El
bebe del pesebre, junto a su madre, derrama los dones de Dios
Solemnidad
de Santa María Madre de Dios
– 1 de enero –
Eduardo
de las Serna
Como es sabido,
la fiesta de “Santa María Madre de Dios” surge a partir del Concilio de Éfeso,
por lo que el tema no está desarrollado en la Biblia. Los textos elegidos son
acordes al tema, aunque no lo desarrollen. La jornada es, asimismo, jornada de
la Paz (aunque los textos no hagan referencia al tema). Como en otras ocasiones,
la intensión en este blog es comentar los textos bíblicos dejándoles a los
lectores el siguiente paso de “re-leerlos” a la luz de los temas y las
realidades que corresponda iluminar desde la palabra de Dios.
Lectura
del libro de los Números 6,22-27
Resumen:
Moisés encarga a los sacerdotes bendecir al pueblo haciendo llegar sobre ellos
los dones de Dios, su cercanía y su gracia a fin de alcanzar la plenitud y la
paz.
En medio de una serie de
indicaciones legales el texto de los Números exhibe una bendición. El texto presenta por un lado el encargo divino de
lo que Moisés ha de decir a “los hijos de Aarón” (= los sacerdotes) sobre cómo
bendecir a los israelitas (introducción, vv.22-23). Luego el texto concluye con
un “así” en el que se concretará la bendición (v.27) con lo que el párrafo
queda “incluido”. Así tenemos:
Introducción a la bendición (vv.22-23)
Texto de la bendición (vv.24-26)
Conclusión (v.27)
Aunque en la antigüedad también
el rey bendecía (2 Sm 6,18) y los levitas podían hacerlo según Dt 10,8; 21,5, en
general – como aquí – es algo propiamente “sacerdotal” (son los hijos de Aarón,
cf. Lv 9,22- 23; Eclo 50,21-22) con lo que el texto presenta al sacerdote como
“mediador” entre Dios y su pueblo; son los que pueden invocar el nombre deDios
pero sobre el pueblo. El que bendice, de hecho, es Dios (nombrado 3 veces en el
texto en cada uno de los 3 párrafos). La bendición no es para los “consagrados”
sino para todos los “hijos de Israel”. El texto de la bendición era de uso
litúrgico y se asemeja al lenguaje de los salmos; en particular el salmo 67
parece inspirarse en el este párrafo:
Números 6,24-26
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Sal 67
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Te-bendiga Yavéh
y-te-guarde
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2 ¡Dios nos tenga piedad y nos bendiga,
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Ilumine Yavéh
su-rostro sobre-ti y-favorezca
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su rostro haga brillar sobre nosotros!
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Levante
Yavéh su-rostro sobre-ti y-te-conceda acceder-a paz
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3 Para que se conozcan en la tierra tus caminos, tu
salvación entre todas las naciones.
4 ¡Te den, oh Dios,
gracias los pueblos, todos los pueblos te den gracias!
5 Alégrense y exulten
las gentes, pues tú juzgas al mundo con justicia, con equidad juzgas a los
pueblos, y a las gentes en la tierra gobiernas.
6 ¡Te den, oh Dios,
gracias los pueblos, todos los pueblos te den gracias!
7 La tierra ha dado su
cosecha: Dios, nuestro Dios, nos bendice.
8 ¡Dios nos bendiga, y
teman ante él todos los confines de la tierra!
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Es interesante que se
encontraron 2 cilindros de plata en un sepulcro (aprox. 600 a.C.) con esta
oración con ligeras modificaciones. La bendición lleva a obtener protección (1),
si brilla el rostro de Dios se manifiesta su gracia (2) y si muestra su favor
se alcanza la paz (3). Dios no se desentiende de su pueblo. A pesar de tanta
“ley” para que el pueblo sea fiel, la oración lo muestra necesitado de los
favores de Dios.
Por la triple
invocación de Yavéh, "imponen" el nombre sobre los israelitas,
como prenda eficaz de bendición. No es raro encontrar en algunos salmos la
triple invocación de Yavéh. El bien invocado es aquí la "paz",
término que puede incluir también la prosperidad.
La Bendición es expresión de
los dones, materiales y espirituales, que llegan a alguien para “vivir”. La
bendición no se desprende de la “vida”, ¡es vida!
