Para Jesús el amor es militancia
“Ni antes ni después hubo un rey como él, que se convirtiera al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con todas sus fuerzas, conforme en todo con la ley de Moisés” (2 Re 23:25).
Para Jesús el amor es militancia
“Ni antes ni después hubo un rey como él, que se convirtiera al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con todas sus fuerzas, conforme en todo con la ley de Moisés” (2 Re 23:25).
Video con comentario al Evangelio del domingo 31º "B"
también puede verse en
Eduardo
Las mujeres, una mujer, no princesa/s
Eduardo de la Serna
Quiero
empezar con una frase del impresentable Javier Milei, en la que niega que por
un mismo trabajo las mujeres reciban menor salario, la “prueba”, para él, es
que si así fuera las empresas estarían llenas de mujeres. Más allá de lo que
esto implica de los criterios de contratación, su dicho (como muchos otros,
como por ejemplo su negación del cambio climático) tiene un evidente conflicto
con la realidad. Pero a esto no se lo suele llamar ideología (la ideología es
cuestionada y criticada si es “progre”, no si es de derecha); no se señala que
el prisma con el que mira y analiza distorsiona totalmente los hechos y los
falsea. La realidad nos dice otra cosa, ciertamente.
Y,
con un motivo evidente: el cumpleaños de las Abuelas de Plaza de Mayo, quiero
simplemente hacer memoria de algunas mujeres del presente, de las que no haré
una biografía, sólo una referencia a las huellas que dejan para marcar rumbos
en nuestro caminar.
Y,
como digo, pienso en el presente simplemente por una casi pereza intelectual de
mirar detenidamente en nuestro pasado; es evidente que si hay huellas hoy es
porque las hubo ayer… y antier. Y las habrá mañana. Basta pensar (y son las
primeras que se me ocurren) en Juana Azurduy, Manuelita Sáenz y Evita Perón donde
ya, más que huellas, tenemos mojones. Y tampoco quiero mirar más allá de
nuestras fronteras y pensar, por ejemplo, en Angela Merkel o en Michelle Obama.
Tampoco en algunas personajas de las que me faltan elementos para mirar
detenidamente, como Michelle Bachelet o Dilma Rousseff, o incluso Rigoberta Menchú.
Simplemente pienso en diferentes áreas; y tampoco olvido que hay allí algunas
que representan todo lo contrario de lo que quisiera señalar, basta mirar las
mujeres de Cambiemos (o Juntos), a mujeres que ayer militaban en Derechos
Humanos hasta que “pasaron cosas”, o mujeres en la ciencia o… (los nombres
saltan a la vista de quien quiera mirar). Quiero mirar a las que quiero mirar,
simplemente.
Por
lo señalado no puedo menos que comenzar por las Madres y las Abuelas de Plaza
de Mayo; un faro en la lucha y la militancia, en la mirada del ayer y los pasos
firmes de hoy. Basta verlas con la debilidad de los años (superan los 90 muchas
de ellas) y la firmeza de sus convicciones. Como si nos gritaran al oído
consignas de ayer, empujones de hoy y rumbos de mañana, movilizando timoratos, empujando
dubitativos y exponiendo visiblemente a los que frenan o desvían la marcha de
un pueblo. Pocas mujeres como ellas, cuyos nombres todos conocemos (sin reconocer
siempre sus apellidos… que no son lo más importante, porque es su nombre el que
las nombra) trazan tan claramente una línea del ayer al hoy. Y todos sabemos
que dos puntos marcan una recta, y solo una. Un camino recto. Uno por
transitar. Un hacia dónde.
En
la política, además del nombre señero del hoy, hay otras muchas a las que mirar
con admiración, reconocimiento… y amor. Mayores y menores, hasta casi niñas que
expresan convicciones. Todos recordamos nuestra adolescencia o miramos la de
otros y otras con su rebeldía, razonable y hasta justa, que cuestiona a las
madres (y padres): “mamá no me entiende”, “mamá es la peor madre del mundo”, “yo
quisiera que mi mamá fuera como la mamá de fulanx” … hasta que, en algún
momento, a veces tarde, une descubre que “mamá tenía razón”. En nuestra
democracia adolescente, muchas veces pasa lo mismo; además de que no faltan quienes
exponen públicamente sombras de nuestras madres (reales o inventadas, “fake”
se les dice) como si hubiera quien no las tuviera. Sólo quisiera celebrar, en
una a todas, a aquella que ayer se quejaban de que hablaba mucho y hoy de que
habla poco, y que cuando expone ese “poco” deja claro el camino y el rumbo.
Sinceramente.
Mirando
el ambiente de las artes resulta evidente que, “que las hay, las hay” (y si el
dicho alude a las brujas, expresamente no lo menciono, porque si algo creo que
hay que evitar es ese dicho aplicado a mujeres. Siglos de dolor y muerte se
provocó el atributo). No necesariamente me han de gustar, por aquello de “sobre
gustos…”, pero difícilmente se puede ignorar presencia de mujeres señeras en la
música, la literatura, las artes plásticas. No hace mucho perdimos una grande
cuyo nombre remite a tres palabras claves: Patria, Tucumán, libertad. Una que
supo reunir en torno a ella (y el honor que significaba ser convocado/a) a
todos y todas en recitales o en su obra final y maravillosa, cantando.
