Un
aporte para reflexionar el "Sacerdocio"
Eduardo de
la Serna
En la
lengua castellana hay una importante serie de términos que remiten a lo que es
“sagrado / sacro” (sacer––); se refiere a lo que pertenece al ámbito de
lo divino. Obviamente este es el origen del término “sacerdote”. Aclaremos, sin
embargo, que “lo divino” no implica, necesariamente un punto de partida
“ortodoxo”; el término se refiere a cualquier tipo de “divinidad”.
I.- Por
ejemplo, el término hebreo para indicar “sacerdote” (kōhēn),
que se encuentra 740 veces en la Biblia designa tanto a los sacerdotes judíos
como a los de los pueblos vecinos (no ocurre lo mismo con kemârîm
que sólo se encuentra tres veces y siempre designa sacerdotes de los “falsos
dioses”). La raíz etimológica del término no es clara y se han propuesto
diferentes variantes: del acádico, kânu, “inclinarse, homenajear”, del
hebreo kûn, “estar de pie (ante Dios)”, del arábigo, kāhin,
“vidente”, del siríaco, kahhēn,
bendecir, hacer feliz… Lo cierto es que el origen es
oscuro (1).
En el caso
particularmente bíblico, es importante señalar que no se trata de una
“vocación”, sino de una función. Todo varón perteneciente a la tribu de Leví
era sacerdote, y nadie de otra tribu podía aspirar a serlo. Y, como es obvio,
todo sacerdote tenía una responsabilidad en el ámbito de lo “sagrado”. Es
sabido que en los diferentes tiempos históricos las responsabilidades
sacerdotales eran diferentes; por ejemplo, los levitas eran, con frecuencia,
encargados de los diferentes santuarios de Israel, pero, a partir de la reforma
del rey Josías (ca. 622 a.C.), solo en el Templo de Jerusalén es posible dar
culto, por lo que estos reducen su ámbito de actividad. Sin embargo, poco
tiempo después (587 a.C.) el Templo es destruido por los babilonios y los
sacerdotes son llevados al exilio. Al regreso de este, se consagra un nuevo
Templo (“segundo templo”, 515 a.C.) pero, ante la ausencia de reyes, los
sacerdotes, especialmente el principal, que ahora se conocerá como “Sumo
Sacerdote”, tendrá un rol no solamente litúrgico sino también político. Con el
surgimiento del imperio griego y los conflictos desatados en tiempos de los
Macabeos (168 a.C.), el sacerdocio entra en una importante etapa de descrédito
que perdurará. El Sumo Sacerdote ya no siempre es elegido – por la administración
política – del clan de Sadoc, puesto que es seleccionado por la conveniencia
del gobierno de turno, cosa que perdurará también en el período romano hasta la
destrucción definitiva del templo durante la Guerra Judía (70 d.C.).
En el Nuevo
Testamento, el término (en griego, [hiereús, de hierós, santidad, o incluso referido al templo]
no es utilizado muy frecuentemente, lo hallamos 31 veces). En los Evangelios
siempre se refiere al sacerdocio judío (una vez el sacerdocio pagano, en Hch
14,13) (2).
Para dar un
paso más es interesante notar, como paralelo, lo que se dice de los “profetas”.
La Biblia hebrea utiliza particularmente el término nābî’,
el cual también tiene una etimología poco clara y, el cual, también se utiliza
indistintamente, sea que se refiera a los profetas de Israel o a los falsos
profetas (3). Cuando la Biblia se traduce al griego (ca. 200 a.C.) los
traductores interpretaron que el término griego “profêtês” era el
adecuado, aunque fuera, en realidad, limitado. Algo semejante ocurre con el
término “sacerdote” y a lo “sagrado”.
Señalemos
que la referencia a un sacerdocio es frecuente en muchísimas culturas,
especialmente las más organizadas, por ejemplo, con panteones, lugares y
tiempos sagrados, etc. En ellas suele haber algunos personajes, masculinos y
femeninos, que juegan un rol en función de lo sagrado.
