¿Somos reconocidos por el amor?
Domingo 5º de Pascua "C"
(24 de abril)
Eduardo de la Serna
Lectura de los Hechos de los Apóstoles
14, 21b-27
Resumen: Pablo y Bernabé comienzan la
misión evangelizadora por el territorio de Asia menor. Allí crecen las
comunidades porque crece la palabra de Dios y entonces, eligen ministros para
que la palabra se mantenga, la fe se consolide y se conforten los ánimos, aún
en los malos momentos.
Les recorridos misioneros de Pablo son muy esquemáticos en
Hechos, y siguiendo todos un esquema semejante que tiene una evidente intención
teológica del autor. El texto que hoy nos presenta la liturgia es la conclusión
de lo que se ha llamado el “Primer viaje misionero de Pablo”. Dejemos de lado
aquí que es probable que la presentación tan esquematizada invite a sospechar
de la verosimilitud histórica, pero esto no es importante en este momento. Es
muy probable que no hayan existido los “tres viajes misioneros” como Hechos los
presenta, y tal como pueden verse en los mapas de las Biblias (en realidad sería
más preciso si el título del mapa dijera “viajes según Hechos de los Apóstoles”).
Este doble esquema, geográfico y teológico lo encontramos en este texto
claramente presentado.
Pablo y Bernabé han recorrido varias ciudades del sur de la
región de Galacia. Al llegar a Derbe, luego de anunciar allí la palabra (v.25)
emprenden el camino de regreso visitando las mismas comunidades recién
fundadas, obviamente en orden inverso hasta llegar al puerto (Atalía) donde se
dirigen a Antioquía (de Siria; antes visitaron Antioquía de Pisidia; todas
ciudades edificadas en homenaje al gobernante Antíoco). El sentido de esta
visita en el viaje de vuelta es confirmar la fe de las comunidades, “confortar
los ánimos” (v.22). En este sentido – como más de una vez en Lucas-Hechos - el
esquema es sencillo por seguir una estructura geográfica.
Notemos – brevemente - que según Hechos la predicación a los
paganos es algo habilitado en la misión cristiana recién después de la
“Asamblea de Jerusalén” (Hch 15,6-12), en este sentido, por más breve que sea
geográficamente, el “primer viaje misionero” resulta fuera de lugar teológico.
Es útil recordar, por otra parte, que Antioquía de Siria (la segunda o tercera
ciudad de todo el Imperio Romano) era el lugar donde estaban asentados Pablo y
Bernabé (como centro de difusión misionero), y un lugar y comunidad
altamente profundo en su teología. Sin duda Pablo (y Bernabé) ha aprendido allí
muchísimo – y quizás lo más importante - de lo que será luego el punto de partida
de su teología misionera. Por eso, luego de esta misión regresan allí y se
quedan bastante tiempo (v.28, extrañamente omitido por la liturgia).
Dentro de la síntesis del pensamiento predicado en las
comunidades resaltan tres elementos muy importantes en la teología de Lucas y
particularmente en Hechos:
1. Padecer (v.22). Del mismo modo que es comprensible que haya
“tribulaciones a causa de la palabra” (Mt 13,21; Mc 4,17) los discípulos deben
esperar tribulaciones para los tiempos de la predicación (Mt 24,9.21.29; Mc
13,19.24) que ocurrirán “en el mundo”
(Jn 16,33; cf. 16,21) y es frecuente en los predicadores (Hch 20,23). Es, por
tanto, una consecuencia de los tiempos de predicación. En este caso, además, es
algo por lo que deben pasar los ministros “para entrar en el Reino de Dios”.
Es sabido que el tema del “reino” es un tema central en los evangelios
sinópticos, pero no es tan frecuente en Hechos. Sin embargo, no por haber sido
relativizado (como veremos en seguida, el acento aquí es la predicación) sino
que es presentado en lugares clave de Hechos (1,3.6 [comienzo del libro, Jesús
a los suyos]; 8,12 [predicación de los Siete, en Samaría]; 14,22 [predicación de
Pablo; en Asia]; 19,8 [predicación de Pablo, en Efeso]; 20,25 [entre los
presbíteros, Pablo; 28,23.31 [conclusión del libro, el Evangelio en Roma]).
2. Presbíteros
(v.23).La importancia que tienen los “presbíteros” (= ancianos) en Hechos es
evidente (x18). Es contrastante con el hecho de que el término no aparece jamás
en Pablo. Esto es, precisamente coherente con la teología de Lucas-Hechos.
