martes, 29 de septiembre de 2020

Comentario domingo 27A

Dios nos convoca para dar frutos de vida

DOMINGO VIGESIMOSÉPTIMO - "A"

Eduardo de la Serna



Lectura del libro del profeta Isaías     5, 1-7

Resumen: en un canto el profeta contrasta el amor de Dios a su pueblo con la respuesta que este ha dado. Es todo lo contrario de lo que él esperaba y las consecuencias son evidentes, dios se desentenderá de aquello a lo que tanta dedicación había puesto.

Para comprender bien este texto poético, presentado como una “canción de amor”, resulta útil ver cómo está conformado:

[A] Voy a cantar a mi amigo la canción de su amor por su viña.                      [título]

[B] Una viña tenía mi amigo en un fértil otero.

[C] La cavó y despedregó, y la plantó de cepa exquisita.

Edificó una torre en medio de ella, y además excavó en ella un lagar.

[D] Y esperó que diese uvas, pero (y) dio agraces.

[E] Ahora, pues, habitantes de Jerusalén y hombres de Judá, vengan a juzgar entre mi viña y yo: ¿Qué más se puede hacer ya a mi viña, que no se lo haya hecho yo?

[D’] Yo esperaba que diese uvas. ¿Por qué ha dado agraces?

[C’] Ahora, pues, les hago saber, lo que pienso hacer con mi viña:

quitar su seto, y será quemada; desportillar su cerca, y será pisoteada.

[B’] Haré de ella un erial que ni se pode ni se escarde, crecerá la zarza y el espino, y a las nubes prohibiré llover sobre ella.

[A’] Pues bien, viña de Yahvé Sebaot es la Casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantío exquisito.

Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad; honradez, y hay alaridos.

[conclusión]

La forma concéntrica muestra (A) un título y una conclusión que aluden a Israel como viña de Yahvé. Una viña plantada para obtener frutos. En segundo lugar (B) el contraste entre el principio y el final a partir de los (no) frutos conseguidos (fertilidad / desierto). Todo lo que fue preparado (C) para que la viña logre su cometido es desarticulado. La causa es que si bien el objetivo eran las uvas, lo conseguido fueron frutos agrios. En el centro se ubica la invitación a los oyentes a “juzgar”, es evidente que más no se podía hacer. El objetivo no cumplido, sino malogrado es el que ha llevado a toda la inversión: lo preparado para proteger la viña ahora es desarticulado, lo que era fértil ahora es erial. 

Y la razón de todo es la diferencia entre el fruto esperado y el fruto logrado. La ironía entre uno y otro se percibe mejor en hebreo: esperaba “derecho” (mispat) pero hubo “crímenes” (mispah), esperaba “justicia” (tzedaqa‘) y hubo “clamores” (tze’aqa‘). El “derecho y la justicia” es algo fundamental en Israel. El texto nos afirma que “para eso” Dios lo eligió. Pero lo que han dado es lo opuesto: derramamiento de sangre y clamores (gritos de dolor, un término muy frecuente en la Biblia, cf. Ex 3,7.9. Dios no es indiferente a esos clamores (Ex 22,22) como al clamor de la sangre de Abel (Gen 4,10). Tal es el mal fruto que la viña ha dado a aquel que ha dedicado todos sus esfuerzos de amor a la viña, tantos que todos pueden juzgar ¿qué más se podría hacer que no lo haya hecho?


Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos     4, 6-9

Resumen: A modo de conclusión de la carta, Pablo recurre nuevamente a los afectos que son claros entre él y la comunidad de Filipo. Para ello los exhorta a vivir conforme a lo que ha enseñado en una nota marcadas por la alegría y la paz. 



La conformación de la carta a los filipenses es muy discutida. Varios autores suponen que hay varias cartas originales en su seno (se suele hablar de dos cartas y una nota breve). El texto que presenta hoy la liturgia es, precisamente lo que relaciona esta nota (4,10-20) con la segunda carta (3,1b-4,3). Forma parte, se dice, de la conclusión de la primera carta donde no hay un tema organizado. Más bien se parece a una suerte de temas genéricos que se desean a los destinatarios al concluir.

Literariamente es una conclusión (los retóricos la llaman peroratio), y hay elementos interesantes a tener en cuenta en este punto: es frecuente que se caractericen – como aquí – por lo afectivo [propiamente la unidad abarca los vv.4-9]. La ausencia de adversarios o conflictos, que sería de esperar habitualmente, revela la excelente relación de Pablo con la comunidad, y que lo dicho en el c.3 frente a quienes predican la circuncisión o bien es posterior a esta unidad – como pensamos – o que Pablo está confiado en que los filipenses no darán crédito a la predicación judaizante. Es interesante que toda esta serie de elementos de la vida cristiana a los que Pablo alude comienzan con la alegría y terminan con la paz.

La insistencia en la alegría (v.4) retoma lo dicho en 3,1a; quizás sea su continuación interrumpida (sea por el añadido posterior, o sea por razones retóricas), por la unidad referida a los predicadores de circuncisión: 3,1b-4,3. Pero aquí la alegría – tema principal de la carta – aparece como mandato, ¡y en plural!, la comunidad toda debe vivir en alegría, no es un “consejo de piedad individual”. Lo siguiente que se dice es la “clemencia” (epieikês), que contrasta con la fría justicia estricta, es la magnanimidad, y junto con la “mansedumbre” es característica de Cristo (2 Cor 10,1; ver Sal 85,5 LXX), pero esta cualidad es algo que todos los de fuera deben ver como característica de los cristianos. La frase “el Señor está cerca” puede entenderse o bien en un sentido cristológico (y hacer referencia temporalmente a que está próxima su venida) o en sentido teo-lógico: “el señor está cerca de aquellos que lo invocan” (Sal 145,18; ver 34,19; 119,151 y el contraste: “no estés lejos”, 22,2.20). Siendo que la referencia que viene a continuación alude a la oración está última lectura es posible. Puesto que Dios se ha vuelto cercano, no hay motivo para “angustiarse” por razón alguna. Ciertamente Dios es más grande que cualquier dificultad que la comunidad tuviera. La referencia a la oración la remarca con tres términos que se acompañan mutuamente: oración, petición y pedidos (proseujêdeêsei y aitêmata) todo esto acompañado de “acción de gracias” (lo que revela el estar libre de ansiedades). Todo esto conducirá (en futuro) claramente a la “paz” (eirênê) de Dios. La idea “paz de Dios” se suma a que “sobrepasa” todo, lo que tiene una marcada nota de contraste con la “pax” romana. Filipos es ciudad militarizada (colonia romana), y señalarle a los destinatarios la paz que es “de Dios”, que está asegurada como fruto de la oración y que está por encima de todo, sin duda libera a los destinatarios de toda angustia (la metáfora militar de la paz tiene connotaciones contraculturales en el contexto). La paz no es instituida por la violencia y la presión sino por el amor. Precisamente por esto señalará cualidades morales, con connotaciones greco-romanas y también específicamente cristianas en los versículos que siguen (vv.8-9).

