miércoles, 15 de mayo de 2024

Militancia de la vida cristiana

Militancia de la vida cristiana

Eduardo de la Serna



El diccionario de la Real Academia Española – luego de la evidente referencia bélica – indica que “militar” es:

4. intr. Haber o concurrir en una cosa alguna razón o circunstancia particular que favorece o apoya cierta pretensión o determinado proyecto.

En la lengua castellana, la acción de militar, se califica de “militancia”. Tradicionalmente, por ejemplo, se ha hablado de una “iglesia militante” en contraste con la “iglesia triunfante”.

«La Iglesia triunfante comprende la corte nobilísima y feliz de los espíritus bienaventurados que vencieron al mundo, demonio y carne, y, libres ya de las miserias y luchas de esta vida, gozan de la eterna bienaventuranza.

La militante está integrada por todos los fieles que aún viven en el mundo. Llámase así porque sus miembros deben aún sostener una dura y continua lucha contra los terribles enemigos espirituales: mundo, demonio y carne». [Catecismo del Concilio de Trento IX, 1090].

San Pablo señala que la vida es una “milicia” (2 Cor 10,4); estando en prisión refiere a dos conocidos como “con-militones” (compañero de armas) y un discípulo suyo invita a Timoteo: “combate el buen combate” (1 Tim 1,18). Pablo afirma tener “las armas de la justicia” refiriéndose a las características del apostolado (2 Cor 6,7); son armas que pretenden deshacer las fuerzas adversas, palabras que se oponen al conocimiento de Dios, buscando la obediencia de Cristo (2 Cor 10,4-6). La vida toda debe ser “arma de justicia al servicio de Cristo” (Rom 6,13), debemos “revestirnos de las armas de la luz” (Rom 13,12). En otras ocasiones la comparación parece tratarse de una metáfora deportiva:

  •         Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. (2 Cor 4,8-9)
  •          Así pues, yo corro, no como a la ventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado. (1 Cor 9,26-27; Fil 3,13-14)

Para Pablo, su vida (que, a su vez pretende que sea imitada por los suyos; ver 1 Cor 4,16; 11,1; 1 Tes 1,6; Fil 3,17) es ciertamente una militancia en favor del Evangelio.

Es interesante, en los Evangelios, notar, para comenzar, estadísticamente el uso de los términos que hacen referencia al amor. El verbo agapaô se encuentra 8x en Mateo, 5x en Marcos, 13x en Lucas y 37x en Juan; el sustantivo agape: 1/0/1/7; el verbo fileô: 5/1/2/13…

En el Evangelio de Juan, que como se ve en los datos recién aportados, es un tema particularmente importante, el modelo del amor es el del mismo Jesús (“como yo”, 13,34; 15,12) que, a su vez, nada menos, ama “como el Padre me amó” (15,9). Pero este amor es “hasta el extremo” (13,1; el término griego “télos” es “hasta el final”). La imagen que Jesús presenta es la de “ponerse” delante del peligro que amenaza a quienes se ama, como el pastor delante de las ovejas, o el amigo (10,11; 15,13; muchas Biblias suelen traducir “dar la vida”). El amor de Dios es sin medida: “tanto amó…”, 3,16). El contraste está dado en que es tanto el amor del Padre por el hijo que pone “todo en sus manos” (3,35), en cambio “el mundo” (los adversarios del proyecto de Dios) “amaron las tinieblas” (3,19) o la “gloria humana” (12,43). El amor de Dios a Jesús es “porque” Jesús arriesga su vida en favor de los suyos (10,17). Como una rama de la vid da frutos, los que aman a Jesús darán fruto, “cumplirán mis mandamientos” (= amar; 14,15) y serán, a su vez, amados por el Padre (14,21; 17,23) y hospedarán a Jesús y su Padre (14,23). Para Jesús, sencillamente, amar es hacer lo que Dios quiere (14,31). El “discípulo amado” es, precisamente, el que tiene una gran intimidad con Jesús (13,23), el que está junto a él en la cruz y recibe como suya a su madre (19,26), el que reconoce los signos de la resurrección, aunque sean casi insignificantes (20,8), el que lo reconoce en el prójimo (21,7), el que permanece hasta que vuelva (21,20) y por eso da testimonio de él (19,35).

Es evidente que el amor, para el Nuevo Testamento, es “militancia”.

Ya en el Preámbulo del imprescindible libro de Erich Fromm, El arte de amar, él señala:

La lectura de este libro será una experiencia decepcionante para quien esperase una fácil instrucción sobre el arte de amar. Este libro, por el contrario, quiere mostrar que el amor no es un sentimiento en el que cualquiera se pueda complacer, sin tener en cuenta el nivel de madurez que alcanzó. Desea convencer al lector de que todas sus tentativas de amar están condenadas al fracaso si no intenta, con el máximo de actividad, desarrollar su personalidad total, de modo de conseguir una orientación productiva; convencerlo de que la satisfacción en el amor individual no puede ser conseguida sin la capacidad de amar al próximo, sin verdadera humildad, coraje, fe y disciplina. En una cultura en la que tales cualidades son raras, el alcance de la capacidad de amar permanecerá como una conquista rara. O ... cualquiera puede preguntarse a cuantas personas ha conocido que verdaderamente aman.

Carlos Mugica, al hablar sobre “el Sacerdote hoy” lo decía así:

Uno de los grandes daños que nos hace esta sociedad llamada de consumo, pero de consumo para unos pocos y de hambre para muchos, es el de hacernos creer que el amor es una cosa dulce, más o menos afectuosa. No. Por amor, muchas veces me veo obligado a hacer sufrir mucho a los seres que amo. Amar, amar verdaderamente, ¿qué es? Es buscar el verdadero crecimiento del otro; buscar que el otro desarrolle su capacidad de crear; suscitar realmente todas las potencialidades de creación, de fecundidad que hay en el otro. Y eso a veces es muy doloroso. (…)


Lo que decide la amistad con Cristo es el compromiso con los hombres. De modo que hoy, un sacerdote realiza su rol sacerdotal en la medida en que se compromete hasta los tuétanos con los hombres. Hoy el compromiso de amor con los hombres es un compromiso político, en el sentido amplio de la palabra. (…)


“La medida del amor – decía santa Teresa – es amar sin medida”.

 

Es evidente que, en nuestra sociedad, el término “amor – amar” (que es “polisémico”) se puede usar de modos muy diferentes; ¡y así se usa! Lo que nos toca a los cristianos, en este caso, es ver en qué sentido lo usa Jesús, en qué sentido lo usaron quienes fueron fieles militantes de su proyecto, el Reino de Dios. Y viéndolo, sencillamente “militarlo”.

 

 

Imagen tomada de https://www.bubok.com.ar/libros/199011/poesia-para-la-militancia


martes, 14 de mayo de 2024

Comentario a las lecturas de Pentecostés B

                   Jesús se va sin dejarnos solos

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Eduardo de la Serna



Lectura de los Hechos de los apóstoles     2, 1-11


Resumen: los apóstoles están juntos en Jerusalén, según Jesús les ha indicado, esperando “la promesa” de Dios, a fin de que habiéndolo recibido, puedan salir a anunciar a todos el Evangelio, la predicación de Jesús. El espíritu viene sobre ellos y se manifiesta en las lenguas que deben proclamar a todo el mundo y en la palabra única que deben anunciar, “la buena noticia del reino”. Al recibir el espíritu, la Iglesia recibe el impulso desde Dios para el desempeño de su misión evangelizadora “hasta los confines de la tierra”.


Comentando el comienzo de Hechos de los Apóstoles, el domingo pasado, de la Ascensión, mostramos (remitimos allí) las expresas semejanzas que Lucas pone entre el comienzo del ministerio de Jesús y el ministerio de la Iglesia. En este caso, por cierto, la presencia del Espíritu, que impulsó a Jesús, el descenso de ese espíritu de modo físico, o corporal, una voz o ruido del cielo… Lucas quiere señalar que comienza el “tiempo de la Iglesia” y para ello va a destacar que el gran protagonista de todo esto es – precisamente – el Espíritu Santo. 

