Video comentando el evangelio del domingo 27 "A"
También puede verse en
Eduardo
Video comentando el evangelio del domingo 27 "A"
También puede verse en
Eduardo
Is 5 | Mt 21 |
Una viña tenía mi amigo en un fértil otero. La cavó y despedregó, y la plantó de cepa exquisita. Edificó una torre en medio de ella, y además excavó en ella un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agraces. (vv.1-2) | «Escuchen otra parábola. Era un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores y se ausentó. (v.33) |
Ahora, pues, voy a hacerles saber, lo que hago yo a mi viña: quitar su seto, y será quemada; desportillar su cerca, y será pisoteada. (v.5) |
Cuando la teología es pobre, las conclusiones lo acompañan
Eduardo de la Serna
En la página web de la Conferencia Episcopal Colombiana (C.E.C.) he
tenido la oportunidad de leer un artículo de P. (¿“padre”?) Jorge Enrique
Bustamante Mora, que es el director del Departamento de Doctrina y Animación
Bíblica de dicha Conferencia llamado ¿Por qué volver a los templos? https://www.cec.org.co/sistema-informativo/opini%C3%B3n/%C2%BFpor-qu%C3%A9-volver-los-templos
Siendo el director de dicho departamento, sería de desear una buena
fundamentación bíblica y teológica sobre el tema, cosa absolutamente ausente en
la nota.
Una serie de citas inconexas, mal usadas en ocasiones, diciendo
exactamente lo contrario de todo lo que quiere afirmarse, es llamativo, ya no
que eso sea publicado, sino que el susodicho autor sea “director” de una
institución que se supone central en una conferencia episcopal. Ciertamente no
es lo mismo que el autor publique este texto en su blog que si lo hace nada
menos que en la página de la C.E.C.
Antes de comentar algo del texto quiero señalar que valoro totalmente
los espacios de reunión de la comunidad eclesial (“templo” no me parece el
mejor nombre, pero quizás el autor no conozca otro mejor). Es humano
(antropológicamente central) que un grupo elija reunirse, se convoque para
llorar o celebrar, festejar o pensar, debatir o reflexionar… La religiosidad
popular suele valorar los lugares de encuentro, de peregrinación y celebración,
y – además – es obvio que el encuentro de una comunidad se realice en un lugar
establecido y reconocido, sea este una parroquia, una capilla o hasta debajo de
un árbol. Es la comunidad la que vuelve importante el lugar, evidentemente (por
eso, es sabido, en tantos lugares de Europa en los que ya no hay comunidades, en
los que muchos antiguos lugares de culto se han transformado en escuelas,
salones y hasta bares. Obviamente, además, no se puede ignorar la situación de
aquellos lugares que, por la extensión o la ausencia de ministros, pueden
reunirse y celebrar unos escasos días en el año. Algo de eso se escuchó en el
Sínodo de la Amazonía, y no es diferente de lo que ocurre en lugares
extensísimos como la Patagonia Argentina. Y es de suponer que una conferencia
episcopal (o sus voceros) piensan y escriben para toda la iglesia colombiana
(en este caso) y no solo para los de la ciudad.
Y no me voy a detener en algunos elementos que ameritarían
comentarios tan extensos como el que seguirá:
Habla como si fuera “en nombre de la Iglesia” y citando 1 Cor 5
habla de “juzgar a los de dentro” ¿Quién le dio autoridad para decir semejante
cosa? Si dijera que habla en nombre propio vaya y pase, pero escribe como si
fuera “doctrina”.
Habla de la “omnipresencia de Dios” de un modo absolutamente
superficial (y con citas que no dicen lo que dice que dicen). Podríamos
preguntarnos si Dios ¿está en el genocidio?, ¿Dios está en la tortura?, ¿en el
hambre?, ¿en la mentira? No le vendría mal a la realidad colombiana reconocer
aquellos lugares de ausencia de Dios para transformarlos.
Habla de los templos como “lugares que él mismo consagró”. ¿Dónde?
¿Cuándo? ¿Cómo? Porque si dijera que la Iglesia los instituyó, o que el pueblo
en su fe popular reconoció, por ejemplo, nadie lo pondría en duda, pero decir
que Dios consagró tal o cual templo, por ejemplo, haría escandaloso una
demolición, o venta, como se ha dicho.