Es interesante el contraste entre los vv. 8 y 9. Mientras en v.8 no hay un “y” (kaì) que relacione todo y se dice literalmente: “cuanto es verdadero, cuanto venerable, cuanto justo, cuanto puro, cuanto agradable, cuanto admirable, si virtuoso y si valioso, ténganlo en cuenta”, en v. 9 el “y” (kaì) aparece frecuentemente: “y lo que aprendieron, y recibieron, y escucharon, y vieron en mí, eso practíquenlo y el Dios de la paz estará con ustedes”. Se ha señalado que los primeros refieren a virtudes características entre los moralistas greco-romanos, mientras los segundos son virtudes propias de los cristianos: las más importantes virtudes sociales (del ambiente) ¡y estéticas!, alcanzan su plenitud “en Cristo”. Es posible. Vv. 8-9 completan lo preparado en 4-7 y nuevamente – como allí – la conclusión está dada por “la paz”. La fe cristiana, para Pablo, no niega los valores de las culturas sino que los valora; aunque la excelencia se obtiene imitando a Cristo, lo verdaderamente valioso. La paz de Cristo no se asemeja en nada a la “pax romana”; el Emperador no puede cambiar los corazones; la paz de Cristo dura “por siempre”


Evangelio según san Mateo     21, 33-46

Resumen: En una parábola, a la que Mateo añade un versículo muy importante (v.43) destaca la importancia de que el pueblo de Dios le dé a su “propietario” los frutos que le pertenecen. La violencia de los antiguos tenedores, ejercida sobre el hijo, hará que ese “pueblo" cambie de manos.


La parábola llamada de “los viñadores homicidas” se encuentra en Marcos, y Mateo la retoma haciéndole algunos interesantes añadidos que refuerzan su teología. Destacaremos especialmente estos elementos:

Por lo que parece, la parábola ya tenía elementos alegóricos por su obvia referencia a Isaías 5 (primera lectura), pero Mateo profundiza esta alegoría reforzando la semejanza con el texto.

Is 5
Mt 21
Una viña tenía mi amigo en un fértil otero. La cavó y despedregó, y la plantó de cepa exquisita. Edificó una torre en medio de ella, y   además excavó en ella un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agraces. (vv.1-2)
«Escuchen otra parábola. Era un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores y se ausentó. (v.33)
Ahora, pues, voy a hacerles saber, lo que hago yo a mi viña: quitar su seto, y será quemada; desportillar su cerca, y será pisoteada. (v.5)


Una breve nota sobre la “alegoría” y la “parábola”. Una parábola es un texto narrativo en el que se pretende resaltar un elemento que se ha de tener en cuenta. La alegoría, en cambio, presenta muchos aspectos que han de entenderse simbólicamente y se dirigen a la comprensión. Hay algunos casos de parábolas que presentan algún elemento alegórico, como es el caso de la que comentamos, pero eso no significa que todo el texto sea una alegoría. Leerlo de este modo puede implicar forzar el sentido, y perder de vista el sentido principal.

El contexto lleva a un agravamiento progresivo del conflicto que desde la expulsión de los vendedores (v.12-17), el debate sobre la autoridad (v.23-27) y la referencia a que “publicanos y prostitutas los precederán en el reino” (v.28-32) se va acentuando a cada momento. El texto tiene dos grandes partes que comienzan cada una por "cuando" (vv.34.40) y tienen "frutos" formando una inclusión (vv.34. 43, cf.41); la primera se centra en la infidelidad y la constancia de Dios, la segunda acentúa el castigo.

Al decir “escuchen”, Mt la dirige a los jefes que es a quienes interpela. El personaje es un "propietario" (cf. 13,27; 20,1.11; cf. Mc 14,14) que alude a las relaciones entre Dios y la humanidad como "señor-siervos" (cf.10,25; 13,27; 20,1.11). No se trata entonces tanto de la viña sino de la propiedad, la propiedad de Dios, y su alejamiento subraya la responsabilidad de los viñadores.

Presentado el tema, comienza el desarrollo de la parábola presentado con el primer “cuando”. La alegorización que se va descubriendo permite sospechar que el "tiempo de frutos" (cf. 13,30) aluda a su vez al Reino se acerca: 3,2; 4,17; 10,7; cf. 26,45s; 12,28); cf. 24,32s donde se acerca el tiempo escatológico. El tema refiere a entregar a Dios los frutos del Reino; se remarca la fidelidad o infidelidad a la alianza como puede verse en Sal 1,1-3.

El envío de los "siervos" [Marcos había dicho “un siervo”] en dos turnos puede aludir a los profetas (23,34.37/ Lc 13,34) o a profetas y justos (13,17), aunque no conviene alegorizar excesivamente. Narrativamente es razonable que haya más de un envío antes del último.

La violencia de los encargados alude al agravamiento de las relaciones que hemos destacado: golpear y matar lo destaca; el apedreamiento, en cambio tiene otras connotaciones (cf. 2 Cr 24,21; Heb 11,37; Lc 13,34; Mt 23,37; sobre el destino de los profetas (cf. Jer 26,23; 20,8; cf. Neh 9,26).

