Carlos Mugica, una memoria (personal) presente
Eduardo de la Serna
Así
fue que, conociendo a Inés, hija de Carmen, hermana de Carlos Mugica, yo me
acercara y me ofreciera colaborar con él en la villa 31. Mi primer encuentro
con Carlos, hacia mediados del 71, fue breve y simpático: “- ¿Y qué hace un de
la Serna en una villa?”, me preguntó irónico. “- Lo mismo que un Mugica”, le
respondí, irónico también yo. Desde entonces empecé a colaborar en el apoyo
escolar. Martes y jueves por la tarde iba a una casillita que quedaba a unos
100 metros de la capilla Cristo Obrero, al lado de la canilla. “El maestro zurdo”,
me decían cariñosamente los pibes y las pibas por eso de que escribo con la
mano izquierda. La tarea era ver los cuadernos del colegio y hacerles hacer trabajos
del estilo. A Carlos no lo veía nunca, yo llegaba a la tarde y me iba ya de
noche. Mi contacto era telefónico con una colaboradora, exigente a morir (¡como
es justo que sea!) y ¡pobres de nosotros si faltábamos un día, aunque fuera por
exámenes! Con el tiempo empecé a ir también los domingos a la misa en la 31.
Llegaba y me ponía en el fondo, parado contra la pared; ¡menos mal! Porque después
supe que a gente que iba para verlo a él, los rajaba de los asientos, porque
eran de y para los villeros. Así, recuerdo, en una misa, conocí a Alberto Carbone
que acababa de ser liberado de la injusta cárcel de la dictadura. Estuvo
también Macuca Llorens, en esa misa; ¡otro grande!
Más
de una vez, al terminar la misa, Carlos me pidió que lo acompañara a una
casilla que quería ver o escuchar a alguna persona. Yo, aprendía.
Cuando
empezaba a abrirse el proceso electoral (pero todavía no estaba consolidado y
la amenaza de que se suspendiera estaba vigente), a fines de 1972, Carlos fue
invitado a El Pueblo quiere saber, el programa de TV conducido por Raúl
Urtizberea. “- Todas las preguntas que me van a hacer van a ser políticas... no
tengo problemas en contestarlas, pero yo soy cura… Vengan ustedes y háganme
alguna pregunta religiosa” fue la consigna que nos hizo a unos 3 o 4 que lo
acompañamos aquella vez. Un inefable helado fue el fin de la jornada. “¡Qué
lindo que va a ser el hospital de niños en el Sheraton hotel!” cantábamos
viendo que se levantaba ese gigante pornográfico que se veía desde la villa.
Carlos lo odiaba… como odiaba a los Torino, el auto de moda en ambientes
acomodados.
En
1973 ya había ganado Cámpora las elecciones y me surgió la posibilidad de viajar
a Colombia. Lo llamé para despedirme y me dijo de todo: “- viene Perón a la
Argentina ¿y vos te vas a Colombia?” Mi estadía en Colombia coincidió con
tiempos muy revueltos en el país (viajé el 25 de mayo y volví el 17 de noviembre
de ese año). Volví porque estaba preparando mi ingreso al Seminario.
Los
tiempos eran, como digo, conflictivos, el Movimiento de Sacerdotes para el
Tercer Mundo tenía un inédito protagonismo eclesial y social y, en el Seminario,
1974, se hablaba muy mal de todo esto. Especialmente después del 1 de mayo, día
de un conflicto público entre la Tendencia Revolucionaria y el presidente Perón
y su vice y su ministro (“está lleno de gorilas el gobierno popular”, se
cantaba). Lo llamé a Carlos, me interesaba escuchar otra voz, la que me
importaba, para pensar el rol político del cura distinta a la “oficial”. En el pre-seminario
salíamos el domingo después del desayuno y volvíamos a la noche, después de la
cena. “- Venite a la misa del Instituto (los domingos por la tarde celebraba en
el Instituto de Cultura Religiosa Superior, en Rodríguez Peña, entre Santa Fe y
Marcelo T. de Alvear) y después charlamos y te vas al Seminario”. Eso quedamos,
que algún domingo iría. Nunca pudo ser.
Un
domingo, poco después, poco después, el 12 de mayo, me despiertan los
compañeros avisando que habían matado a Carlos. En lo personal, quedé
devastado. Para peor, el superior, en la misa dijo que “el que siembra vientos,
recoge tempestades”, lo que me hizo proferir varios insultos interiores. Llegué
a casa y pasé a buscar a Tere, amiga de años, que también colaboraba en la 31. Ella
no sabía de la muerte, por lo que tuve que calmar sus llantos. Razonables y
justos llantos. Y de allí a Villa Luro, a la parroquia San Francisco Solano,
donde empezaba el velatorio. Lo que recuerdo es que con insistencia se repetía
el canto del Salmo: “Yo pongo mi esperanza en Ti, Señor, y confío en tu palabra”.
Recuerdo haber visto llegar gente conocida. Después tuve que irme para volver
al Seminario. El cuerpo de Carlos fue trasladado a la Villa donde siguió el
velatorio para después ser llevado al Cementerio. Pero, ¡horror!, a los que
estábamos en el pre-seminario, no nos permitieron ir al velatorio. Recuerdo eso
como uno de los grandes dolores de ese tiempo (después, con la dictadura,
vinieron nuevos).
Por
eso, cuando se hizo el camino inverso (el 9 de octubre de 1999, a pocos días de
su cumpleaños 69), y el cuerpo de Carlos fue re-localizado en su “casa”, en la
31, y los curas entramos en la Iglesia del Pilar fuimos los primeros en cargar
el féretro. Yo, recuerdo, me aferré a una manija del cajón y hasta que no “sentí”
que había elaborado el duelo, resistí los “embates” de la gente que quería
también ella, y más justamente que yo, cargarlo. Así, al acompañar a Carlos a
su morada de hoy pude recordar mi pasado, que no quiero que pase, y hacer
presente una historia que pretendo que marque huella. Porque las huellas
integran el pasado, desde donde provienen, con el presente, donde está marcada
la última, pero también una dirección, es decir, el futuro. Los judíos dicen
que el pasado no queda atrás, sino que está adelante para marcarnos el camino.
Por eso, Carlos Mugica, ¡Presente! ¡Ahora, y siempre!
Foto tomada de https://nacionalypopular.com/2007/05/11/mugica-vida-amor-y-asesinato/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.