La
actividad intermediaria (Mittlertätigkeit) en el marco de una respectiva
"religión" socialmente reconocida puede ser objetivamente un rito de
iniciación separado o un acto de consagración. Como resultado, el candidato es
elevado por encima de otros miembros de un grupo social, especialmente separado
de ellos y colocado en el grupo o zona de lo "sacro", de modo que
ocupa una posición intermedia (mittlere) entre la deidad por un lado y el grupo
de personas asociadas a ella por el otro (4).
En este
sentido, resulta evidente que – especialmente si excluimos la carta a los
Hebreos – los diferentes ministerios que se aplican a diferentes miembros de
las comunidades, están lejos del espacio “sagrado”: apóstoles (= enviados),
profetas, maestros, dirigentes, episkopoi (vigilantes), presbyteroi
(ancianos), diakonoi (servidores); nada de todo esto remite
necesariamente al espacio “sagrado” … Si a esto añadimos que, evidentemente,
Jesús no era sacerdote, sino laico (por no ser de la tribu de Levi sino la de Judá),
las categorías sacerdotales están fuera del horizonte del Nuevo Testamento.
Dijimos “si
excluimos la carta a los Hebreos”, precisamente porque en ella hay un aporte
novedoso. Decíamos que
el término “hiereús” se encuentra 31 veces en el NT, de las cuales 14
veces se hallan en este escrito. Entendemos que la obra de Albert Vanhoye sobre
el “sacerdocio en el Nuevo Testamento” ha dado un paso indispensable sobre este
tema (5). Vanhoye indica que el autor de Hebreos invita a una lectura alegórica
según la cual, entonces, Cristo es visto como sacerdote, pero ya no al modo de
Leví sino al modo de Melquisedec, que es – para esta lectura simbólica – un
sacerdocio superior al antiguo. Cristo accede a esto por su muerte y
resurrección por lo cual ya no muere más y por eso es “sacerdote para siempre”.
Así la “carta” puede quebrar algo hasta entonces inaccesible ya que la novedad
inaugurada por Cristo no tenía en su comunidad sacerdocio (lo que resultaba
culturalmente incomprensible). Así, la “carta”, puede señalar que Cristo es,
entonces, único y eterno sacerdote. Ya no hay ninguno más.
Ciertamente esto indicaba que – además – ya no hay templo, ya
no hay sacrificios dando así una respuesta fundamental, pero dejando a las
comunidades sin otro ministerio “sacerdotal”; sólo Cristo lo es, y para siempre
(el término “de una vez – y para siempre –” [efapax] se repite tres veces
en la carta: 7,27; 9,12; 10,10). ¿Cómo sería, entonces, el encuentro de las
comunidades con “lo sagrado” sin un ministro?
Es indispensable volver a la Biblia. Es habitual que en
Israel se pretendiera – como los demás pueblos – que el “culto”, los “lugares
sagrados” sean los espacios de encuentro con la divinidad, pero – sin embargo –
esto es constantemente criticado, particularmente en la literatura profética, cuestionando
un culto que no viene, previamente, precedido por una actitud: el “derecho y la
justicia” (6). A Dios no se lo encuentra donde “nosotros” creemos que está o
pretendemos encontrarlo, sino allí donde él nos sale al encuentro, y esto es en
la fidelidad a la alianza. En el Nuevo Testamento, Jesús da todavía un paso más
en ese mismo sentido: la voluntad del Padre es que los suyos vivan un amor como
el que ha manifestado su hijo. El amor a Dios y al prójimo “vale más que todos
los sacrificios y holocaustos” (Mc 12,32). Si en las diversas culturas el
“sacerdote” pone a las personas en el ámbito divino, en lo “sacro”, el Dios de
la Biblia pretende que ese encuentro con Él se dé en la comunión
fraterno-sororal con las y los demás. Allí es donde Él se hace presente. Esto
no niega, por cierto, el “culto”, pero éste solo tiene sentido “después” de la
fidelidad; “antes” sería un “culto hueco”, como tantas veces repite críticamente
la Escritura (ver 1 Sam 15,22; Am 5,4-6; Os 8,11-13; Miq 6,6-8; Is 1,10-17…
etc.). En el Nuevo Testamento es, todavía de destacar, que cuando en la
comunidad de Corinto los ricos no esperan a los pobres para la comida
eucarística, y, entonces, estos pasan hambre, Pablo no duda en afirmar: “esto
no es la cena del Señor” (1 Cor 11,20) ya que no es la recta confesión de fe
(“Señor, Señor”) sino la realización de la voluntad del Padre la que nos
permite entrar en el Reino (Mt 7,21).