Jesús envía el Espíritu sobre la comunidad reunida a fin de que prediquen a
todas las naciones (1,8). Podemos decir que el objetivo de Hechos es mostrar
cómo va “creciendo” la palabra (cf. 6,7; 12,24; 19,20). La palabra y el
espíritu son los verdaderos protagonistas del libro. Pero esto supone un
crecimiento geográfico (Jerusalén -
Judea y Samaría – hasta los confines de la tierra, 1,8) pero también la
necesidad de “ministros”. Los doce no dan abasto (6,2-6) y eligen Siete, pero
estos tampoco alcanzan, Bernabé y Pablo irán más allá de las fronteras de Judea
y Samaría, pero tampoco ellos serán suficientes, y se eligen presbíteros
(11,30; 14,23; 15,2.4.6.22.23; 16,4; 20,17; 21,18). Podemos ver que Lucas
quiere mostrar que el Espíritu va haciendo como una suerte de cadena con
eslabones: de Jesús a los Doce, luego los Siete, luego Pablo, y finalmente los
presbíteros, así - en el tiempo y el espacio - la palabra puede llegar a todos. Esto
ayuda a entender por qué, por ejemplo, Hechos no llama a Pablo “apóstol”, o por
qué no habla de casi ningún otro apóstol fuera de Pedro y Juan. Los
“presbíteros” (importantes en tiempos de Hechos) son los continuadores de la
misión eclesial de anunciar la Palabra, son los que muestran que el Espíritu
sigue acompañando para anunciar el Evangelio. La “oración con ayuno” (v.23)
resulta extraña, especialmente después que Jesús se manifestó en desacuerdo con
el mismo, probablemente haya aquí una reminiscencia de un acto piadoso judío
que – sin duda - Pablo también practicaría (ver Lc 2,37; Hch 27,9 – actos judíos -
y 2 Cor 6,5; 11,27 – práctica de Pablo -).
3. Paganos
(v.27). El esquema de Hechos, aun luego de la Asamblea de Jerusalén es que los
predicadores (Pablo particularmente) se dirige a una ciudad y allí predica a
los judíos. Estos – salvo unos pocos - no aceptan el mensaje de Pablo y
“entonces”, a partir de esto, comienza a dirigirse a los paganos. Es muy dudoso
que fuera así la predicación histórica de Pablo, pero es coherente con Hechos.
Aquí (v.19) los “judíos” (tener presente lo dicho porque puede caerse en
lectura antisemita si se lee el texto de un modo “literal” descuidando el
acento teológico de Hechos que es la predicación a los paganos) con la multitud apedrean a Pablo pero este
continúa la predicación. La comunidad de Antioquía – concluye Hechos - escucha
que “se ha abierto la puerta de la fe a los paganos”.
Hechos de los apóstoles va mostrando el crecimiento de la
Palabra, que se abre a los paganos y en eso muestra que el Espíritu sigue
acompañando a la Iglesia en la misión, aún abierto a la novedad de elegir
ministerios propios a fin de que el Evangelio del Reino llegue a todos los
sitios y a todas las gentes.
Lectura del libro del Apocalipsis
21, 1-5a
Resumen:
en un franco contraste entre dos mujeres, dos ciudades, hay dos proyectos, el
del dragón, encarnado por Roma (= Babilonia) y el de Dios, encarnado por la
Esposa (= Jerusalén, la Iglesia). Uno es proyecto de destrucción y muerte; en
el otro, nada negativo tiene lugar. Es proyecto de fiesta y de vida.
El libro del Apocalipsis – como lo son los libros de este tipo - es una
invitación a la resistencia, a saber de qué lado está Dios en medio del conflicto
desatado por la persecución del imperio al pueblo de Dios.