Al enviar el hijo, el propietario juega toda su autoridad, reforzando la relación (Marcos había dicho “un hijo amado”, Mateo destaca que es “su” hijo). Esto lo hace "finalmente" (hysteron) lo que indica que se trata de la última oportunidad (4,2; 21,30; 25,11; 26,60). "Hijo" es común en Mt (2,15; 3,17; 4,3; 8,29; 14,33; 16,16; 26,63; 27,43.54). La reflexión del padre sospechando que "respetarán" supone que habrá respeto al padre/propietario en la persona del hijo.

Cuando los labradores afirman que "es el heredero" eso supone reconocimiento, es decir que no hay error. Con esto se revela la gravedad de rechazar a Dios en la persona del hijo; Cristo está en conexión con el envío de los profetas, pero más que eso, como "hijo" y "heredero" (16,16; cf. Hb 1,1s), con lo que aparece como profeta escatológico. Hay, además, una ironía en que Israel no se reconoce como el heredero.
El orden: sacado fuera-asesinado (= Lc; en Marcos era matado y echado fuera, 12,8) no implica un saber histórico de que Jesús fue matado fuera de la ciudad (cf. Lv 24,14-16.23; Nu 15,36; Dt 22,24; Hch 7,58 y también Lev 16,27) pero de todos modos la referencia acentúa la alegoría.

La parábola propiamente finaliza aquí, pero partiendo de ella – y suponiendo que los interlocutores siguen con la imagen mental y han comprendido a qué/quiénes se ha referido, pasa a la segunda parte del relato con el segundo “cuándo”.

Que haya una respuesta de los interlocutores es común en Mt. En este caso "hará perecer" ¿refiere a la caída de Jerusalén o implica alegorizar demasiado? Esos "otros" a los que se entregará la viña se especifican en v.43, no se trata de un simple cambio de jefes: ¿es el reino y el pueblo representado por los jefes?, ¿es el templo y los sacerdotes expulsados por los pobres y los justos con los que Jesús se identifica? No debemos forzar la alegoría, refiere a que quienes reciban al hijo entrarán al servicio de Dios; Jesús les revela su responsabilidad.

La frase preguntando si "nunca han leído" revela que el contexto es evidentemente apologético y polémico (ver 12,3.5; 19,4; 21,16; 22,31).

Con la cita del Salmo 118 se da un paso del interés del reino en la obra de Dios al tema de la resurrección de Jesús (un cambio cristológico), un paso del tema de la viña / propiedad al tema del hijo. El "rechazo" es el término técnico de una moneda juzgada falsa por un experto (Jer 6,30) pero es utilizada con frecuencia en el NT para aludir al rechazo que ha padecido Jesús por parte de las autoridades (“constructores”) cf. Mc 8,31; Lc 17,25; 1 Pe 2,4. Al aludir a la "piedra angular" no es importante saber si refiere a la piedra del ángulo de la casa – a la base – o a la piedra que remata el arco en la superficie, lo que cuenta es que se trata de la piedra principal.

Aquí Mateo interrumpe el tema de la “piedra”, que continuará en v.44 para insertar un dicho que le es propio y que refleja un elemento central de su teología:

Los sacerdotes no han creído; otros – el Nuevo Israel – dará fruto. Explicita el v.41, el rechazo de Israel relacionando este versículo con un Nuevo Pueblo; la viña designa el Reino, por tanto los viñadores designan a Israel. Se les quitará “el reino” para darlo a otro “pueblo” (no usa laos sino ethnos) quizá designa una nueva generación (Jer 7,28-29); "nación” fiel serán los que den frutos (cf. Rm 9,25; 1 Pe 2,10). La "viña" designa la obra de la salvación confiada a Israel por la alianza el centro está claro: pide cuentas al judaísmo incrédulo y anuncia la sustitución por un nuevo Pueblo de Dios. La referencia a Isaías lleva a remontarse a Israel, pero se da una nueva dirección en este versículo: en la parábola ya no es Israel sino el Reino (cf. Jer 7,24-26; Mt 23,34-36; cf. 27,25). Los frutos del Reino son una justicia superior a la de los fariseos (5,20). Sugiere castigo y promesa: recusación del antiguo pueblo y formación del Nuevo. Llegando al tema del Reino, Mateo dio con el sentido original y de allí dio un paso eclesiológico: con esto subordina la cristológico a lo eclesiológico. 

Que el reino sea "de Dios" (y no de los cielos), que los frutos se produzcan y no "entreguen" (cf. 21,41) y que se hable de "un" pueblo invita a pensar que el texto es propio de Mateo; la viña designa el reino; "dar-quitar" es también de Mt 13,12 (cf. 25,29). Al utilizar el singular (a “un pueblo”) no designa a "las naciones", sin duda se refiere a "la Iglesia" (cf. 1 Pe 2,9 donde ethnos y laòs están en paralelo); es una sentencia cristianizada (cf. Jer 7,28-29). 

La parábola con el añadido de Mateo apunta al destino del reino en perspectiva eclesial que engloba lo cristológico: el advenimiento del nuevo pueblo de Dios va ligado al destino del enviado-hijo, es importante ponerse de su lado. De todos modos es importante notar que cuando Mateo escribe esto ya era un hecho, la Iglesia se sabía “nuevo pueblo”, por lo que el mismo juicio a los labradores puede caer sobre la iglesia: el criterio es la fidelidad, todos deben dar a Dios los frutos que le pertenecen. 

El v.44 retoma el tema de la piedra en un dicho formado con Dn 2,44 + Is 8,14. El versículo es omitido en algunas Biblias – suponiendo que está tomado de Lucas – pero hay que mantenerlo. El juicio será según sea la respuesta dada en relación a la aceptación o rechazo de la piedra-Jesús (nuevamente pasa a lo cristológico). Retoma – para concluir – el auditorio, pero a los “sumos sacerdotes” les añade a los "fariseos" lo que es anacrónico para tiempos de Jesús (cf. también 27,62), pero es coherente para tiempos del evangelista. El pueblo (ojlos, multitud) una vez más le sirve a Jesús de escudo ante los que intentan capturarlo (14,5; 21,26).

