Revivir Aparecida
Eduardo de la Serna
Desde
hace tiempo, especialmente a partir de la elección de un Papa que fue
presidente de la Comisión de Redacción en la Asamblea episcopal latinoamericana
en Aparecida, atribuyéndole más protagonismo que el que verdaderamente tuvo, se
vuelve una y otra vez al intento de reflotar el documento final de Aparecida.
Para
empezar, evidentemente, la vitalidad o agonía de documentos eclesiales tiene
que ver, fundamentalmente, con lo que se llama la Recepción. Es decir, en qué
medida, el pueblo de Dios, conducido e iluminado por el Espíritu Santo, hace
propio o no un documento. La Iglesia no es una jerarquía en la que definitiva e
indudablemente un documento emanado por la autoridad es, casi por definición,
algo inspirado por el Espíritu Santo. Suponiendo honestidad en los emisores
(algo que no siempre es fácil suponer), no necesariamente eso implica presencia
del Espíritu. De allí que el pueblo, guiado e iluminado por ese mismo Espíritu,
acepta o no un o unos determinados documentos. Textos como la Humanae Vitae o
la Dominus Iesus o el documento de Santo Domingo son buenos ejemplos de eso de
la no-recepción. No se trata, entonces, de publicidad y de márquetin sino de
recepción.
Una
pregunta adecuada podría ser, entonces, por qué Aparecida no tuvo la recepción
que indudablemente tuvieron Medellín y Puebla.
En
lo personal, adelanto una sospecha. Cuando estaba concluyendo la asamblea de
Medellín, un obispo venezolano se acercó a las religiosas que manejaban el
mimeógrafo dándoles un documento que, según él, sería el definitivo (“documento
colombiano” se lo ha llamado, dado su origen). Afortunadamente, ellas tuvieron
la astucia de no imprimirlo hasta que la asamblea entregara los propios. Cuando
terminó Puebla, la curia vaticana virtualmente secuestró el documento y luego
lo entregó a cada Conferencia Episcopal para su publicación. El documento de
Santo Domingo parece íntegramente hecho por la curia romana. Curiosamente un
mismo obispo colombiano parece sobrevolar todos estos momentos de autoritarismo
episcopal latinoamericano.
Cuando
fue Aparecida, los participantes tenían al termino de cada jornada una copia de
lo que se estaba trabajando, y tuvieron una definitiva de los textos aprobados finalmente
(además de los manejos y desmanejos en el interior de la asamblea. No está de
más recordar que la secretaría la manejaban nada menos que los sodalicios) Me
refiero a textos que desaparecieron de la redacción. A manejos extraños en la
votación entre la segunda y la tercera redacción de la asamblea. A visitas del entonces
secretario general del CELAM a los distintos presidentes de la conferencia promoviendo
cambios en el modo de la toma de decisiones… Finalmente, más allá de todo esto,
la asamblea votó un texto. Pero cuando semanas después Roma entrega el texto “oficial”
se puede ver que hay cambios, añadidos, tachaduras, etc. Todo esto puede verse
en http://curasopp.com.ar/Aparecida/aparecida2.php. En lo personal creo,
entonces, que cuanto más interviene la curia desde el miedo a no-se-sabe-qué y
no dejar soplar el Espíritu Santo, es más probable que el pueblo de Dios no recepcione
dicho documento. Curiosamente, al terminar Medellín, los sectores conservadores
esperaban que el Papa Pablo VI hiciera modificaciones, pero él afirmó que “si
lo aprobaron los obispos, él lo aprobaba” y no hubo tales cambios. La presencia
de obispos cuya voz resultaba verdadera autoridad, hacía difícil que los
cambios fueran serios en Puebla. Pero eso cambió en el invierno eclesial. Y
Aparecida no es primavera. Menos aun el documento adulterado que se presentó
como oficial.
¿Qué
aprendió Roma de todo esto? Pues que cuando fue el sínodo de la Amazonia no
había documentos para compartir, en las comisiones y grupos de trabajo no se
podían llevar archivos. Nadie podría confirmar y revelar si los cambios
existían o no. Indicio, sin duda, de que los habría. Por eso de que “a
confesión de parte, relevo de prueba”.
No
se trata, entonces, de revivir Aparecida, sino de liberar de las jaulas
vaticanas al Espíritu Santo. Cuando él sople donde, cuando y como quiera, la
primavera será una realidad y los documentos eclesiales serán recibidos con
alegría y como signo de una iglesia viva y vivificante. Hasta tanto, tocará
abrigarse, por el invierno, aunque haya algunos “veranitos de san Juan” en
algunas partes.
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