Se presenta – para ser genérico - como una serie de visiones
nocturnas (de allí el parecido que suelen tener con los sueños) cada una con
matices diferentes. En este casi estamos llegando al final de la obra. Con una
introducción (19,6-10) nos presenta siete visiones del estado de perfección,
que tienen claro contraste con las visiones anteriores (también siete) del
castigo a Babilonia (17,1-19,5). El contraste entre una unidad y la otra se puede
ver claramente en el contraste entre 17,1-6a y 21,9-14, veamos:
Ap 17,1-6a
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Ap 21,9-14
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1 Entonces
vino uno de los siete Ángeles que llevaban las siete copas
y me
habló:
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9
Entonces vino uno de los siete Ángeles que tenían las siete copas
llenas
de las siete últimas plagas,
y me
habló diciendo:
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«Ven,
que te voy a mostrar el juicio de la célebre Ramera,
que
se sienta sobre grandes aguas,
2 con ella fornicaron los reyes
de la tierra, y los habitantes de la tierra se embriagaron con el vino de su
prostitución».
|
«Ven,
que te voy a enseñar
a la
Novia, a la Esposa del Cordero».
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3 Me
trasladó en espíritu al desierto. Y vi una mujer, sentada sobre una Bestia de
color escarlata, cubierta de títulos blasfemos; la Bestia tenía siete cabezas
y diez cuernos.
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10 Me
trasladó en espíritu a un monte grande y alto y me mostró la Ciudad Santa de
Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios,
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4 La
mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, resplandecía de oro, piedras
preciosas y perlas; llevaba en su mano una copa de oro llena de
abominaciones, y también las impurezas de su prostitución,
5 y en su frente un nombre
escrito– un misterio–: «La Gran Babilonia, la madre de las rameras y de las
abominaciones de la tierra».
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11 y tenía la gloria de Dios. Su
resplandor era como el de una piedra muy preciosa, como jaspe cristalino.
12 Tenía una muralla grande y
alta con doce puertas; y sobre las puertas, doce Ángeles y nombres grabados,
que son los de las doce tribus de los hijos de Israel; 13 al oriente tres puertas; al
norte tres puertas; al mediodía tres puertas; al occidente tres puertas.
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6 Y vi que la mujer se embriagaba con la sangre de
los santos y con la sangre de los mártires de Jesús.
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14 La muralla de la ciudad se asienta sobre doce
piedras, que llevan los nombres de los doce Apóstoles del Cordero.
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Como se ve, el contraste está dado por dos mujeres, la gran
ramera y la novia. Y esta imagen luego se trasladará a dos ciudades: Babilonia
y Jerusalén.
Babilonia es la gran ciudad que
destruyó Jerusalén y el Templo varios siglos atrás (587 a.C.), de allí que este nombre se
aplique metafóricamente a Roma en varios escritos tanto judíos como
cristianos, ya que en el año 70 d.C. es la que destruirá Jerusalén y el Templo
(así puede verse también en 1 Pe 5,13 y en apócrifos judíos como el 4º Esdras,
por ejemplo:
“En el
año trigésimo de la ruina de la ciudad, estaba en Babilonia yo, Salatiel, quien
soy también Esdras; mientras estaba recostado sobre mi cama, me encontraba
perturbado y mis pensamientos ascendían a mi corazón, porque vi la desolación
de Sión y la prosperidad de los que vivían en Babilonia” (4 Esd 3:1-2).
Es en este contexto
que debemos entender la lectura que presenta una de estas siete visiones
de la plenitud. Como es propio en el
Apocalipsis, el texto está cargado de textos del A.T. releídos
cristológicamente. La unidad parece ir hasta el v.8 pero la liturgia la
interrumpe en la primera parte del v.5; en vv.6-8 se presenta (una vez más) el
que habla –nuevamente en referencia al A.T. y anuncia “premios y castigos”, sea
a los que no viven coherentemente (nos presenta un característico “catálogo de
vicios”) como a los que – como Jesús (6,2), que es el vencedor (cf. 3,21) - resulten también ellos “vencedores” (v.7). El texto litúrgico se limita a la
visión (y audición) sin su correspondiente interpretación.
La primera imagen es la de un “cielo nuevo y tierra nueva” en
contraste con los “primeros”; la referencia es a Is 65,17. Es sabido que en
muchos momentos bíblicos – especialmente en tiempos de crisis - se pone la
confianza y la expectativa en un futuro ideal que será como eran – también
ideales - los tiempos originarios. Se empieza (tiempos del exilio en Babilonia) a
profundizar la idea de “dios creador” y – puesto que hay una estrecha relación
entre “crear el universo” y “crear un pueblo” -
a acentuar la importancia de la “novedad”. Es como que los tiempos
futuros que se sueñan han de ser tiempos ideales, tiempos en los que la
intervención de Dios será siempre favorable. Pero cuando comienzan los tiempos
apocalípticos, la imagen y esperanza en el futuro pasa a ser más tajante: el
espacio se divide claramente entre “buenos” y “malos”, y en ese tiempo esperado
éstos últimos no tienen cabida. Ese “mundo viejo” desaparece definitivamente.
