El aspecto religioso de la magia
Eduardo de la Serna
Es
interesante notar que los modernos estudios antropológicos acerca de la magia
no tienen una perspectiva tan negativa como la que se exhibían en escritos de
la primera parte del siglo pasado. Todo parece indicar que estos estaban
movidos por una actitud o sensación de “superioridad” con la cual lo
“primitivo” era comentado o entendido despectivamente. No es así como, al menos
los antropólogos más serios, encaran hoy el tema. La magia era vista como una
religiosidad primitiva en la cual el chamán, o mediador, lograba controlar a la
divinidad en orden a evitar males, o conseguir bienes.
Pero
en la Biblia, sí, hay una mirada crítica a magos y magia que debemos comentar,
aunque, debemos estar atentos a las diferentes traducciones: por ejemplo, el
término hebreo kashaf, el más frecuente, alude a los “magos de Egipto”
(Ex 7,11; pero la Biblia de Jerusalén 2ed. traduce por “sabios”), Ex 22,17 es
traducida en general por “hechicera”, la Biblia de Nuestro Pueblo, en Dt 18,10
traduce por “agoreros”, 2 Re 9,22 es traducido por “hechicerías” o por “brujerías”,
etc. Un problema adicional para la traducción es que el término citado es un
verbo hebreo, por lo que la palabra “magos” no es la adecuada; debiera ser, en
todo caso, “practicar-la-magia”. Es interesante, que la traducción griega suele
preferir farmakón, y solo una vez el semejante arameo ‘ashaf en
Daniel 2 se traduce por el griego magós. En aquel caso, como es fácil
vislumbrar se refiere a quienes manipulan hierbas (o incluso venenos, los
alquimistas). El término hebreo parece provenir del acádico, “provocar
encantamientos”. Pero la cantidad de términos, de sinónimos y de imágenes
revelan que la traducción no es fácil ni, habitualmente, precisa. El uso es muy
amplio, y merecería un buen análisis, como la pretensión de que los dioses
egipcios alivien de los peligros, o los textos mesopotámicos en los que los
exorcismos son un instrumento necesario para aliviar los encantamientos.
Pero vayamos a la Biblia. Lo
primero a señalar, evidentemente, es que por magos / magia se hace clara
referencia a algo negativo, una “abominación” (solo en textos muy antiguos hay
una mirada positiva del término, ver Gen 20,37; Num 24,1; 1 Re 20,33). Para
comenzar, se trata de algo abominable por ser una práctica frecuente en los demás
pueblos, una práctica religiosa, pagana. Evidentemente, Israel debe
relacionarse con Dios con los criterios que Dios mismo ha establecido, no con
las prácticas del lugar, ni siquiera pretendiendo “conocer”; se trata, por
tanto, de algo que está ligada a la idolatría. En ocasiones, como en Egipto, o en
la corte babilonia (si es que no se identifican, en los relatos) la
característica de los magos es “conocer el porvenir” (“adivinar”), cosa que no
logran eficazmente.
Cualquier buen judío no ha de
preocuparse por lo que ocurrirá, sino que debe buscar vivir coherentemente en
el aquí y ahora la voluntad de Dios. No ha de buscar que Dios haga lo que él o
ella pretenden, sino él o ella pretender vivir lo que Dios desea. Sea como fuere,
lo cierto es que se trata de una intermediación entre Dios y su pueblo (un acto
religioso, por tanto) que no es la que Dios mismo se ha elegido, se trate de
Moisés, un profeta o alguna otra persona. Una vez más, como tantas, en Israel
se ha de reconocer y partir de la iniciativa de Dios. Es interesante que, en el
Nuevo Testamento, tanto Pedro (Hch 8,9) como Pablo (13,6) se enfrentan con un
mago, e incluso, ante la predicación de Pablo muchos, en Éfeso, queman sus
libros de magia (19,19). Sin duda, además, en este sentido ha de entenderse la
presencia de los magos ante el niño recién nacido: los necios lo aceptan y
adoran, mientras que los que deberían reconocerlo, no lo hacen.
Sin duda, en nuestro tiempo (y dejo de lado los espectáculos teatrales de “magia”), hay actitudes que se asemejan más a la magia negativamente entendida que a la verdadera recepción de los ministros y los proyectos de Dios. Estas son bastante frecuentes, sea por los intentos de manipulación de lo religioso según nuestra propia voluntad [pretender que Dios haga lo que nosotros queremos en lugar de buscar hacer nosotros la voluntad de Dios, “hágase mi voluntad y no la tuya”], o sea por una búsqueda de ministros o ministras más acordes a nuestros deseos, o a nuestras propias estructuras mentales o culturales, que a la aceptación de las y los profetas de nuestro tiempo, a los ministros y espacios de encuentro con Dios. Y de ninguna manera estoy aludiendo a los actos aberrantes de atribuir magia y brujería a las mujeres, y – en consecuencia – su asesinato en hogueras; desde Margarita Porete a Juana de Arco, y miles y miles de mujeres quemadas en tantos lugares y tiempos merecerían un urgente arrepentimiento. Es a otra cosa muy diferente que me estoy refiriendo, evidentemente. Se trata una vez más de un obstáculo a la iniciativa de Dios que es, a su vez, obstáculo para la vida del pueblo de Dios.
Imagen tomada de https://antoniolasheras.com/que-es-realmente-la-alquimia/
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