El ambiente de las ciencias también muestra mujeres que brillan (aunque, como en todos lados, los que pueden – es decir, los que tienen poder – exhiben impúdicamente algún nombre en la práctica detestable); al personal de salud, ¡salud! Y valga también para la docencia con maestras y profesoras que “enseñan”, en todo el sentido de la palabra, y a alguna que reconocemos recién cuando la reconocen fuera. Y, ¿cómo olvidar los Medios de comunicación? Esos que frecuentemente incomunican… Pero en el cual muchas mujeres, voces inconfundibles en ocasiones, nos hacen poner un oído atento y predisponernos a la escucha. Aunque sería injusto no tener muy presentes las voces silenciadas, de ayer y de hoy, voces añoradas y, quizás ilusoriamente, siempre esperadas. O las imágenes de aquellas de las que, siempre soñando, seguimos esperando el Milagro de su libertad…
No podría ignorar lo que se ha llamado el “movimiento de mujeres”, que reúne desde actrices hasta colectivos de víctimas de la violencia, la discriminación, o “simplemente” reunidas por una lucha que engrandece a todes. No está de más repetir, una y mil veces más, que el feminismo no es un movimiento en favor de las mujeres; es en favor de la humanidad toda. Carlos Mugica, hablando de opresores y oprimidos decía “a mi me hace mal que me oprima y a él le hace mal oprimirme”. Vale para este caso: el patriarcado le hace mal a la mujer, porque la victimiza, pero también le hace mal al varón porque lo pone en un lugar de inhumanidad.
Y
finalmente una nota sobre las mujeres en la Iglesia. Podríamos ironizar con la
frase ya famosa de uno que nos debe todo: “esa te la debo”. Y sería cierto.
Pero no podemos ignorar que si hoy la Iglesia está presente en millones de
espacios y lugares (más allá de aquellos de los que debiera estar separada) se
debe casi exclusivamente a mujeres: abuelas, catequistas, y hasta secretarias
parroquiales… Es difícil encontrar quienes hoy puedan decir que tienen fe en
Jesús y señalen como su causa a curas, obispos o religiosxs, pero sí quienes
puedan mirar a sus abuelas, madres, catequistas… La Iglesia tiene rostro de
mujer; y no me refiero a la tontería de que está “casada” con Cristo, o cosas
semejantes, me refiero a que lo que de la Iglesia hoy se hace visible y amable,
en lo que, en una inconmensurable mayoría de las veces, de mujeres hablamos.
Como
dije, el cumpleaños de las Abuelas motivó que escriba esto. Que no pretende ser
abarcativo, sino tirar puntas. Puntas que invitan a mirar, a posicionarse (no
sólo tomar posición, sino estar en una posición), es decir saber de dónde
venimos, dónde estamos y hacia donde vamos. Y saber que es un camino que no
hemos transitado sin mujeres, y que no queremos que siga sin ellas.
Imagen
tomada de https://palabritasajenas.blogspot.com/2018/03/mujeres-2018-princesas.html
Milagros y exorcismos de Jesús en tela de juicio
Eduardo de la Serna
Antes
de comenzar mi reflexión sobre los llamados milagros y exorcismos de Jesús
quiero decir algo sobre el título. Más de una vez me ha ocurrido de haber sido
criticado, o haber tenido que dar explicaciones, por algo escrito solamente a
raíz del título. Y – lo reconozco – con frecuencia, mi intención es que este
sea provocador, es decir provocar la lectura; una especie de “anzuelo”.
En
el lenguaje común, algo que está en “tela de juicio” es algo que está en duda,
que se discute y – casi, casi – que se niega su realidad desde el comienzo.
Pero, por lo que sé, el término proviene del ambiente judicial y se refiere a
la “trama” de un juicio que, finalmente, espera una sentencia justa. Y es en
este sentido que lo quiero pensar en estos párrafos que siguen.
Milagros
Lo que llamamos “milagros” en ocasiones
traduce el término hebreo pl’ (Gen 18,14: “¿hay algo difícil, imposible,
para Dios?”; algo “difícil” de evaluar, Dt 17,8; cf. Zac 8,6). El término, en
ocasiones, se traduce al griego por adynatéô (alfa privativa, del
verbo dynamai, poder: es decir: no poder, impotencia, imposible). En el
Nuevo Testamento, el término castellano milagro suele traducir el griego “dynamis”
que es de uso común: “lo que se puede / apto…”; la raíz remite a lo “ad-mirable”,
lo asombroso. Alude a la reacción frente a algo que se “mira”. En este sentido
hay una nota importante de diferencia: un signo de “poder” (en griego) remite a
la fuerza que un hecho o acontecimiento tiene, mientras que referirlo como “milagroso”
(en castellano) remite a la repercusión que tiene el hecho en el o los
testigos. Hay que señalar, además, que, con frecuencia, como es razonable, no
siempre el término “dynamis” se debe traducir por “milagro” (“poder”,
sea este humano o divino, es también dynamis). Es bueno notar que, en
ocasiones (pocas), se utiliza también el término thaumasía (muy
frecuente en los Salmos [x51], solo 2 veces en Mateo, una en Marcos y una en
Juan), lo admirable, maravilloso. Notemos, entonces, que mientras en castellano
el acento está puesto en lo que los testigos observan de un hecho, en griego, el
lenguaje de los Evangelios, el acento está puesto en el “poder”, sea de Dios,
de Jesús, del Reino…
Sin duda muchos de los
hechos-de-poder de Jesús causan asombro, pero – notablemente – muchos de estos no
son calificados, simplemente se dice “abrió los ojos al ciego”, o “hizo andar
al cojo”, pero no se lo califica de “milagro”; el término suele utilizarse en
sumarios, no en narraciones.