Una breve nota sobre la Iglesia, el “nuevo pueblo” e Israel en Mateo. En la comunidad de Antioquía – donde Mateo escribe – hay una comunidad judía muy importante, ligada estrechamente a los “fariseos”, al grupo rabínico. La comunidad de Mateo parece “pequeña” en ese entorno (notar el uso de “pequeños” en Mateo) pero entra en conflicto con ellos por reconocerse unos y otros como los “verdaderos” hijos de Israel. La insistencia en Mateo de que las escrituras se “cumplen” o la pregunta acerca de si “¿no la han leído?” debe entenderse en este sentido. Lo mismo que el texto, que tantos conflictos causó por su mala comprensión, de 27,25: “su sangre sobre nosotros y nuestros hijos” (y el lavado de manos de Pilatos). El texto debe entenderse en el conflicto mutuo de reconocerse (y no reconocer al otro) como verdadero pueblo de Dios (“se le dará a otro pueblo”). Lamentablemente esta mala lectura causó estragos en nuestras relaciones con los judíos (y en sus vidas), nuestros “hermanos mayores” las que, es de desear, jamás vuelvan a repetirse.


sábado, 26 de septiembre de 2020

Cuando la teología es pobre, las conclusiones lo acompañan

Cuando la teología es pobre, las conclusiones lo acompañan


Eduardo de la Serna





En la página web de la Conferencia Episcopal Colombiana (C.E.C.) he tenido la oportunidad de leer un artículo de P. (¿“padre”?) Jorge Enrique Bustamante Mora, que es el director del Departamento de Doctrina y Animación Bíblica de dicha Conferencia llamado ¿Por qué volver a los templos? https://www.cec.org.co/sistema-informativo/opini%C3%B3n/%C2%BFpor-qu%C3%A9-volver-los-templos


Siendo el director de dicho departamento, sería de desear una buena fundamentación bíblica y teológica sobre el tema, cosa absolutamente ausente en la nota.


Una serie de citas inconexas, mal usadas en ocasiones, diciendo exactamente lo contrario de todo lo que quiere afirmarse, es llamativo, ya no que eso sea publicado, sino que el susodicho autor sea “director” de una institución que se supone central en una conferencia episcopal. Ciertamente no es lo mismo que el autor publique este texto en su blog que si lo hace nada menos que en la página de la C.E.C.


Antes de comentar algo del texto quiero señalar que valoro totalmente los espacios de reunión de la comunidad eclesial (“templo” no me parece el mejor nombre, pero quizás el autor no conozca otro mejor). Es humano (antropológicamente central) que un grupo elija reunirse, se convoque para llorar o celebrar, festejar o pensar, debatir o reflexionar… La religiosidad popular suele valorar los lugares de encuentro, de peregrinación y celebración, y – además – es obvio que el encuentro de una comunidad se realice en un lugar establecido y reconocido, sea este una parroquia, una capilla o hasta debajo de un árbol. Es la comunidad la que vuelve importante el lugar, evidentemente (por eso, es sabido, en tantos lugares de Europa en los que ya no hay comunidades, en los que muchos antiguos lugares de culto se han transformado en escuelas, salones y hasta bares. Obviamente, además, no se puede ignorar la situación de aquellos lugares que, por la extensión o la ausencia de ministros, pueden reunirse y celebrar unos escasos días en el año. Algo de eso se escuchó en el Sínodo de la Amazonía, y no es diferente de lo que ocurre en lugares extensísimos como la Patagonia Argentina. Y es de suponer que una conferencia episcopal (o sus voceros) piensan y escriben para toda la iglesia colombiana (en este caso) y no solo para los de la ciudad.


Y no me voy a detener en algunos elementos que ameritarían comentarios tan extensos como el que seguirá:


Habla como si fuera “en nombre de la Iglesia” y citando 1 Cor 5 habla de “juzgar a los de dentro” ¿Quién le dio autoridad para decir semejante cosa? Si dijera que habla en nombre propio vaya y pase, pero escribe como si fuera “doctrina”.


Habla de la “omnipresencia de Dios” de un modo absolutamente superficial (y con citas que no dicen lo que dice que dicen). Podríamos preguntarnos si Dios ¿está en el genocidio?, ¿Dios está en la tortura?, ¿en el hambre?, ¿en la mentira? No le vendría mal a la realidad colombiana reconocer aquellos lugares de ausencia de Dios para transformarlos.


Habla de los templos como “lugares que él mismo consagró”. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? Porque si dijera que la Iglesia los instituyó, o que el pueblo en su fe popular reconoció, por ejemplo, nadie lo pondría en duda, pero decir que Dios consagró tal o cual templo, por ejemplo, haría escandaloso una demolición, o venta, como se ha dicho.


La cita del texto de la Transfiguración haciendo suya la voz de Pedro diciendo “Señor está bien quedarnos aquí” es increíble; Lucas 9,33 expresamente nos dice que “no sabía lo que decía”.


Las citas de 1 Pedro y de Hechos son increíbles. Una vez más el texto dice algo totalmente diferente a lo que el autor destaca. No estaría de más que lea algún buen comentario de cada uno de estos libros antes de citarlos. Quizás se sorprendería.


Es notable cuando – para contrarrestar el dicho de que a Dios lo encontramos en la casa, recurre a la eucaristía para cuestionarlo. El supuesto oponente “quisiera que en cada casa hubiera un sacerdote”. Esto es atroz: de comunidad se trata, señor… de comunidad se trata. Si alguien quisiera (o tuviera) un sacerdote a domicilio, quizás haya que repetirle con Pablo que “esa no es la cena del señor” (1 Cor 11,20).


La referencia a la Eucaristía parece tan pobre como la teología bíblica sobre el templo que comentaremos. Y ver a los Templos como “altar de sacrificio”… donde “va el creyente” muestra, una vez más un individualismo en el que la comunidad está ausente, y además una concepción de la eucaristía, por lo menos, muy cuestionable. ¡Muy!


