No hay muerto malo…. Y Lanata
Eduardo de la Serna
Dicen que “no hay muerto malo”, y si alguien osare criticar a
un muerto, salen voces tipo ¿cómo vas a decir eso? (el sentimentalismo parece
que puede más), y hasta hay quienes osan avanzar: no podés decir eso de alguien
que no se puede defender…
La reciente muerte de Jorge Lanata parece haber hecho cundir
por doquier esta imagen. Y lamento ser disruptivo… (no exclusivo, por cierto).
Quiero comenzar comentando algo sobre otro muerto reciente:
Jimmy Carter. Es cierto que en sus últimos tiempos se hizo pública su defensa
de los Derechos Humanos en el mundo, pero – que me perdone don Jimmy – no puedo
olvidar que, siendo presidente de los EEUU, monseñor Oscar Romero le escribió
una carta pública pidiéndole que no envíe más armas a El Salvador porque eran
utilizadas para asesinar salvadoreños. No tuvo respuesta, ¿cómo osa un simple
obispo de una republiqueta bananera pretender poner límites al Emperador?
Además, todos saben, especialmente los republicanos, que la venta de armas pone
en movimiento el aparato productivo de los EEUU… Carter tampoco se puede defender
(como no pudieron las decenas de miles de personas asesinadas con armas
gringas).
Pues bien… volvamos a don Jorge. Creo que nadie negará que
Lanata era una persona muy creativa, y, además, alguien que sabía comunicar muy
bien. No vienen al caso referir anécdotas varias que conozco de primera mano,
desde los tiempos de Página 12; tampoco cuando en un nuevo emprendimiento
editorial fundó un nuevo diario del que huyó dejando en la calle a decenas de
trabajadores. Con un ego del tamaño de su cuerpo, creyó parecerse a Michael
Moore e hizo un documental sobre la Deuda externa en la que parecía no haber
responsables importantes, ni Martínez de Hoz, ni Cavallo, ni el FMI fueron
denunciados claramente… Del mismo modo cuando intentó aparecer con casco como corresponsal
de guerra, o amagando ser historiador publicando dos tomos sobre los “Argentinos”.
Ya aparecía el Lanata que reservaba la rebeldía para los gestos, la ropa y los
modos, pero dejando atrás los contenidos. Recuerdo cuando la revista “Veintitrés”
(fundada por él, entonces como “Veintiuno”…) conmemoró los 10 años (él habló en
el acto, aunque la revista ya estaba en otras manos) que fingió no comprender
el destrato que le propinó Hebe de Bonafini.
Mi amiga María Fernanda sostiene que el único argentino que
resiste un archivo es León Gieco… pues bien, es evidente que Lanata no lo
resistía. Su posición ultracrítica a Clarín mutó a ser su periodista estrella.
Y allí mostró su capacidad puesta al servicio no de informar, no de comunicar
noticias, sino de operar al mero servicio de los intereses de los amos. No
extrañó a nadie – se llama corporación – que recibiera Martín Fierros, ¡y hasta
de oro!, aprovechando, entonces, los micrófonos y el rating para seguir
operando. Nadie ignora su campaña contra “la Morsa”, el aliento a las retroexcavadoras
patagónicas o su apoyo a las tareas encomendadas a otro operador, este desde el
escenario del poder judicial, Claudio Bonadío, y decenas de perversidades más.
Es evidente que haber comenzado desde el buen periodismo le fue útil para
travestirse en operador político simulando seguir en el servicio de la
comunicación, pasando a otro tipo de “servicio”. Muchos entendimos tarde por
qué Bernardo Neustadt lo señaló como su sucesor en lo que algunos creyeron
periodismo puesto al servicio de “Don Dinero”, es que “habemos” quienes creemos
que el periodismo es otra cosa.