La fe y la vida definitiva van de la mano
DOMINGO QUINTO DE CUARESMA - "A"
Eduardo de la Serna
Resumen: Como un montón de huesos sin vida, “Israel” se siente abatido en el exilio; Dios lo hará “subir” de las tumbas para llenarlos de vida y volverlos a reconstituir como su pueblo. Para ello por la palabra del profeta les infundirá su espíritu.
La
elite de Israel se encuentra en cautiverio en Babilonia. El pueblo (en
realidad, la élite, hay que recordarlo, aunque como es habitual la élite se ve
a sí misma como “toda la casa de Israel”, v.11) se ve a sí mismo como “muerto”,
como “un campo de huesos secos”. En
una de sus múltiples visiones, Ezequiel contempla un montón de huesos y el
texto alude a la “resurrección de Israel”.
El
texto comienza con “la mano de Yahvé”
(cf. 1,3; 3,14.22; 40,1: es propio de las visiones del profeta) que lleva a
Ezequiel a una ribera (v.1; también ligada a las visiones de Ezequiel: 3,22-23;
8,4) y finaliza con el dicho característico: “oráculo de Yahvé” (v.14). En v.15 comienza una nueva unidad: “la
palabra de Yahvé me fue dirigida”. El texto litúrgico es la conclusión de toda
esta escena. La clave que motiva todo está dada por los dichos de “los huesos”:
“Ellos andan diciendo: Se
han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, todo ha
acabado para nosotros” (v.11). Como ya se vio en 20,32 y 33,10 los ánimos del
pueblo los abruman, el peso de las culpas los aplasta. Creen que ya todo está
perdido y desaparecerán como pueblo terminando como uno más de los demás
pueblos de la tierra. Israel ya no será. La sensación ante la visión es la de
una “nueva creación” (cf. 36,26-28). El sentido de todo esto está dado porque
Yahvé “conoce” (îd‘, verbo que se
repite insistentemente en la escena: vv.3.6.13.14) e Israel “sabrá” quién es
Yahvé. Pero para eso debe “entrar” en ustedes el espíritu que da vida. “Entrar”
también es frecuente en la escena (bô’,
vv.5.9.10.12) finalizando con la “entrada” anunciada en la tierra de Israel, y
también lo es “subir (‘lh,
vv.6.8.12.13) pues como “sube” la carne sobre los huesos, subirán de las tumbas
(como “subieron” de Egipto, Ex 3,8.17…). La relación entre las situaciones de
“Israel” en Egipto e “Israel” en Babilonia es un tema que será teologizado con
frecuencia y servirá para repensar el regreso a la tierra. También es
recurrente el verbo “profetizar” (nb’,
vv.4.7.9.12) en el sentido de pronunciar una palabra de parte de Dios, y también
de convocar (al “espíritu”). Finalmente es clave el término “espíritu” (rûah, vv.1.5.6.8.9.10.14; cf. 11,19;
36,26 siempre asociado a la vida) aquí usado en todos los sentidos variados que
el término tiene en hebreo: el soplo / aliento de vida hace revivir los huesos,
pero a él se dirige el profeta: “¡ven!” (v.9) quizás aludiendo a los vientos, y
finalmente refiere al “espíritu de Yahvé” (v.14), es este espíritu de Dios el
que da sentido al pueblo y su existencia y futuro. Como en Ez 36,16-38 se alude
a la regeneración del pueblo que se siente abatido; como en Gen 2 la creación
del cuerpo requiere un segundo momento: la donación del espíritu. El pueblo no
puede ni tiene existencia sino por acción de Dios (“tú lo sabes”, v.3). Israel
es incapaz de vivir, de “subir a su tierra” y a su Dios, sin la iniciativa y
obrar divinos.
La conclusión (vv.11-14) explica el sentido de todo:
Israel será “re-creado”, “levantado”, “vivificado”, pero esto es signo de la
presencia de Yahvé en medio suyo, no hay Israel sin Yahvé.
Resumen: Mirando de manera contrapuesta la “carne” y el “espíritu” Pablo se refiere a dos modos de vivir de la persona. El creyente en Cristo está invitado a dejarse conducir por el espíritu de dios y no por la debilidad humana que le impide agradara Dios y a los hermanos.
La
carta a los Romanos está terminando toda su primer gran unidad dedicada a
mostrar los efectos de la gracia en los creyentes. El gran efecto (ya preparado
en la carta a los Gálatas, que muchos autores ven como una gran inspiradora de
la carta a los Romanos) es la libertad. El creyente es libre a diferencia de
los que están sometidos a sus propias (in)capacidades o a la misma Ley (caps.