En este sentido, es de notar
una serie de elementos. [1] El así llamado “secreto mesiánico”, propio de
Marcos: es decir, Jesús que manda, infructuosamente, por cierto, callar frente
a un hecho-de-poder porque no quiere ser reconocido por los “milagros” sino en
la cruz, “verdaderamente” (15,39). [2] También la intencionalidad teológica de
los evangelistas al narrarlos, donde pretende “un plus” del hecho en sí: la
humanidad “levantada”, la humanidad que “camina”, la humanidad que puede “ver” … No es tanto, entonces, el hecho-de-poder lo
que cuenta, en el relato evangélico, sino la vida, el discipulado, la fe… [3] Es
sabido, también, que Juan no utiliza jamás el término dynamis (sí una
vez thaumasía, para señalar – el ex ciego de nacimiento – lo “extraño”
de que los “judíos” no sepan de donde es Jesús, 9,30); Juan utiliza el término
signo (sêmeia), también conocido por los sinópticos pero en el sentido
de aquellos que piden un “signo” a Jesús, o él que invita a reconocer los “signos
de los tiempos”… los “milagros”, entonces, en el cuarto Evangelio “esconden”
algo que debe ser descubierto, esconden la “gloria” de Jesús. [4] Finalmente
notemos que el uso del par “signos y prodigios” (sêmeia kaì terata)
tiene una connotación profética: es lo que se espera del profeta semejante a
Moisés (Dt 34,11; cf. 18,18). Los signos y prodigios, entonces, son como lo fue
la salida de Egipto (Dt 26,8) aunque también es algo que pueden llegar a hacer
los “falsos profetas” (cf. Mt 24,24). Los “signos y prodigios” son frecuentes (además
de en Deuteronomio [x6], donde son obras de Dios en las que Moisés interviene
como mediador profético) en Hechos de los Apóstoles (x9) señalando la vocación
profética de la comunidad cristiana; desde la venida del Espíritu Santo la
Iglesia debe ser profética.
Señalemos, entonces, que
Jesús, no pretende habitualmente, manifestar el poder del Reino, pero “no puede”
permanecer indiferente ante el dolor y el sufrimiento; se conmueven sus
entrañas y su compasión manifiesta visiblemente que Dios “no quiere” el
sufrimiento del ciego, del cojo, de la viuda que acaba de perder a su único
hijo… E incluso se “enoja” ante la fuerza de la enfermedad, como ante la persona
con lepra. Pero, y esto parece lo importante, todos estos acontecimientos deben
interpretarse como un signo de quién es Jesús, y de la presencia del Reino:
Vayan a informar a
Juan de lo que han visto y oído: los ciegos recobran la vista, los cojos
caminan, los que tienen lepra quedan limpios, los sordos oyen, los muertos
resucitan, los pobres reciben el Evangelio. (Lc 7,22)
Y no
puede dejarse de lado que en esta lista de “signos”, de “milagros”, se incluye
la evangelización a los pobres. Ciertamente se trata de manifestar el
cumplimiento de textos de Isaías (26,19; 29,18-19; 35,5-6; 61,1), pero en la
lista de signos, que manifiestan la presencia del Reino, no puede omitirse el
anuncio del Evangelio a los pobres; precisamente los que no tienen “buenas
noticias” en su vida cotidiana (como no tienen vista los ciegos, ni pureza los
que tienen lepra…).
Señalemos,
entonces, que los llamados “milagros” de Jesús son inseparables de su
predicación del Reino, son constitutivos de esta y ni siquiera son lo más
importante.
Exorcismos
Los
llamados “exorcismos”, en cambio, remiten directamente al término griego (exorkistês)
y sólo se encuentra una vez en toda la Biblia (Hch 19,13) referido a unos “exorcistas
judíos ambulantes” que conjuran “en el nombre del Jesús que Pablo predica” …
Flavio Josefo, en cambio, hace referencia a algunos exorcismos, también judíos:
El método del tratamiento de curación
era del siguiente tenor: acercaba a la nariz del endemoniado el anillo, que
tenía debajo del sello, una raíz del árbol que Salomón había indicado, y luego,
al olerla el enfermo, le extraía por las fosas nasales el demonio, y nada más
caer al suelo el poseso, Eleazar hacía jurar al demonio que ya no volvería a
meterse en él, mencionando el nombre de Salomón y recitando los encantamientos
que aquel había compuesto. (Ant. VIII,46-48)
Los
exorcismos, entonces, se realizan por conjuros y rituales (y la notable
referencia a Salomón), cosa que Jesús nunca realiza; él simplemente “expulsa” a
los demonios luego de “conminarlos” (confrontarlos). [1] El término expulsar,
quitar (ekballô) no necesariamente alude a los demonios (quitar una
pelusa; o ser expulsado de un lugar) aunque es el término habitual; [2] conminar,
ordenar (epitimáô) también se utiliza en otras ocasiones (Pedro conmina,
reprende, a Jesús, el mendigo ciego Bartimeo es conminado a callar), se trata
de una palabra confrontativa o de autoridad, como Jesús que manda callar, o
conmina a la tempestad.
