Profanaciones y otras barbaridades
Eduardo de la Serna
En los días recientes hemos sido testigos de una serie de hechos
que han sido calificados de “profanaciones”. Y, ciertamente, eso hiere
la sensibilidad de las personas religiosas. Pero… no estaría mal pensar un
poco.
Es sabido que en el mundo antiguo, lo contrario de lo “santo” no es
el “pecado” sino “lo profano”. Lo sagrado/santo es lo “separado” para la
divinidad (sea esta la que fuere) mientras que lo profano es lo usual, lo
cotidiano (no necesariamente algo negativo). Para no extendernos, pero con el
fin de ser entendido: los ídolos (algo ciertamente negativo para el mundo
bíblico) pertenecen al ambiente “sagrado” y por eso se celebra cuando es
profanado / se vuelve impuro un lugar de ídolos (es lo que hace el gran rey
Josías en 2 Re 23,8.10.13.16). Es decir, profanar no es necesariamente algo
negativo.
Provengo de una familia que se puede decir “gorila”. Mi padre fue a
custodiar iglesias cuando fueron las quemas, en tiempos de Perón (1955). Lo
mismo hicieron Carlos Mugica y Ricciardelli, dos grandes curas. Y por eso me
llamó poderosamente la atención – y me sacudió, por mi historia – cuando le
escuché decir a Carlos: “estábamos preocupados por la quema de templos, pero
no habíamos dicho nada de los bombardeos donde asesinaron a cientos de templos
vivos del Espíritu Santo”.
Carlos sabía bien que en el Nuevo Testamento Pablo y sus discípulos
reemplazan el rol del Templo (algo sacratísimo en su tiempo) por descubrir a
los hijos de Dios como verdaderos templos (personal y comunitariamente). Algo semejante
afirman también – en ese tiempo – los habitantes de Qumrán de su comunidad.
En una serie de actos (pasados y presentes) ciertos grupos,
aparentemente minúsculos, han atentado contra templos católicos. A eso se lo ha
llamado “profanación”. Y para empezar quiero señalar que no me alegran en lo
más mínimo, y también hieren mi sensibilidad. Pero…
En las frecuentísimas quemas de Iglesias que se están dando en el sur
de Chile, una de las frases que se ha repetido (los ejecutores pretenden ser –
muchos sospechan otras razones y otros artífices – defensores de la “causa
mapuche”) es: “ustedes no respetan nuestra religión, nosotros no respetamos
la de ustedes”. Ver Iglesias quemadas (como la de la foto) es
impresionante, pero no está mal empezar con la pregunta: “¿es verdad que no
respetamos su religión?” Y – sin duda – es sensato decir que con mucha frecuencia
no lo hemos hecho (no pienso generalizar - ni entrar en el tema chileno –, además de que el tema es complejo).
En los casos de los grupos feministas quizás haya que preguntarnos algo
semejante: ¿las hemos respetado? ¿Nos hemos sentado a tomar unos mates y
charlar?; además que siempre quedan otras preguntas: ¿qué hace un neonazi con
bandera del Estado Vaticano en clara actitud provocativa? Se ha dicho (tengo
serias dudas, pero sirve como punto para el debate) que desde dentro de la catedral
se dispararon balas de goma; se trata de la misma Catedral que cerró sus
puertas (o peor, las señaló cuando estaban dentro) a las Madres de Plaza de Mayo en
plena dictadura cuando eran corridas por las fuerzas de seguridad. ¿No sería
oportuno, antes de hacer actos de desagravio, rosarios públicos o cosas
semejantes, sentarse a charlar con los grupos que habitualmente se sienten
agraviados por nosotros?
Y sigo, ¿no es una profanación de templos vivos el hambre, la
desocupación, el asesinato de la esperanza? ¿Creemos realmente que – como repite
con frecuencia Francisco – “este sistema mata”? Porque si el sistema
(que tiene nombres y apellidos) “mata”, ¿no es una profanación callar ante el
mismo? ¿No es una profanación abrirle las puertas de las parroquias a los
profanadores de los templos del Espíritu Santo? ¿No terminamos considerando
sagrado lo que en realidad son ídolos?
Alguna vez se ha dicho – y tiendo a creer que es bastante verdadero
– que en temas litúrgicos, el cristianismo dejó de lado a Jesús para volver al
judaísmo (a cómo algunos entendían el judaísmo de su tiempo, aclaro):
sacerdocio, templo, sagrado-profano, jerarquía…
Si antes de mirar la paja en el ojo ajeno hemos de mirar la viga en
el nuestro no estaría de más preguntarnos por nuestras actitudes, nuestros “pecados”…
y – además – aprender a tener reacciones que sean justas ante tanto atropello y
tanta profanación que el sistema o modelo – o relato – neoliberal provoca y
escandaliza en el pueblo de Dios.
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