«No matarás»
Eduardo de la Serna
Es sabido que, en la Biblia,
en los llamados “Diez mandamientos” hay uno que afirma, de modo contundente, “no
matarás”. Notemos que, a diferencia de otras normas legales, ni se explica por
qué no debe o sí debe hacerse lo que figura en las tablas y, además, cuál
debiera ser la pena a quién violara la ley. Este Decálogo constituye, antes que
un código legal, una suerte de sello identificatorio. De estas diez maneras ha
de vivir un buen israelita, “esto
nos identifica”. Y, recalquemos, no hay aquí, a diferencia de otros códigos del
medio ambiente de su tiempo, una indicación de diferentes tipos de víctimas. Así,
por ejemplo, el código de Hammurapi (Babilonia, 1750 a.C.) condena con la pena
de muerte a quien matare a una persona libre, pero si el muerto fuera un
esclavo, sencillamente debe reponer otro. Acá,
en el Decálogo, se trata de “no matar” a ninguna persona, a todos los seres
humanos sin distinción.
En la vida diaria, en cambio,
el tema es muy complejo y, además, muy amplio ya que hay diferentes víctimas,
diferentes causas y, también, diferentes momentos históricos. Sería muy extenso
detallarlos uno a uno. Pero – y esto es lo importante – no es sensato aplicar a
todas las circunstancias y en todos los momentos la violación del mandato “no
matarás”. En ocasiones sí lo es, aunque pudiera tener atenuantes o agravantes,
pero en otras ocasiones, esto no es tenido como tal. Y veamos algunos ejemplos significativos:
En caso de derrota militar,
ser capturado era ser sometidos al escarnio público (además de a una posterior
muerte segura o eventual esclavitud). En una sociedad (como lo eran todas las
del ambiente) para la cual el honor era un valor supremo, no se podía tolerar
semejante humillación o vergüenza. Entonces, era bien visto que el derrotado se
arrojara sobre su espada y muriera. Era altamente honorable actuar de ese modo.
Derrotados los asesinos de Julio César, Casio y Bruto, por Octaviano y Marco Antonio,
estos se arrojan sobre sus espadas y mueren; derrotado Marco Antonio por Octaviano
(luego César Augusto), también se arroja sobre la espada, y Cleopatra se hace picar
por una cobra; derrotadas las fuerzas conducidas por Josefo, y atrapados dentro
de una cueva, deciden todos arrojarse sobre sus espadas, algo sobre lo que Josefo
los disuade para conservar él la vida (cosa que consigue); derrotados por los
filisteos, Saúl también lo hace y, a continuación, lo imita su escudero (1 Sam
31,4-5) y el carcelero creyendo que Pablo y sus compañeros habían escapado toma la espada para hacerlo, pero Pablo lo
detiene (Hch 16,27). Como expresión de decisión para evitar el deshonor,
quitarse la vida es visto como un gesto honorable, y de ninguna manera, es
visto negativamente (quizás en este sentido deba entenderse la muerte de Judas
narrada por Mateo).
Otro ejemplo es en el caso de
la violación de una norma grave. La “pena de muerte” no es vista como un “atentado
a la vida”, en estos casos. Sea porque se aplica la ley del “ojo por ojo” y,
entonces, “vida por vida” (esto también está tomado del código de Hammurapi, aunque
allí no es lo mismo si se trata de alguien de la élite, de un “común” o de un
esclavo; la medida se aplica si es alguien “de igual rango”). Para que se entiendan
las diferencias con otros tiempos y mentalidades valga un ejemplo de este
Código: si un barbero le cortara el cabello a un esclavo sin consentimiento del
dueño, las penas pueden llegar hasta la muerte del barbero (# 226-227). Los motivos
por los que el violador de una norma merece la muerte pueden ser muy variados,
evidentemente: los blasfemos, por ejemplo, han de morir; el arrogante que no
acepte la sentencia del sacerdote, debe morir; el que hable en nombre de otros
dioses, también; el violador, el secuestrador, el que no respete el sábado, etc.;
no es el caso indicar la gran cantidad de normas que, al violarlas, la
sentencia que corresponde es la muerte. Pero, evidentemente, quienes la
ejecutaran, no violan la norma “¡no matarás!” E, incluso, en caso de que la
suerte de alguien se definiera por testigos, el texto indica que son ellos
quienes han de arrojar las primeras piedras (Dt 17,5-7); ellos serían
responsables de esa muerte ante Dios en caso que hubieran prestado falso
testimonio (como el caso de los ancianos y Susana lo manifiesta en Dn 13).
Sin duda, además, hemos de
tener en cuenta la novedad que Jesús incorpora sobre esto, tanto sobre el “ojo
por ojo”, sobre los enemigos, etc. Sabemos que Mateo, en la antítesis: “han oído
que se dijo” va más allá del “no matar” incluyendo el enojo o el insulto (5,22)
y Pablo aclara que “todos los mandamientos” se resumen en el mandamiento del
amor al prójimo (Rom 13,9).
Finalmente, una nota sobre un
tema actual, el aborto. Es notable que, mientras en el ya citado código de
Hammurapi se condena expresamente el aborto (aunque, como se dijo, se
distinguen las clases sociales), en la Biblia (ni el AT ni el NT) no hay
ninguna referencia al tema. Sólo un texto (Ex 21,22-25) puede entenderse en
este sentido, pero el término clave, “dañar”, “desgracia” no es entendido
habitualmente en ese sentido por la mayor parte de los estudiosos (parece
tratarse de algo no procurado ni querido). Del mismo modo, el tema se encuentra
en los escritores griegos, pero no en el Nuevo Testamento, y sí en los
escritores cristianos del s. II (la llamada Didajé, y la “carta de Bernabé”).
Que el tema no se encuentre, a pesar de ser un tema recurrente en el tiempo y ambiente
invita a pensar que no era tenido como tema importante por los autores
bíblicos.
Algo semejante parece que ha
de anotarse para quienes reclaman “pena de muerte” para determinados delitos,
cosa que suele acentuarse cuando hay hechos dramáticos que cobran estado
público.
Quizás haya que resumir
señalando que el Dios de la vida, ama la vida y nos invita también a nosotros a
obrar en consecuencia. Amar la vida es amar la vida digna para todos y todas
(resulta curioso, por ejemplo, notar que muchos críticos feroces del aborto
sean a su vez ardientes reclamadores de pena de muerte para los ladronzuelos). Amar
la vida es desear y procurar la vida, la salud, la justicia, la felicidad, los
derechos humanos de todas y todos; es oponerse al hambre, la tortura, la guerra, los femicidios, los tráficos humanos y modernas esclavitudes, etc.. Se trata de que la vida humana sea una
suerte de “sacramento” de la vida divina que Jesús quiere procurar a todas y
todos (Jn 10,10).
Foto tomada de https://www.elespectador.com/tags/derecho-a-una-vida-digna/
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