Pero yendo ya al tema del escrito, la pobreza del mismo es supina. Unos textos, pocos, elegidos casi al azar, pretenden configurar una especie de pésima “teología bíblica” sobre el templo. Y me permito (sin pretender ser exhaustivo) señalar algunas ausencias:


Es sabido que en el Israel bíblico había diferentes lugares de culto y santuarios. Esto motivó al rey Josías (c.a. 620 a.C.) a disponer “un único lugar de culto para un Dios único” (2 Re 22-23). Todos los santuarios, templetes o lo que fuere, fueron destruidos pudiéndose dar culto solamente en el Templo de Jerusalén de origen quizás salomónico. Esto empobreció a una clase sacerdotal (los levitas) y gestó, además, peregrinaciones al Templo. Con el tiempo, inclusive, se estableció que estas serían especialmente con motivo de tres grandes fiestas judías: la Pascua, Pentecostés y Tabernáculos (las dos primeras de primavera, la segunda de otoño). Por tanto, los que no vivían en la región de Judea se encontraron dificultados de expresar su religiosidad.


Pero esto solo regía para las pocas tribus que conformaban el reino Sur ya que Jeroboam había establecido, para el reino Norte, dos santuarios tradicionales como lugares de peregrinación: Dan y Betel (930 a.C.). Esto fue criticado, evidentemente, por los teólogos del sur (1 Re 12,26-33).


Pero, destruidos los lugares y ciudades por los asirios (722 a.C.) años más tarde algunos del Norte peregrinaban al Sur. Pero esto duró poco tiempo y en el año 587 a.C. los babilonios destruyen Jerusalén y con ella el templo.


Ezequiel, como muchos de la elite de Jerusalén habían sido desterrados a Babilonia 10 años antes de la destrucción de la ciudad. Cuando esto ocurre, el profeta Ezequiel narra que “vio la gloria de Dios” (una imagen de un carro lleno de luz, como es obviamente que se imagina la gloria) que se dirige a Babilonia (cap.1). La gloria, que había llenado el Templo cuando fue erigido, ahora se traslada allí donde está “el pueblo” (en realidad, la elite). Es la gloria, como presencia de Dios, lo que cuenta; por eso imaginará cuando el pueblo resucite (c.37) un templo con dimensiones celestiales (cc.40-48).


En el regreso de Babilonia, ya en el período persa (537 en adelante) muchos de los que regresan (una inmensa mayoría decide permanecer en lo que luego se llamará “la diáspora”) se dedican a edificar sus propias casas y la ciudad sigue sin templo. Algunos profetas, como Ageo y el primer Zacarías reclamarán la construcción del Templo: no puede ser que el pueblo esté sin un lugar de reunión mientras muchos se ocupan de “sus” casas. Así, con el tiempo comienza a edificarse lo que ahora conocemos como “segundo Templo”, aparentemente modesto hasta que el rey Herodes (es decir, contemporáneo a Jesús) decide ampliarlo para darle esplendor (y conquistar el beneplácito de los judíos; cf. Jn 2,20).


Es en este tiempo en que las peregrinaciones empiezan a tomar forma y consolidarse. Pero, ciertamente, para los que vivían en lugares muy distantes, lo que se pretende de ellos es que vayan al Templo, al menos ¡una vez en la vida!


Es en este contexto en que llegamos al Nuevo Testamento.


Preguntándonos por Jesús, con las dificultades del caso (el acceso al “Jesús histórico”), si seguimos a los Evangelios Sinópticos, hemos de decir que en su vida pública Jesús fue sólo una vez en su vida al templo, donde “por algo que él hizo allí, fue ejecutado”, al decir de los más importantes estudiosos de la Biblia.


El autor señala la escena de Jesús niño en el templo (propia de la teología de san Lucas, por cierto) mostrando una cierta y preocupante ignorancia: Jesús no habla de “la casa de mi Padre” (por más que así traduzcan algunas ediciones de la Biblia, un teólogo debería saberlo) sino “en lo de mi Padre” (en toîs toû patrós mou), que puede ser “la casa de mi Padre” o también “en las cosas de mi Padre”.


El “teólogo” luego, mezcla textos de diferentes teologías en un concordismo preocupante. Cualquiera sabe que la teología de Mateo y la de Juan, por ejemplo, son muy diferentes. Es evidente que el templo (y el sacerdocio) no son espacios principales en los evangelios: Jesús afirma que él es “más grande que el Templo” (Mt 12,6), que no debería pagar, ni él ni Pedro, – por ser hijos – el impuesto al Templo (17,24), Jesús habilita la presencia en el Templo de los que tenían la entrada prohibida, como ciegos y cojos, a los cuales sana (21,14) y, lo que señalan claramente los sinópticos (particularmente Lucas) es que en el Templo, Jesús “enseña” (Mt 26,55; Mc 12,35; Lc 21,37) cosa que hace después de haber expulsado de allí a los vendedores.


En Juan, en cambio, fiel a su teología en la que Jesús reemplaza en sí mismo las instituciones de Israel, Jesús se ve a sí mismo como el Templo (2,19-21). Tanto en este texto, como en su paralelo sinóptico: las referencias “casa de oración (para todos los pueblos)” y “casa de mi padre” las utiliza para contrarrestar aquello que el templo debiera ser y lo que en la práctica han hecho con él (Mt 21,13; Mc 11,17; Lc 19,46; Jn 2,19).


Mirando la segunda generación cristiana, Pablo – nada menos que el fariseo Pablo – nunca habla del Templo, sino que afirma que la comunidad constituye un templo del espíritu (1 Cor 3,16.17; 2 Cor 6,16).


Ya en la tercera generación cristiana (cuando el Templo de Jerusalén había sido destruido por los romanos, en el año 70 d.C.) y – como es razonable – muchos judíos añoraban sus celebraciones y las peregrinaciones, encontramos tres textos de autores muy diferentes críticos de esa actitud:


En Hechos de los apóstoles, Esteban afirma que “el Altísimo no habita en casas hechas por manos de hombre” (jeiropoíêtos, 7,48). No dice que “no habita solamente allí” como sería de esperar, sino que claramente “no habita”. Esto provoca su muerte, nada menos.


De un modo semejante, la carta a los Hebreos afirma que Jesús entró en un nuevo “santuario”, y se refiere al cielo. Y contrasta ambos porque el primero es hechura de manos humanas (jeiropoíêtos, 9,11.24).