La cita del texto de la Transfiguración haciendo suya la voz de Pedro
diciendo “Señor está bien quedarnos aquí” es increíble; Lucas 9,33 expresamente
nos dice que “no sabía lo que decía”.
Las citas de 1 Pedro y de Hechos son increíbles. Una vez más el
texto dice algo totalmente diferente a lo que el autor destaca. No estaría de
más que lea algún buen comentario de cada uno de estos libros antes de
citarlos. Quizás se sorprendería.
Es notable cuando – para contrarrestar el dicho de que a Dios lo
encontramos en la casa, recurre a la eucaristía para cuestionarlo. El supuesto
oponente “quisiera que en cada casa hubiera un sacerdote”. Esto es atroz: de
comunidad se trata, señor… de comunidad se trata. Si alguien quisiera (o
tuviera) un sacerdote a domicilio, quizás haya que repetirle con Pablo que “esa
no es la cena del señor” (1 Cor 11,20).
La referencia a la Eucaristía parece tan pobre como la teología
bíblica sobre el templo que comentaremos. Y ver a los Templos como “altar de
sacrificio”… donde “va el creyente” muestra, una vez más un individualismo en
el que la comunidad está ausente, y además una concepción de la eucaristía, por
lo menos, muy cuestionable. ¡Muy!
Pero yendo ya al tema del escrito, la pobreza del mismo es supina.
Unos textos, pocos, elegidos casi al azar, pretenden configurar una especie de
pésima “teología bíblica” sobre el templo. Y me permito (sin pretender ser
exhaustivo) señalar algunas ausencias:
Es sabido que en el Israel bíblico había diferentes lugares de
culto y santuarios. Esto motivó al rey Josías (c.a. 620 a.C.) a disponer “un único
lugar de culto para un Dios único” (2 Re 22-23). Todos los santuarios,
templetes o lo que fuere, fueron destruidos pudiéndose dar culto solamente en
el Templo de Jerusalén de origen quizás salomónico. Esto empobreció a una clase
sacerdotal (los levitas) y gestó, además, peregrinaciones al Templo. Con el
tiempo, inclusive, se estableció que estas serían especialmente con motivo de tres
grandes fiestas judías: la Pascua, Pentecostés y Tabernáculos (las dos primeras
de primavera, la segunda de otoño). Por tanto, los que no vivían en la región
de Judea se encontraron dificultados de expresar su religiosidad.
Pero esto solo regía para las pocas tribus que conformaban el reino
Sur ya que Jeroboam había establecido, para el reino Norte, dos santuarios
tradicionales como lugares de peregrinación: Dan y Betel (930 a.C.). Esto fue
criticado, evidentemente, por los teólogos del sur (1 Re 12,26-33).
Pero, destruidos los lugares y ciudades por los asirios (722 a.C.) años
más tarde algunos del Norte peregrinaban al Sur. Pero esto duró poco tiempo y
en el año 587 a.C. los babilonios destruyen Jerusalén y con ella el templo.
Ezequiel, como muchos de la elite de Jerusalén habían sido
desterrados a Babilonia 10 años antes de la destrucción de la ciudad. Cuando
esto ocurre, el profeta Ezequiel narra que “vio la gloria de Dios” (una imagen
de un carro lleno de luz, como es obviamente que se imagina la gloria) que se
dirige a Babilonia (cap.1). La gloria, que había llenado el Templo cuando fue
erigido, ahora se traslada allí donde está “el pueblo” (en realidad, la elite).
Es la gloria, como presencia de Dios, lo que cuenta; por eso imaginará cuando el
pueblo resucite (c.37) un templo con dimensiones celestiales (cc.40-48).
En el regreso de Babilonia, ya en el período persa (537 en adelante)
muchos de los que regresan (una inmensa mayoría decide permanecer en lo que luego
se llamará “la diáspora”) se dedican a edificar sus propias casas y la ciudad
sigue sin templo. Algunos profetas, como Ageo y el primer Zacarías reclamarán
la construcción del Templo: no puede ser que el pueblo esté sin un lugar de
reunión mientras muchos se ocupan de “sus” casas. Así, con el tiempo comienza a
edificarse lo que ahora conocemos como “segundo Templo”, aparentemente modesto
hasta que el rey Herodes (es decir, contemporáneo a Jesús) decide ampliarlo
para darle esplendor (y conquistar el beneplácito de los judíos; cf. Jn 2,20).
