miércoles, 30 de marzo de 2022

¿Es “palabra de Dios”, la Biblia?

                            ¿Es “palabra de Dios”, la Biblia?

Eduardo de la Serna



Con mucha frecuencia repetimos que algo dicho en la Biblia es “palabra de Dios”; por ejemplo, se repite al finalizar las lecturas en las celebraciones litúrgicas. Esto indicaría que el fragmento que se acaba de escuchar debiera ser recibido como una palabra de parte de Dios que se dirige a sus comunidades. El tema, que parecería fácil de responder, probablemente no lo sea. ¿Es así?

Para empezar, sería “atar” a Dios imaginar que solamente en la Biblia él habla(ría). Quienes creemos en un Dios personal, y Dios de encuentro, podemos fácilmente imaginar que él elige comunicarse y encontrarnos de muchas maneras, no de una sola. Habla en la Biblia, habla en la tradición de la fe de su pueblo, habla en la historia, habla en la vida de los santos, habla en los profetas de ayer y de hoy, etc. Es decir, no sólo en la Biblia Dios nos habla.

Además, sería extraño que Dios hablara solamente por medio de un pueblo creyente. En las demás “religiones”, Dios ¿no habla? En los libros sagrados de otros grupos ¿no habla? Quizás no sería ingenuo imaginar que, al menos, también habla en aquellos textos donde se defienden la vida, la justicia, la paz, la fraternidad/sororidad… Nuevamente, no sólo en la Biblia.

Ahora bien, señalado esto, bien podemos afirmar que en la Biblia sí habla. ¿Sí? Es importante, sin embargo, notar que, si Dios habla, lo hace en un lenguaje comprensible por los seres humanos. Y comprensible por todos (señalo esto, porque, caso contrario, se trataría de un Dios que habla sólo a un pequeño grupo de capaces o capacitados, lo cual sería extraño. ¿Cómo sería ese Dios para unos pocos?).

Pero, si habla en lenguaje humano, todo lenguaje está pronunciado en un tiempo (cuándo), a unos destinatarios (a quiénes), con una intención (para qué), etc. Y la palabra de Dios no sería algo diferente. Imaginar a un Dios que por medio de su ángel dicta sus palabras como si estas fueran intocables, indudables y destinadas a ser obedecidas, no se parece a un Dios del amor y del encuentro, no se parece a un Dios que quiere dialogar y mostrarse; un Dios que habla para ser obedecido, y su palabra es una especie de “manual de instrucciones” para la vida, no se parece mucho al Dios del que habla Jesús en su vida, en sus gestos y sus palabras. Todo texto, y también la Biblia, debe leerse en su tiempo, en su contexto. A aquellas personas a las que una inspiración las llevó a escribir algo de parte de Dios, escribieron con su cultura, con sus capacidades (e incapacidades), sus intenciones, sus ideologías, sus propuestas, etc. Y eso debe ser tenido en cuenta. Leer un texto “al pie de la letra” es anularlo. Un versículo o un párrafo aislados no son palabra de Dios, ciertamente. Ese párrafo es parte de un texto completo que tiene su tiempo, su contexto, su intención y, además, en ocasiones, otros textos que lo limitan, lo precisan, lo amplían o, hasta lo contradicen (en la Biblia hay muchos párrafos donde se dice una cosa y en otros se afirma la contraria). En ese sentido es bueno tener claro que toda “la Biblia es palabra de Dios”, no un párrafo aislado. Y, además, leerla sin interpretarla es como pescar en un desierto. Muchos sí creemos que la Biblia es palabra de Dios, aunque – como señalé – eso no implica que “solo la Biblia es palabra de Dios”; y esto significa encontrarnos con un Dios que nos sale al encuentro para mostrarnos su rostro, su “corazón”, y por eso creemos que, en Jesús, el profeta pobre de Nazaret, Dios dijo la palabra que tenía para decirnos y mostrarnos.


Imagen clásica de un ángel dictando la Biblia a un evangelista (Mateo y el ángel, Caravaggio. Museos vaticanos)

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