Hay que recordar que los apóstoles, para Lucas, están en Jerusalén aguardando “la promesa” que Dios ha hecho con los suyos. Jerusalén, por otra parte, es la meta de las grandes peregrinaciones litúrgicas de los judíos, especialmente en las tres grandes fiestas: las tiendas (otoño), la pascua y ¡pentecostés! (éstas en primavera). Es por eso que se mencionan tantos judíos oriundos de tantos lugares (partos, medos, elamitas…). Todos han ido como es habitual a la ciudad santa. Y allí están los discípulos de Jesús esperando el espíritu. 

El texto tiene dos partes que parecen contradictorias aparentemente. Al derramarse el Espíritu, los apóstoles comienzan a hablar “en otras lenguas según el espíritu les concedía expresarse”. Por otro lado, a continuación el enfoque cambia y ya no se trata de que se hablan diferentes lenguas sino que al que habla “cada uno lo escucha en su propia lengua”, lo cual es evidentemente lo opuesto. Probablemente esto señale dos elementos teológicos diferentes que el autor quiere destacar. Ambos signos (y ambos en relación a la palabra) son la consecuencia visible del don del Espíritu Santo sobre la comunidad de discípulos.

Las así llamadas “lenguas” son una consecuencia de la presencia del Espíritu Santo en Hechos (ver también 10,46; 19,6). Del mismo modo que los “signos y prodigios” (2,19.22.43; 5,12; 6,8; 7,36; 14,3; 15,12) estamos ante manifestaciones proféticas del espíritu. Evidentemente Lucas quiere hacer patente en estos hechos que se trata de una intervención divina (precisamente la mala interpretación de que se trata de que están borrachos, v.13 requiere mostrar de un modo indudable que se trata del obrar de Dios. De todos modos, por tratarse, como es evidente, de un texto programático que alude al comienzo de la misión de la Iglesia, seguramente no hemos de descuidar que a “toda lengua” debe llegar la predicación de los apóstoles. Deben ir “hasta los confines de la tierra” y allí todos deben escuchar la palabra de Dios.

Pero por otro lado, nos encontramos ante una escena extraña, el texto dice que “cada uno lo escucha hablar en su propia lengua”. Esto es raro ya que por lo general todos entendían el griego. Es decir, no hacía falta ningún milagro para ser comprendidos, sin embargo algo quiere destacar Lucas aquí. Nuevamente el tema es la lengua, pero ahora hay una lengua que todos comprenden, cada uno con su propiedad. Se ha pensado que Lucas quiere mostrar los efectos contrarios de la dispersión de lenguas ocurrida en Babel. Es posible (aunque el texto de Babel diga otra cosa, así parece haberse leído en este tiempo), pero si es el caso, no parece que debamos encontrar aquí el eje principal de interpretación del relato. El Evangelio es la palabra que deben anunciar, y debe ser comprensible para todos. Lo que todos entienden son “las maravillas de Dios”. Este término, “maravillas” (megaleia) es la única vez que se encuentra en el NT. En Dt 11,2 se refiere a la manifestación de Dios a los presentes (ver 2 Mac 3,34; 7,17), son manifestaciones que llegan “hasta el cielo” (Sal 70,19). Es un término habitual en el libro del Eclesiástico (17,8.10.13; 18,4; 36,7; 42,21; 43,15; 45,24). El término viene de “megas” (grande, que sí es frecuente). La construcción es semejante a la que María dice en el Magníficat: “ha hecho en mi favor maravillas (megála) el poderoso. Santo es su nombre” (Lc 1,49). Dios actúa en medio de la humanidad, se manifiesta. Y estamos invitados a reconocer esa intervención. Tal es el caso de los milagros (en ambos sentidos) que debemos mostrar a todas las naciones en todas las lenguas. El Evangelio debe ser conocido y aceptado, debe crecer. 

Pero esta tarea misionera de llegar a “toda lengua” (cf. Fil 2,11) no es algo que podamos desplegar sin la intervención de Dios. La Iglesia no puede comenzar su ministerio sin el Espíritu que la empuja, la impulsa y la llena de vida. Gente de todos los pueblos puede escuchar la palabra de Dios y –a partir de su fe- recibir el bautismo, y comenzar a su vez ellos a dejar crecer el Evangelio. 


Lectura de la primera carta de san Pablo a los cristianos de Corinto     12, 3b-7. 12-13

Resumen: El espíritu es el que anima y fortalece a la comunidad. El que hace que los diferentes miembros de la ekklêsia estén al servicio los unos de los otros enriqueciendo el “cuerpo” y siendo gestores de unidad en la plena vivencia de la diversidad. 


En 12,1 comienza un nuevo apartado de la carta a los corintios. Como los demás, empieza con “con respecto a…” (7,1.25; 8,1; 12,1; 16,1.12) que parece ser – en cada caso – la respuesta que da Pablo a preguntas que los corintios le han formulado por carta (7,1). En la carta también hay enfrentamiento a temas que Pablo conoce por información oral (1,10; 5,1; 11,18; 15,12). En este caso, la pregunta es acerca de “los espirituales” y Pablo desarrolla el tema en tres grandes partes, concluyendo en 14,40. El capítulo 12, por su parte tiene también tres grandes partes donde Pablo presenta el planteo en general (vv.4-11), un análisis a partir de la metáfora del cuerpo (vv.12-27) y la conclusión (vv.28-31). Los vv.1-3 constituyen la introducción a toda la unidad. En este caso, el texto litúrgico mezcla, sin un criterio literario aparente, la última parte de la introducción y la primera parte de cada una de las dos primeras unidades (vv.4-10 y vv.11-12). No es fácil entender el criterio de los cortes, aunque la centralidad del tema del Espíritu, propio de la celebración, queda destacada. Veamos brevemente:

En la introducción, Pablo presenta un contraste entre el pasado y el presente de los destinatarios, el tiempo de la idolatría, tiempo “sin espíritu” y el hoy, tiempo “con espíritu”, tiempo “en la fe”. El contraste llega al extremo de la máxima blasfemia con la máxima confesión de fe, por tanto aquel que dijera “Jesús es anatema”, algo imposible de decir si ese tal tiene el espíritu, y la gran confesión de fe, “Jesús es Señor”, algo sólo posible de decir “en espíritu”. Esto, así dicho, pone la fe como el eje y el criterio de pertenencia. Pero esta fe está movida por el espíritu de Dios. Muchas cosas que antiguamente los corintios hacían son muy semejantes a lo que hacen ahora (por ejemplo hablar en aparentes lenguas extrañas), ¿cómo saber si a ello nos mueve el espíritu de Dios o un espíritu o un ídolo? Pues la fe, la confesión de fe, es el criterio. Si uno confiesa a Jesús, tiene el espíritu de Dios.

Sin embargo – y esto es particularmente duro para aquellos que se creían más importantes que otros por tener manifestaciones del espíritu que son más espectaculares (como el don de lenguas) – lo primero que Pablo señala es que esos “espirituales” con carismas. Es decir, dones de la gracia. Nadie puede, por tanto, jactarse, ya que todo es don de Dios, y no para el propio provecho, sino para el servicio de la comunidad. No es propio ni para sí. Esos dones son “distribuidos” (v.4), y tienen su origen en Dios. A cada uno Dios le da diversos “carismas” y todos son para el provecho de la comunidad (v.7). A continuación Pablo enumera algunos de esos carismas (lo que es omitido en el texto) y más adelante continuará mencionando otros. Es decir, no pretende dar una lista exhaustiva de los dones, sino mencionar algunos para destacar la pluralidad y variedad, pero en el sentido de la unidad. 