Es en este tiempo en que las peregrinaciones empiezan a tomar forma
y consolidarse. Pero, ciertamente, para los que vivían en lugares muy
distantes, lo que se pretende de ellos es que vayan al Templo, al menos ¡una
vez en la vida!
Es en este contexto en que llegamos al Nuevo Testamento.
Preguntándonos por Jesús, con las dificultades del caso (el acceso
al “Jesús histórico”), si seguimos a los Evangelios Sinópticos, hemos de decir
que en su vida pública Jesús fue sólo una vez en su vida al templo, donde “por
algo que él hizo allí, fue ejecutado”, al decir de los más importantes
estudiosos de la Biblia.
El autor señala la escena de Jesús niño en el templo (propia de la
teología de san Lucas, por cierto) mostrando una cierta y preocupante
ignorancia: Jesús no habla de “la casa de mi Padre” (por más que así traduzcan
algunas ediciones de la Biblia, un teólogo debería saberlo) sino “en lo de mi Padre”
(en toîs toû patrós mou), que puede ser “la casa de mi Padre” o también “en
las cosas de mi Padre”.
El “teólogo” luego, mezcla textos de diferentes teologías en un
concordismo preocupante. Cualquiera sabe que la teología de Mateo y la de Juan,
por ejemplo, son muy diferentes. Es evidente que el templo (y el sacerdocio) no
son espacios principales en los evangelios: Jesús afirma que él es “más grande
que el Templo” (Mt 12,6), que no debería pagar, ni él ni Pedro, – por ser hijos
– el impuesto al Templo (17,24), Jesús habilita la presencia en el Templo de
los que tenían la entrada prohibida, como ciegos y cojos, a los cuales sana (21,14)
y, lo que señalan claramente los sinópticos (particularmente Lucas) es que en
el Templo, Jesús “enseña” (Mt 26,55; Mc 12,35; Lc 21,37) cosa que hace después
de haber expulsado de allí a los vendedores.
En Juan, en cambio, fiel a su teología en la que Jesús reemplaza en
sí mismo las instituciones de Israel, Jesús se ve a sí mismo como el Templo (2,19-21).
Tanto en este texto, como en su paralelo sinóptico: las referencias “casa de
oración (para todos los pueblos)” y “casa de mi padre” las utiliza para
contrarrestar aquello que el templo debiera ser y lo que en la práctica han hecho
con él (Mt 21,13; Mc 11,17; Lc 19,46; Jn 2,19).
Mirando la segunda generación cristiana, Pablo – nada menos que el
fariseo Pablo – nunca habla del Templo, sino que afirma que la comunidad
constituye un templo del espíritu (1 Cor 3,16.17; 2 Cor 6,16).
Ya en la tercera generación cristiana (cuando el Templo de Jerusalén
había sido destruido por los romanos, en el año 70 d.C.) y – como es razonable –
muchos judíos añoraban sus celebraciones y las peregrinaciones, encontramos
tres textos de autores muy diferentes críticos de esa actitud:
En Hechos de los apóstoles, Esteban afirma que “el Altísimo no
habita en casas hechas por manos de hombre” (jeiropoíêtos, 7,48). No
dice que “no habita solamente allí” como sería de esperar, sino que claramente “no
habita”. Esto provoca su muerte, nada menos.
De un modo semejante, la carta a los Hebreos afirma que Jesús entró
en un nuevo “santuario”, y se refiere al cielo. Y contrasta ambos porque el
primero es hechura de manos humanas (jeiropoíêtos, 9,11.24).
No puede dejarse de lado que ambos utilizan el mismo término griego
(lit. “hechura de manos”), el cual en el A.T. se utiliza para referir a los ídolos
(Lev 26,1.30; Jud 8,18; Sab 14,8; Is 2,18; etc…). Claramente se señala que el
Templo puede convertirse – y se ha convertido de hecho con frecuencia – en un
ídolo. Algo que claramente denuncia el profeta Jeremías (7,11) y repite Jesús al
expulsar a los vendedores de la “cueva de bandidos”.
Finalmente, el Apocalipsis, en medio de un contexto de conflicto,
contrasta dos mujeres / ciudades (la prostituta Babilonia-Roma y la novia Jerusalén-Iglesia),
y expresamente señala que en ésta última no hay Santuario porque “el Dios
todopoderoso y el cordero es su santuario” (21,22).
Insisto que no pretendo negar el valor de los lugares de encuentro
y celebración del pueblo de Dios, pero cualquiera mínimamente formado sabe que
los textos bíblicos han de leerse en su contexto. Nada de eso figura en el
texto que comento sino citas tiradas al ruedo de un debate ausente.
