sábado, 9 de octubre de 2021

Una inmensa fe

 Una inmensa fe

Eduardo de la Serna




Miles de veces, creo que, por responsabilidad de Wikipedia, me han preguntado, en los ambientes más diversos, qué parentesco tengo yo con el Che. Siendo él hijo de Celia de la Serna, la pregunta es razonable. Pero en mi ambiente familiar, gorila, por cierto, que del tema jamás se habló, por lo que saberlo con una cierta certeza resultaba difícil. Una vez, charlando con el hermano del Che le pregunté si sabía algo y me dio la misma respuesta: en su familia, que también era gorila, de esos temas no se hablaba. “Pero si estás en contra de los imperialismos somos hermanos, porque así lo decía Ernesto”. Mi única referencia sobre el tema fue un tío hiper memorioso, Rufito (que sobre árboles y raíces familiares parecía saber todo y hasta mencionaba personas reales de las que yo jamás había oído hablar). Un día le pregunté si teníamos o no parentesco con el Che y él bajó la voz hasta un tono casi inaudible, como aclarando que “de esto no se habla” y me dijo que Celia era prima segunda de mi abuelo y de su papá. Fue el único dato que tuve, y no sé si lo creí porque Rufito era un archivo viviente en estos temas, o si fue porque quise creerlo; pero es todo lo que sé. Claro que eso no dice nada… tengo también ¡¡¡otros “primos”!!!

Recuerdo, además, otras dos anécdotas gratas (para mí). Una tarde, estaba en el seminario, y jugábamos, como era frecuente un partido de paleta. Uno de los adversarios era el entonces vicerrector, Tito Mai, de quien guardo un muy buen recuerdo, por cierto. Y en medio del partido, Tito me preguntó: “- Eduardo, además del ideológico, ¿qué parentesco tenés con el Che?” Mi respuesta (pre-Rufito) fue de desconocimiento. Otra fue una cena en casa de unos buenos amigos; estaba invitado Calica Ferrer, viejo amigo del Che, que había escrito un libro sobre el segundo viaje qué emprendieron juntos, esta vez – el Che – con destino final Guatemala – México – Cuba (Calica regresa a la Argentina desde Ecuador): “De Ernesto al Che”. Me regaló un ejemplar con esta dedicatoria: “Para Eduardo de la Serna, primer cura a quien dedico mi libro y lo hago con mucho gusto por su posición política. Con un abrazo guevariano, Kalica Ferrer (BsAs 01.05.2014)”.

Hoy se conmemora un nuevo aniversario de su asesinato. Y no seré yo quien haga un análisis de su vida, sus luchas, las traiciones, de Cuba, el Congo y Bolivia, y finalmente su crimen, CIA mediante. Con esa fenomenal capacidad de domesticar personajes y luchas que tenemos los seres humanos, así como lo hemos hecho nada menos que con Jesús y con el Evangelio, no es extraño notar que el Che se transformó en un poster, o una foto en Cuba después de pasar por un All Inclusive. Domesticar, como digo, se hizo con el Evangelio y con la cruz. Así, desde Constantino se insistió, ante el signo cruel del imperio vencedor y torturador, como es la cruz, que In hoc signo vinces (en/con este signo vencerás). Y la cruz pasó a ser un ornato de cuellos y paredes, y las reliquias de la cruz de Jesús (especialmente luego del auge de búsqueda de tales, hasta el emblemático caso de creer que en la catedral de Köln, Colonia, están las reliquias de los “tres reyes magos”, sic) fueron tantos los fragmentos que, irónicamente, podríamos reconstruir el Titanic con tanta madera encontrada. El Evangelio, signo de un Jesús que predica buenas noticias a los pobres, confrontado con los poderosos (¡Ay de ustedes, los ricos!) y que finalmente es ejecutado con todo el poder y escarnio del imperio romano (“padeció bajo el poder de Poncio Pilato”) termina siendo simulado en altares majestuosos, en declaraciones fatuas, en agrupaciones piadosas y desencarnadas.

Si nada menos con Jesús somos capaces de hacer esto, y luego se repetirá con todos sus amigos y amigas, desde la virgen María (“generala del ejército”, sic) hasta con monseñor Romero, beatificado en medio de helicópteros rasantes, francotiradores en las terrazas y el hijo de D’Abuisson en el altar… ¿Por qué no se haría lo mismo con el Che, entonces?

Una vez, en una charla en Colombia se me acercó un joven y me preguntó por mi parentesco guevariano. Mi respuesta fue la que aquí señalo, y, entonces, me dijo: “-pero el Che ¡mató gente!” a lo que le respondí “- Y Bolivar, ¿no?” Por otra parte, cuando visitamos con unos curas amigos el museo de la guerrilla en Morazán, El Salvador, un ex guerrillero era el que nos acompañaba en el recorrido, y – para molestarme – uno de los amigos le dijo al guía: “este cura es pariente del Che Guevara”. ¡No paró hasta que no se sacó una foto conmigo!

Vayan estas referencias simplemente para hacer memoria. Memoria de alguien que de ninguna manera merece ni el olvido ni la domesticación. En 1967 yo tenía 12 años. Nada supe entonces del crimen de La Higuera. Es curioso que cuando se hacen referencias a algunas personas, simplemente se hacen, pero cuando toca hacerlo en otros casos, como el Che, se empieza a decir inmediatamente “sí… pero…” señalando que “esto sí, pero... aquello no”. Si se hiciera en todos los casos, con todas las personas, sería una cosa, pero puesto que se hace en algunos particularmente, como un modo simulado de establecer distancias (¡muchas distancias!) no pienso poner ningún “pero”. Y vaya, entonces, este día un abrazo en la memoria de uno de esos argentinos que supo marcar caminos y dejar su sangre porque “la senda está trazada”.

 

foto tomada de https://www.pinterest.at/pin/842243567787186970/

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