¿Dice algo la Biblia sobre la homosexualidad?
Eduardo de la Serna
En el mundo contemporáneo, la llamada “homosexualidad” (es decir, sexualidad con una persona “igual”) es un tema vigente. Es verdad que las relaciones se han ampliado y las autopercepciones también, por lo que el término hoy no dice todo lo que cada quien quisiera, pero, al menos, para empezar, digamos algo sobre este tema en el ambiente bíblico. Y al decir “ambiente bíblico” no decimos solo en la Biblia, sino también en su medio ambiente.
El tema sexual no es un tema importante, en general, en la Biblia. No parece haber una moralidad al respecto, por lo tanto. En la Iglesia católica romana, para la que el tema sí es más importante, se han “sexualizado” algunos elementos que no eran tales en su origen (como se puede ver en la interpretación de los mandamientos 6º y 9º, por ejemplo).
Señalemos, por otra parte, que muchas normas son ciertamente culturales, y en un cambio de cultura dejan de ser vistas como desagradables (o repudiables) para naturalizarse. Las prescripciones alimentarias seguramente deben tenerse en cuenta en este sentido.
Señalemos, además, que – en el mundo antiguo – no son evaluadas del mismo modo las relaciones sexuales de la mujer que las del varón (el ambiente bíblico es ciertamente patriarcal). Como se ha dicho en otras ocasiones, la mujer es vista como una propiedad, sea del padre, que debe entregarla “adecuadamente” al que ha escogido como esposo (esto implica su virginidad) o luego, propiedad del marido. En cambio, el varón no tiene límites en el ejercicio de su sexualidad, salvo la “propiedad” ajena (adulterio). Pero, además, es bueno recordar que en Israel (no es igual en muchos otros pueblos del entorno) la desnudez es algo reservado al ámbito privado, no algo que ha de exponerse (es “vergüenza”).
En Levítico 18,22 se encuentra un texto fundamental para nuestro tema, pero las traducciones al castellano son muy diferentes porque el texto hebreo no es claro. Allí dice (al varón) literalmente: “con varón no te acostarás con acostares de esposa” y señala que eso constituye “una abominación”. Pero, como se dijo, todo texto se ha de leer en su contexto. Lo primero a tener en cuenta es que lo que el autor está señalando en todo el capítulo es que Israel no ha de repetir (porque es un “pueblo santo”) los comportamientos que se dan entre los egipcios o entre los cananeos (por eso – entre paréntesis – prohíbe también cosas que serían un modo de asemejarse a ellos, como lo será hacerse tatuajes [Lev 19,28] o usar “ropa extranjera” [Sofonías 1,8]). En el cap. 18 señala modos de conducta sexual que han de rechazarse, comenzando por los ocurridos en el seno de una familia, centrado especialmente en las variantes del incesto (en el capítulo 20 se indican las penas que corresponderían a quienes lo violaran). El objetivo, parece pretender garantizar la unidad familiar. En el contexto de lo ocurrido en el seno de la familia (¡12 ejemplos!), da un paso más hablando de las relaciones con mujer menstruante, las relaciones con animales (introduce, aquí, extrañamente, los sacrificios de niños) y las relaciones con otro varón. En este caso el texto se puede leer de maneras muy diversas (¿se refiere a un varón de la misma familia? ¿se refiere a la prostitución sagrada, propia de los cananeos? ¿se refiere a la mujer del pariente que es como relacionarse con él? Los estudiosos han contabilizado hasta 16 interpretaciones diferentes del texto). Además, la referencia a que algo es una “abominación” también es ambigua: puede ser sinónimo cultural de “asco” (como el causado por una comida), hasta la imagen de pecado [palabra ausente en el texto]. Quizás se refiera a algo que no es del obrar que se espera del “pueblo santo” (y por tanto es algo profano). Es posible que el autor sacerdotal, que ya desde Génesis 1 había mostrado las separaciones y órdenes de la creación, pretenda que todo esté “en su lugar” (por ejemplo, está prohibido usar ropa “mezclada” y que haya algo de origen animal, como la lana, y algo vegetal, como el algodón [Lev 19,19]; la mula, cría de burro y yegua, sería abominable en ese ambiente). La pareja humana debe manifestar la bendición de Dios en la multiplicación de la especie. Es decir, lo que el autor sacerdotal rechazaría (desde la perspectiva de la pureza ritual, especialmente) es que todo debe estar en su “lugar” y se ha de rechazar (abominar) lo que no lo está.