No hay comunidad en él (menos aún “pueblo”) hasta el punto de identificar
“iglesia” con “templo” lo que bíblicamente es insostenible. Es sabido que en
los primeros tiempos las “iglesias domésticas” solían reunirse en casas. Con el
tiempo, cuando el número crecía algunas casas se refaccionaron. Parece ser una
iglesia-casa de Dura-Europos (en la frontera de las actuales Siria e Irak,
cerca del año 250 d.C.) el primer ejemplo arquitectónico de un lugar cristiano
dedicado al encuentro; y se ha de esperar a Clemente de Alejandría (160-215) para
que alguien haga referencia a “ir a la Iglesia”.
Sería de esperar de un sedicente teólogo un poco más de seriedad y no que parezca un texto ideológico, y hasta quizás económico, disfrazado de teología lo que se publica. Y sería de esperar que la C.E.C. se deje inspirar por mejores teólogos, que los tiene, y no por repetidores de slogans.
Una reflexión sobre el mérito
Eduardo de la Serna
Unas recientes declaraciones del papa Francisco causaron
incomodidad o molestia en algunos ambientes de la oposición. Y antes de
reflexionar quisiera destacar algunos elementos necesarios para entendernos:
A)
En la Iglesia Católica Romana, y también otras
iglesias hermanas, hay un Calendario Litúrgico desde la década del 60. Las
lecturas de cada día, y de cada domingo, por tanto, ya están establecidas de
antemano. Desde hace mucho. Los domingos están divididos en 3 ciclos anuales
(A, B y C) en los que se leen los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas
respectivamente. Este año nos encontramos en el ciclo A, el año próximo el B y
así sucesiva y cíclicamente. El Evangelio de Mateo, capítulo 20, versículos 1
al 16 corresponde al domingo 25º. Siempre.
B)
Que el Papa sea argentino, y esté al tanto de
la realidad argentina, no implica que cada cosa que dice se refiere a la
Argentina. Pobre conductor sería. Especialmente si dice lo que el evangelio del
día dice.
C)
Supongo (con dificultad) buena fe en los
periodistas que informan y comunican la noticia del dicho del Papa. ¿Puedo
esperar un mínimo de esfuerzo para informarse, comprender, y no limitarse a
repetir? La experiencia me invita a dudar que eso ocurra habitualmente.
D)
Una vez me ocurrió en una charla que una señora
me recriminó que yo hablara de los pobres. Le dije que había citado el
evangelio. Entonces, insistió, me recriminó haber citado el evangelio.
Pareciera, y aquí la crítica al Papa, que no se puede cuestionar la
meritocracia (que no es lo mismo que cuestionar los méritos, pero si
relativizarlos). Y acá me permito unas reflexiones:
I.
Una persona se “deslomó” para poder tener lo
que tiene.
Sería injusto que esa tal persona no pueda tener aquello que ha “merecido”
(siempre y cuando estemos en el terreno de lo legal, lo que no siempre ocurre).
Pero…
Y me detengo en dos libros bíblicos de la literatura sapiencial de
Israel (no estoy citando a Piketty):
·
¿Acaso no dejarás a otro el fruto de tus
trabajos, y el de tus fatigas, para que lo repartan en herencia? (Sir. 14:15)
·
Porque un hombre que ha trabajado con
sabiduría, con ciencia y eficacia, tiene que dejar su parte a otro que no hizo
ningún esfuerzo. También esto es vanidad y una grave desgracia. (Ecl. 2:21)
Ambos textos tienen claro que “lo que se hereda no se roba”, pero que
el mérito del padre no se transfiere al hijo. El padre tuvo el mérito de
trabajar y obtener frutos, pero el hijo, que no hizo nada, lo heredará. ¿Es
mérito ser heredero?
Además, también dice el “Qohelet”:
Además, yo vi otra cosa bajo el sol: la carrera no la gana el más
veloz, ni el más fuerte triunfa en el combate; el pan no pertenece al más
sabio, ni la riqueza al más inteligente, ni es favorecido el más capaz, porque
en todo interviene el tiempo y el azar. (Ecl. 9:11)
Es evidente que hay (y los conocemos) herederos, que hablan de la
meritocracia sin que se les reconozca mérito alguno salvo ser “hijos de…”.
II.