Lo
importante, en nuestro caso, es que Jesús jamás realiza conjuros ni rituales,
simplemente expulsa con su palabra, palabra que tiene autoridad. Y, nuevamente,
esa palabra es signo del Reino de Dios (“si expulso demonios con el dedo de
Dios es que el reino de Dios ha llegado a ustedes”, Lc 11,20). Se puede decir claramente,
que Jesús no hace exorcismos, pero sí que expulsa demonios con la autoridad de
su palabra; algo particularmente importante en Marcos y totalmente ausente en Juan. Es interesante (responde a la teología de Lucas, por cierto) que
Jesús “reprende” a la fiebre que tiene “presa” a la suegra de Simón con una
actitud que recuerda a Elías y Eliseo; es la palabra profética la que “expulsa”
a la fiebre personificada que se había apoderado de la mujer.
No
debe dejarse de lado, además, el sentido político que tienen – al menos en
ocasiones – las expulsiones de demonios: no es inocente que el demonio que ha
dominado a una persona en Gerasa, y que no puede ser dominado ni controlado,
reciba el nombre de Legión, y que sea desplazado a una piara de cerdos (el
jabalí era imagen de la IX legión, legio fretensis). Se ha afirmado, y
coincidimos con ello, que los estados alterados de conciencia (EAC) son vistos
como “demonios” en muchos ambientes pre-industriales, y que esto ocurre frecuentemente
en los sectores más vulnerables de la comunidad, quienes experimentan
críticamente la exclusión de la sociedad. El terapeuta le manifiesta con
autoridad que hay otra sociedad en la que es incluido, restaurando, así, su
psiquis dañada, alienada (se trata del reino, ciertamente, en el caso de
Jesús).
Conclusión
En
sociedades o comunidades con una fe débil, suele ser frecuente la necesidad de
recurrir o pretender milagros o exorcismos para fortalecer a los alienados o a
los necesitados; la proliferación de
estos suele ser, curiosamente, un alivio para muchos; un supuesto signo de la
presencia de Dios para otros (y, con frecuencia, un buen ingreso económico para
unos pocos). Pero, precisamente, mirando los evangelios, suele ser, claramente,
expresión de una fe limitada y no una búsqueda firme y profunda de aquello que
da hondura a nuestra vida (esa es la raíz hebrea del término fe, amén,
la raíz, los cimientos, la firmeza).
No
se trata de poner confianza en lo exterior, en lo extraordinario, precisamente,
sino aprender a hundir las raíces de la vida en el Reinado de Dios, en un Dios
que, como padre/madre nos invita a profundizar nuestra existencia en la palabra
de Jesús, palabra profética, palabra con autoridad, palabra que nos envía y nos
invita a salir de nosotros mismos hacia la cruz y los crucificados, los pobres para que tengan buenas
noticias y así se pueda mostrar al mundo las maravillas de Dios que en signos y
prodigios manifiesta que su p/maternidad se hace presente en la vida de las
hermanas y los hermanos, ¡y vida en plenitud!
La ofensa de las piedras
Eduardo de la Serna
Resulta curioso que la prensa
hegemónica, esa que le busca el pelo al huevo (para no hablar de la quinta pata
al gato, porque no muerden la mano gatuna que les da de comer), como no puede
hablar de disturbios, de saqueos, o de aluvión zoológico, lo que resaltó, recalcó
y repitió de la marcha del 17 de octubre fue que dos imbéciles vandalizaron el
memorial de los muertos por covid (y ya hice mención en otra parte que esos
mismos medios jamás dijeron palabra sobre las frecuentes vandalizaciones de los
pañuelos ni siquiera cuando fueron directamente arrancados de la plaza).
Curioso. Los que hicieron todo
lo posible para que mucha gente muera, se montaron luego en el luto y el duelo
y llevaron piedras (después de las bolsas mortuorias) haciendo memoria por los “muertos
que vos matáis”. El gobierno, entonces, utilizó esas piedras para hacer un
lugar de la memoria (y fracasó el intento opositor de quejarse por la violación
de la propiedad privada; demasiado hilarante era).
Las piedras son un símbolo
polisémico en muchas culturas: por lo que he podido saber se colocan piedras al
visitar a los muertos en las culturas celta, masai, judía mientras que en otras
culturas como mongoles, kasajos, obos, tibetanos, inuit y andinos suelen
indicar caminos (límites de comunidades, cruce de caminos, lugares de caza).