Te-bendiga YHWH y-te-guarde (shmr, es atender,
cuidar, respetar, tener cuidado). “Cumplan
mis mandatos y guarden (tshmrû) mis leyes, caminen según ellos. Yo soy el
Señor, su Dios” (Lev 18:4). Casi siempre se trata del ser humano que debe
“guardar” la voluntad de Dios. De hecho es la única vez en toda la Torah en la
que Dios es el que “guarda”, y así ocurre casi siempre en los profetas. Pero:
Porque el
Señor, nuestro Dios, es quien nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la
esclavitud de Egipto, quien hizo ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios,
nos guardó en todo nuestro peregrinar y entre todos los pueblos que
atravesamos. (Jos 24:17)
El
que esparció a Israel lo reunirá, lo guardará como el pastor a su rebaño (Jer
31:10).
En los
Salmos, en cambio hay diferencia y también Yavéh “cuida” / “guarda”: 12,8 (es
paralelo a librar), 37,28 guarda a sus amigos (a diferencia de la destrucción de los
malvados; = v.34); 41,3: al que cuidó del desvalido Yavéh le pagará “ojo por
ojo” guardándolo a él. El Señor ama a quienes
odian el mal, guarda la vida de sus fieles, los libra de la mano del malvado.
(Psa 97:10), “guarda a los pequeños” (116,6). El “es tu guardián” (121,5). Te
guarda del mal y guarda tu vida (121,7). Él “cuida” la ciudad (127,1). Le
pedimos que nos “cuide” de las manos de los impíos (140,5); “cuida” a los que
le aman (145,20). Y particularmente cuida al forastero, huérfano y viuda
(146,9).
Yavéh
cuidará al prudente (Prov 3,26).
“Resplandecer la faz” (antropomorfismo)
parece algo claramente litúrgico (teofanía) y favorable (Sal 4,7; 33,18; 34,16).
La idea es que Dios “esconde su rostro” en los momentos de angustia abandonando
a su pueblo (Dt 31,18; Sal 30,8; 44,25; 104,29). El rostro luminoso expresa
benevolencia y favor (= gracia v.25; ver Prov 16,15; Job 29,24); y también es
frecuente en los salmos (31,17; 44,4; 80,4.8.20; 67,2; etc.). La luz del rostro
de Dios se ha alejado (Sal 4,7) “brillar el rostro” = salvación (Sal 31,17;
80,4.8.20). La mano salvadora de Dios = brillo de su rostro “porque los amabas”
(Sal 44,4). El pueblo “camina a la luz de su rostro” (89,16).
Haz
brillar tu rostro sobre tu siervo, y enséñame tus preceptos. (Sal 119:135)
El
brillo del rostro del rey da vida (Pr 16,13).
La
sabiduría del hombre hace brillar su rostro, y sus facciones severas
transfigura. (Qo 8:1)
Como se ve, el “brillo del
rostro” es una mirada suave, alegre, pacificadora (no conviene ensombrecer el
rostro del rey, es decir “hacerlo enojar”, Pr 16,12). Lo mismo ocurre con Dios.
Se trata de alegrar a Dios (con la vida fiel, o “guardando los preceptos”) con
lo que él derramará sus beneficios (= bendiciones), su gracia.
La gracia son los
favores que Dios da a quién quiere dárselos:
«Yo
haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre
de Yahveh; pues hago gracia a quien hago gracia y tengo misericordia con quien
tengo misericordia». (Ex 33:19)
Pero
Yahveh tuvo piedad y se compadeció de ellos… (2 Re 13:23)
Sin
embargo es muy frecuente que se pida a Dios: “Piedad” (Yavéh) Sal 6,3; 9,14; 27,7; 30,9.11; 31,10; 41,5.11; 23,3;
142,2… Is 33,2.
En el v.26 nuevo
antropomorfismo, “levante Yavéh su-rostro sobre-ti” alude a una mirada amable.
Salom en la Biblia es más que
simple “paz”, es un estado general de plenitud, de felicidad.
Y-te-conceda acceder-a
paz. La conclusión de “paz” encierra todo.
La bendición y la paz
expresan la plenitud (cielo / tierra; espiritual / material; humana / divina)
tal es lo que Dios quiere dar a los suyos reconociendo su debilidad y
fragilidad.