Eso es lo que “ve” el vidente en este texto.
Es llamativo que la nueva creación no tiene “mar”. El mar es frecuente en Apocalipsis (x26), En 12,12 es lugar del Diablo, y del mar es
que surge “la Bestia” (13,1), por eso es lugar de muerte (16,3), es el lugar de
la opulencia de “la gran ciudad” (= Babilonia, 18,19), es el lugar de la muerte
(20,13). Es razonable, entonces, que en la nueva creación no haya mar, como no
habrá santuario (21,22), ni sol ni luna (21,23), las puertas no cierran
(21,25), no entrará nada profano (21,26), no hay maldición (22,3) ni noche
(22,5).
Esta nueva creación tiene una nueva ciudad que baja de
Dios [en contraste con la otra que “sube del abismo” (17,8), con vestido de
novia (ver 19,7)]. La tradicional imagen de Dios esposo de su pueblo Israel es
importante en el AT desde Oseas (2,4-25), una vez más, una imagen de Dios del
AT es traspasada a Cristo por el Apocalipsis. El nuevo pueblo (las puertas son
12, las 12 tribus [v. 12], los 12 apóstoles del Cordero [v.14]) es la Iglesia
(v.9) lo que se destaca como imagen de todo el libro: un canto litúrgico y
esperanzado del Espíritu y la novia que dicen “ven” (22,17).
Este pueblo que se aproxima es
la ”morada de Dios con los hombres” (v.3). Es interesante destacar que en el
profeta Ezequiel nos encontramos con un doble momento que parece marcar una
importante inflexión en su palabra. En un primer momento, un grupo de la élite
de Jerusalén es llevado cautivo a Babilonia (año 597 a.C.), Ezequiel entre
ellos, pero Jerusalén y su Templo sigue en pie. Sin embargo, diez años más
tarde (587 a.C.) el Templo es destruido. Ezequiel hace referencia a esto
señalando que la gloria de Dios estaba en Jerusalén, pero que en cuanto el
templo fue destruido, la gloria se trasladó (es la imagen que algunos miran
desconcertados en Ez 1,4-28) y se ubicó donde está su pueblo. Dios está ya no
en un templo, sino donde están los suyos:
“Haré con ellos una alianza de paz, alianza eterna pactaré con ellos. Los
estableceré, los acrecentaré y pondré entre ellos mi santuario para siempre;
tendré mi morada junto a ellos, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y
sabrán las naciones que yo soy el Señor que consagra a Israel, cuando esté
entre ellos mi santuario para siempre” (Ez 37,26-28).
En este encuentro pleno entre el
Cordero y su novia, entre Dios y su pueblo ya no hay lugar para el dolor, se
trata de una gran fiesta:
“El
Señor Todopoderoso ofrece a todos los pueblos, en este monte, un festín de
manjares suculentos, un festín de vinos añejados, manjares deliciosos, vinos
generosos. Arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el
paño que tapa a todas las naciones; y aniquilará la muerte para siempre. El
Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros y alejará de la tierra entera
la humillación de su pueblo –lo ha dicho el Señor–. Aquel día se dirá: Aquí
está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara: celebremos y
festejemos su salvación”. (Is 25,6-9).
Por eso, porque “el
mundo viejo ha pasado”, se destacan nuevas cosas que ya no habrá: Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni
dolor. Todo lo antiguo ha pasado (Ap 21,4).
El trono es un término
característico del Apocalípsis (x62 en NT, x47 en Ap [ver especialmente la
visión de caps. 4-5]). Salvo la referencia a Satanás (2,13), la Bestia (= Roma)
tiene un trono que le dio “el dragón” (= el diablo; Roma es el gran instrumento
del diablo en Apocalipsis [cf. 13,2; 16,10]) el trono es del Cordero (ver el
contexto en 20,11.12; 22,1.3).
La Bestia es la que
destruye “este mundo” y lo suyo es muerte y destrucción, lágrimas y llanto; y
el Cordero es el que hace nuevas todas las cosas (21,5), lo suyo es la fiesta y
la vida plena.