Una piedra puede ser “fundamental” o “capital”, puede ser incluso instrumento
para la pena de muerte por apedramiento… Con piedras se construyen casas y
caminos “empedrados” y hasta se sellan tumbas. Con piedras se hacen
instrumentos desde cuchillos sacrificiales hasta platos o jarras. En suma,
piedras pueden significar una cosa y casi la contraria. En la Biblia, por
ejemplo, así como se erigen piedras conmemorativas (Gen 35,14) a su vez se prohíbe
que las haya (Dt 16,22).
Resulta, insisto, curioso que
la prensa parezca responsabilizar de un destrozo a los mismos que lo edificaron…
Y me permito una analogía.
Carlos Mugica contaba que, en
su pasado gorila, había custodiado los templos incendiados por la barbarie
peronista; pero una vez que de dejó convertir por los pobres, que aceptó el “hedor”
del pueblo, se autocriticaba diciendo que se “había conmovido por los templos
de piedra que habían sido destruidos y nada me había conmovido los cientos de
templos vivos bombardeados en la plaza”. A lo mejor acá haya una interesante
comparación: porque los mismos de las bolsas mortuorias, preocupados por las
piedras hicieron todo lo posible para que los muertos fueran más y más, al
menos “los que tengan que morir”, y luego simular dolor. Son los que ahora se
hacen los escandalizados por unas piedras y se despreocupan de los 30.000. Son
los que nada dijeron de los/as desocupados/as, los/as hambrientos/as, los
endeudados por los fugadores, los que enfermaron de enfermedades ayer olvidadas,
los empobrecidos, desescolarizados… y más, mucho más. Miles y millones por los
que no pusieron una piedra, sino que sus policías apedreaban, millones que no
marcaban caminos, sino que erigían muros de propiedad privada…
Raro, muy raro que se hagan
los preocupados por unas piedras los que tienen caras de idem. Pero ya estamos
acostumbrados.
Foto de “clarín” de piedra tomada de https://www.alamy.es/foto-flauta-de-piedra-caliza-jugador-periodo-arcaico-fecha-primera-mitad-del-siglo-vi-b-c-cultura-chipriota-caliza-media-dimensiones-h-10-1-2-in-26-7-168230226.html
Video con comentario al Evangelio del domingo 30 "B"
Eduardo
De eso se trata
Eduardo de la Serna
Después de leer varios
comentarios sobre la marcha de ayer, 17 de octubre (y como es razonable
hacerlo, también artículos críticos), quisiera decir brevemente algo para quién
le interese, o le sirva.
Empiezo con dos refranes. Los
escuché, y no es el caso confirmar su autenticidad (tienen razonabilidad, que
en este caso es lo que cuenta): en casa de un amigo, en nuestra adolescencia,
recuerdo que en su habitación tenía pegada una frase que atribuía a Pascal: “o
se tienen pocos amigos o se tienen pocas ideas”. La otra es un dicho que parece
que proviene de la India: “si todo es azul, ¡el azul no existe!”.
Tengo claro, y más en estos
momentos, que un estilo confrontativo puede no servir para conducir. Este
estilo parece que resta, mientras uno “acuerdista” pareciera que suma. Pero el
problema es sumar a quién, el problema es qué significa sumar, el problema es
para que se sumaría a algunos. Si algo hemos podido aprender es que “todos” no
existe. Muchos quizás sí. Los odiadores, los injustos, los despreciadores no
debieran ser sumados porque su ser es la resta. Y pretender incluirlos en un
ilusorio todos significaría sumar a quienes restarán. ¡Raro! Esa actitud de
pretender tener un millón de amigos, como se ironiza, de invitar a los grandes
empresarios, abrazar a sindicalistas que se negaban a poner una fecha, de
sentar o sentarse ante las cámaras de la mentira, en realidad, no suma. Ni un
poroto. Y muchos, al verlo, se sienten (nos sentimos) excluidos. Si yo sé que
Tal busca y buscará mi aniquilación, prefiero que sea claro que está enfrente y
no que esté en casa; yo no entraría en ese “todos”.
Varias veces hemos referido a
la profundidad del imprescindible: “si un traidor puede más que unos cuantos,
que esos cuantos no lo olviden fácilmente” (que parece aludir a otro grande, también
muy grande: “dice mi padre que un solo traidor puede con mil valientes”) … E
invitar a cenar a un/a traidor/a es, por lo menos insensato. O estúpido. O
suicida.
Ayer, en la plaza, me pareció
sentir esa mezcla de alegría y reproche. Y no me refiero a los discursos, lo
que sería una obviedad, me refiero a los miles y miles de autoconvocados. Me
refiero a los cantos, a los aplausos, a los carteles, a los comentarios. Y no
me interesa “ni un tantico así” lo que digan los hegemónicos sobre la
vandalización de las piedras por los muertos por COVID cuando nunca dijeron
media palabra sobre las vandalizaciones de los pañuelos, ni me importa la
insistencia en la supuesta – y falaz – afrenta a un pobre dibujante y evidente
plagiador cuando callaron ante amenazas con cohetes a la luna, cuando se hacen
los escandalizados por espionaje, porque en este caso no lo manipulaban Arribas
y Majdalani, probablemente; porque en ese caso era buenísimo, aunque yo fuera
la espiada.
