniversario de su asesinato. Y no seré yo quien haga un análisis de su vida,
sus luchas, las traiciones, de Cuba, el Congo y Bolivia, y finalmente su
crimen, CIA mediante. Con esa fenomenal capacidad de domesticar personajes y
luchas que tenemos los seres humanos, así como lo hemos hecho nada menos que
con Jesús y con el Evangelio, no es extraño notar que el Che se transformó en
un poster, o una foto en Cuba después de pasar por un All Inclusive.
Domesticar, como digo, se hizo con el Evangelio y con la cruz. Así, desde
Constantino se insistió, ante el signo cruel del imperio vencedor y torturador,
como es la cruz, que In hoc signo vinces (en/con este signo vencerás). Y
la cruz pasó a ser un ornato de cuellos y paredes, y las reliquias de la cruz
de Jesús (especialmente luego del auge de búsqueda de tales, hasta el
emblemático caso de creer que en la catedral de Köln, Colonia, están las
reliquias de los “tres reyes magos”, sic) fueron tantos los fragmentos que,
irónicamente, podríamos reconstruir el Titanic con tanta madera encontrada. El
Evangelio, signo de un Jesús que predica buenas noticias a los pobres,
confrontado con los poderosos (¡Ay de ustedes, los ricos!) y que finalmente es ejecutado
con todo el poder y escarnio del imperio romano (“padeció bajo el poder de
Poncio Pilato”) termina siendo simulado en altares majestuosos, en declaraciones
fatuas, en agrupaciones piadosas y desencarnadas.
Si nada menos con Jesús somos
capaces de hacer esto, y luego se repetirá con todos sus amigos y amigas, desde
la virgen María (“generala del ejército”, sic) hasta con monseñor Romero,
beatificado en medio de helicópteros rasantes, francotiradores en las terrazas
y el hijo de D’Abuisson en el altar… ¿Por qué no se haría lo mismo con el Che,
entonces?
Una vez, en una charla en
Colombia se me acercó un joven y me preguntó por mi parentesco guevariano. Mi
respuesta fue la que aquí señalo, y, entonces, me dijo: “-pero el Che ¡mató
gente!” a lo que le respondí “- Y Bolivar, ¿no?” Por otra parte, cuando
visitamos con unos curas amigos el museo de la guerrilla en Morazán, El
Salvador, un ex guerrillero era el que nos acompañaba en el recorrido, y – para
molestarme – uno de los amigos le dijo al guía: “este cura es pariente del Che
Guevara”. ¡No paró hasta que no se sacó una foto conmigo!
Vayan estas referencias
simplemente para hacer memoria. Memoria de alguien que de ninguna manera merece
ni el olvido ni la domesticación. En 1967 yo tenía 12 años. Nada supe entonces
del crimen de La Higuera. Es curioso que cuando se hacen referencias a algunas
personas, simplemente se hacen, pero cuando toca hacerlo en otros casos, como
el Che, se empieza a decir inmediatamente “sí… pero…” señalando que “esto sí, pero...
aquello no”. Si se hiciera en todos los casos, con todas las personas, sería
una cosa, pero puesto que se hace en algunos particularmente, como un modo
simulado de establecer distancias (¡muchas distancias!) no pienso poner ningún “pero”.
Y vaya, entonces, este día un abrazo en la memoria de uno de esos argentinos
que supo marcar caminos y dejar su sangre porque “la senda está trazada”.
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