II.- Pero avancemos un poco en la historia. Los conocidos
como “Padres de la Iglesia” han dejado una huella imborrable en la tradición
cristiana. Una huella que no se puede ignorar.
La característica del sacerdocio, por ejemplo, para Policarpo
es la “compasión” (7); para Ireneo de Lyon pronunciar palabras sanas y aprender
la verdad (8); para Orígenes, relacionándolo con el martirio, los sacerdotes
“se ofrecen a sí mismos”. Estar en la “tienda” (anticipo del Templo en Ex 26,7;
etc.) es aprender y enseñar. Se trata de la mutua atención (9). Para Tertuliano, se
trata de meditar las Escrituras, las que a su vez nos escrutan (10). A
semejanza de Orígenes (11), para Hipólito, se trata de alguien “elegido por el
pueblo” (12). Cipriano, reflexionando sobre la eucaristía, dice que el vino
representa la sangre de Cristo y el agua al pueblo, por lo que no es sensato
celebrar con uno solo de ellos, ya que el misterio se consuma con ambos juntos
(13). Lactancio se refiere a quien anduvo fielmente por los caminos del Señor,
motivo por el que accedió al sacerdocio (14). Eusebio insiste que Cristo es el
verdadero y único sacerdote (15). Atanasio afirma que el Verbo es hecho
pontífice por la encarnación (16). Gregorio de Nacianzo que no somos
ventrílocuos que dicen palabras gratas, traficando con ella y causando la
perdición (17). Agustín contrasta con los pastores que se apacientan a sí
mismos, y él ofrece como manjar la Palabra (18). Para León Magno, la alegría
del pueblo fiel es el gozo de su pontificado (19). Gregorio Magno sostiene que
el prelado ha de ser siempre el primero en el obrar, ser prójimo de cada uno
por la compasión y aventajar a todos en la contemplación. La palabra se debe
acomodar para la edificación de los oyentes (20).
Por cierto,
como es evidente, los diferentes autores deben ubicarse en su contexto; no se
trata de palabras formuladas a modo de receta. Por ejemplo, no se ha de olvidar
que, desde san Justino, el platonismo hace su entrada en el lenguaje
eclesiástico, dejando de lado el lenguaje semita, lo que implica una diferente
cosmología, antropología, etc.; que ciertas tendencias encratitas prohibían el
uso del vino, por lo que algunos celebraban la eucaristía con agua sola (lo que
explica el dicho de Cipriano citado más arriba), que Hipólito rompe –
temporalmente – con el Obispo de Roma ya que entiende que no hay una nueva
oportunidad de pecado después del bautismo; etc. No es conveniente, asimismo,
olvidar que, por ejemplo, la carta a los Hebreos – importante, como hemos
señalado, para nuestro tema – recién fue aceptada en el canon occidental en el
s. IV (21).
Esto aquí
dicho tampoco debe entenderse en el sentido de que los padres propongan un
sacerdocio “fuera” de la celebración del culto: Justino, Ireneo, Hipólito
Romano y Cipriano, por ejemplo, lo señalan claramente.