Pero ayer hubo también alivio.
No electoral, que es otro tema. Alivio de ver caras y escuchar cantos. Y no las
caras de todos, sino las caras de los nuestros. Nuestros rostros. Y, ahora sí, “todos”
nosotros. Desentumecernos, aliviarnos de la abstinencia, y que al final de la
tarde (es mi caso) nos duela todo, con el dolor del alivio, el dolor del “¡al
fin!”
Habrá otras marchas, sin duda.
Hoy mismo muchos de los que no pueden festejar lealtad celebran la corporación,
e invitan a movimientos sociales amigos desinvitando centrales no tan
cómplices. Otros trabajadores participarán, sin duda, celebrando. Y mañana
mismo el músculo desentumecido puede estar alerta para el grito y el canto eventual
“de los que amamos tanto”. Las elecciones pasarán, bien, mal o no tanto, pero
hay y habrá un pueblo unido, que quizás sea vencido (lo fue en varias
ocasiones, porque “¡pasaron!”) pero unidos empieza la resistencia. Y un 17 de octubre
lo mostró, muchos años ha, y otros lo gritarán, con tiza o con carbón, con
redes o con marchas (aunque sean “bullrichescamente” reprimidas). Se trata de
causas, de trata de luchas, se trata de utopías. ¡De vida se trata!
¡Miren! Pero miren bien
Eduardo
de la Serna
Hace mucho tiempo, una mujer
enorme, y con razón, nos criticaba. No sé si a todos, a muchos o a algunos.
Pero hoy, y sintiéndome ajeno a esa crítica, me atrevo a repetirla con otra
dirección. Al observar a liberales, neoliberales o libertarios exclamo, “miren
cómo nos hablan de libertad, cuando de ella nos privan en realidad”.
Fue notable la patética
escena, desconozco si auténtica, si guionada o dicha con animus iocandi de
Javier Milei; “¡Átenme, átenme!” en el innecesario debate de los candidatos a
diputados por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). En realidad, él estaba
“atado” por un contrato, o por un acuerdo previo que establece las reglas de un
debate, además del acuerdo tácito del respeto. Pero a eso nos tienen habituados
los liberales, neoliberales y libertarios: a hacer lo que ellos quieren con su
libertad abusando o privándonos de la nuestra. Es lo mismo que hizo Macri en
todo su gobierno, o Rodríguez Larreta en la CABA. Nos hablan de libertad para
privatizar el río, para usurpar el Correo o la misma Patria, o injuriar y robar
tiempo en un debate y privan, en realidad, del acceso a la costanera, a una
patria para todos/as/es o del tiempo que otros candidatos debían usar.
¿Y qué hacen cuando otros les
hablan de libertad? Pues se van, habitualmente, obviamente a su madre patria
viajaron Macri y Rodríguez Larreta, o gritan e insultan, a lo Espert o Milei. De
paso, la frase “zurdos de mierda”, ¿es muy diferente de judíos de mierda,
negros de mierda, putos de mierda? Porque da la sensación que algo despreciado,
casi vomitado es reforzado por el “de mierda”. Y a eso, en mi cultura, lo
llaman discriminación. Claro que, para algunos, todos son zurdos, porque (casi
todos) están a su izquierda (lo cual es casi una obviedad) y quisieran atarles
la mano izquierda, porque son siniestros, y enseñarles que solo deben usar la
derecha. Pero sea desde el desprecio o desde los gritos no está de más
preguntarnos ¿y mi libertad? Porque, ¿respetarla? No parece que lo hagan ¡ni un poquito!
Mientras tanto, desatados,
Macri grita que no se inunda más, o Milei cualquier cosa (haciéndose el intelectual
que no resiste un debate “atado” a las reglas). Se podrá decir que uno es
pelado, otro bien peinado y otro luciendo peluca, pero lo cierto es que, salvando
estéticas, nos privan de la libertad que ostentan a los gritos y secuestran a
todos salvo para los suyos. Eso sí, ¡miren cómo nos hablan de libertad!
Foto tomada de https://mimusicamialma.wordpress.com/2017/08/24/violeta-parra-y-su-cancion-infinita-que-dira-el-santo-padre/
Los profetas y Dios que no se calla
Eduardo de la Serna
Desde
hace ya tiempo me parece importante prestar mucha atención a dos grandes
profetas de Israel: Jeremías y Ezequiel. Ambos no son muy distantes en el
tiempo, aunque sí en la geografía: Jeremías habla desde Judea, Ezequiel desde
Babilonia. Ambos en los comienzos del s. VI a.C.
Un
profeta es alguien que pronuncia palabras (o realiza gestos) de parte de Dios a
un grupo de destinatarios sean estos el pueblo, los dirigentes, o algunos
grupos de la élite. Por eso, en los relatos vocacionales de ambos (y también de
otros) la imagen se desvía a la boca: “me tocó la boca… pongo mis palabras en
tu boca” (Jer 1,9), “abre la boca y come lo que te doy… cómete este rollo y ve
a hablar a la casa de Israel” (Ez 2,9; 3,1).