No puede dejarse de lado que ambos utilizan el mismo término griego (lit. “hechura de manos”), el cual en el A.T. se utiliza para referir a los ídolos (Lev 26,1.30; Jud 8,18; Sab 14,8; Is 2,18; etc…). Claramente se señala que el Templo puede convertirse – y se ha convertido de hecho con frecuencia – en un ídolo. Algo que claramente denuncia el profeta Jeremías (7,11) y repite Jesús al expulsar a los vendedores de la “cueva de bandidos”.


Finalmente, el Apocalipsis, en medio de un contexto de conflicto, contrasta dos mujeres / ciudades (la prostituta Babilonia-Roma y la novia Jerusalén-Iglesia), y expresamente señala que en ésta última no hay Santuario porque “el Dios todopoderoso y el cordero es su santuario” (21,22).


Insisto que no pretendo negar el valor de los lugares de encuentro y celebración del pueblo de Dios, pero cualquiera mínimamente formado sabe que los textos bíblicos han de leerse en su contexto. Nada de eso figura en el texto que comento sino citas tiradas al ruedo de un debate ausente.


No hay comunidad en él (menos aún “pueblo”) hasta el punto de identificar “iglesia” con “templo” lo que bíblicamente es insostenible. Es sabido que en los primeros tiempos las “iglesias domésticas” solían reunirse en casas. Con el tiempo, cuando el número crecía algunas casas se refaccionaron. Parece ser una iglesia-casa de Dura-Europos (en la frontera de las actuales Siria e Irak, cerca del año 250 d.C.) el primer ejemplo arquitectónico de un lugar cristiano dedicado al encuentro; y se ha de esperar a Clemente de Alejandría (160-215) para que alguien haga referencia a “ir a la Iglesia”.


Sería de esperar de un sedicente teólogo un poco más de seriedad y no que parezca un texto ideológico, y hasta quizás económico, disfrazado de teología lo que se publica. Y sería de esperar que la C.E.C. se deje inspirar por mejores teólogos, que los tiene, y no por repetidores de slogans.


Capilla de Acteal, México, donde en 1997 hubo una masacre.

jueves, 24 de septiembre de 2020

Una reflexión sobre el mérito

 Una reflexión sobre el mérito


Eduardo de la Serna




Unas recientes declaraciones del papa Francisco causaron incomodidad o molestia en algunos ambientes de la oposición. Y antes de reflexionar quisiera destacar algunos elementos necesarios para entendernos:


   A)   En la Iglesia Católica Romana, y también otras iglesias hermanas, hay un Calendario Litúrgico desde la década del 60. Las lecturas de cada día, y de cada domingo, por tanto, ya están establecidas de antemano. Desde hace mucho. Los domingos están divididos en 3 ciclos anuales (A, B y C) en los que se leen los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas respectivamente. Este año nos encontramos en el ciclo A, el año próximo el B y así sucesiva y cíclicamente. El Evangelio de Mateo, capítulo 20, versículos 1 al 16 corresponde al domingo 25º. Siempre.


    B)   Que el Papa sea argentino, y esté al tanto de la realidad argentina, no implica que cada cosa que dice se refiere a la Argentina. Pobre conductor sería. Especialmente si dice lo que el evangelio del día dice.


    C)   Supongo (con dificultad) buena fe en los periodistas que informan y comunican la noticia del dicho del Papa. ¿Puedo esperar un mínimo de esfuerzo para informarse, comprender, y no limitarse a repetir? La experiencia me invita a dudar que eso ocurra habitualmente.


    D)   Una vez me ocurrió en una charla que una señora me recriminó que yo hablara de los pobres. Le dije que había citado el evangelio. Entonces, insistió, me recriminó haber citado el evangelio.


Pareciera, y aquí la crítica al Papa, que no se puede cuestionar la meritocracia (que no es lo mismo que cuestionar los méritos, pero si relativizarlos). Y acá me permito unas reflexiones:

 

I.             Una persona se “deslomó” para poder tener lo que tiene.

 

Sería injusto que esa tal persona no pueda tener aquello que ha “merecido” (siempre y cuando estemos en el terreno de lo legal, lo que no siempre ocurre). Pero…


Y me detengo en dos libros bíblicos de la literatura sapiencial de Israel (no estoy citando a Piketty):


·         ¿Acaso no dejarás a otro el fruto de tus trabajos, y el de tus fatigas, para que lo repartan en herencia? (Sir. 14:15)

·         Porque un hombre que ha trabajado con sabiduría, con ciencia y eficacia, tiene que dejar su parte a otro que no hizo ningún esfuerzo. También esto es vanidad y una grave desgracia. (Ecl. 2:21)


Ambos textos tienen claro que “lo que se hereda no se roba”, pero que el mérito del padre no se transfiere al hijo. El padre tuvo el mérito de trabajar y obtener frutos, pero el hijo, que no hizo nada, lo heredará. ¿Es mérito ser heredero?


Además, también dice el “Qohelet”:


Además, yo vi otra cosa bajo el sol: la carrera no la gana el más veloz, ni el más fuerte triunfa en el combate; el pan no pertenece al más sabio, ni la riqueza al más inteligente, ni es favorecido el más capaz, porque en todo interviene el tiempo y el azar. (Ecl. 9:11)


Es evidente que hay (y los conocemos) herederos, que hablan de la meritocracia sin que se les reconozca mérito alguno salvo ser “hijos de…”.