El texto está cortado, como dijimos, y comienza la primera parte de la metáfora del cuerpo. Aquí se limita a la presentación de la figura y a presentar lo que es aparentemente un aparente dicho pre-bautismal pre-paulino. La imagen del cuerpo y los miembros destacando la unidad y la diversidad parece haber sido tomada de la filosofía estoica, donde era común, aunque varios autores piensan en otros orígenes diversos. La imagen de la ciudad o del universo entendido como cuerpo es común en el entorno. Y los astros o la creación, y los “ciudadanos” entendidos como miembros. En este caso, el punto de partida es este, y refiere a la unidad y la diversidad, pero dando un paso extraño gramaticalmente: “así también Cristo”, no es “así también el cuerpo de Cristo” o “estando en Cristo”, etc. Sin duda la unión de los cristianos en Cristo es tal que genera una unidad indisoluble para Pablo. Lo cual hace impensable la división en el seno de la misma. División que no necesariamente significa ruptura, pero que puede ser hacer sentir a otros que por no ser como nosotros somos (o por no tener el carisma espectacular que nosotros tenemos) no son parte nuestra. O – por el contrario – hacer creer a otros, los más débiles, que no son “de los nuestros” por no tener nuestros carismas (ambos elementos se ven reflejadas en las imágenes que siguen: “no te necesito” o “no soy del cuerpo”, como dichos de unos y otros en la comunidad). Esta imagen, supone una mutua pertenencia al cuerpo al cual ingresamos por el bautismo. Es por esto que Pablo pone aquí un dicho (que es semejante a Gal 3,28 y parece semejante a Col 3,11). Esto parece indicar que existía una suerte de confesión de fe, o catequesis pre-bautismal que indicaba algunas características del bautismo en los que reciben el sacramento, y que Pablo utiliza y coloca aquí. En este caso, fiel al tema que está desarrollando, Pablo destaca que la diversidad (judío y griego, esclavo y libre) no afecta la comunidad, sino que por el contrario, la enriquece (en Gálatas, como el tema es otro y los conflictos también, el acento está puesto en que no hay superioridad de unos sobre otros y lo que cuenta es la unidad). Una nota con respecto al dicho: en Gálatas encontramos otro par: “varón y mujer”. Ciertamente, si 1 Corintios es cronológicamente anterior a Gálatas, hemos de decir que más tarde, Pablo añade el par varón-mujer al dicho que había recibido; por el contrario, si Gálatas es anterior a 1 Corintios, habría que explicar por alguna razón, por ejemplo, en el seno de la comunidad corintia, la razón por la que Pablo omite expresamente a la mujer y el varón en este texto. Parece bastante probable que Gálatas sea posterior a 1 Corintios, por lo que pareciera que en 1 Cor Pablo simplemente cita el texto (incorporando al Espíritu, donde decía Cristo). La importancia del lugar de la mujer en 1 Corintios mueve a Pablo a que la siguiente vez que cita este texto añada “varón y mujer”, como lo hace en Gálatas.

Pero veamos brevemente el tema del espíritu en esta unidad. Para empezar, es sensato suponer que Pablo no está pensando en la “tercera persona de la Santísima Trinidad”. Sería anacrónico. El espíritu es el don de Dios; se dona y envía su fuerza para que la comunidad pueda mantenerse fiel a los caminos de Dios. Este es el don que se da a la comunidad y por el cual proclama su fe (Jesús es Señor), es la fuerza que unifica el cuerpo y sus miembros, y que manifiesta en cada miembro diferentes “carismas” a fin de que toda la comunidad se enriquezca y crezca. Este don, recibido en el bautismo es gestor de unidad en la comunidad eclesial, del mismo modo que los miembros lo son en el cuerpo del que forman parte.



+ Evangelio según san Juan     20, 19-23

Resumen: Jesús se va, pero el espíritu es derramado para continuar en la comunidad con sus mismas características, y así poder vivir conforme al testamento que Jesús deja en su discurso final.

El día de la resurrección está concluyendo. De madrugada, María Magdalena fue al sepulcro (20,1); más tarde María se encuentra con Jesús a quien confunde con el “jardinero” (20,15) y lo comunica a los “discípulos” y al atardecer de ese mismo día tiene lugar la aparición a “los discípulos”. No sabemos quiénes eran los que estaban en este relato (por lo cual “los discípulos” como conjunto son los que deben ser tenidos en cuenta en el relato), sólo sabemos quién faltaba, Tomás, que será el protagonista, junto con Jesús, de la próxima y última escena. Esta unidad tiene entonces dos partes separadas por una semana (a fin de que la nueva aparición del resucitado vuelva a ocurrir en domingo). La ausencia y presencia de Tomás marca el elemento – nuevo en la segunda – que las relaciona, pero no hace falta caer en el fundamentalismo de preguntar si entonces Tomás no recibe los dones dados por Jesús en la primera visita.

Empecemos señalando que la presencia de Jesús con las puertas cerradas (v.19.26) parece intentar referir a que Jesús no ha vuelto a la misma vida pasada: su cuerpo es el mismo, pero es a su vez distinto, es glorificado. Como en la escena que sigue, las palabras de Jesús reconocen el don de la paz (shalom, algo necesario en medio del “temor”; no es justo decir que la paz ya está entre ellos – a causa de la ausencia de verbo, lit. “la paz con ustedes” – ya que el temor y la alegría posterior parecen desmentirlo) que Jesús les otorga (vv.19.26) y a continuación “les muestra las manos y el costado” reforzando así la idea de que “el resucitado es el crucificado”, continuidad y diferencia. Esto dicho anticipa la escena de Tomás, pero también nos adelanta que lo que dirá luego de los que “creen sin ver” no se refiere a los discípulos con exclusión de Tomás sino a los lectores del Evangelio. 

La alegría y la paz nuevamente otorgadas tienen una nueva dimensión. No se trata simplemente de repetir un saludo y que los discípulos se “alegren” por verlo resucitado, la “paz” y la “alegría” son dones escatológicos, como es escatológico todo el ambiente de esta escena. La resurrección de Jesús empieza a derramar sobre los suyos, los discípulos, los dones esperados para el final de los tiempos. Precisamente el gran don, el que engendra todos los anteriores, es el Espíritu que ahora entrega el resucitado. Nosotros lectores ya sabemos que sobre el pequeño grupo al pie de la cruz – los creyentes representados en la madre y el discípulo amado – se ha dado el espíritu (19,30), como estaba anunciado (7,39). Pero el espíritu – recordar los dichos del Paráclito (ver 14,16.26; 15,26; 16,7, siempre en el discurso de despedida) – no se derrama sobre el pequeño grupo, sino sobre todos los creyentes para ser testigos (20,22; ver 15,26-27). 

Ahora bien, como se puede ver en una lectura integral de todo el Evangelio, uno de los elementos centrales de la cristología joánica es presentar a Jesús como “enviado” del Padre. El “enviado” (el término judío es “sheliaj”) es una institución característica para la cual la persona tiene “la misma autoridad que tiene quien lo envía”, es decir, lo que dice, lo que decide, lo que deja de hacer es el mismo ‘enviador’ quien lo hace. Siendo Jesús “enviado del Padre” evidentemente pronuncia su misma palabra, opera sus mismas obras como queda claro todo a lo largo del Evangelio. “Enviado” en griego se dice con dos términos, pempô y apostellô (de donde viene “apóstol”). Así podemos decir que en el cuerpo del evangelio de Juan sólo hay un “apóstol” que es Jesús. Sin embargo, una vez resucitado, Jesús “envía” a sus discípulos así “como el Padre me envió” (ver 13,16.20; 17,18), y – en coherencia con los textos mencionados – es un envío “al mundo”. 

A continuación les da la capacidad de hacer llegar a todos el perdón de Dios (en un texto que tiene cierto contacto con Mt 16,19; 18,18).

La escena queda abruptamente interrumpida – no hay despedida ni partida – con la referencia a la ausencia de Tomás. En un diálogo entre ambas escenas los asistentes confirman que han “visto al Señor” (nuevamente se confirma que la alusión a los que creen sin ver no se refiere a ellos) pero Tomás manifiesta explícitamente su incredulidad yendo más allá de la visión, él quiere tocar. 

Podríamos señalar la importancia que en Juan tiene el personaje al que llama “paráclito”, o detenernos en el “envío”, que tan importante es el en Cuarto Evangelio. O la relación entre el espíritu y la comunidad joánica. Intentaremos –brevemente- un camino intermedio.