A modo de
ejemplo más preciso, es importante el extenso tratado (6 libros) de Juan
Crisóstomo sobre el sacerdocio (22). Estos textos son presentados como un
diálogo con un íntimo amigo, Basilio, sobre este tema (no es el caso aquí
responder si se trata de un dialogo real o ficticio para presentar el valor del
sacerdocio). Ambos amigos son propuestos (contra su voluntad) para la
ordenación presbiteral. Juan se esconde, pero engaña a Basilio el cual – sin
escapatoria – recibe la ordenación. Esto da origen al debate o diálogo. El tema
recurrente es que Crisóstomo no se considera apto para el ministerio porque no
podría obrar en beneficio del pueblo. Todo el tratado señala claramente que,
para Juan, no hay sacerdocio sin pueblo. El ejemplo (que, según afirma, el suyo
será malo) y particularísimamente la enseñanza son el humus del
sacerdocio que él considera dignísimo (más que los ángeles, más que los monjes)
y para el que él no se ve apto (pero sí ve apto a Basilio). Insisto que no se
ha de entender que Crisóstomo no dé importancia a las celebraciones litúrgicas
(eucaristía y bautismo, III:4; perdón de los pecados, III:6) pero – ciertamente
– de celebración con el pueblo se trata (23). A modo meramente estadístico, es
interesante señalar que en las 150 páginas que tienen estos seis tratados, el
término “altar” se encuentra solamente ¡dos veces! (y en un mismo párrafo) (24).
III.- Cuando
en noviembre del 2001 los obispos argentinos iban a reflexionar sobre el rol de
los presbíteros, más de 100 curas del grupo OPP escribimos una carta a los
participantes. En ella señalábamos algunas de las cosas acá indicadas para que
fueran tenidas en cuenta como propio de los ministros ordenados (no tuvimos
ningún tipo de respuesta ni personal ni escrita). Nuestro temor era que se
considerara el presbítero exclusivamente en función del altar; de allí nuestra
reticencia al uso del término “sacerdote”. Entendemos que el “cura” lo es
cuando celebra, pero también cuando tiene reuniones de la comunidad, cuando
enseña la palabra, cuando visita familias…
El Concilio
Vaticano II, en su constitución Presyterorum ordinis, señala que es
propio (en realidad lo es de todos los miembros de la Iglesia, y,
jerárquicamente, de los presbíteros y epíscopos), la triple misión de “enseñar,
santificar y gobernar” (PO 4, 5 y 6, preparado por # 3). Puesto que esto remite
a la actitud de ser reyes, profetas y sacerdotes, y que esto tiene su origen en
el bautismo (25), por lo que todo el pueblo de Dios lo es, se debe destacar que
cada carisma, cada vocación eclesial, tiene un modo propio de enseñar, de santificar
y de gobernar y todos ellos se viven en función del servicio al Pueblo de Dios.
Como
podemos notar en el testimonio de los Padres (e incluso de muchos de aquellos
que no se han citado) es que algunos se han caracterizado particularmente por
su carisma de gobierno, otros – quizás más cercanos al monacato – por su
búsqueda de la santificación del Pueblo de Dios y las celebraciones y otros –
de los que Crisóstomo es, ciertamente, un ejemplo, pero no el único – por su
predicación y enseñanza.
Hoy, en
nuestro tiempo, además de miles de laicas y laicos (mayoritariamente anónimos),
y algunos obispos, también hay presbíteros que son presentados como modelos
para el pueblo de Dios. Ciertamente, es de señalar, cuando se presenta a alguno
como modelo (por ejemplo, por su canonización) muchos de los propuestos están
muy lejos de la vida cotidiana del pueblo de Dios; un ejemplo evidente es la
canonización de los Papas; allí se suele presentar al pueblo un modelo que les
es, evidentemente, muy lejano en su modo de vida. Cuando se presenta como
modelo un “presbítero”, del mismo modo, no todo lo que él ha vivido es también modelo
para el pueblo de Dios, aunque sí lo sea – o pueda serlo – para otros
presbíteros; pero, además, no se ha de descuidar que algunos han destacado por
su sacerdocio, otros por su pastoral y otros por su profecía, unos por su
santificación, otros por su capacidad de gobierno y otros por su enseñanza. Insistimos,
no hay “un modo único de ser presbítero”.