 

II.            Una persona ganó mucho dinero con su esfuerzo

 

Hay muchas, ¡muchísimas!, ocasiones en las que alguien con su esfuerzo y dedicación, a puro mérito, alcanzó una considerable fortuna. Y me refiero, nuevamente, en el terreno de lo legal. Sobre esto hizo referencia un excelente ex jugador de fútbol (eso no lo transforma en una buena persona, en solidario, o fraterno). Pero me formulo, entonces, una nueva pregunta:


Según puede verse, el presupuesto 2020 del Barcelona Futbol Club es de U$A 1.220.000.000. Ese presupuesto es mayor que el de Chad, Siria, Guyana y muchos otros países más (muchos muy pequeños, pero…) según puede verse en https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Pa%C3%ADses_por_Presupuesto_p%C3%BAblico


En este caso, quizás la pregunta debiera ser diferente: ¿es razonable, es justo, es sensato que un jugador de fútbol, por más excelente que sea, gane más que los científicos que están buscando denodadamente una vacuna contra el Covid-19? ¿O que enfermeros, médicos, maestros y demás que dedican su vida a los demás? Nadie afirma que robe, lo que se afirma, en este caso, es que el sistema es perverso. Tiene mérito, sin duda, pero en una escala de valores de méritos que es, por lo menos, injusta. Y cruel.

 

III.          ¿Y los demás?

 

Otra característica de la defensa del mérito y la meritocracia, además, es que es absolutamente individualista. no hay otros, no hay solidaridad, no hay hermanas y hermanos (más que aquellos con los que yo elijo compartir mis logros), no hay sociedad… no hay Patria / Matria. Además de falso, además de cruel, es indiferente, particularmente al dolor y los dolientes. ¡No me pidan que los aplauda!

 

Dibujo tomado de http://www.libertyk.com/blog-articulos/2019/1/15/i-igualdad-de-oportunidades-y-meritocracia-por-jan-doxrud

martes, 22 de septiembre de 2020

Pensando en voz alta mi fracaso

 Pensando en voz alta mi fracaso


Eduardo de la Serna



Hace ya muchos años tengo la sensación clara y precisa de que, en muchos aspectos de mi vida, ¡he fracasado! Y no temo decirlo, no solamente porque la única verdad es la realidad y porque hay que ser honrados con lo real, sino también porque no se me viene el mundo abajo por reconocerlo y aceptarlo. Y lo pienso especialmente, aunque no sólo allí, en el terreno académico. Desde hace mucho, ¡mi vida docente entera! (¡38 años!), he enseñado un modo de leer la Biblia; después, aceptamos, discutimos, dialogamos, compartimos o complementamos una u otra corriente, pero siempre en un mismo modo de leerla: un acercamiento desde la historia, desde la intención del autor y su contexto, una mirada crítica… Sin embargo, veo, escucho o comentan – y dolorosamente lo creo – que la inmensa mayoría de los que fueron estudiantes míos, incurre una y otra vez en lecturas fundamentalistas, más o menos evidentes. Lo entiendo: es una lectura siempre más fácil en contraste con lo arduo y en ocasiones conflictivo de la lectura crítica, pero que lo entienda no significa que lo acepte. Y menos aún, que lo celebre.


Y pensando una y otra vez en mi fracaso, me di cuenta que no podía ser de otra manera (y hablo de mi vida, no de los receptores) ya que habitualmente me he referenciado o dirigido la mirada en dos importantes fracasados. Aclaro: no que los imite, ¡que estoy lejos!, sino que son figuras que me alientan, animan y huellas que quisiera transitar en muchos aspectos. Y, mirando atentamente, creo que ambos fracasaron. Me refiero a dos “amigos de arriba”, San Pablo y Santa Teresita.


San Pablo: mi encuentro personal con Pablo se remonta a fines del año 1972. Un año complicado: había apertura política ya que habría elecciones a comienzos de 1973, las primeras sin la proscripción del peronismo, y empezaba, entonces, mi militancia. Recuerdo las noches que volvíamos como a las 2 o 3 de la mañana después de haber salido a pintar. Pero esa militancia era también religiosa (ambas militancias confluían, en mi caso, en la villa 31, con Carlos Mugica, por ejemplo). Y fue en esta militancia que conocí a San Pablo. En un primer momento al que pude conocer, superficialmente. Recuerdo, por ejemplo, mis lecturas de las cartas pastorales, que hoy estoy convencido que Pablo no escribió. Fue mi encuentro con Pablo el que me decidió, meses más tarde, a entrar al seminario y ser cura, y – como debía esperar casi un año para el ingreso, y viajé por primera vez a Colombia (1973), recuerdo que llevé, entre otros, 2 libros para leer en ese tiempo: los documentos de Medellín y una Introducción a la teología de san Pablo, de W. Grossouw. Ya en el seminario mi encuentro con Pablo siguió creciendo y luego, como profesor de Biblia, Pablo fue un tema principal en mis estudios y escritos, aunque siguiera conociendo cada vez más un Pablo nuevo, y hoy crea que Hechos de los Apóstoles casi no aporta para conocerlo, y, además, que “no fue cristiano”, como afirma con razón una teóloga judía (P. Eisenbaum). Pero una de las cosas que cada vez descubro más hondamente es que Pablo anduvo “de fracaso en fracaso”. Y quiero señalar algunos casos evidentes: fracasó, en su tiempo, en proponer su Evangelio quedando en franca minoría, aunque le dieran la mano en señal de comunión: sólo en su limitada área de influencia este fue aceptado. Fracasó en su discusión con Pedro y hubo de abandonar para siempre Antioquía, que era “su” sede (donde quedará Pedro, que también parece haber fracasado su discusión con Santiago de Jerusalén). Dedicó muchísima energía en la organización de una colecta que también parece haber fracasado porque no fue aceptada por “los incrédulos de Judea”, fue echado de muchas ciudades impidiéndole la entrada, por lo que “ya no tiene espacio” en “esas regiones” y, finalmente (como reconoce C. Gil, si lo entiendo bien) fracasó en su propuesta fundamental: Pablo entiende que todos los paganos se incorporan a Israel y son verdaderos israelitas, por su bautismo “en Cristo”, por lo que es innecesaria la circuncisión. Esto fracasa claramente, por lo que, ya muerto Pablo, se empieza a desarrollar una nueva estrategia, la separación de los cristianos de Israel, como dos grupos diferentes. Y si bien, con el tiempo se reconoce la santidad e inspiración de Pablo, no es menos cierto que Pablo suele estar en un segundo o tercer lugar. Seguramente la búsqueda de la propia identidad eclesial, de los tiempos post-paulinos llevó a que el Evangelio de Mateo fuera el más aceptado, precisamente el menos paulino de los cuatro (no lo creo “anti-paulino”, como plantea D. Sim, pero ciertamente el más distante). No es casualidad que Pablo nunca es predicado en las homilías, por ejemplo, obviamente centradas en el Evangelio (cuando se recurre al texto bíblico y no a otras cosas en la predicación). Otro ejemplo, fue el fracaso del llamado “Año Paulino” convocado por el papa Benito XVI, que no pasó a ser más de un par de cosas aisladas. En la Iglesia Católica Romana pareciera haber un cierto rechazo a Pablo (¿quizás por el conflicto con Pedro?) lo que hace que, temas paulinos que son ciertamente graves, no se profundicen para dar una palabra acabada, ahondando así su mala imagen: se lo ve como crítico del judaísmo, enemigo de las mujeres y los y las homosexuales, favorecedor de la esclavitud, por ejemplo; algo que, de ser así, ciertamente merecería la crítica del caso, pero muchos entendemos que han de comprenderse desde otra perspectiva, precisamente. Pero, debido a la poca atención que se le da, simplemente se repite el texto. Pablo ha fracasado, creo yo.