Las Biblias contemporáneas tienden a no traducir la palabra griega “paráclito” que antiguamente se traducía por consolador, abogado, etc. Es que el término “paráclito” es muy amplio y abarca esos elementos y también otros más. Como se sabe, las referencias al paráclito se encuentran en el largo discurso de despedida de Juan (Jn 13-17). Como una suerte de “testamento” de Jesús, él prepara a los suyos para su partida, y reconoce como verdaderos “herederos” a aquellos que vivan como él, en este caso, “el amor, como yo los he amado”. El paráclito aparece como una suerte de personaje que Jesús enviará cuando se vaya. Por eso “conviene” que se vaya ya que si no, no recibirán el paráclito. Si miramos algunos términos que se le aplican: verdad, envío, está con los discípulos, que el mundo no puede recibir ni conoce, que enseñará, son términos que se aplican también a Jesús en Juan. En cierta manera el Paráclito es una nueva manera de presencia de Jesús glorificado en medio de los suyos. Es un enviado a una comunidad, y con una misión concreta, que esta comunidad sienta la presencia en su vida cotidiana, en el conflicto, en conocer la verdad. 

Un elemento interesante que concentra “el misterio” en Juan es el momento de la muerte de Jesús. Allí, afirma Juan, Jesús “entregó su espíritu”. El grupo al pie de la cruz resume, en cierto modo, la primera Iglesia: dos personajes con fuerte carga simbólica están allí (al decir “simbólica” por supuesto que no negamos su entidad real): el discípulo amado y la madre de Jesús. Que a partir de este momento serán “madre e hijo”. Hay elementos (no tantos como los que luego desplegarán los Padres de la Iglesia a partir de Justino) para pensar en la madre como una suerte de “Eva”: hay referencia a un jardín, a una mujer-madre, a una costilla. Y hay un discípulo que es amado, que tiene profunda intimidad con Jesús en la pasión, lo acompaña en la cruz, lo reconoce resucitado y cree sin ver a Jesús. En cierto modo, la novedad que Jesús trae, la nueva comunidad de discípulos está allí en la cruz, y a ellos “entrega su espíritu”. En un instante Juan concentra pasión y envío del Espíritu, algo que luego desarrollará en el relato que nos toca comentar.

Mirando el término “espíritu”, en Juan no es muy frecuente, como lo es en otros (19x en Mt; 23x en Mc; 36x en Lc [+ 70x en Hch] y 24x en Jn). Luego de una alusión al Bautismo de Jesús –no mencionado en Juan- habla de un “nacimiento” según el espíritu que refiere a los discípulos a partir de nuestro bautismo, a una verdadera adoración “en espíritu”, las palabras de Jesús “son espíritu y vida”. En 7,39 señala expresamente que el Espíritu lo recibirán los seguidores a partir de la glorificación de Jesús, esto es, a partir de la Pascua. Fuera de esta mención expresa, debemos esperar al discurso de despedida para escuchar hablar del Espíritu como un don. Este don, presentado como paráclito, como se ha dicho, es un modo nuevo de presencia de Jesús entre los suyos: espíritu de verdad, enviado y maestro, que no hablará por su cuenta, como ocurre con el enviado. Luego de estos anuncios, quedan los dos textos finales a los que hemos hecho referencia: Jesús, que en la cruz “entrega su espíritu” y que a los discípulos reunidos (¿quiénes?, no se dice) les entrega su espíritu en un soplo. 

La comunidad de los discípulos de Jesús continúa, Jesús se va pero no se desentiende de nuestra suerte. El y el Padre envían un paráclito, alguien con las mismas características de Jesús para que los discípulos puedan vivir el testamento que ha dejado, vivir el amor los unos a los otros como él nos ha amado.


Dibujo tomado de luteranaunida.wordpress.com

domingo, 12 de mayo de 2024

Homilía en la misa por los 50 años del martirio de Carlos Mugica

Homilía en la misa por los 50 años del martirio de Carlos Mugica

Eduardo de la Serna




Lecturas: 1 Timoteo 6,6-12 / Lucas 1,46-55 / Lucas 16,1-13


Los seres humanos solemos domesticar a quienes fueron grandes personajes de la historia. La solemos hacer con Dios, por eso los místicos suelen hablar de “dejar a Dios ser Dios”.

Como sabemos, en la Biblia esto se manifiesta con el conflicto entre Dios y la idolatría (incluso confrontando manipulaciones de Dios).

Lo mismo hacemos con Mugica, muchas veces nos fabricamos un Mugica “a nuestra imagen y semejanza”; podemos ironizar diciendo que hay un “Carlos de la historia y un Mugica de la fe”.

Carlos en su vida, muchas veces cambió (en lo religioso, en lo político, en lo social): parafraseando a Casaldáliga podemos decir que “los pobres le enseñaron a leer el Evangelio”, «a la villa voy a hablar de Cristo y aprender a conocerlo».

Así, con frecuencia solemos decir o escuchar “si Carlos viviera / estuviera” diría, estaría, haría” lo cual es siempre parcial o incluso falso, porque “ese Carlos” diría, estaría, haría lo que “yo” digo, hago, un Mugica a nuestra imagen y semejanza.

Es evidente que, desde el asesinato de Carlos, pasaron ¡50 años!, y muchas cosas cambiaron en la Iglesia, en el país, en el mundo… ¿Dónde estaría? ¿Qué diría? Creo que es falso afirmarlo. Lo que toca es “dejar a Mugica ser Mugica”, escucharlo, verlo y después ver, escuchar nuestra realidad, nuestra Iglesia, nuestra patria, nuestro mundo siendo “honrados con lo real” e inspirarnos en el Carlos histórico para hablar o actuar en consecuencia.

Un tema recurrente en Mugica es la “divinización” de los seres humanos. No se trata de ser meramente “humanos”, o “hermanos”, sino pretender “divinizar” nuestra vida, social, cultural, política, eclesial. Por eso Carlos se adelanta a lo que dirá Leonardo Boff, «Cristo es tan humano, precisamente porque es divino».

Cuando hace referencia a su ser sacerdote, Carlos empieza hablando de Cristo (el sacerdote por antonomasia, dice) y esto implica una exigencia radical de quien lo sigue. Y esto implica buscar el crecimiento del otro (eso es el amor) incluso enfrentando la persecución (según Devoto; caso Monzón). Es responder al apetito de divinidad de los seres humanos, y esto solo lo logra Cristo. Esa es la Buena Noticia, “los invito a la vida divina”, a hacer “la voluntad del Padre” que es el amor extremo por los seres humanos (hermandad). El sacerdocio tiene que ver con «jugarse hasta los tuétanos por los seres humanos», estar dispuestos a jugarse la vida por la causa del pueblo (pero «no se trata de dar muerte, sino dar vida en cada instante». Eso es el sacerdocio: tener una dimensión divina y poner todas las energías en el servicio de las personas.

El sacerdote se ocupa de lo religioso, pero, ¿qué es lo religioso? Desde la Divino Afflante Spiritu [Pio XII] no hay dualismo cuerpo-alma ni dualismo Iglesia-mundo. Por eso la opción por un socialismo, un humanismo cristiano, la búsqueda de una fraternidad divinizada por la paternidad de Dios. Porque nosotros no seguimos una doctrina sino a una persona hasta el extremo de “amar sin medida”.

Y esto nos ayuda a entender por qué Carlos fue asesinado.

Una pregunta siempre fundamental es ¿por qué muere Jesús?, ¿por qué lo matan? ¿lo mataron por contar parábolas? ¿por expulsar demonios o sanar enfermos? “Se mata a quien estorba” (mons. Romero). El reino que Jesús predica y pone en acto busca que vivan y sean reconocidos como hermanos las víctimas, y esto nos ayuda a entender el para qué de su asesinato. Y nos permite entender con qué actitud Carlos arriesga su vida y quiénes querrían eliminarlo.