En el NT, hay una escena que merece, al menos, ser mirada (Mt 8,5-10 / Lucas 7,1-10): un militar romano tiene un “muchacho” enfermo y le pide a Jesús que lo sane. Jesús le ofrece ir a verlo, pero el romano le dice que basta con su palabra. Y el “muchacho” quedó sanado. En el mundo greco-romano era muy frecuente y “natural” que se tuvieran “muchachos” (efebos) para el servicio, lo cual incluía los servicios sexuales. Los esclavos también debían cumplir ese rol a sus amos y amas. Y era visto de un modo absolutamente normal. Es muy posible, entonces, que a ese “muchacho” se refiera en el texto y que, por tanto, Jesús no manifieste extrañeza alguna.
Con quien hay malos entendidos, que – al menos brevemente – es necesario aclarar es en la literatura de Pablo. Especialmente dos textos: Romanos 1,26-27 y 1 Corintios 6,9. En el mundo judío que vivía fuera de la tierra de Israel, eran muy frecuentes las listas de las cosas buenas o malas, lo que debía hacerse o evitarse. Estos catálogos (como el que encontramos en 1 Cor 6,9-10) estaban marcados por lo que los judíos veían como los dos grandes “pecados” de los paganos: la idolatría (y sus consecuencias) y los desórdenes sexuales, en sus diferentes variantes. Pablo con frecuencia toma de su ambiente estos catálogos, que muestran claramente cómo veían los judíos el modo de vida greco-romano y sus “des-órdenes” (es importante insistir en el orden que se pretende culturalmente en Israel). Pablo, en ocasiones, no hace sino repetirlos como un modo de señalar algo que, evidentemente, hemos de calificar de cultural. Algo semejante ha de decirse de Rom 1, aunque no se puede descuidar que lo que allí destaca es lo que ocurre (“Dios los dejó”) al haber olvidado a Dios (y es este olvido de Dios lo que es presentado negativamente, el resto, son las consecuencias del hecho). Y destaca algo de las mujeres (que invirtieron las relaciones) y de los varones (infamia varón con varón). Como se ve, no dice que las mujeres se relacionaran con mujeres (el lesbianismo no es un tema): que en la relación sexual la mujer se ubique arriba del varón era algo “invertido”, además de otras relaciones, como las anales, por ejemplo. Como se ve, nuevamente el tema es cultural. En el caso del varón, la clave para entenderlo parece estar en la frase “reciben en sí mismos el pago merecido al extravío”, v.27). Es muy probable que se refiera a las relaciones sexuales entre ministros del culto de Cibeles para el cual los varones se castraban (“en sí mismos”) y era algo muy popular e importante en Roma.
Lo que queremos aquí señalar es que nada de lo que hoy solemos preguntar a la Biblia sobre la homosexualidad, para pensar y descubrir allí caminos, tiene sus correlatos en el medio ambiente bíblico. Ciertamente la Biblia se desarrolla en un medio cultural, en un ambiente con el que los judíos han de relacionarse. Y, en ese ambiente, como “pueblo santo” que se perciben, hay cosas vistas como abominaciones y son prohibidas. Pablo, judío también él, asume elementos de su pueblo. Pero no es sensato descuidar ni olvidar que Pablo es un escritor “de ocasión”, y – por lo tanto – lo que escribe a los corintios es para los corintios, lo que escribe a los romanos, es para ellos. Los criterios de base serán universales, pero no los ejemplos, o las miradas.
Hoy, las ciencias nos dicen cosas sobre el ambiente homosexual (y LGTBIQ+) impensadas en el ambiente bíblico, y pretender que la Biblia diga cosas sobre ello es anacrónico y fundamentalista (la palabra “homosexualidad” fue creada en 1869, por lo que pensarla en la Biblia es anacrónico). Casi como preguntarnos qué dice la Biblia sobre la electricidad, sobre la democracia, el Estado o los derechos humanos. Pretender repetir en nuestro s. XXI cosas dichas en el 500 a.C. es no entender ni a Dios, ni la “encarnación”, ni la libertad humana. De eso se trata la Biblia, de entenderlo.
Foto tomada de https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/0/0b/Capital_Pride_2015_Washington_DC_USA_56755_%2818615932178%29.jpg
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