1-3). Pero no es libre por su propia fuerza sino por la gracia de Dios. Esta
nos “sumerge” «en Cristo» y por tanto
hemos abandonado el ámbito de la debilidad (= carne) para dejarnos conducir por
la fuerza de Dios en nosotros (= espíritu). Sin ese espíritu, ciertamente,
recaeríamos en la incapacidad que nos impide vivir según Dios, “en Cristo”. “No
pueden” (ou dynantai, v.8, cf. v.7).
El contraste es evidentemente entre la “carne”
y el “espíritu”, se trata de dos
mundos, dos horizontes. La carne es
expresión de nuestra propia incapacidad, mientras que el espíritu es “de Dios”,
sólo quien tiene el espíritu de Dios puede “agradar a Dios”, es decir: vivir
conforme lo que Pablo ha enseñado (1 Tes 4,1), buscando agradar a los hermanos
(Rom 15,1-3), a todos (1 Cor 10,33) por Dios (cf. Gal 1,10).
Aquellos
que en el Bautismo han recibido el espíritu ya no están “en la carne”, el espíritu “habita”
en ellos (8,9.11; ver 1 Cor 3,16). Sin ese espíritu, el que “habita” es el
pecado (7,17.20), “nada bueno habita en
mí” (7,18) [el verbo habitar, enoikéô,
es exclusivamente paulino en el Nuevo Testamento].
Este
contraste entre carne y espíritu se refleja en otro contraste: pecado -
justicia, muerte - vida (v.10) [notar que lo que muere es el “cuerpo”; no dice
“carne”. Es importante evitar toda lectura platónica o helénica para no
malinterpretar estos términos de la antropología paulina]. La muerte ha entrado
en el mundo como consecuencia del pecado (5,12), la vida ha reinado a causa de
la justicia: “En efecto, si por el delito de uno solo reinó la muerte por un solo hombre
¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la
justicia, reinarán en la vida por un solo, por Jesucristo!” (5:17). La vida que los “cuerpos
mortales” recibirán de parte de aquel que “resucitó a Jesús” es dada por mediación de ese espíritu de Dios que
habita en nosotros (v.11).
Resumen: El último de los signos de Jesús es dar vida a Lázaro. Un diálogo con Marta, su hermana, sobre creer, da sentido a que la fe permite acceder a una vida definitiva de la que Marta es modelo para los lectores del Evangelio.
El
último de los siete “signos” de Jesús muestra la plenitud de sentido de la
revelación de Jesús, en Juan: Jesús es y da la vida a la humanidad, sin
embargo, los seres humanos, a causa de esto deciden “darle muerte” (11,53).
Como
las unidades anteriores, el texto es muy complejo. Veremos algunos elementos
antes de mirar el sentido fundamental del relato.
- Jesús se ha ido lejos de donde solía estar ya que “querían prenderlo” (10,39), por eso fue donde Juan bautizaba “y se quedó allí” (10,40). De allí que cuando –más tarde- decide ir a Betania los discípulos le dicen que “hace poco querían apedrearte” (v.8) y por tanto concluyen, “vayamos a morir con él” (v.16).
- Anacrónicamente dice en 11,2 que “María era la que ungió al Señor con perfumes…” pero eso ocurrirá recién en 12,3-8. Es posible que Juan haya adelantado esta escena para darle (o profundizar) sentido de “unción para la sepultura” a lo realizado por María, con lo que es coherente con la unción en Mc 14,3-9 (aunque allí es una mujer innominada).
- Decir que Jesús “amaba” a Marta, a su hermana y a Lázaro (v.5), o que “a quien tú quieres está enfermo” (v.3) llevó a algunos a afirmar que el discípulo amado sería Lázaro. Expresamente el autor del cuarto Evangelio omite el nombre y debe mantenerse.
- El clásico “malentendido” joánico está dado con el uso de “despertar” a Lázaro (el juego entre “dormir” y “morir” es frecuente, cf. Mc 5,39) pero también con el doble sentido de la palabra “vida” (como veremos).
- La frase de las hermanas, “si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano” (Marta, v.21; María v.32) puede entenderse como reproche, pero también –y parece preferible- un simple comentario, “¡qué pena que no estabas, sino seguro que no moría!”. El comentario de Marta añade: “Pero aún ahora sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá” (v.22) no parece que deba entenderse como confianza en que puede resucitarlo (por el diálogo que sigue a continuación, vv.23-24).