Carlos hablaba de Dios y confrontaba con “Mamón”, el dinero divinizado; tenía claro que “la raíz de todos los males es el amor al dinero”. Ya desde el manifiesto de los obispos del Tercer Mundo se acentúa este conflicto. Pero no podemos negar que ayer y hoy los adoradores del dinero, los seguidores de Mamón ven amenazadas sus seguridades, su vida con la crítica feroz de Carlos. Él, que conocía bien el ambiente de Mamón, y “apostató de él”. Mugica era ateo de ese Dios:

«De ahí que nos llamen ateos, y si de esos falsos dioses se trata, confesamos ser ateos; pero no respecto al Dios verdadero, padre de la justicia y de las cosas justas» (san Justino, [s.II] 1ª Apología 6).

El famoso oído en el Evangelio y el otro en el pueblo, que también Mugica decía, denuncia el poder de Mamón. Y ahí encontramos claramente el responsable principal de su asesinato, los ídolos son “dioses de muerte” en contraste con el Dios de la vida, ¡y vida divina!

Con la insistencia que lo caracterizaba repetía a Helder Cámara que pretendía “ser voz de los que no tienen voz”, él quería en su acceso a los medios hacer sonar y replicar la voz de los pobres, de los villeros. Los seguidores de Mamón lo querían callar

«Ya se los he dicho mil veces: las riquezas, acompañadas de buenas obras, son buenas ellas también. ¿Cómo son buenas? Si con ellas se remedia la pobreza y se socorre a quienes lo necesitan. Me dirán: “¿Ya está otra vez metiéndose con los ricos?” Pero yo les digo: ¡Ya están otra vez ustedes contra los pobres!” (…) Si ustedes no se hartan de devorar y tragarse a los pobres, yo no me harto de echárselos en cara» (san Juan Crisóstomo [344-407] expos. Salmo 48.4 [PG 55: 504.4]).

Alberto Carbone recordaba las reuniones originarias en la calle Virrey Liniers donde los curas se preguntaban ¿por qué hay villas?, para llegar a la conclusión obvia de la “injusticia”. Esa pregunta es la fundamental: ¿por qué hay villas? ¿por qué hay desocupados? ¿por qué hay droga? ¿por qué hay violencia? ¿por qué hay desocupación?

“Cuando yo ayudaba a los pobres me decían ‘padre, usted es un santo’, pero cuando empecé a preguntar ‘¿por qué hay pobres?’ me dijeron ¡padre, ¡usted es comunista!” decía Helder Cámara.

Carlos, cuando quiere hablar del sacerdote, después de una larguísima referencia al “sacerdote por antonomasia”, Cristo, empieza a destacar el ser sacerdote de los cristianos, la militancia hasta los tuétanos en el compromiso del amor por los seres humanos y aceptar la consecuencia de ser “signo de contradicción”. Por eso interpela a los ricos recordándoles que si comparten sus bienes serán hermanos de los pobres y Dios reinará. Hacer la voluntad de Dios es el secreto de la verdadera alegría, y su voluntad es la liberación.

Hoy todo es muy distinto que hace 50 años. No hace falta desarrollarlo. A la primavera eclesial que Carlos vivió, le sucedió un prolongado invierno del que no parecemos haber salido. La Patria que Carlos vivió pasó también – poco después – por una noche oscura, y por momentos de muchas tinieblas. El socialismo nacional con el que Carlos soñaba porque era más parecido al Evangelio y a los proyectos de hermandad, hoy es insultado, desde la boca sucia y las manos ensangrentadas del presidente. Los pobres, sus hermanos, hoy son más pobres y los ricos más ricos a costa suya… El ser humano divinizado que Carlos soñaba y predicaba quedó atrapado por un tsunami de medidas y políticas de descarte y de deshumanización. El sacerdocio, como un puente de compromiso entre Dios y la humanidad, volvió al dualismo superado y al intimismo piadoso que, convertido, Carlos fue dejando de lado. Hoy, los adoradores de Mamón sacrifican víctimas y celebran a sus sumos sacerdotes provenientes del Norte. Hoy, los pobres vuelven a estar sin voz. Hoy estamos invitados por Carlos a jugarnos hasta los tuétanos por la vida plena de los hermanos y hermanas; cada cristiano, por ser él también sacerdote, está llamado a denunciar las injusticias, porque esa es «la expresión misma de su misión religiosa»; hoy, repitiendo a Carlos: «Frente a las consecuencias de este sistema el sacerdote no puede no hablar. No puede no actuar, si quiere seguir siendo sacerdote de Jesucristo y no sacerdote del statu quo».


Imagen de Carlos Mugica en el lugar que fue baleado por la Triple A tomada de https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Villa_Luro-San_Francisco_Solano3.jpg

jueves, 9 de mayo de 2024

Sansón, el consagrado

Sansón, el consagrado

Eduardo de la Serna


 [nota previa: el interminable conflicto entre Israel y Palestina se remonta, tradicionalmente, a los orígenes de la presencia de ambos pueblos en la misma tierra. El relato de Sansón, de la tribu de Dan, enfrentado con los filisteos remite a este conflicto. Lo que pretendemos en esta nota no busca entrar en el complicado terreno histórico, sino ver de qué nos habla un texto bíblico, sencillamente.]

La historia de Sansón parece una clásica novela de super-héroes: una persona con una fuerza colosal, capaz de derrotar él solo a todo un ejército, engañado por una mujer, que el narrador presenta como maligna, y que es momentáneamente vencido, pero finalmente se recupera y vence a todos. Dalila, la mujer, es también modelo de “mujer malvada de novela”, una que engaña a quien la ama hasta el punto de entregarlo derrotado en manos de sus enemigos. Pero dejemos atrás la novela y veamos un poco más detenidamente el relato de Sansón (y de Dalila, de quién escribiremos más adelante).

La “historia” se encuentra narrada en el libro de los Jueces, en los capítulos 14-16. Su nacimiento es relatado en 13,24. Pero mirando en detalle las circunstancias de esta gestación ya sabemos de antemano que algo interesante va a ocurrir: una mujer es estéril (13,2: lo cual es una imagen habitual de la Biblia para hablar de un futuro personaje providencial, aunque encierre un evidente machismo), y un ángel le anuncia el nacimiento inminente. Todo esto implica que Dios tiene algo pensado para este hijo por venir – por eso la demora, simbolizada en la esterilidad – dada la situación terrible que está viviendo su pueblo oprimido por sus enemigos. ¿Qué es lo que ocurría?

Un grupo muy belicoso, al que conocemos como “pueblos del mar”, probablemente al terminar la guerra de Troya, se dirigen asolando la región: acaban con los hititas, un pueblo sumamente guerrero, en la actual Turquía, intentan invadir Egipto y, siendo rechazados, se instalan en “Palestina” (en la actual franja de Gaza, mencionada en este relato en 16,1.2.21). Son los “filisteos” (de ellos proviene el nombre “Palestina”). Su capacidad militar y el monopolio del hierro los llevan a dominar toda la zona. Las distintas tribus de la región están sojuzgadas (todavía no había una nación unificada). Y en este contexto Dios prepara un elegido: Sansón. Pero lo que ha de quedar claro es que no es Sansón sino Dios el que librará a su pueblo. Para ello Sansón deberá “consagrarse”. En Números 6,1-21 se habla de esta consagración, a la que se llama “nazireato”. Sansón deberá ser “nazir” y Dios estará con él (13,5). Una de las características visibles – para que todos sepan que esta persona es “consagrado” – es que no se deberá cortar el cabello mientras dure su consagración (Núm 6,5; Jue 13,5). Como entonces el cabello se usaba corto, un nazir era fácilmente reconocible. Allí radica la fuerza enorme de Sansón, en Dios, en su consagración; el pelo largo era la manifestación de esto (entre paréntesis, como muchos imaginaron que Jesús de Nazaret sería también él un consagrado, muchísimas imágenes lo presentan con el pelo largo, pero hay que decir que, evidentemente, Jesús no era un "nazir")..