IV.- A modo
de ejemplo… recientemente se ha destacado – con absoluta justicia – el rol
presbiteral de la persona de Carlos Mugica (asesinado en 1974). Él mismo lo
dice constante y frecuentemente (él utiliza – como es propio de su tiempo
[anterior al citado libro de Vanhoye, por ejemplo] el término “sacerdote”). Sin
embargo, y lo hemos dicho, la clave nos parece, debe estar en qué tipo de
“sacerdote” él pretendía ser; ¿cómo era el presbítero que Carlos Mugica soñaba
ser? Sin duda que Carlos celebraba la Eucaristía (yo mismo fui testigo
de ello… con mucha frecuencia iba a la misa dominical en “Cristo obrero”, en
“la 31” – la Villa Miseria donde Carlos desarrollaba una parte importante de su
ministerio – así que nadie podría negarme que “Mugica celebraba”; incluso fue
asesinado, precisamente, al finalizar la misa en la parroquia San Francisco
Solano). Pero Mugica también era profesor de teología en la Universidad del
Salvador (enseñaba, por tanto), cosa que también hacía en sus frecuentes
participaciones en los Medios de comunicación. Y también dejó su impronta en la
organización de diferentes actividades pastorales (también fui testigo
de las exigencias que teníamos quienes participábamos periódicamente en el
Apoyo Escolar en la Villa). También eso era, para Mugica, parte de su
ministerio. Creo que – a semejanza de Crisóstomo – Mugica no podía entender su
ministerio “sin pueblo”.
Con mucha
frecuencia Carlos daba una importancia muy grande a la Encíclica Divino
Afflante Spiritu de Pio XII (1943). Él había ingresado al Seminario (1952)
y pretendía originalmente ser un “sacerdote” para “salvar almas”, pero Pio XII
le enseñó que el dualismo “cuerpo – alma” (y el de “Iglesia – mundo”) no tenía
fundamentos bíblicos (sino del helenismo que – como dijimos – introdujo san
Justino). En adelante, y Mugica lo repetía, toda la persona y toda la
realidad-historia estaban invitadas a ser compenetradas de Evangelio. Creo entender que indicar el ministerio ordenado como "sacerdocio" se trata de limitarlo al "altar", a lo "sacro" e invisibiliza lo pastoral y lo profético que también le es constitutivo.
Lamentablemente,
en nuestros tiempos, el invierno eclesial hizo volver atrás en muchas cosas. El
dualismo “ha vuelto” y grupos (y pastores) espiritualistas pretenden
desencarnar el ministerio. Irónicamente, José Ignacio González Faus dice que
muchos hablan “como si la Biblia dijera que la Palabra se hizo nube y sobrevoló
sobre nosotros” (26). Ciertamente no es ese el “sacerdocio” que Carlos Mugica
soñaba y pretendía, aunque a veces pareciera que otros lo pretendieran o
quisieran.
Sencillamente
sirva esto para señalar que no todos los ministros ordenados se convocan exclusivamente
en lo “sacerdotal”, ya que muchos se concentran en las actitudes de “buen
gobierno” y otros en la “enseñanza”; y si bien los tres aspectos deben
destacarse, no puede ignorarse que hay ministros que son modelos más por uno u
otro aspecto en su vida. Y que, sea en uno o en otro, todos pueden ser
presentados como modelos de ministros ordenados.
Notas:
Foto tomada de https://www.minutouno.com/sociedad/homenaje/llega-este-domingo-el-festival-carlos-mugica-cumple-n5837086