Una muerte traumática y dramática, la de Jesús
Eduardo
de la Serna
La muerte de Jesús siempre fue
un tema digno de profundizar. Maestros espirituales, teólogos, artistas,
biblistas lo han hecho y hacen. Y, en frecuentes ocasiones, con buen provecho
para quienes somos espectadores, o lectores (aunque debemos reconocer que hay
lecturas, pinturas o canciones que deforman absolutamente un acontecimiento tan
profundo que no lo merecería).
No pretendo aquí hacer un
nuevo aporte a un tema tan importante, sino una breve síntesis. Que quizás en
eso sí sea aporte.
Ya Ignacio Ellacuría distinguía “¿por qué muere?” de “¿por qué lo matan?” Veamos: una cosa es la actitud de Jesús (y de Dios) que lo conduce a la muerte violenta (y no deseada; pensar que Dios “quiere” que su hijo sea cruelmente torturado y asesinado me resulta atroz. Nada menos parecido a un “buen padre”), y otra es la razón que motiva a los violentos a su ejecución. Y, todavía, es muy importante, pensar qué conclusiones extrajeron de la muerte y sus consecuencias, los seguidores de Jesús. La idea de que "la muerte" de Jesús nos salva es bastante discutible, y merecería una reflexión en otro momento.
Nadie diría hoy que “a Jesús
lo mataron por decir que era hijo de Dios” como se escuchó en un tiempo. Esa
imagen marcaba un quiebre entre el Jesús “que anduvo en la mar”, predicador de
parábolas, sanador de multitudes y, ¡de pronto, en Jerusalén!, las autoridades
(religiosas y políticas) deciden sorpresiva e inexplicablemente su ejecución. Casi
como que no hay unidad entre uno y otro momento, entre “el que anduvo en la
mar” y “el Jesús del madero”. Es evidente que a Jesús lo mataron por lo que
decía y hacía, especialmente en Galilea, y que en Jerusalén “la copa se llenó hasta
el borde”. Jesús quiere mostrar a un Dios que reina (de ahí las parábolas), y
lo hace en la plenitud de vida (de ahí las curaciones), reintegrando
socialmente a los quebrados (de ahí los “exorcismos”), confrontando con los que
ponen trabas a la plena integración de todos, porque ha “venido para reunir”
(de ahí los conflictos, de allí la elección de Doce). Este discipulado de
iguales resulta intolerable para quienes no pretenden serlo. No es seguro que
la pena de muerte le estuviera vedada al Sanedrín, pero resulta muy probable
(por el contexto y los textos) que Jesús parecía gozar de un cierto apoyo
popular; de allí que un grupo, seguramente pequeño, de autoridades judías pidan
la participación del gobernador-procurador Pilato. Ante la amenaza de muerte,
Jesús tiene la alternativa de huir (algunas veces lo ha hecho) o de enfrentar
la situación, plenamente confiado en Dios (no en que Dios intervendrá para
liberarlo, sino que Dios “no estará lejos”). La muerte está decidida; y Jesús
exclama que a pesar de todo “tú eres mi Dios”; esas pueden ser las palabras
arameas del crucificado que permitieron la confusión con el llamado a Elías (Eli-attá
confundido con Elia-tá).
Queda aparte – y no lo
reflexionaremos aquí – la centralidad de la resurrección. Sólo digamos que no
se trata de una suerte de “final feliz” sino de una palabra de Dios. El que
había callado en la cruz dice su palabra definitiva que no es sino amor y vida.
Y vida definitiva. Y vida divina.
Pero la cruz es ciertamente
escandalosa (1 Cor 1,23). No solamente porque no se trata de cualquier muerte, sino de “¡y
muerte de cruz!” (Fil 2,8). Y los primeros cristianos intentaron llenar de
sentido esta muerte, de comprenderla y sacar conclusiones.
Los primeros seguidores de
Jesús, antes de Pablo, dirán que fue una muerte “por nuestros pecados” (1 Cor
15,3). Como era de esperan encontraron en las Escrituras una razón; en este
caso se trató del cuarto Canto del Siervo de YHWH: “por” significa “en favor
de” (no es, por supuesto, por culpa de nuestros pecados; cf. Is 53,5); la
muerte de Jesús, muerte vicaria, nos libera de todo lo que nos separa de Dios, nos
abre el camino definitivo del encuentro.
Pablo, que
no separa la muerte de la resurrección, sino que las comprende como un mismo
“momento”, o "dos caras de una misma moneda" y entiende que la humanidad está oprimida por el poder del pecado,
el poder de la muerte (y el poder de la ley) afirma que, paradojalmente, en su muerte Jesús quiebra definitivamente el poder de la muerte. La imagen
que Pablo tiene es la del dormido que despierta (despertar y resucitar se dicen
con la misma palabra griega, egeírô), del que vela (como repite en sus primeras
cartas: 1 Tes 5,6.10 y 1 Cor 16,13).