Evangelio según san Juan 13,
31-33a. 34-35
En el cap. 13 comienza la segunda
parte de todo el Evangelio de Juan; mientras en la primera Jesús realizaba
signos que anticipan su manifestación, esconden su gloria, ahora – al llegar la
hora (13,1) - la gloria de Jesús se manifiesta claramente. Luego de una breve
introducción, Jesús realiza un gesto que marca el sentido de toda la unidad:
hacerse servidor (13,2-20); en este contexto Jesús anuncia la traición de Judas
(13,21-30) y luego de un breve discurso se anuncia la defección de Pedro
(13,36-37). Luego, a partir del cap. 14 nos encontramos con un largo discurso
de despedida que finaliza con la ida al huerto (18,1; cf. 14,31) donde
comenzará la pasión. Mientras los discursos anteriores tenían destinatarios diversos
(y particularmente los últimos, destinatarios conflictivos), este largo
discurso es “a los suyos” (13,1).
Es frecuente en el judaísmo contemporáneo la
existencia de obras literarias conocidas como “testamentos”. Esto es un largo
escrito de un autor supuesto (generalmente grandes personajes históricos) que
está por morir y deja entonces un “testamento espiritual” a sus hijos
(= discípulos) como una suerte de herencia en la medida en que eviten los vicios
del personaje en cuestión o que imiten sus virtudes. En ese sentido, el texto de Juan aparece como una suerte de testamento en la que Jesús está por irse (por eso
“despedida”), y entonces invita a los suyos a seguir su ejemplo y de ese modo
continuar su presencia en el presente. Este es – evidentemente - el trasfondo del
texto litúrgico que hoy.
Este pequeño
discurso entre los anuncios de la traición y las negaciones es el texto que hoy
nos presenta la liturgia (con la omisión de gran parte del v.33). Lo que se
omite es la referencia a la “ida” de Jesús, su incomprensión por parte de los
“judíos” y su también incomprensión por parte de los discípulos que prepara el
diálogo con Pedro que afirma que lo seguirá.
Por otra
parte, este pequeño discurso prepara la temática general de toda la gran unidad
discursiva 14-17.
Cinco veces
encontramos la idea de la “gloria” en los primeros 2 versículos (vv.31-32)
[aunque los mejores manuscritos omiten la primera frase del v.32 y debería
excluirse del texto leído]. Toda la segunda parte (omitiendo la idea de la
partida, como se ha dicho) destaca la centralidad del amor “los unos a los
otros” (vv.34-35).
La gloria,
en la Biblia, es la manifestación de Dios; Dios se manifiesta en la historia,
en diferentes acontecimientos en los que los suyos estamos invitados a
reconocerlo. El Evangelio de Juan es una gran manifestación de Jesús “para que
crean” (20,31), sin embargo, en toda la primera parte (caps. 1-12) Jesús se
manifiesta por signos. Estos esconden algo de la gloria de Dios, y los que
creen sabrán reconocerla (cf. 2,11), el que cree verá la gloria de Dios
(11,4.40). Pero “ahora” que “ha llegado la hora” (esto es la Pascua) de
entregar la vida, en ese amor extremo de Jesús (13,1; cf. 12,23) la gloria se
manifiesta. Esta gloria es mutua, es gloria del Hijo y del Padre (v.31; el uso del
pasado en un momento puntual - aoristo - parece referir a la Pascua), y en esta gloria del
Padre, Jesús es glorificado (v.32, el futuro parece aludir a su encuentro
definitivo con el Padre) lo que ocurrirá “pronto” (la escena del huerto). Es en
la Pascua donde se manifiesta el amor pleno. Y donde se hace “visible” la
gloria. En Jesús, Dios revela su gloria; en su amor extremo (ver 14,13).
El modo de
continuar la presencia de Jesús – que partirá - es recibir el “mandamiento”. El
tema es característico de Juan (x7 y x18 en las cartas). Lo que “manda” es el
amor mutuo (agapaô) a semejanza de su mismo amor, es decir amor total y extremo
(13,1) hasta dar la vida por los que uno quiere (filein, 15,13. Recordar que en
general, en Juan agapaô y fileô son verbos intercambiables).
Los
mandamientos en el AT son expresión de la alianza, es decir, Israel manifiesta
su ser pueblo de Dios viviendo de la manera que Dios le ha encargado,
“mandado”. Al presentar el amor como “mandamiento” (algo ciertamente extraño)
debemos remitirnos al contexto de la alianza. Jesús se presenta como la fuente
del amor verdadero.