Lectura
de la Carta de san Pablo a los Gálatas 4,4-7
Resumen:
Pablo señala a los Gálatas que la unión con Jesús que es Hijo nos hace a todos
hijos y nos alcanza así la libertad.
Como se sabe, la carta a los Gálatas
es la más conflictiva de las cartas paulinas. Pablo ve que los destinatarios se
están apartando de lo que él ha predicado, a lo que llama “otro Evangelio”
(aunque dejará bien claro que “no hay otro”). El centro del debate, para Pablo,
es que los que se han incorporado al pueblo de Dios sin la circuncisión, por el
bautismo, no deben hacerse seguidores de la ley. Por tanto, si se circuncidaran
(que es lo que les exigen los predicadores foráneos) se harían esclavos de la
ley y perderían la libertad. La dinámica esclavitud-libertad es la que marca
toda la carta y también la unidad litúrgica de hoy.
El texto comienza en v.1 donde
los términos “esclavo” y “heredero” enmarcan la unidad hasta v.7 donde los
mismos se repiten (es lo que se llama una “inclusión”).
Los versículos omitidos aluden
a aspectos de la legislación: un heredero recibía lo suyo en la fecha establecida
por el padre; y por lo tanto, hasta esa fecha no disponía con “libertad” de sus
bienes y debía hacer lo estipulado en la casa (“no se diferencia del esclavo”,
v.1). Usando esta imagen se entiende mejor la unidad que la liturgia nos
presenta:
Cuando los tiempos (jronos)
alcanzaron la “plenitud” (plêroma), cuando se “llenó” el trascurso de las horas
“Dios envió” (exapostellô, “enviar hacia”).
El enviado es su hijo, término
que Pablo utiliza en momentos muy especiales de la historia de la salvación.
“Hijo (de Dios)” se utiliza en un sentido amplio: a veces se trata del rey /
hijo de David (ver 2 Sam 7,14; Rom 1,3), pero al resucitar a Jesús Dios lo
“adopta” como hijo de un modo nuevo (Rom 1,4); “hijo”, entonces es una
elevación a “alturas” divinas. Puesto que Pablo quiere señalar, en este texto,
que los seguidores de Jesús somos libres como hijos-herederos y no “esclavos”
el acento paulino estará en Jesús hijo que nos hace hijos (no es exagerado aquí
recordar la frase agustiniana: “somos hijos en el Hijo”).
Este hijo, obviamente, es un
ser humano judío normal (no es, por ejemplo, un ángel enviado por Dios). A eso
alude con lo de “nacido de mujer” / “nacido bajo la ley”. Es cierto que en la
liturgia de hoy la frase “nacido de mujer” tiene un plus de sentido (y sin duda
es por esta frase que esta perícopa ha sido incluida este día), sin embargo
Pablo no parece señalar nada particular en esta frase.
El término “rescate”, en este
caso es el griego exagorázô. En Dan 2,8 se usa para “ganar” tiempo frente a un
hecho consumado. Pero en Gal 3,13 Pablo lo utiliza en este mismo sentido: ser
“rescatados” de la maldición de la ley. En Col 4,5 y Ef 5,16 se utiliza, como
en Daniel, en sentido de “aprovechar” la ocasión. Pero el verbo sin la
preposición “ex” (a, hacia) significa “comprar” (x54 en la Biblia). Casi
siempre se trata de comprar productos, pero Pablo ya lo utiliza en dos
ocasiones para señalar que fuimos comprados, y en 1 Cor 7,23 en un contexto
semejante: “han sido bien comprados, no se hagan esclavos de los hombres” (ver
6,20). Así también lo encontramos en 2 Pe 2,1 (“el dueño que los compró”) y en
Apocalipsis (5,9; 14,3.4).
Para no entender mal la frase
es importante señalar que el “rescate” se trataba – en estos casos – de
“comprar” a un esclavo (por ejemplo esclavizado a causa de sus deudas) pagando
su precio a fin de que sea libre (“para ser libres los liberó”, Gal 5,1) no
para cambiar de amo. En este caso se trata de ser “esclavos”, de estar
sometidos a una ley que no libera.