Ezequiel es de familia sacerdotal, por eso es
llevado cautivo a Babilonia en un primer momento (año 597). Sus compañeros de
exilio son parte importante de la élite de su pueblo, y a ellos debe dirigirles
la palabra. Más adelante se engrosará el número de cautivos cuando Jerusalén
sea destruida (587) y toda la dirigencia sea llevada a “los canales de
Babilonia” (Sal 137,1). Quizás sea la experiencia, pero lo cierto es que
Ezequiel sabe que, aunque hable maravillosamente, no harán caso a sus palabras.
Y, de hecho, Dios mismo se lo reconoce:
Acuden a ti en tropel y mi pueblo se sienta delante de
ti; escuchan tus palabras, pero no las practican; con la boca dicen elogios,
pero su ánimo anda tras el negocio. Eres para ellos como un cantante de amor,
tienes buena voz y tocas armoniosamente. Escuchan tus palabras, pero no las
practican. (Ez 33,31-32)
Esto provoca en Ezequiel
la tentación de no hablar: ¿cuál sería el sentido? ¿para qué hacerlo? Pero Dios
lo ha elegido como profeta, precisamente, para que hable, aunque el rollo que
ha debido comer, dulce a la boca (3,3), son palabras “fúnebres, lamentos y
amenazas” (2,10). Ante esta tentación Dios mismo lo alerta con la imagen del
vigía: éste debe anunciar a la ciudad los peligros que se avecinan (3,17;
33,7). Y, con claridad le dice que, si él le encarga corregir al malvado, si no
lo dice, “yo te pediré cuentas a ti”, pero si, por el contrario, lo advierte, y
el malvado no cambia de actitud, “morirá él por su culpa, pero tú habrás
salvado tu vida” (3,18-19). Dios mismo insiste en que es muy posible que
Ezequiel no sea escuchado (2,5.7; 3,11) pero lo que Dios pretende es que nadie
pueda decir que el Señor se desentendió de su pueblo: él habló por intermedio
del profeta, el tema es que no fue escuchado: “sabrán que había un profeta”
(2,5; 33,33). Esto no quita que, en una ocasión, a modo de signo visible (como
es frecuente en los profetas) precisamente porque “son una casa de rebeldía”
Dios lo manda a encerrarse en su casa y no debe aparecer entre ellos
“yo haré que tu lengua se te pegue al paladar, quedarás
mudo y dejarás de ser su censor… más cuando yo te hable, abriré tu boca y les
dirás: Así dice el Señor Yahvé, quien quera escuchar que escuche, y quien no
quiera que lo deje porque son una casa de rebeldía” (3,24-27).
La
clave del texto parece ser, no tanto lo que Dios le manda decir (porque no dice
lo que ha de hablar) sino simplemente que se sepa que Dios mandó un profeta y
que éste no fue escuchado; diga lo que sea que diga. El profeta no es
importante, en este caso; lo que importa es Dios y también la “casa de rebeldía”;
el profeta es simplemente un mediador entre Dios y los suyos. Un mediador que
no puede callar, salvo cuando Dios lo calla, y debe hablar cuando Dios lo
envíe: sabrán que había un profeta porque hubo uno que habló de parte de Dios,
a su pueblo cabeza dura: “así dice el Señor” (2,4; 3,11.27). Como invitación
profética parece una invitación al fracaso, sin dudas.
Jeremías, por su
parte, se encuentra en los momentos previos e inminentes a la invasión
babilonia (cerca del 600 a.C.), y lo que va a decir es que Dios se va a
desentender de la ciudad y del templo, que la próxima invasión es consecuencia
de la infidelidad y desobediencia de Jerusalén y sus reyes. ¡Ya es tarde! Como
era de esperar, estas palabras resultan chocantes: desalienta la resistencia,
parecen de un enemigo de la patria. Las autoridades y el pueblo mismo empiezan,
cada vez con más vehemencia y violencia a resistir a Jeremías hasta el punto de
pretender matarlo. Es el momento en que el profeta entra en conflicto con Dios:
es él quien le manda hablar y lo persiguen por eso. En una serie de textos
(que, quizás no muy precisamente, se los ha llamado las “confesiones” de
Jeremías) cada vez con más angustia él se queja ante Dios por el cual se siente
cada vez más abandonado. Llega hasta el extremo de gritar:
Me violaste,
Señor, y me dejé violar; me forzaste, y me venciste. Yo era motivo de risa todo
el día, todos se burlaban de mí.
Si
hablo, es a gritos, clamando ¡violencia, destrucción!, la Palabra del Señor se
me volvió insulto y burla constantes, y me dije: No me acordaré de él, no
hablaré más en su Nombre. Pero la sentía dentro como fuego ardiente encerrado en
los huesos: hacía esfuerzos por contenerla y no podía.
Oía el cuchicheo de
la gente: Cerco de Terror, ¡a denunciarlo, a denunciarlo! Mis amigos espiaban
mi traspié: A ver si se deja violar, lo venceremos y nos vengaremos de él. (Jer 20,7-10)
Las
palabras que Dios le manda decir son “violencia y destrucción”, es comprensible,
entonces que la gente y sus amigos quieran atacarlo. La imagen de la mujer
seducida, violada, ciertamente es chocante, especialmente porque él se compara
a ella y a Dios como el que impone su poder. Por eso se propone callar, pero no
lo logra, la Palabra de Dios aflora y le quema por dentro. Nuevamente no parece
una vocación al éxito la vocación del profeta.