El conflicto de Sansón con los filisteos es progresivo: comienza por una adivinanza – seguramente para ir preparando el desenlace – y los filisteos amenazan a la mujer de Sansón, que también era filistea (por oculto designio de Dios para permitirle al relato avanzar en el conflicto, 14,4) diciéndole que si no consigue que su marido le revele el secreto “la quemarán a ella y toda su casa” (14,15). El conflicto crece en intensidad (15,1-8). Incluso, Sansón es atado – el relato sigue profundizando el conflicto – y ante los filisteos rompe fácilmente las sogas nuevas (15,13) porque “bajó sobre él el espíritu de Dios” (15,14). Luego es rodeado mientras está en casa de una prostituta (16,1-3) pero arranca como si nada “las puertas de la ciudad” (16,3). Finalmente, Sansón se enamora de Dalila, a la cual los príncipes filisteos sobornan (“cada uno” – quizás sean cinco – le dará 1.100 monedas de plata… para evaluar esto, es bueno recordar que un esclavo “vale” 30 monedas de plata, Ex 21,32 por lo que la suma es exorbitante) a fin que consiga el secreto del origen de la fuerza de Sansón (como es evidente que esa fuerza no es humana, los filisteos quieren saber el origen, con lo que el relato insistentemente, nos remarca que la fuerza "no es de Sansón", sino que tiene su origen en Dios). Luego de tres engaños sucesivos, finalmente cansado de la insistencia (16,16; ver lo mismo en 14,17) le revela que el secreto radica en su consagración. Al cortarle el cabello Sansón queda totalmente debilitado y es capturado (y le entregan a Dalila su dinero, 16,18), arrancándole los ojos y llevándolo cautivo a Gaza.

Detenido, Sansón sirve de divertimento para los filisteos. Pero, ¡el cabello crece! (16,22) Sansón renueva su consagración y en medio de una fiesta al dios Dagón, pidiendo la fuerza, que viene de parte de Dios (16,28), tira abajo el edificio, muriendo él y todos los participantes de la fiesta, unas 3.000 personas (v.27) con los príncipes entre ellos.

Con un fuerte marco legendario, el texto quiere señalar algunos elementos que vale la pena tener presentes, al menos brevemente: toda la fuerza que tenga Israel, o sus ministros, no le es propia, sino que viene de parte de Dios. Es él quien conduce los caminos, y la historia. Creer que la fuerza o la capacidad es nuestra (personal o grupal) hace olvidar a Dios, y puede asemejarse a la idolatría. Como es frecuente en el libro de los Jueces, y los que se le asemejan, el gran problema con los pueblos vecinos es su idolatría (Dagón, en este caso), pero ante ello Dios tiene la última palabra. Sansón no es un super-héroe, simplemente Dios es Dios.

Una nota breve sobre las mujeres del relato. El texto esconde bastante machismo, evidentemente. Pero – para empezar – el responsable de todo lo que ocurre, especialmente lo negativo, es Sansón, no Dalila o la filistea anónima (que será quemada ella y toda su casa, como la habían amenazado: 15,6); es Sansón – el que enfrenta sin temor ejércitos enteros – el que no resiste el asedio de una mujer (el verbo “asediar” es una ironía ya que se usa para los ejércitos: Deut 28,53.55.57; Is 29,7; 51,13). Sin embargo (recordemos que cuando el texto se compone, siglos después, Israel ya se ha organizado como pueblo), a pesar de todo, Sansón “empezará” a salvar de los filisteos a su pueblo (13,5) aunque eso lo continuarán otros también elegidos de Dios, como Samuel y David.

miércoles, 8 de mayo de 2024

Un paralelo indeseado, Mugica (+1974) y Romero (+1980)

Un paralelo indeseado, Mugica (+1974) y Romero (+1980)

Eduardo de la Serna



Ya hemos señalado, en otra ocasión, que hay algunos mártires que son asesinados “en la ruta”, como es el caso de Angelelli, de Lucho Espinal, de Rutilio Grande, y otros que son matados “en el altar”, como es el caso de Carlos Mugica y Oscar Romero. No hace falta destacar que esos momentos son los escogidos por los asesinos, no por los asesinados, pero algo nos dicen ambos a nivel simbólico. Señalemos, sin embargo, que esto no debe exagerarse: no significa que Angelelli, Rutilio o Lucho descuidaran “el altar”, ni que Mugica o Romero le escaparan a “la calle”. Ambos grupos – por mártires – son una palabra de Dios para el ministerio en América Latina, y ambos – ¡juntos! – nos hablan.

Pero hay otros elementos que quisiera señalar que tienen – creo – en común Mugica y Romero.

El arzobispo fue sistemáticamente maltratado por los estamentos oficiales de la Iglesia: el nuncio Gerada, muchos de sus “hermanos obispos”, la presencia “todopoderosa” de Alfonso López Trujillo, el enviado (“interventor”) Antonio Quarraccino y el mismo Juan Pablo II no hicieron sino cuestionar, criticar, atentar contra todo lo que Romero hacía o significaba. ¡Pero Romero fue asesinado!, y, entonces, algo cambió… “– ¡Romero es nuestro!” bramó en El Salvador el papa polaco que hasta ayer lo negaba (y ofendía). Es que ahora, muerto, parecía que ya no molestaría… Claro que, aun muerto, siguió inquietando, desafiando, incomodando, y – entonces – toda mención a su persona fue invisibilizada, o negada (la mención a Romero del cardenal Van Thuan en el retiro de fin de milenio en la curia vaticana desapareció en la publicación de los textos). Y recién cuando se lo empezó a “domesticar” negando aspectos de su vida y su palabra, simulando otros, manipulando también, ahí sí se pudo avanzar en la beatificación. Ahora sí Romero “era nuestro” … el que hasta ayer era “de ellos”. Y Romero fue beatificado con el hijo de D’Abbuison en el altar (y Bukele) y canonizado en Roma en una solemne misa en latín. Ahora se podía presentar a “ese” Romero para que fuera amable y tiernamente recibido (domesticado).

Carlos Mugica, el mismo que temía “que el arzobispo me eche de la Iglesia”, el que cuando fue asesinado el mismo arzobispo le dijo al P. Héctor Botán, delegado para el “equipo pastoral de villas de emergencia” (así se llamaba entonces, no “curas villeros”): “– ¡Ahora no me va a negar que Mugica era montonero!” (sic). Mugica también fue negado e invisibilizado. En las misas que anualmente se celebraban con motivo de su asesinato, ¡nunca! participó un obispo, salvo con motivo de los 10 años en la que participó Jaime De Nevares. Una vez el obispo le dijo a Carlos: “– Padre, ¿por qué habla tanto de los pobres si acá no hay pobres?” a lo que él le respondió: “– Tiene razón, monseñor, acá, en la curia, no hay pobres”. Precisamente creo que allí empezó la distancia. Los pobres lo eran. Y no fue extraño que en las misas que año a año se celebraban en San Francisco Solano fuera evidente la ausencia de curas de la arquidiócesis de Buenos Aires con la excepción de aquellos que elegían compartir su suerte “con los pobres de la tierra”. Pero algunas cosas cambiaron en la arquidiócesis: el nuevo arzobispo empezó a acompañar la pastoral en las villas (ahora se hablaba de “curas villeros”, a partir del libro de Jorge Vernazza); algunos obispos – particularmente auxiliares – empezaron a aparecer en las misas del 11 de mayo, e incluso el mismo cardenal Jorge Bergoglio celebró tanto la misa con motivo de los 25 años del martirio como la que se realizó cuando se trasladaron los restos mortales del cementerio a la villa 31 (ambos en 1999), aunque en una y otra eligió no predicar (en la primera lo hizo Guillermo Rodríguez Melgarejo, lamentablemente, y en la segunda, fue Héctor Botán). Con la “canonización” de los “curas villeros” empezó también el proceso de “domesticación” de Carlos Mugica. “Mugica es nuestro”, parecía decirse ahora. Del “Mugica montonero” del arzobispo Aramburu al “Mugica sacerdote” de García Cuerva pasaron muchos años, mucha agua bajo el puente… Ahora Carlos puede ser domesticado.

