Son Cristos sin hogar
Eduardo
de la Serna
Las “villas” molestan. Siempre
molestaron.
Primero se buscaba cambiarles
el nombre y en lugar de ser “miseria” eran “de emergencia”, después pareciera
que era preferible decirles “barrio” e incluso se pretendió sacarles el número
y ponerles nombres emblemáticos como Rodolfo Ricciardelli o Carlos Mugica.
Pero, además, se codiciaba el
lugar, y en dictadura – con la excusa de que afeaban la ciudad a la que miles
de turistas visitarían con motivos del Mundial de Fútbol, se erradicó una buena
cantidad de ellas. Fue notable que, en muchos casos, los curas acompañaron a la
gente y ellos también fueron “desalojados”: Miguel Valle, Jorge Goñi, Daniel De
la Sierra… Pero hubo otros que resistieron; Carlos Mugica ya había sido
asesinado, pero Pichi Meisegeier en la 31 y Rodolfo, en la 1-11-14 enfrentaron
el desalojo y las topadoras. Y las villas allí quedaron, para desagrado de los
vecinos.
Muchos años después, cuando ya
buena parte de la 31 había sido “urbanizada” por depósitos de contenedores y
una terminal de micros y cortada al medio por una autopista en construcción, un
nuevo intento de desalojo (llevado a cabo por el intendente menemista Jorge “topadora”
Domínguez) pudo ser frenado porque un grupo de curas, con poca publicidad, pero
verdadera presencia, hicieron una huelga de hambre asentados en la misma villa.
Después de muchos, muchos días, y la tardía pero útil presencia del Cardenal Quarraccino
provocó que el desalojo fuera suspendido.
Pero las ambiciones allí
seguían. Allí siguen. Y si en el neoliberalismo 1.0 de la dictadura, y en el neoliberalismo
2.0 del menemismo no pudieron lograr su objetivo, el neoliberalismo 3.0 del
macrismo insiste una y otra vez con el intento.
Pero, es válida la pregunta:
si en los primeros intentos los curas que caminaban junto al pueblo lograron pararse
frente a las topadoras y detenerlas, fue patético ver esta semana esos
monstruos de acero derrumbando casillas (y rompiendo inodoros, al decir de una
pequeña niña: “el único inodoro”) y preguntarse dónde están los curas (y el “obispo
villero”, claro). Porque si están felices con los millonarios aportes oficiales
para sostener la mega obra de los “Hogares de Cristo” quizás sea bueno saber
que esos aportes “tienen un costo”, y, si ese costo es el silencio, a lo mejor
en esos hogares Cristo no haya pasado, porque Cristo está en los desalojados,
en las víctimas, los pisoteados y ninguneados por el neoliberalismo en todas
sus dimensiones.
Los curas villeros 3.0 podrán
decir que son herederos de los 1.0: Botán, “Richard”, Mugica, Vernazza y demás,
y no tanto de los 2.0 (a los que Vernazza dedica su libro sobre “Los curas
villeros”) pero serlo o no, no es cuestión de cámaras de TV o fotos y
reportajes sino de poner el cuerpo junto a los pobres, junto a “mis hermanos
villeros” como decía Carlos.
Debo confesar que me cansa un
cachito escuchar a alguno que tiene un mono tema con las drogas (tema
preocupante y serio, sin duda) y nada dice sobre la desocupación, el hambre… ni
las topadoras. Si quieren ser punteros “oficialistas”, y llevarse bien con
Carolina Stanley, con Daniel Arroyo, con Juanchi Zabaleta y con el que venga, y
también con el alcalde inmobiliario, pues a lo mejor por eso – al menos – se pueda
entender el infructuoso pero insistente reclamo de los curas opp de no ser
identificados con los “curas villeros”.
El otro día, ironizando, un
compañero me mandó un WhatsApp diciendo “aparición con vida de Gustavo Carrara”.
Aunque, en realidad, más que eso, lo que pretendo es vida, ¡y vida digna!, para
los pobres; los de la 31, los de la 1-11-14, los de la 20 y demás villas de
CABA y Gran Buenos Aires. Y que me perdone Adrián Suar porque mis hermanas y
hermanos villeros me importen en serio.
Foto tomada de www.telam.com.ar/notas/202109/570184-barrio-31-desalojo.html
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