jueves, 15 de septiembre de 2022

Una nota sobre Jesús

Una nota sobre Jesús

Eduardo de la Serna


Es normal que todos tengamos una imagen interior de quién y de cómo era Jesús. Imagen que seguramente se ha nutrido de otras imágenes que hemos visto, escuchado o imaginado. Y, salvando excepciones, hemos de decir que (casi) todas tienen parte de verdad, aunque ninguna lo agota. Hay veces que lo imaginamos sufriente, otras sonriente, unas niño, otras crucificado, unas rezando, otras comiendo, unas con mujeres, otras con niños, unas como suponemos que era ayer, otras como lo imaginamos hoy, caminando al lado de tal o cual grupo o comunidad, geografía o tiempo.

Y no me estoy refiriendo a la imagen física, aunque esto también la suponga. No sabemos mucho de su persona, si era alto o bajo, su contextura física, y demás. Seguramente usaba barba y el pelo corto, según la costumbre. Pero no es a eso a lo que me refiero.

Los cuatro evangelios nos presentan diferentes aspectos de Jesús, un Jesús con autoridad frente a los demonios y algo distante en Marcos, un maestro judío en Mateo, un profeta cercano a los pobres en Lucas, uno soberano en Juan... Lo podemos imaginar, como ocurre con diferentes pinturas, que eligen señalar un aspecto especial, con lo que disimulan otros, por ejemplo. Señalemos que cada uno de los cuatro Evangelios ha escogido un aspecto o aspectos de Jesús que mostrar porque el autor se ve reflejado en eso, porque entiende que eso es lo que su comunidad necesita, porque ve en esos elementos un sustento para fortalecer la fe de los suyos en su presente histórico


Pero es bueno señalar que en aquellos tiempos (sobre todo entre los siglos II y IV) hubo muchos otros escritos además de los evangelios. Algunos de comunidades muy pequeñas y bastante cerradas sobre sí mismas. También ellos hablaron sobre Jesús y presentaron algún o algunos aspectos de su persona. Muchos de estos con imágenes interesantes o valiosas, pero otros también con algunos elementos bastante discutibles. Como eran de grupos pequeños, muchos de estos escritos desaparecieron junto con las comunidades. No ocurrió lo mismo con los textos que fueron universalizándose y que, si una vez se extinguieron las comunidades, no ocurrió lo mismo con los textos. La universalidad fue, con el tiempo, un criterio que se tuvo en cuenta para la aceptación de unos y el descarte de otros. Es interesante que algunos de estos textos perdidos fueron encontrados por los siempre inquietos arqueólogos, especialmente en Egipto. El clima seco del lugar permitió la preservación de papiros o pergaminos (son dos cosas distintas, de origen vegetal – de un junco – los primeros y de origen animal – cuero – los segundos) que en otras regiones fueron carcomidos por la humedad o los animales. Incluso en basurales fueron encontrados textos que fueron desenterrados (o “desarenados”) y luego conocidos por el gran público. Pero, como se dijo, muchos de estos sí nos sirven ahora para conocer cómo eran algunas comunidades de ayer, pero no para conocer mejor a Jesús. Esos textos (“evangelios” en muchos casos) son los que se conocen como “apócrifos”, es decir “ocultos”. Muchos de estos figuran como escritos por algún personaje importante quien sería una especie de “héroe” o “heroína” de la comunidad, lo que – ciertamente – no significa que fuera su autor o autora. En estos textos suelen aparecer elementos muy interesantes que reflejan cómo este grupo sectario veía a Jesús, y – como se dijo – mezclando aspectos valiosos con otros más discutibles que hicieron que no fueran aceptados en las listas de textos reconocidos por la gran comunidad eclesial. La mayoría de estos presentan un Jesús sabio, que enseña cosas, a veces incomprensibles para los suyos y que él les revela en privado. Algunos lo muestran muy cercano también a las mujeres, pero otros no. Sin embargo, generalmente a quienes enseña las cosas son solamente a los suyos (no a todo el auditorio), a ese pequeño grupo, y dedicado especialmente solo a cosas espirituales. Lo material suele ser rechazado, y en ocasiones, detestado, algo ciertamente muy ajeno al Jesús de Nazaret de la historia. Sabemos que, en Egipto, donde el cristianismo fue floreciente en torno a la segunda ciudad del Imperio Romano, Alejandría (aunque Alejandría está en la región del delta del Nilo, por lo que no es aquí donde se conservaron secos los papiros y pergaminos, pero sí en torno a su monumental biblioteca), hubo muchas comunidades. También pequeños grupos sectarios de lo que se llamó el gnosticismo, grupos espiritualistas que rechazaban la materia y exaltaban el espíritu, negaban toda estructura y organización en nombre de la “sabiduría” (en griego “Sofía”). En la misma ciudad y los alrededores hubo también, muchos grupos cristianos que fueron muy críticos de estos (el gnosticismo fue muy floreciente en la zona del mar Mediterráneo, desde el s. II al s. V, pero siempre reaparece, cada tanto, en las comunidades, grupos gnósticos, ayer y hoy).


La proliferación de tantos textos y evangelios fue determinante en que un cristiano del s. II, Ireneo de Lyon, propusiera – lo que fue aceptado – que tener un solo Evangelio era muy limitado y cerrado, pero tener cientos de ellos era exagerado. Que fueran cuatro, como los puntos cardinales, o como los elementos de la tierra era razonable. Esto permitía la diversidad y la unidad. Fue así que se aceptaron los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan (Ireneo fue el que imaginó los 4 Evangelios con el león, el buey, el ser humano y el águila teniendo en cuenta el texto de Apocalipsis 4,7). Diferentes aspectos, imágenes de Jesús, diferentes predicaciones, pero valorando la universalidad.

Como decimos, todos tenemos en nuestra mente y en nuestro corazón diferentes imágenes de Jesús, que es de una manera, o de otra... Y, como dijimos, salvo excepciones, estas suelen ser buenas. Pero siempre es posible mejorarlas, siempre es bueno purificarlas, permitirles crecer firmes, y las imágenes que nos presentan los cuatro evangelios deberían ser un buen criterio para orientarlas.

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