La imagen de Oscar Romero cuando su beatificación mostraba un arzobispo solo (sin gente), bendiciendo episcopalmente. Ya no estaba con los pobres (que quedaron a cientos de metros de distancia del altar). La Santa Madre lo había recuperado, el “sentir con la Iglesia” ya no era sentir lo que sienten los pobres, sentir lo que sienten los torturados, los desaparecidos, sentir lo que sienten las víctimas, sino sentir desde lo alto… La Imagen de “Mugica sacerdote”, revestido o rezando solo, listo para (o durante) la misa, también sin gente, sin sus “hermanos villeros”, sin los desalojados, sin los que se enfrentaban a los Torino o al Sheraton, también desde lo “alto” (altar). La “experta en domesticar” logró (en algunas partes) que Romero no sea Romero; que Mugica no sea Mugica, que no molesten, que nos dejen en paz para seguir con nuestros ritos, nuestros ornamentos y, sobre todo, nuestro “statu quo”.

«Frente a las consecuencias de este sistema el sacerdote no puede no hablar. No puede no actuar, si quiere seguir siendo sacerdote de Jesucristo y no sacerdote del statu quo» (Carlos Mugica).


Foto tomada de https://es.123rf.com/photo_138363029_hermoso-perro-negro-le-da-una-pata-al-due%C3%B1o-al-aire-libre.html

martes, 7 de mayo de 2024

Comentario a las lecturas Ascensión de Jesús B

 La Ascensión de Jesús es tarea para la Iglesia

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR – “B”


Eduardo de la Serna




Lectura de los Hechos de los apóstoles     1, 1-11

Resumen: Como el comienzo del Evangelio, el comienzo de Hechos muestra el despliegue de los preparativos para el fiel cumplimiento de la misión. Los Apóstoles deben continuar la obra de Jesús expandiendo por todas las regiones la Palabra de Dios hasta que Él vuelva. Aunque antes, deben esperar la fortaleza que Dios mismo le garantiza con el envío del Espíritu Santo.

Lo que llamamos “Ascensión” es una creación literaria-teológica de Lucas. Con ella finaliza su Evangelio (como se ve en el día de hoy) y con ella comienza su segundo volumen, Hechos de los Apóstoles. Por un lado, se puede ver que hay un enlace entre el final de uno y el comienzo de otro, y a su vez un paralelo entre ambos comienzos. Lucas quiere mostrar claramente que hay una estrecha relación entre la predicación de Jesús y la predicación de la comunidad cristiana. Veamos esquemáticamente ambos paralelos, y algunos elementos del texto que la liturgia nos propone.

Paralelos entre el final de Lc y el principio de Hch

Lucas
temas
Hechos
24,13-43
Pruebas de que vivía
1,3
24,4
dos hombres vestidos
1,10
24,10
mujeres con los apóstoles
1,14
24,47
predicar a todas las naciones comenzando por Jerusalén
1,8
24,48
ser testigos
1,8
24,49
promesa del Padre
1,4
24,49
no se vayan de Jerusalén
1,4
24,51
elevado al cielo
1,9

Paralelos entre el comienzo de Lucas y el comienzo de Hechos

Lucas
temas
Hechos
1,1-4
introducción a Teófilo
1,1-3
4,2
40 días antes de la misión
1,3
4,1.14.18
comienzo por medio del Espíritu Santo
1,2
4,43 (ver 1,33)
Reino de Dios
1,3
3,16
Juan bautizó con agua
1,5
3,3
proclama de arrepentimiento
2,38
1,21.22.39.41
Cumplimiento de las leyes
1,12
6,12-16
elección de los Doce
1,16-26
3,22
Llenos del Espíritu Santo
2,1-4
3,21
... del cielo
2,2
3,22
un ruido
2,6
4,18-21
después del envío del Espíritu se cumple la Escritura
2,14
4,24 (25-30)
profeta (por el Espíritu)
2,17-18
4,36
milagro, asombrar
(thambô, sólo aquí [y Lc 5,9] en todo el NT)
3,10
5,1-12; 27-28; 6,12-16
la comunidad crece
2,17-18
9,51
tomó la decisión de ir a Jerusalén
19,21
13,33
dispuesto a morir en Jerusalén
21,13
23,18
reclamo de muerte
21,36
23,1
tribuno romano
21,37
20,20; 21,12
procurador
23,24.26; 24,1
23,8-12
ante el “rey”
25,13
24,27.44
cumplimiento de la Ley y los Profetas
24,14; 28,23
24,48
testimonio de Jesús
28,23

De todos modos, detengámonos en algunos elementos que hacen a una mejor comprensión del texto. No sólo son evidentes los paralelos que hemos destacado. Hay aspectos valiosos a considerar. Por ejemplo: si bien el tema del “reino de Dios” es tema fundamental en la predicación de Jesús, no es tema aparentemente importante en Hechos. Sin embargo, no podemos descuidar que el tema se encuentra presente en los momentos clave de este libro, y también en el comienzo y en el final (1,3.6; 8,12; 14,22; 19,8; 20,25; 28,23.31). Del mismo modo que antes de comenzar su ministerio Jesús pasa 40 días en el desierto (Lc 4,2), la Iglesia se encuentra con Jesús 40 días, antes de empezar el suyo (algo especialmente significativo si recordamos que en el Evangelio de Lucas, Jesús asciende el mismo día de su resurrección; es evidente que Lucas quiere destacar aquí el número 40; ver Hch 1,3). El encuentro con Jesús, como es frecuente en el Evangelio se da en el marco de una comida, del mismo modo que se destaca la centralidad de Jerusalén para la misión evangelizadora (v.4) y se prepara la venida del Espíritu Santo para esta misión (del mismo modo que ocurrió con Jesús.  Se pone en paralelo expresamente el bautismo de Juan con el que empieza el ministerio de Jesús con la venida del Espíritu (v.5) y se continúa destacando la centralidad del tiempo –tema característico de toda la obra de Lucas- (v.7). Hay consenso general entre los estudiosos que el v.8 es clave en toda la obra de Hechos: así como Lucas tiene una clara distribución geográfica e histórica, también esto se puede ver en Hechos. Pero no es “meramente” una distribución en orden a lo “narrativo” sino con explícita intencionalidad teológica. Así como Jesús en todo su evangelio se dirige a Jerusalén “porque no debe un profeta morir fuera de Jerusalén” (13,33), aquí se señala que el Evangelio y su testimonio se entenderán “en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra” (v.8). Es por eso que cuando Pablo llega a Roma (el acceso a “los confines de la tierra, porque “todos los caminos conducen” a ella) Lucas puede terminar su obra sin contarnos que le sucedió a Pablo. Su lema –a lo largo de la obra es que “la palabra (de Dios) crecía” (6,7; 12,24; 19,20) y crece tanto que llega hasta la capital del imperio. Mirando la estructuración de Hechos puede verse que toda la primera parte muestra cómo se predica en Jerusalén, luego en Judea y Samaría, y la palabra crece hasta llegar a Antioquía, Asia Menor, Europa, y finalmente hasta Roma. El “programa” del v.8 se despliega a lo largo de todo el libro.

En este marco, luego de haberle señalado a los apóstoles su misión, es que ocurre la ascensión. Jesús ya puede irse, tiene quienes continúen su tarea. El modo de elevarse es con características propias de las teofanías (manifestaciones de Dios), nube, cielo, hombres vestidos de blanco, y finalmente la confirmación de la visión. La palabra de los hombres marca también el sentido teológico de Hechos: Jesús vendrá del mismo modo que se lo vio partir, ¿qué hacen mirando al cielo? Es decir: “¡a trabajar!” Jesús va a volver y hasta que vuelva, a ustedes les toca anunciar el Evangelio, hacer que la palabra de Dios crezca y se anuncie en todo el mundo. Entendido en este sentido, Hechos no ha terminado, seguimos en el “tiempo de la Iglesia” y debemos continuar la tarea de la Evangelización.

La Ascensión es como una carrera de postas: ahora les toca a los sucesores, los apóstoles (que en Lucas son los Doce). Esto también se destaca en Hechos de un modo claro, luego le tocará a otros (los Siete, Bernabé y Pablo) y más tarde a otros, “los presbíteros”. El anuncio del reino debe continuar hasta que Jesús vuelva como se lo vio partir. Pero para que este pueblo profético pueda desempeñar su misión, debe estar acompañado por el Espíritu Santo, que es el gran responsable de la tarea evangelizadora. Pero la venida del Espíritu, el próximo paso antes de comenzar la misión, será en unos pocos días más.