Una persona ganó mucho dinero con su esfuerzo
Hay muchas, ¡muchísimas!, ocasiones en las que alguien con su
esfuerzo y dedicación, a puro mérito, alcanzó una considerable fortuna. Y me
refiero, nuevamente, en el terreno de lo legal. Sobre esto hizo referencia un
excelente ex jugador de fútbol (eso no lo transforma en una buena persona, en solidario,
o fraterno). Pero me formulo, entonces, una nueva pregunta:
Según puede verse, el presupuesto 2020 del Barcelona Futbol Club es
de U$A 1.220.000.000. Ese presupuesto es mayor que el de Chad, Siria, Guyana y
muchos otros países más (muchos muy pequeños, pero…) según puede verse en https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Pa%C3%ADses_por_Presupuesto_p%C3%BAblico
En este caso, quizás la pregunta debiera ser diferente: ¿es
razonable, es justo, es sensato que un jugador de fútbol, por más excelente que
sea, gane más que los científicos que están buscando denodadamente una vacuna
contra el Covid-19? ¿O que enfermeros, médicos, maestros y demás que dedican su
vida a los demás? Nadie afirma que robe, lo que se afirma, en este caso, es que
el sistema es perverso. Tiene mérito, sin duda, pero en una escala de valores
de méritos que es, por lo menos, injusta. Y cruel.
III.
¿Y los demás?
Otra característica de la defensa del mérito y la meritocracia,
además, es que es absolutamente individualista. no hay otros, no hay
solidaridad, no hay hermanas y hermanos (más que aquellos con los que yo elijo
compartir mis logros), no hay sociedad… no hay Patria / Matria. Además de
falso, además de cruel, es indiferente, particularmente al dolor y los dolientes.
¡No me pidan que los aplauda!
Dibujo tomado de http://www.libertyk.com/blog-articulos/2019/1/15/i-igualdad-de-oportunidades-y-meritocracia-por-jan-doxrud
Pensando en voz alta mi fracaso
Eduardo de la Serna
Hace ya muchos años tengo la sensación clara y precisa de que, en
muchos aspectos de mi vida, ¡he fracasado! Y no temo decirlo, no solamente
porque la única verdad es la realidad y porque hay que ser honrados con lo
real, sino también porque no se me viene el mundo abajo por reconocerlo y
aceptarlo. Y lo pienso especialmente, aunque no sólo allí, en el terreno académico.
Desde hace mucho, ¡mi vida docente entera! (¡38 años!), he enseñado un modo de
leer la Biblia; después, aceptamos, discutimos, dialogamos, compartimos o
complementamos una u otra corriente, pero siempre en un mismo modo de leerla:
un acercamiento desde la historia, desde la intención del autor y su contexto,
una mirada crítica… Sin embargo, veo, escucho o comentan – y dolorosamente lo
creo – que la inmensa mayoría de los que fueron estudiantes míos, incurre una y
otra vez en lecturas fundamentalistas, más o menos evidentes. Lo entiendo: es
una lectura siempre más fácil en contraste con lo arduo y en ocasiones
conflictivo de la lectura crítica, pero que lo entienda no significa que lo
acepte. Y menos aún, que lo celebre.
Y pensando una y otra vez en mi fracaso, me di cuenta que no podía
ser de otra manera (y hablo de mi vida, no de los receptores) ya que
habitualmente me he referenciado o dirigido la mirada en dos importantes
fracasados. Aclaro: no que los imite, ¡que estoy lejos!, sino que son figuras
que me alientan, animan y huellas que quisiera transitar en muchos aspectos. Y,
mirando atentamente, creo que ambos fracasaron. Me refiero a dos “amigos de
arriba”, San Pablo y Santa Teresita.