Es
momento de decir una palabra sobre otros personajes frecuentes en Israel, y
particularmente en conflicto con Jeremías: los falsos profetas. No se refiere
en este caso a los profetas que hablan en nombre de otros dioses (Dt 18,20), lo
cual resulta evidente, ni tampoco los que profetizan por dinero (Mic 3,11), sino
de aquellos que hablan de parte del Dios de Israel. Cuando dos profetas dicen
cosas contrapuestas ¿cómo saber cuál habla realmente de parte de Dios? Digámoslo
sencillamente: ¡no hay manera! La misma Biblia propone criterios diferentes, y –
además – incompletos. Jeremías mismo dirá que si anuncian “paz” son falsos
profetas (14,13-14) lo cual, ciertamente no aplica al discípulo de Isaías que
es “mensajero que anuncia la paz” (Is 52,7). ¿Cómo saberlo, entonces? En
ocasiones se dice que si lo que dice el profeta se cumple, entonces es un
verdadero profeta (Dt 18,21), pero ¿cómo saberlo cuando “si se cumple” ya es
tarde, como, por ejemplo, cuando se pretende saber si Dios está de acuerdo o no
con una batalla? En ese caso, ciertamente, ya es tarde (1 Re 22,1-39; “si es
que vuelves victorioso, es que Yahvé no ha hablado por mí”, v.28). En el caso
de Jeremías, confronta con Jananías. Ambos dicen hablar de parte de Dios.
Jananías también dice “Así dice Yahvé Sebaot, el Dios de Israel” (28,2). Como decimos,
no hay modo de saber en el momento cual de los dos habla realmente de parte de
Dios (y no es sensato pensar en mala voluntad o engaño de parte de Jananías; es
muy razonable suponer que él está convencido que Dios habla por su boca y
quiere defender al pueblo judío de los adversarios babilónicos: “¡Dios no lo
permitirá!”). Ciertamente, la “recepción” es importante, pero hemos de señalar
que Jananías fue mucho más aplaudido que Jeremías en su tiempo. Hubieron de
pasar décadas y más décadas para descubrir que Jeremías había sido profeta de
Dios y, por tanto, sus palabras conservadas en el canon bíblico.
Ahora bien,
¿cómo recibe el profeta una palabra de parte de Dios para luego pronunciarla?
Ciertamente no necesitamos imaginar situaciones extraordinarias y maravillosas,
los profetas ven lo que está a nuestros ojos y con mucha frecuencia no sabemos,
no podemos o nos negamos a ver. Al ver un alfarero o unas cestas con higos,
Jeremías sabe que Dios está hablando (18,3; 24,1). En el caso de Ezequiel es
más complicado porque utiliza el lenguaje de visiones o imágenes, pero lo
cierto es que, en ambos casos, y todos los demás profetas, frente a lo que ven
sienten como y lo que Dios siente. Esta sym-pathia (sentir con) con lo
que Dios experimenta es la que mueve a los profetas a pronunciar una palabra: no
puede permanecer callado cuando “venden al pobre” (Am 2,6), cuando los
poderosos “corren los mojones” apropiándose terrenos de los débiles (Dt 19,14;
27,17), frente a las mujeres de la elite que “oprimen a los débiles y maltratan
a los pobres” mientras beben con sus maridos (Am 4,1), acostados en camas de
marfil (Am 6,4), los que “han comido la carne de mi pueblo” (Mi 3,3) … Los
profetas ven y sienten como Dios, y saben que Dios – entonces – les manda
hablar de su parte. Y no pueden callar. No deben callar.
Y sería
muy extraño creer que Dios ya no siente y ya no habla. ¿Cómo sería ese Dios que
habló ayer, sintió ayer pero hoy permanece indiferente en el séptimo cielo,
mientras devoran la carne de su pueblo, corren los mojones u oprimen al pobre? ¿o
será que algunos profetas han elegido callar, han reprimido el fuego interior
para no tener que gritar o escuchar los gritos ante las palabras que se supone
deberían decir? Porque si Dios siente dolor ante el dolor, llanto ante los
llantos y no puede permanecer indiferente ante el clamor de su pueblo, pues no
es Dios sino sus intermediarios, los profetas, los que deberían pronunciar su
palabra. El aparente silencio de Dios ante los dolores de la humanidad, ¿no
será, más bien, el silencio de sus vigías? Me lo pregunto, sencillamente, por
eso que Dios dice que “pedirá cuentas” (Jer 9,9; Ez 3,18) … No me gustaría
quedar en deudas con él. Y no por temor, sino porque creo que no se lo merece. Porque
querría que sean miles y miles los que puedan conocer – y por lo tanto, amar – a
Dios, un Dios madre de ternura y padre de ternura, un Dios que no puede, no
sabe y no quiere permanecer indiferente ante los que sufren. Y, además, los que
sufren tampoco se lo merecen.
Foto tomada de https://www.religiondigital.org/libros/Jeremias-Ezequiel-profetas-tiempo_0_2350864907.html