Abrojos en el camino
Eduardo de la Serna
Señalaba, en un escrito anterior, la importancia
de, cada tanto, hacer un alto para sacar los abrojos que se nos han adherido en
el camino. De ninguna manera se trata de “adaptarse a las modas”; toda
renovación eclesial debe tener dos puntos principales: Jesús y la historia.
Jesús para ver, del modo más profundo posible, qué es lo que Jesús quería; y la
historia, para intentar “encarnar” el Evangelio en nuestro presente concreto.
«Por tanto, aunque la
renovación de la Iglesia sólo puede venir del retorno a su origen, tal
renovación es algo completamente distinto de restauración, glorificación
romántica del pasado (que, a fin de cuentas, sería tan poco cristiana como la
simple modernización). Y esto se debe, en última instancia, a que el Jesús
histórico, en el que se apoya la Iglesia, es a la vez el Cristo que ha de
venir, el que la Iglesia espera; a que Cristo no es simplemente un Cristo ayer,
sino a la vez el Cristo hoy y siempre (cfr. Heb 13, 8)» (J. Ratzinger).
I.- Señalábamos como un “abrojo” la sacralidad, que
se parece más a algo propio del Antiguo Testamento que a la novedad que trae
Jesús y su movimiento. Pareciera que, como somos incapaces de entender nuestra
relación con Dios fuera del culto y los sacrificios, había que entender la
Eucaristía como uno de ellos, para lo cual debe recurrirse a figuras extrañas
como “sacrificio incruento” o cosas semejantes. La misma muerte de Jesús fue
vista como “sacrificio” a pesar que nada lo indica.
Me permito un breve paréntesis, expresado en el
debate entre dos grandes autores, René Girard (que sostiene que la
lectura no sacrificial de la muerte de Jesús de todo el Nuevo Testamento, sufre
un retroceso en la carta a los Hebreos, que sí la hace) y Albert Vanhoye
(que explica convincentemente el sentido espiritual, alegórico, de la carta a
los Hebreos. Sensatamente sostiene que un sacrificio [sacrum faciens] es
hacer sagrado algo, con lo que la muerte de Jesús lo sería). De todos modos, y
fuera del lenguaje alegórico, un encuentro de amigos puede ser, entonces, algo
sagrado, pero nadie llamaría a eso un “sacrificio”.
Sin duda no se está negando la importancia de la
Eucaristía; sólo cuestiono que esta sea sacrificio, dirigida por un sacerdote
en un altar. La mesa compartida, que remite al discipulado de iguales, al reconocimiento
de hermanxs, al pan para todxs, a un Jesús que se dona en el amor pleno y
extremo, a un banquete sencillo, expresión del reino de Dios, parece tener
bastante densidad como para olvidarla.
II.- Otro abrojo frecuente es la imagen habitual de
que los seres humanos se realizan plenamente en el “matrimonio”. Entonces,
además de aquellos que eligen contraerlo, se ha interpretado la vida religiosa
como un matrimonio, expresado simbólicamente en el añadido al nombre “de….
sumado a un aspecto religioso: (p.e.: Teresa "de Jesús").
Esto, llega a la incomodidad en el caso de la vida religiosa masculina de
entenderse, a veces, como un matrimonio entre el alma [que sería femenina, sic]
y Dios [que sería masculino, sic]. E incluso, hasta hay imágenes de que los presbíteros
también “se casan con la Iglesia” (sic). La incapacidad de entender la plenitud
humana fuera del esquema matrimonial lleva a afirmar cosas insensatas como
estas. Mucho más sensato sería afirmar que la plenitud humana está dada por la
vida del amor. Este, sin duda, puede ser matrimonial, o también consagrado,
ministerial, y también de otros tipos según como cada quién entienda que puede
vivir, amar y servir del mejor modo posible. Muchas personas que han elegido no
vivir en pareja no merecen la sospecha de que su vida no es plena. Tampoco los
que han elegido otro tipo de relaciones que no están marcada por “lo
establecido”.
III.- Otro abrojo notable es la separación entre lo
sagrado y lo profano, que también mencionamos en otro escrito. Es cierto que
esta separación marcó todo el universo del Antiguo Testamento, pero no es menos
cierto que en Jesús muchas cosas han cambiado. No comparto los que creen que lo
sagrado ha desaparecido y que todo es profano, pero sí que (como la historia de
salvación) es en la historia concreta donde debemos descubrirlo y fecundarlo.
Lo sagrado y lo profano, antes intocables, han entrado en comunión y en lo
cotidiano podemos vivir lo sagrado (sacrum faciens) y lo sagrado debemos
vivirlo en la cotidianeidad.
IV.- Otro abrojo es la actitud frecuente de creer
que la actitud de sacrificio, ascetismo o “con-tracción” es necesariamente más
buena (y santa) que la “dis-tracción”. Jesús, más de una vez lleva sus amigos a
descansar. De hecho, el descanso es algo sagrado, y no solamente el sábado
(¡que lo es!) sino el descanso de la tierra, los animales y los esclavos… Es
interesante que, en Marcos, cuando Jesús elige a los Doce, una de las cosas
principales que se afirma es que eso ocurre, “para que estén con él” (3,14); es
sabido que la actitud de “comer y beber” provocó que fuera criticado como un
“hijo rebelde” (Dt 21,20; Mt 11,19 / Lc 7,34). Es
sabido, también, que mientras Teresa de Ávila quería que fuera visible su vida
de “oración y recreación” su sucesor pretendió, al menos en Adviento y Cuaresma
que las recreaciones no ocurrieran o fueran reducidas. La fiesta, el Descanso,
el encuentro de amigos para “estar con ellos” es sencillamente expresión de
vida. No es en las actitudes que limitan la vida sino en las que la expanden
donde Jesús elige hacerse presente. La alegría no es solamente un don del
Espíritu Santo sino también una vida que se expresa y se celebra.
Cuando hablo de “abrojos” me refiero a cosas
adheridas, a veces casi encarnadas, que no son, por lo menos necesarias y
fundamentales, para vivir “como Jesús quería”, y que a veces, incluso,
distorsionan hoy de tal modo la vida de fe que nos impiden una verdadera
espiritualidad (caminar según el Espíritu). De buscar ser fieles – libres –
cristianos se trata; de ir siempre a las fuentes, como señala el texto arriba
citado. Nada menos.
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