San Pablo: mi encuentro personal con Pablo se remonta a fines del
año 1972. Un año complicado: había apertura política ya que habría elecciones a
comienzos de 1973, las primeras sin la proscripción del peronismo, y empezaba,
entonces, mi militancia. Recuerdo las noches que volvíamos como a las 2 o 3 de
la mañana después de haber salido a pintar. Pero esa militancia era también
religiosa (ambas militancias confluían, en mi caso, en la villa 31, con Carlos
Mugica, por ejemplo). Y fue en esta militancia que conocí a San Pablo. En un
primer momento al que pude conocer, superficialmente. Recuerdo, por ejemplo,
mis lecturas de las cartas pastorales, que hoy estoy convencido que Pablo no
escribió. Fue mi encuentro con Pablo el que me decidió, meses más tarde, a
entrar al seminario y ser cura, y – como debía esperar casi un año para el
ingreso, y viajé por primera vez a Colombia (1973), recuerdo que llevé, entre
otros, 2 libros para leer en ese tiempo: los documentos de Medellín y una
Introducción a la teología de san Pablo, de W. Grossouw. Ya en el seminario mi
encuentro con Pablo siguió creciendo y luego, como profesor de Biblia, Pablo
fue un tema principal en mis estudios y escritos, aunque siguiera conociendo
cada vez más un Pablo nuevo, y hoy crea que Hechos de los Apóstoles casi no
aporta para conocerlo, y, además, que “no fue cristiano”, como afirma con razón
una teóloga judía (P. Eisenbaum). Pero una de las cosas que cada vez descubro
más hondamente es que Pablo anduvo “de fracaso en fracaso”. Y quiero señalar
algunos casos evidentes: fracasó, en su tiempo, en proponer su Evangelio
quedando en franca minoría, aunque le dieran la mano en señal de comunión: sólo
en su limitada área de influencia este fue aceptado. Fracasó en su discusión
con Pedro y hubo de abandonar para siempre Antioquía, que era “su” sede (donde
quedará Pedro, que también parece haber fracasado su discusión con Santiago de
Jerusalén). Dedicó muchísima energía en la organización de una colecta que también
parece haber fracasado porque no fue aceptada por “los incrédulos de Judea”,
fue echado de muchas ciudades impidiéndole la entrada, por lo que “ya no tiene
espacio” en “esas regiones” y, finalmente (como reconoce C. Gil, si lo entiendo
bien) fracasó en su propuesta fundamental: Pablo entiende que todos los paganos
se incorporan a Israel y son verdaderos israelitas, por su bautismo “en
Cristo”, por lo que es innecesaria la circuncisión. Esto fracasa claramente,
por lo que, ya muerto Pablo, se empieza a desarrollar una nueva estrategia, la
separación de los cristianos de Israel, como dos grupos diferentes. Y si bien,
con el tiempo se reconoce la santidad e inspiración de Pablo, no es menos
cierto que Pablo suele estar en un segundo o tercer lugar. Seguramente la
búsqueda de la propia identidad eclesial, de los tiempos post-paulinos llevó a
que el Evangelio de Mateo fuera el más aceptado, precisamente el menos paulino
de los cuatro (no lo creo “anti-paulino”, como plantea D. Sim, pero ciertamente
el más distante). No es casualidad que Pablo nunca es predicado en las
homilías, por ejemplo, obviamente centradas en el Evangelio (cuando se recurre
al texto bíblico y no a otras cosas en la predicación). Otro ejemplo, fue el
fracaso del llamado “Año Paulino” convocado por el papa Benito XVI, que no pasó
a ser más de un par de cosas aisladas. En la Iglesia Católica Romana pareciera
haber un cierto rechazo a Pablo (¿quizás por el conflicto con Pedro?) lo que
hace que, temas paulinos que son ciertamente graves, no se profundicen para dar
una palabra acabada, ahondando así su mala imagen: se lo ve como crítico del
judaísmo, enemigo de las mujeres y los y las homosexuales, favorecedor de la
esclavitud, por ejemplo; algo que, de ser así, ciertamente merecería la crítica
del caso, pero muchos entendemos que han de comprenderse desde otra
perspectiva, precisamente. Pero, debido a la poca atención que se le da,
simplemente se repite el texto. Pablo ha fracasado, creo yo.
Santa Teresita: mi amistad con “la Tere” fue apenas posterior. En
el pre-seminario (1974) había en comunidad, media hora de “lectura espiritual”,
en común, seleccionada por el superior, un cura con el que creo que me unía
poco más que la confesión de la misma fe. Entre esos textos, empezó a leerse su
“Historia de un alma”, y algo “me hizo ruido”. Empecé a sentir que algo mío
había allí, y mis primeros ahorros los gasté en comprar las “Obras completas”.