Santa Teresita: mi amistad con “la Tere” fue apenas posterior. En el pre-seminario (1974) había en comunidad, media hora de “lectura espiritual”, en común, seleccionada por el superior, un cura con el que creo que me unía poco más que la confesión de la misma fe. Entre esos textos, empezó a leerse su “Historia de un alma”, y algo “me hizo ruido”. Empecé a sentir que algo mío había allí, y mis primeros ahorros los gasté en comprar las “Obras completas”. Como con Pablo, empecé conociendo una Teresa y luego fui profundizando, seleccionando y descubriendo más y mejor a la que se escondía. Y acá viene, creo yo, su fracaso. En Argentina, es una santa bastante popular, y – por lo que dicen, aunque no me consta – se debió a la introducción de la “devoción” por parte de monseñor Miguel de Andrea (+ 1960). Pero la pregunta, para la que creo tener una respuesta es “¿de qué Teresita hablamos?” Una vez hablando con un maravilloso amigo que combina excelentemente bien ser una persona libre y alegre, ser espiritual y místico, ser teólogo y sabio, Maximiliano Herraiz, él comentaba que, como era razonable, al entrar en el noviciado de los Carmelitas, le hicieron leer “Historia de un Alma” y la dejó por la mitad por que le resultaba insufrible: dulzona, pueril, infantil, melosa... Muchos, muchos años después, cuando Teresita fue nombrada “Doctora de la Iglesia” se decidió a leerla atentamente. Y “cuando pude leerla, descubrí, que tiene nervadura … ¡tiene nervadura!”, repitió. Ahí radica el fracaso de Teresita, creo: muchos fascinados por una mirada superficial, aniñada, dulzona y que – por su propia responsabilidad – la vuelve casi inaccesible. Teresa no sabe (quizás no sea fácil poder) salir de los esquemas y estructuras de su tiempo. Creo que no puede entenderse mejor lo que señalo que cuando se miran sus pinturas: rígidas, sin movimiento, estructuradas, como lo que “debe ser” un Niño Jesús, una “Santa Faz”. Algo semejante ocurre con sus poesías: estructuradas, casi matemáticas, con metáforas evidentes y sin creatividad. Teresita no pasará a la historia de la pintura y de la poesía francesa. Pero sí está en la historia de la mística francesa. Recién cuando se sabe saltar el lenguaje y la estructura, cuando se puede ir más allá de la forma para mirar el fondo, y lo profundo, recién ahí se puede encontrar a Teresa. Y, ¡ella misma lo ha provocado!, son pocos, muy pocos, creo yo, los que logran descubrir la nervadura, quedándose en la infancia, las flores, o algunas frases de impacto sensiblero. Es en ese sentido que yo creo que Teresa ha fracasado.


Habitualmente lo contrario de “fracaso” es el éxito. ¿Qué sería el éxito? Como insinúo, no creo que el reconocimiento y aceptación necesariamente lo sean. Teresa es una santa popular, lo dije. Tampoco un reconocimiento solemne, pues Pablo lo tiene. A lo mejor empiece por un reconocimiento de quien verdaderamente es y una valorización medular de lo que es, hace y dice. Por ejemplo, creo que si hubiera una iglesia más paulina (y no estoy diciendo que deba ser “solo paulina”, que estoy lejos de Marción) habría una iglesia más libre, no tan atada a las normas y leyes, más optimista y evangelizadora; si hubiera una valorización de Teresa, creo que habría una iglesia más confiada en el Espíritu de Dios, más consciente de su ser pecadora pero que eso no significa “martillarse los dedos” sino sentirse hermana de todos y todas. Pero Pablo y Teresa fracasaron, creo yo, pero no dejaron de ser y hacer lo que ellos entendían que debían hacer y decir. Aunque fueran totalmente incomprendidos por los suyos. En mi caso (e insisto que no me estoy comparando “ni un tantico así”, solo me referencio en ellos) creo que la Biblia ha de enseñarse encarnada, en su tiempo y en nuestro presente histórico, y debe leerse críticamente.


En ese sentido me resulta curioso, y en esto miro atentamente otro fracasado, el profeta Ezequiel, que no faltan los que quieren escuchar, “vamos a escuchar”, pero solo escuchan– como quién va a escuchar un cantante – porque escuchan, pero no ponen en práctica todo eso (Ezequiel 33,30-32).


Insisto que he fracasado. Pero no me angustia el fracaso (no me hice cura para triunfar, sino para anunciar el Evangelio), me angustiaría no hacer lo que creo que es bueno hacer, lo que conviene hacer a fin de conseguir un aplauso más o una palmada en la espalda.


Pronto cumpliré 39 años de cura, ¡a seguir fracasando vamos! Pero con la alegría y la confianza de estar convencido que estos son caminos de Dios, con Cristo, en el Espíritu. Al fin y al cabo, si hay o no frutos, ¡es cosa Suya! De sembrar se trata, Él “da el crecimiento”. ¡Creo!

 

Foto tomada de https://pixabay.com/es/photos/llave-cerradura-puerta-viejo-1323094/