Una breve nota sobre la ley en Pablo. El tema es muy
complejo y extenso y tiene muchos elementos que se deben tener en cuenta pero
que exceden lo que debemos señalar en esta unidad. Destaquemos lo siguiente: en
general Pablo – que escribe a seguidores de Jesús provenientes del paganismo,
no a judíos – quiere reforzar la idea de que lo que nos une a Dios es la fe, no
las obras, no la ley. Por fe Pablo entiende estar firmemente unidos a Dios (el
verbo hebreo ’aman – de donde viene el sustantivo ’amén – no significa “así
sea” sino “en esto estoy firmemente asentado) y el ejemplo supremo es cómo
vivió Cristo. La “fe de Cristo” es lo que nos “salva” porque estamos plenamente
unidos a él por el bautismo. “Someternos” a la ley, y sus obras, hace
innecesaria la vida, muerte y resurrección de Cristo, algo para Pablo
inaceptable.
Unidos a Cristo por la fe somos “liberados” de la
maldición de la ley (porque la ley maldice a quienes no la cumplen). Y ya que
la misma ley dice que “el colgado de un madero es un maldecido por Dios” (Dt
21,23). Jesús crucificado en la cruz nos liberó (compró). Y esto para que los
paganos liberados recibieran la bendición (lo contrario de la maldición,
obviamente, que viene por Abraham [ver Gen 12,3]) y con ella el espíritu.
Y ya que, comprados, somos hijos Dios envió (exapostellô)
el espíritu de hijos. Lo envió a la sede de las decisiones, el corazón, para
que el clamor del hijo Jesús lo repitan los hijos. Y ese clamor, grito es de
hijos puesto que a Dios lo llama “padre”.
Es sabido que el término arameo “abbá” no se encuentra
dirigido a Dios. Es un modo de dirigirse al padre cargado de confianza filial,
quizás un término infantil. Que Pablo utilice aquí un término arameo (= Rom 8,15)
indica que probablemente era utilizado en las comunidades de discípulos de
Jesús precisamente porque era el modo que Él mismo utilizó para referirse a
Dios (Mc 14,36). Dirigirse a Dios como “padre” (o “papá”) con las mismas
palabras que usó Jesús es indicio de la plena unión con él que tenemos al haber
sido “comprados”. Pero esto es posible, además, porque hemos recibido el don de
Dios precisamente para la plenitud de los tiempos, el espíritu.
El texto finaliza con la misma
idea del comienzo: la voluntad del Padre. Precisamente por esa voluntad no
somos esclavos, hemos sido liberados y somos hijos. “Hijos en el Hijo”.
+
Lectura del Evangelio según san Lucas 2,16-21
Resumen: la infancia
de Jesús anticipa todo aquello que el Evangelio presentará en su ministerio.
Aquí los pastores, que han recibido un anuncio celestial, saben ver el signo de
la presencia salvadora de Dios en el niño en un pesebre.
El texto es en realidad la continuación narrativa del anuncio de los
ángeles a los pastores (2,8-14). Luego de esto, ellos deciden ir a ver lo
sucedido y “el Señor [no los ángeles] nos ha manifestado” (2,15). Los pastores
fueron (v.16) y se volvieron (v.20) con lo que la unidad tiene sentido. El
v.21, circuncisión y nombre de Jesús da conclusión a la unidad comenzada con el
anuncio del ángel a María (1,26).
Una breve nota sobre los “pastores”. Sin duda al hablar de “pastores”
hay que distinguir aquellos que apacientan sus propios rebaños (con frecuencia
los niños) de aquellos que son contratados para la tarea. La posibilidad de
robo hace que este oficio sea despreciado en el mundo antiguo, no es “honorable”
ejercer un oficio dudoso. Aunque el texto no dice si se refiere a “niños” que
apacientan (ver 1 Sam 16,11) sus “propios” rebaños o a los contratados para
hacerlo (v.8 dice “sus rebaños” pero no indica propiedad necesariamente. Se añade
que hacían “la guardia”) es coherente con la teología de Lucas que la
referencia a que los despreciados son los que reciben el anuncio de la Buena
Noticia nos permita suponer que a aquellos que la sociedad desprecia no lo son
por Dios, que “ensalza al que se humilla” (14,11; 18,14).