Como con Pablo, empecé conociendo una Teresa y luego fui profundizando,
seleccionando y descubriendo más y mejor a la que se escondía. Y acá viene,
creo yo, su fracaso. En Argentina, es una santa bastante popular, y – por lo
que dicen, aunque no me consta – se debió a la introducción de la “devoción”
por parte de monseñor Miguel de Andrea (+ 1960). Pero la pregunta, para la que
creo tener una respuesta es “¿de qué Teresita hablamos?” Una vez hablando con
un maravilloso amigo que combina excelentemente bien ser una persona libre y
alegre, ser espiritual y místico, ser teólogo y sabio, Maximiliano Herraiz, él
comentaba que, como era razonable, al entrar en el noviciado de los Carmelitas,
le hicieron leer “Historia de un Alma” y la dejó por la mitad por que le
resultaba insufrible: dulzona, pueril, infantil, melosa... Muchos, muchos años
después, cuando Teresita fue nombrada “Doctora de la Iglesia” se decidió a
leerla atentamente. Y “cuando pude leerla, descubrí, que tiene nervadura …
¡tiene nervadura!”, repitió. Ahí radica el fracaso de Teresita, creo: muchos
fascinados por una mirada superficial, aniñada, dulzona y que – por su propia
responsabilidad – la vuelve casi inaccesible. Teresa no sabe (quizás no sea
fácil poder) salir de los esquemas y estructuras de su tiempo. Creo que no
puede entenderse mejor lo que señalo que cuando se miran sus pinturas: rígidas,
sin movimiento, estructuradas, como lo que “debe ser” un Niño Jesús, una “Santa
Faz”. Algo semejante ocurre con sus poesías: estructuradas, casi matemáticas,
con metáforas evidentes y sin creatividad. Teresita no pasará a la historia de
la pintura y de la poesía francesa. Pero sí está en la historia de la mística
francesa. Recién cuando se sabe saltar el lenguaje y la estructura, cuando se
puede ir más allá de la forma para mirar el fondo, y lo profundo, recién ahí se
puede encontrar a Teresa. Y, ¡ella misma lo ha provocado!, son pocos, muy pocos,
creo yo, los que logran descubrir la nervadura, quedándose en la infancia, las
flores, o algunas frases de impacto sensiblero. Es en ese sentido que yo creo que
Teresa ha fracasado.
Habitualmente lo contrario de “fracaso” es el éxito. ¿Qué sería el
éxito? Como insinúo, no creo que el reconocimiento y aceptación necesariamente
lo sean. Teresa es una santa popular, lo dije. Tampoco un reconocimiento
solemne, pues Pablo lo tiene. A lo mejor empiece por un reconocimiento de quien
verdaderamente es y una valorización medular de lo que es, hace y dice. Por ejemplo,
creo que si hubiera una iglesia más paulina (y no estoy diciendo que deba ser “solo
paulina”, que estoy lejos de Marción) habría una iglesia más libre, no tan
atada a las normas y leyes, más optimista y evangelizadora; si hubiera una
valorización de Teresa, creo que habría una iglesia más confiada en el Espíritu
de Dios, más consciente de su ser pecadora pero que eso no significa “martillarse
los dedos” sino sentirse hermana de todos y todas. Pero Pablo y Teresa
fracasaron, creo yo, pero no dejaron de ser y hacer lo que ellos entendían que
debían hacer y decir. Aunque fueran totalmente incomprendidos por los suyos. En
mi caso (e insisto que no me estoy comparando “ni un tantico así”, solo me
referencio en ellos) creo que la Biblia ha de enseñarse encarnada, en su tiempo
y en nuestro presente histórico, y debe leerse críticamente.
En ese sentido me resulta curioso, y en esto miro atentamente otro
fracasado, el profeta Ezequiel, que no faltan los que quieren escuchar, “vamos
a escuchar”, pero solo escuchan– como quién va a escuchar un
cantante – porque escuchan, pero no ponen en práctica todo eso (Ezequiel
33,30-32).
Insisto que he
fracasado. Pero no me angustia el fracaso (no me hice cura para triunfar, sino
para anunciar el Evangelio), me angustiaría no hacer lo que creo que es bueno
hacer, lo que conviene hacer a fin de conseguir un aplauso más o una palmada en
la espalda.
Pronto cumpliré
39 años de cura, ¡a seguir fracasando vamos! Pero con la alegría y la confianza
de estar convencido que estos son caminos de Dios, con Cristo, en el Espíritu.
Al fin y al cabo, si hay o no frutos, ¡es cosa Suya! De sembrar se trata, Él “da
el crecimiento”. ¡Creo!
Foto tomada de https://pixabay.com/es/photos/llave-cerradura-puerta-viejo-1323094/