Una nota sobre Jesús
Eduardo de la Serna
Es normal que todos tengamos una imagen interior de quién
y de cómo era Jesús. Imagen que seguramente se ha nutrido de otras imágenes que
hemos visto, escuchado o imaginado. Y, salvando excepciones, hemos de decir que
(casi) todas tienen parte de verdad, aunque ninguna lo agota. Hay veces que lo
imaginamos sufriente, otras sonriente, unas niño, otras crucificado, unas
rezando, otras comiendo, unas con mujeres, otras con niños, unas como suponemos
que era ayer, otras como lo imaginamos hoy, caminando al lado de tal o cual
grupo o comunidad, geografía o tiempo.
Y no me estoy refiriendo a la imagen física, aunque
esto también la suponga. No sabemos mucho de su persona, si era alto o bajo, su
contextura física, y demás. Seguramente usaba barba y el pelo corto, según la
costumbre. Pero no es a eso a lo que me refiero.
Los cuatro evangelios nos presentan diferentes
aspectos de Jesús, un Jesús con autoridad frente a los demonios y algo distante
en Marcos, un maestro judío en Mateo, un profeta cercano a los pobres en Lucas,
uno soberano en Juan... Lo podemos imaginar, como ocurre con diferentes pinturas,
que eligen señalar un aspecto especial, con lo que disimulan otros, por
ejemplo. Señalemos que cada uno de los cuatro Evangelios ha escogido un aspecto
o aspectos de Jesús que mostrar porque el autor se ve reflejado en eso, porque
entiende que eso es lo que su comunidad necesita, porque ve en esos elementos un
sustento para fortalecer la fe de los suyos en su presente histórico
Pero es bueno señalar que en aquellos tiempos (sobre
todo entre los siglos II y IV) hubo muchos otros escritos además de los evangelios. Algunos de comunidades
muy pequeñas y bastante cerradas sobre sí mismas. También ellos hablaron sobre
Jesús y presentaron algún o algunos aspectos de su persona. Muchos de estos con
imágenes interesantes o valiosas, pero otros también con algunos elementos bastante
discutibles. Como eran de grupos pequeños, muchos de estos escritos
desaparecieron junto con las comunidades. No ocurrió lo mismo con los textos
que fueron universalizándose y que, si una vez se extinguieron las comunidades, no ocurrió lo mismo con los textos. La universalidad fue, con el tiempo, un
criterio que se tuvo en cuenta para la aceptación de unos y el descarte de
otros. Es interesante que algunos de estos textos perdidos fueron encontrados por los
siempre inquietos arqueólogos, especialmente en Egipto. El clima seco del lugar
permitió la preservación de papiros o pergaminos (son dos cosas distintas, de
origen vegetal – de un junco – los primeros y de origen animal – cuero – los segundos)
que en otras regiones fueron carcomidos por la humedad o los animales. Incluso
en basurales fueron encontrados textos que fueron desenterrados (o “desarenados”)
y luego conocidos por el gran público. Pero, como se dijo, muchos de estos sí nos sirven ahora para conocer cómo eran algunas comunidades de ayer, pero no para
conocer mejor a Jesús. Esos textos (“evangelios” en muchos casos) son los que
se conocen como “apócrifos”, es decir “ocultos”. Muchos de estos figuran como escritos por algún personaje importante quien sería una especie de “héroe” o “heroína”
de la comunidad, lo que – ciertamente – no significa que fuera su autor o
autora. En estos textos suelen aparecer elementos muy interesantes que reflejan
cómo este grupo sectario veía a Jesús, y – como se dijo – mezclando aspectos
valiosos con otros más discutibles que hicieron que no fueran aceptados en las
listas de textos reconocidos por la gran comunidad eclesial. La mayoría de estos
presentan un Jesús sabio, que enseña cosas, a veces incomprensibles para los
suyos y que él les revela en privado. Algunos lo muestran muy cercano también a las
mujeres, pero otros no. Sin embargo, generalmente a quienes enseña las cosas son
solamente a los suyos (no a todo el auditorio), a ese pequeño grupo, y dedicado especialmente solo a
cosas espirituales. Lo material suele ser rechazado, y en ocasiones, detestado,
algo ciertamente muy ajeno al Jesús de Nazaret de la historia. Sabemos que, en Egipto, donde el
cristianismo fue floreciente en torno a la segunda ciudad del Imperio Romano, Alejandría
(aunque Alejandría está en la región del delta del Nilo, por lo que no es aquí
donde se conservaron secos los papiros y pergaminos, pero sí en torno a su
monumental biblioteca), hubo muchas comunidades. También pequeños grupos
sectarios de lo que se llamó el gnosticismo, grupos espiritualistas que
rechazaban la materia y exaltaban el espíritu, negaban toda estructura y organización
en nombre de la “sabiduría” (en griego “Sofía”). En la misma ciudad y los
alrededores hubo también, muchos grupos cristianos que fueron muy críticos de
estos (el gnosticismo fue muy floreciente en la zona del mar Mediterráneo, desde
el s. II al s. V, pero siempre reaparece, cada tanto, en las comunidades, grupos
gnósticos, ayer y hoy).
La proliferación de tantos textos y evangelios fue
determinante en que un cristiano del s. II, Ireneo de Lyon, propusiera – lo que
fue aceptado – que tener un solo Evangelio era muy limitado y cerrado, pero
tener cientos de ellos era exagerado. Que fueran cuatro, como los puntos
cardinales, o como los elementos de la tierra era razonable. Esto permitía la
diversidad y la unidad. Fue así que se aceptaron los evangelios de Mateo,
Marcos, Lucas y Juan (Ireneo fue el que imaginó los 4 Evangelios con el león, el
buey, el ser humano y el águila teniendo en cuenta el texto de Apocalipsis 4,7).
Diferentes aspectos, imágenes de Jesús, diferentes predicaciones, pero
valorando la universalidad.
Como decimos, todos tenemos en nuestra mente y en
nuestro corazón diferentes imágenes de Jesús, que es de una manera, o de otra...
Y, como dijimos, salvo excepciones, estas suelen ser buenas. Pero siempre es posible
mejorarlas, siempre es bueno purificarlas, permitirles crecer firmes, y las imágenes
que nos presentan los cuatro evangelios deberían ser un buen criterio para orientarlas.
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