miércoles, 6 de octubre de 2021

Son Cristos sin hogar

 Son Cristos sin hogar

Eduardo de la Serna



Las “villas” molestan. Siempre molestaron.

Primero se buscaba cambiarles el nombre y en lugar de ser “miseria” eran “de emergencia”, después pareciera que era preferible decirles “barrio” e incluso se pretendió sacarles el número y ponerles nombres emblemáticos como Rodolfo Ricciardelli o Carlos Mugica.

Pero, además, se codiciaba el lugar, y en dictadura – con la excusa de que afeaban la ciudad a la que miles de turistas visitarían con motivos del Mundial de Fútbol, se erradicó una buena cantidad de ellas. Fue notable que, en muchos casos, los curas acompañaron a la gente y ellos también fueron “desalojados”: Miguel Valle, Jorge Goñi, Daniel De la Sierra… Pero hubo otros que resistieron; Carlos Mugica ya había sido asesinado, pero Pichi Meisegeier en la 31 y Rodolfo, en la 1-11-14 enfrentaron el desalojo y las topadoras. Y las villas allí quedaron, para desagrado de los vecinos.

Muchos años después, cuando ya buena parte de la 31 había sido “urbanizada” por depósitos de contenedores y una terminal de micros y cortada al medio por una autopista en construcción, un nuevo intento de desalojo (llevado a cabo por el intendente menemista Jorge “topadora” Domínguez) pudo ser frenado porque un grupo de curas, con poca publicidad, pero verdadera presencia, hicieron una huelga de hambre asentados en la misma villa. Después de muchos, muchos días, y la tardía pero útil presencia del Cardenal Quarraccino provocó que el desalojo fuera suspendido.

Pero las ambiciones allí seguían. Allí siguen. Y si en el neoliberalismo 1.0 de la dictadura, y en el neoliberalismo 2.0 del menemismo no pudieron lograr su objetivo, el neoliberalismo 3.0 del macrismo insiste una y otra vez con el intento.

Pero, es válida la pregunta: si en los primeros intentos los curas que caminaban junto al pueblo lograron pararse frente a las topadoras y detenerlas, fue patético ver esta semana esos monstruos de acero derrumbando casillas (y rompiendo inodoros, al decir de una pequeña niña: “el único inodoro”) y preguntarse dónde están los curas (y el “obispo villero”, claro). Porque si están felices con los millonarios aportes oficiales para sostener la mega obra de los “Hogares de Cristo” quizás sea bueno saber que esos aportes “tienen un costo”, y, si ese costo es el silencio, a lo mejor en esos hogares Cristo no haya pasado, porque Cristo está en los desalojados, en las víctimas, los pisoteados y ninguneados por el neoliberalismo en todas sus dimensiones.

Los curas villeros 3.0 podrán decir que son herederos de los 1.0: Botán, “Richard”, Mugica, Vernazza y demás, y no tanto de los 2.0 (a los que Vernazza dedica su libro sobre “Los curas villeros”) pero serlo o no, no es cuestión de cámaras de TV o fotos y reportajes sino de poner el cuerpo junto a los pobres, junto a “mis hermanos villeros” como decía Carlos.

Debo confesar que me cansa un cachito escuchar a alguno que tiene un mono tema con las drogas (tema preocupante y serio, sin duda) y nada dice sobre la desocupación, el hambre… ni las topadoras. Si quieren ser punteros “oficialistas”, y llevarse bien con Carolina Stanley, con Daniel Arroyo, con Juanchi Zabaleta y con el que venga, y también con el alcalde inmobiliario, pues a lo mejor por eso – al menos – se pueda entender el infructuoso pero insistente reclamo de los curas opp de no ser identificados con los “curas villeros”.

El otro día, ironizando, un compañero me mandó un WhatsApp diciendo “aparición con vida de Gustavo Carrara”. Aunque, en realidad, más que eso, lo que pretendo es vida, ¡y vida digna!, para los pobres; los de la 31, los de la 1-11-14, los de la 20 y demás villas de CABA y Gran Buenos Aires. Y que me perdone Adrián Suar porque mis hermanas y hermanos villeros me importen en serio.

 

Foto tomada de www.telam.com.ar/notas/202109/570184-barrio-31-desalojo.html

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