- La confianza de Marta en que Lázaro “resucitará en la resurrección, el último día” (v.24) es coherente con la teología farisea.
- La presencia de testigos es repetida con cierta insistencia ya que serán los que desencadenarán la conclusión (vv.19.31.33.36.37.45-46).
- De María y de los judíos se afirma que “lloraron” (klaíô, vv.31.33) mientras que de Jesús se utiliza otro verbo (edákusen, v.35). Es posible que este, que también puede traducirse por “lagrimear” denote tristeza pero no desesperanza.
- Es muy frecuente en Juan que ante Jesús se produzca una “división” (7,43; 9,16; 10,19), en este caso en v.45 al ver el signo “muchos” creen en él, mientras que en v.46 algunos fueron a contar a los fariseos. Puesto que deciden darle muerte (v.53) nuevamente Jesús debe esconderse retirándose a “una ciudad llamada Efraim” (v.54).
- El hecho de Jesús es calificado, como es habitual (x17) de “signo” (v.47, sêmeia) por Juan. Los signos son un hecho que “esconde” otra cosa mucho más profunda del mismo tipo, así como el pan, la luz, son “más” que simple pan o luz, sino que Jesús mismo ilumina y sacia las realidades más profundas del ser humano. Se puede decir que lo que se ve (el signo) es en realidad como una suerte de cáscara de algo más profundo (lo significado). Pero sólo se puede llegar a esa profundidad cuando se ve el hecho como signo (6,26), sino, los espectadores se quedan con la “cáscara” sin descubrir nada más. Esa profundidad, como es característico en Juan, es Jesús mismo, visto como el que sacia, el que ilumina… Algo habitualmente expresado (en la profundización del discurso) por el uso de “yo soy” (yo soy el pan, yo soy la luz del mundo… esa luz, ese pan que ustedes ven es signo de que Jesús ilumina y sacia). Por eso los signos están dirigidos directamente a que los que los ven puedan “creer”. “Para que crean” es que se dan los signos. Lo que los testigos pueden vislumbrar es la gloria (doxa) de Jesús. Por eso ante el primer signo se afirma claramente: “este fue el primero de los signos… así manifestó su gloria y creyeron” (2,11).
- La conclusión del Evangelio lo afirma claramente: «Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro. Estos han sido escritos para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida (zôê) en su nombre». (Jn 20:30-31). La vida es el objetivo, y a esto se llega al creer, y se llega a creer al descubrir los signos y ver en ellos la gloria de Jesús.
Precisamente nos encontramos ante un signo (la vida de
Lázaro) pero un signo que esconde algo que debe ser creído: que Jesús es (“yo soy”, v.25) “la resurrección y la vida”. Jesús le afirma a Marta que “si crees, verás la gloria de Dios”
(v.40; cf. v.4). El verbo “creer” (tan importante en Juan, x98) se encuentra x9
veces en la unidad, y es particularmente importante en el diálogo de Jesús con
Marta que ocupa la parte centrar de la escena: “el que cree en mí, aunque muera
vivirá” (v.25) “¿Crees esto?” (v.26), “Yo creo…” (v.27).
Es interesante notar que en Juan se utilizan
fundamentalmente dos términos griegos para hablar de la vida. Psyjê (x10) destacando que esta vida se
puede “entregar” o “perder” (10,11.15.17; 12,25; 13,37.38; 15,13) y también zôê (x36). Esta zôê es vida “eterna” (3,15.16.36; 4,14.36; 5,24.39;
6,27.40.47.54.68; 10,28; 11,25; 12,50; 17,2.3) es resucitada (5,29), es una
vida dada por Jesús, por tanto alude a “otro nivel” de vida, a la vida divina.
Jesús es vida y resurrección, y creer en él permite recibir de él esa vida que
él da. Es a esta vida que Marta accede al creer; de hecho, la confesión de fe
de Marta es la misma “para” la que se escribe el Evangelio: que Jesús “eres el
Cristo, el Hijo de Dios” (v.27), y que –como se dijo- da vida (zôê). Por eso el que cree, aunque muera (vida humana) vivirá (vida divina); el que vive (vida divina) y cree, no morirá jamás (muerte definitiva) (vv.25-26).
En este sentido podemos decir que si bien Lázaro es el
beneficiario de la vida (humana), Marta es la que –por la fe- alcanza la vida
plena que Jesús trae. Lázaro es signo (la cáscara) de una vida nueva y plena
–divina- que Jesús trae a “el que cree”.
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