Lectura de la carta a los cristianos de Efeso     1, 17-23


Resumen: La estrecha unión entre Cristo y su Iglesia marca un camino. Allí donde ya está el Señor se dirige su “Cuerpo”. Utilizando los Salmos el autor muestra que Jesús ya está junto a Dios habiendo vencido a las fuerzas del mal y la muerte y hacia donde nos dirigimos.


Después de un interesante Himno eclesial (1,3-14) el autor, un discípulo de Pablo, se dirige a los destinatarios (¿una comunidad? ¿una “carta abierta”?), haciendo expresa referencia a la misión de la Iglesia en medio del mundo (pagano). El autor señala que esto que destacará es lo que él pide a Dios en sus oraciones, por lo que el texto es claramente una “oración”. Si se ve atentamente, estamos ante una oración larguísima, sin punto desde el v.15 hasta el v.21. Los vv.22 y 23 constituyen finalmente la conclusión, o la motivación, que es la estrecha relación entre Cristo y su Iglesia, tan estrecha como la de un cuerpo con la cabeza.

En la oración, fundamentalmente lo que el autor pide para la Iglesia es que “conozca”. Sabemos que “conocer”, en el mundo bíblico es una experiencia profunda del objeto, no se trata de algo expresamente “racional”, o intelectual. Pide que Dios, “el Padre de la gloria”, el “Dios de nuestro Señor Jesucristo” les conceda “espíritu de sabiduría y revelación” precisamente para “conocerlo perfectamente”. De ese modo, podrán profundizar 3 elementos importantes: la esperanza en la llamada, la riqueza de la gloria y la grandeza del poder desplegado en la Pascua. Es decir, conocer a Dios implica conocer su intervención activa en la historia de la salvación, llegada a su plenitud en el “acontecimiento Cristo”. Pero esto es imposible sin el espíritu (no pensemos aquí que se refiera explícitamente al Espíritu Santo) de sabiduría, esto es la capacidad de comprender, el reconocer el paso de Dios en la vida, y de revelación, es decir la explícita manifestación de Dios que aclara, interpreta la historia. Sin dudas esto es necesario e imprescindible para reconocer el obrar de Dios que a continuación explicitará como llamada, gloria y poder. Pero todo esto es “en relación” a la comunidad, la esperanza es “a la que fuimos llamados”, la gloria es “en herencia a los santos” y el poder manifestado en la resurrección y ascensión es “poder para con nosotros”. La relación de la Iglesia con Cristo es inseparable. Es interesante notar (aunque aquí sólo es insinuado y desarrollará más adelante, esta unión de los creyentes con Cristo es tan plena que así como Cristo está resucitado y sentado junto a Dios, del mismo modo, estando plenamente unidos a Cristo, los creyentes ya están resucitados y sentados conjuntamente a él (2,6) a fin de “mostrar la sobreabundante riqueza de su gracia”.

Esta estrecha interrelación se expresa en la conclusión con la metáfora del cuerpo y la cabeza. No es unánime entre los estudiosos la afirmación de que la imagen esté tomada del ambiente estoico, o quizás también (pre) gnóstico, Lo cierto es que la imagen alude a –por un lado- una estrecha interpenetración, y también a un sentido de superioridad. La cabeza es, aparentemente, la conducción en este caso. No parece que deba entenderse en sentido de precedencia, sino de gobierno. El tema “cabeza de su cuerpo, la Iglesia” es tema recurrente en Colosenses y Efesios (Col 1,18.24; 2,10.17.19; 3,15; Ef 1,22-23; 2,16; 3,6; 4,4.12.15; 5,23.30; ver Ef 1,10). Esta comunión entre cuerpo y cabeza permite la esperanza ya que “precedernos como Cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza” (Prefacio). 

Es interesante señalar que esta “elevación” es “por encima” de todo “principado [arjê], poder [exousía], virtud [dynamis] y señorío [kyriótês]”. Estos extraños personajes (ver 3,10; 6,12; Col 1,16; 2,10.15) parece que deben entender como por poderes “de este mundo”, como personajes diabólicos, fuerzas del mal que son vencidas por Cristo aunque parezcan “todopoderosas”. Todo (panta) está puesto “bajo sus pies” constituido “cabeza del cuerpo” (v.22-23). Y así es “la plenitud del que todo en todo es plenificado” (así parece conveniente leer literalmente el versículo conclusivo). La fórmula “todo bajo sus pies” está tomada del Sal 8,7 y se refiere al “todo” de la creación sometido al señoría del ser humano que es “apenas inferior a un Dios” (v.6). Sin embargo, otro salmo está en el trasfondo de la idea de la ascensión al destacar al resucitado como “sentado a la diestra (de Dios) en los cielos” (Sal 110,1). Aquí volvemos a encontrar la idea de “los pies”, aunque en este caso se refiere explícitamente a los vencidos (cf. Jos 10,24). El rey se sienta a la derecha de Dios que lo guiará para triunfar sobre los enemigos, “quebrará a los reyes” (enemigos, v.5). Este Salmo fue muy utilizado por el primer cristianismo (ver Hch 2,33.35; Mc 12,35-37) para aludir a la resurrección (y el autor de Hebreos encuentra en el v.4 elementos para profundizar el sentido sacerdotal del Mesías). La ausencia de Jesús, el haber sido resucitado por Dios supone que Dios lo ha “llevado” junto a sí, y “sentado a su derecha”. El Salmo, que está en el trasfondo de este y otros textos es claramente usado por el cristianismo primitivo para mostrar que las Escrituras ya aludían a la resurrección de Jesús.



+ Evangelio según san Marcos     16, 15-20

Resumen: miembros de la comunidad de Marcos añaden una serie de textos al final abrupto del Evangelio incorporando, entre otros, la referencia a la ascensión tomada de Lucas. A él remitimos (primera lectura)

Es sabido que Marcos termina abruptamente su Evangelio en 16,8. Resultaba extraño a las comunidades un Evangelio en el que no hubiera apariciones del Resucitado, y por ese motivo se añadió lo que se conoce como “final largo”. En él se incorporan una serie de relatos, particularmente tomados del Evangelio de Lucas (la referencia los siete demonios de María Magdalena [Lc 8,2], a los peregrinos de Emaús [24,13-35], y… en este caso, a la Ascensión).

Es sabido, también, que la Ascensión es una creación teológica de Lucas. Finalizado el “tiempo de las apariciones del resucitado” Jesús “ya no está” entre ellos. La imagen parece tomada de la relectura cristológica del Salmo 110,1: “Oráculo de Yahvé a mi señor, siéntate a mi derecha”. Por tanto, Jesús ha “ascendido a la derecha de Dios” como se ve en el mismo Hechos de los Apóstoles:
Hermanos, permítanme que les diga con toda libertad cómo el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente. Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado con juramento que se sentaría en su trono un descendiente de su sangre, vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción. A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que ustedes ven y oyen. Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies”. (Hch 2,29-35)
Pero esta Ascensión (y remitimos a la primera lectura, que es la fuente de este texto, como dijimos) no es simplemente una “contemplación” sino una tarea para la Iglesia, Jesús le “pasa la posta” a su Iglesia. De allí que el texto finalice señalando que en continuidad con el envío de vv.15-16 “ellos salieron a predicar por todas partes” (v.20). La Ascensión de Jesús refuerza no tanto que “Jesús no está”, sino “para qué está la Iglesia”. Pero, para que esto sea una realidad [y notar que el tema no se encuentra en Marcos, pero sí en Lucas y Hechos] debemos esperar – la próxima semana – la donación del Espíritu Santo.


El video con comentario al Evangelio en
https://youtu.be/jkKyDuoYB5c
también en
https://blogeduopp1.blogspot.com/2024/05/comentario-al-evangelio-del-domingo-de.html

Foto tomada de cpsscba.org