Los pastores van
“apresuradamente”. El término es casi exclusivo
de Lucas en el NT (x3 Lc, x2 Hch x1 2 Pe). Ante el encuentro con Jesús, Zaqueo
apresuradamente baja del árbol como Jesús le había dicho (19,5.6). Pablo debe
ir “rápidamente” a Jerusalén (Hch 20,16; 22,18) donde va a ser rechazado como
Dios lo tiene previsto. Se trata, entonces, de un dirigirse rápidamente a la
realización del proyecto de Dios, no demorarse.
Al llegar encuentran a María, José y el niño acostado en un “pesebre”.
Era lo anunciado por los ángeles (2,12) por lo cual no precisaron más
explicaciones. El término que se suele traducir por “pesebre” (en griego fatnê) fuera de esta unidad (2,7.12.16)
en Lucas se encuentra en 13,15 (y sólo aquí en todo el NT): “–¡Hipócritas!
Cualquiera de ustedes, aunque sea sábado, ¿no suelta al buey o al asno del
pesebre para llevarlo a beber?”. Se trata, entonces, de un establo, un lugar
para animales (2 Cro 32,28; Pr 14,4; Job 6,5 ver 39,9; Jl 1,17; Hab 3,17; Is
1,3) donde estos pueden pastar (habitualmente se alude al ganado vacuno o
asnos, a diferencia del corral de las ovejas).
Los
pastores “les” (a María y José y otros testigos [v.18]) cuentan lo que les (los
ángeles) habían dicho acerca del niño: «No teman, pues les anuncio una gran
alegría, que lo será para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de
David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto les servirá de señal:
encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (2,10-12).
El
v.18 nos informa que había otras personas sin que se nos diga de quiénes se
trata, pero que serán testigos y – como otros en el Evangelio – se
“maravillarán” de la obra de Dios. Los asistentes se “maravillan” que Zacarías
se demore en el Templo (1,21), y se maravillan que – como Isabel – sostenga que
“Juan” es el nombre de su hijo (1,63). En 2,33 María y José se “maravillan” de
lo que se dice de Jesús. Los testigos se maravillan de las palabras de Jesús
(4,22). Jesús se maravilla de la fe de un centurión (7,9). Los discípulos se
maravillan porque calma la tempestad (8,25), los testigos se maravillan por lo
que Jesús hacía (9,43), por la expulsión de un demonio (11,14), un fariseo se
maravilla porque Jesús no hace abluciones antes de comer (11,38), los espías enviados para atraparlo se
maravillan de las respuestas (20,26), Pedro ante la tumba vacía (24,12) y un
grupo de discípulos y discípulas ante la aparición del resucitado (24,41). En
todos los casos se trata de la actitud sorpresiva ante la intervención
inesperada de Dios. En nuestro caso, los que están también en el pesebre tienen
esta actitud ante los dichos de los pastores.
El
texto concluye centrándose en María (como es común en Lucas) y destaca que ella
“meditaba” estas cosas en su “corazón”. El corazón, que es la sede de las
decisiones es el lugar apto para meditar (Dt 4,28; 30,1; Pr 6,14; 16,9; Sir
3,29; 6,37; 14,21; 21,17; Is 32,6; 47,7). Lucas repite una idea semejante en 2,51.
Los pastores finalizan su visita y regresan, pero
ante lo que vieron Lucas señala que “glorificaban y alababan a Dios” (v.20).
Jesús
era glorificado por todos a causa de su predicación (4,15), ante un milagro, el
beneficiario y los asistentes glorifican a Dios (5,25.26), lo mismo ocurre luego de una resurrección
(7,16), una curación (13,13; 17,18; 18,43), y el centurión ante la muerte de
Jesús (23,47). La “alabanza”, por su parte es propia de Lucas en los
Evangelios (y en Hechos): los ángeles que comunican una buena noticia a los
pastores alaban a Dios con un “gloria” (2,13), y cuando Jesús llega a Jerusalén
“la multitud de los discípulos” alaba a Dios por los milagros de los que fue
testiga (19,37). Como en Hechos (2,47; 3,8.9) es un reconocimiento del accionar
de Dios.
Vemos
así que ante el niño en el pesebre se empiezan a producir las mismas reacciones
que provoca Jesús en su ministerio.
En
v.21, como se dijo, se da un cierre al anuncio del ángel poniéndole a Jesús el
nombre que éste le había dado, algo que (como ocurre antes con Juan, 1,59) se
concreta en el acto de la circuncisión al octavo día de su nacimiento (ver Lev
12,3; Fil 3,5).