En el Evangelio de Marcos,
que tiene una cierta nota de “secretismo” (pero no para ser revelado a un
pequeño grupo de perfectos sino explicado a los de dentro de la casa, a su
nueva familia) la muerte de Jesús forma parte del escándalo que sólo sus
seguidores podrán comprender. Marcos no teme ser chocante y provocador. Jesús
es abandonado de todos, ¡hasta de Dios!, e incluso, el anuncio de la resurrección no es proclamado por las testigas en la tumba vacía, “porque tenían miedo” (16,8). La
Transfiguración, que es una suerte de anticipo de la resurrección, invita a
escuchar al Hijo (9,7; es decir, ya no a Elías y Moisés). La resurrección es la
que explica el sentido del escándalo, pero esta no es comunicada… Sólo unos pocos lo
reconocerán, los de “dentro” (4,11).
En Mateo, la muerte de Jesús
es indicio de la llegada de los tiempos escatológicos (por eso el “sismo”, 27,54; 28,2; cf.
8,24), por lo que Jesús resucitado “no se va” (como ocurre en Lucas) sino que
permanece “hasta el fin del mundo” (28,20) en su comunidad, la Iglesia (el
término “Iglesia” sólo se encuentra en Mateo en los evangelios) porque es “Dios
con nosotros” (1,23).
En
Lucas, donde Jesús con frecuencia es presentado como profeta (ya desde el texto
programático él se compara con Elías y Eliseo, 4,24-27; cf. 7,16.39; 13,33.34;
22,64; 24,19), Jesús sufre la muerte de un profeta (6,23; 11,47, “¿a qué
profeta no persiguieron sus padres?”, Hch 7,52). Del mismo modo la Iglesia, en
Hechos de los Apóstoles, que debe proseguir en el nuevo tiempo la obra de
Jesús, también ha de ser profética, y afrontar las consecuencias (la pasión de Jesús y de los primeros cristianos están claramente puestas en paralelo en esta obra).
En
Juan, la pascua es “paso” (es interesante que las demás pascuas en Juan son “la
fiesta de los judíos”, la última, en cambio, es “paso de este mundo al Padre”,
13,1), de las tinieblas a la luz, un nuevo nacimiento, “de lo alto” (3,3), como
el nacimiento del grano de trigo (12,24). En la cruz se integran todos los
momentos de vida plena: “muerte-resurrección-donación del espíritu”: y Jesús, “inclinando la cabeza entregó el espíritu”, 19,30. Este paso se da en el acto
de creer (3,18; 5,24), es un paso de la vida “mundana” (psyjê) a la vida
divina (zôê).
En el Apocalipsis hay una
integración entre Jesús “el testigo (mártys) el creíble / confiable (pistôs)”
(1,5) y el primer “mártir”, Antipas (“mi” testigo, “mi” confiable; 2,13), del
mismo modo que lo hay entre dos “testigos” (mártys, 11,3), los que
durante el tiempo que dure la persecución (1.260 días = 42 meses = 3 años y
medio [la mitad de siete, el número “perfecto”], cf. vv.2.3.9), la Bestia (=
Roma) los matará “allí donde también su Señor fue crucificado” (11,8).
Destruida Jerusalén y el
Templo, los cristianos venidos del judaísmo (en Roma) añoraban los cultos
maravillosos que allí había. El autor de Hebreos, entonces,
pretende mostrar, con una lectura espiritual (alegórica) que todo ha sido ya
asumido por Cristo de una vez para siempre: Jesús es el “nuevo” y único
sacerdote (por la resurrección) en la que entra al verdadero santuario (el
cielo, no uno “hecho por manos”, como también lo eran los ídolos; 9,11.24). Su
muerte, entonces, es vista alegóricamente, como un sacrificio que llega a Dios
dando el perdón definitivo, de modo que ya no hacen falta nuevos sacerdotes, ni
nuevos sacrificios (9,23.26; 10,12).
Como puede verse, el hecho
traumático y dramático del asesinato de Jesús fue interpretado de diversas
maneras por los diversos escritores para sus diversas comunidades. Todas estas
interpretaciones dicen algo, pero deben ser leídas y comprendidas en su texto y
contexto, autores y destinatarios/as. Por ejemplo, leer una interpretación
teológica, como es el caso de la lectura espiritual como “sacrificio”, y
aplicarla al hecho histórico (y hablar de la cruz como un sacrificio de Jesús)
es distorsionar tanto los hechos como sus interpretaciones. Y empobrece toda
lectura, desde los hechos históricos como también las diversas lecturas e
interpretaciones que permiten diferentes comprensiones enriqueciéndolas.
Foto tomada de http://www.reflexionyliberacion.cl/ryl/2018/03/29/tiene-sentido-la-muerte-de-jesus/
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