“Los unos a los otros”, en Juan es evidentemente a los miembros de la
misma comunidad. En este caso concreto, no se refiere al amor a los de “fuera”
(eso lo encontramos en otros textos). Algo del estilo se encuentra en Qumrán:
«amar a todos
los hijos de la luz, a cada cual conforme a su parte en los designios de Dios,
y odiar a todos los hijos de las tinieblas, a cada cual conforme a su culpa y
el lugar que le corresponde en la venganza divina» (1QS 1,9-11);
pero hay que
notar que una vez que uno pertenece a la comunidad de Qumrán, “debe amar a su
hermano”; en Juan, en cambio, si uno ama, pertenece a la comunidad.
Es importante notar
que Juan no habla de dos mandamientos principales (amor a Dios y al prójimo)
como es propio de los sinópticos, sino sólo del amor “a los hermanos”. ¿En qué
se puede señalar que este mandamiento es “nuevo”? Precisamente la idea de la
alianza remite a Jer 31,31 (cf. Lc 22,20): una “nueva alianza”. Siendo que
Israel “conoce” el amor de Dios (Dt 7,6-8), la novedad debe verse en la
manifestación (= gloria) del mismo Dios en Jesús. Jesús es la novedad del amor de
Dios, y en Jesús queda sellada la nueva alianza manifestada en el mandamiento
del amor. El amor, así vivido, hasta el extremo del servicio (= lavatorio de
pies, “unos a otros” [como el amor los “unos a los otros”] 13,14) es un desafío
y un testimonio ante el mundo, y así todos podrán “ver” a Jesús vivo en sus
herederos.
No podemos concluir
sin recordar un testimonio muy importante de un antiguo Padre de la Iglesia que
ilustra este discurso de Jesús:
«Somos un cuerpo unido por una común
profesión religiosa, por una disciplina divina y por una comunión de esperanza.
Nos reunimos en asamblea o congregación con el fin de recurrir a Dios como una
fuerza organizada. Esta fuerza es agradable a Dios. Oramos hasta por los
emperadores, por sus ministros y autoridades, por el bienestar temporal, por la
paz general (...).Aunque tenemos una especie de caja,
sus ingresos no provienen de cuotas fijas, como si con ello se pusiera un
precio a la religión, sino que cada uno, si quiere o si puede, aporta una
pequeña cantidad el día señalado de cada mes, o cuando desea. En esto no hay
coacción alguna, sino que las aportaciones son voluntarias, y constituyen como
un fondo de caridad. En efecto, no se gasta en banquetes, bebidas, o en
despilfarros mundanos, sino en alimentar o enterrar a los pobres; en ayudar a
los niños y niñas que han perdido a sus padres y sus fortunas, a los ancianos
confinados en sus casas, a los náufragos, a los que trabajan en las minas o
están desterrados en islas o prisiones. Éstos reciben pensión a causa de su fe,
si sufren como seguidores de Dios.
«Pero es precisamente esta eficacia
del amor entre nosotros lo que nos atrae el odio de algunos que dicen: miren
cómo se aman, mientras ellos se odian entre sí. Mira cómo están dispuestos a
morir el uno por el otro, mientras ellos están dispuestos, más bien, a matarse
unos a otros. El hecho de que nos llamemos hermanos lo toman como una infamia,
sólo porque entre ellos, a mi entender, todo nombre de parentesco se usa con
falsedad afectada. Sin embargo, somos incluso hermanos de ustedes en cuanto
hijos de una misma naturaleza, aunque ustedes sean poco hombres, pues son tan
malos hermanos. Con cuánta mayor razón se llaman y son verdaderamente hermanos
los que reconocen a un único Dios como Padre, los que bebieron un mismo
Espíritu de santificación, los que de un mismo seno de ignorancia salieron a
una misma luz de verdad (...), los que compartimos nuestras mentes y nuestras
vidas, los que no vacilamos en comunicar todas las cosas. Todas las cosas son
comunes entre nosotros, excepto las mujeres: en esta sola cosa en que los demás
practican tal consorcio, nosotros renunciamos a todo consorcio…» (Tertuliano,
[+220])
Dibujo
tomado de http://unanilloparados.blogspot.com/2011/04/amados-hasta-el-extremo.html