Mi amigo Carlos Galli me pide que publique en mi blog su comentario crítico a mi mirada a la obra "La verdad los hará libres". Con lógica me pide que no haga comentarios, ni añadidos, cosa que he respetado (incluso en 2 pequeñísimos e insignificantes errores gramaticales). Lo merece. Obviamente yo tengo elementos para aclarar, acotar, rectificar, discutir. No me parece que este deba ser el lugar; eso lo hice y lo compartiré personalmente con quién me lo pida (ironizo: para evitar una "espiral de violencia"). Por respeto. Vaya entonces el texto de Carlos, con el que no acuerdo. Para ilustrarlo yo he vuelto a poner la tapa del libro.
Acerca de la nota de Eduardo de la Serna “Cuando terminamos esclavos
de la mentira”.
Carlos María Galli - 25/02/23
Le agradezco a Eduardo aceptar que escriba en
su blog a propósito de su nota Cuando terminamos
esclavos de la mentira”, publicada el 20 de febrero. A ese texto le
agregó hace poco una corrección puntual, con el título Me hago cargo con
descargo. No tengo la costumbre de leer ni escribir en blogs,
pero la cuestión lo merece porque su artículo llegó a muchas personas en
nuestro país y, a través del portal “Religión digital”, a otras muchas en
América y en Europa. Varios me han escrito pidiendo que aclare distintos temas.
Escribo porque los lectores del blog, y por
su medio los del portal, tienen derecho a saber la verdad de lo que dice
nuestra obra en los temas mencionados en general y en particular.
El título sugiere que la “La verdad los
hará libres”, termina haciendo “esclavos de la mentira”. Juega con
los binomios verdad – libertad y mentira – esclavitud, tanto en el título como
en algún párrafo. Como formador de la comisión editora, uno de sus miembros y
autor, no acepto decir que los autores mienten.
No es serio hablar de una obra de tres tomos,
que pasará las 2.500 páginas, escrita por más de 40 personas, muchas de las
cuales han trabajado cinco años, sin haber leído un solo capítulo y diciendo
que la razón de no hacerlo es el temor o el precio de venta al público. En un
correo mío, presentando la obra, comuniqué que la Facultad de Teología compró
ejemplares y los puede vender con un gran descuento.
Como no quiero adjetivar ni suponer
intenciones – como Eduardo hace su nota y en otras intervenciones, por ejemplo,
en radio – responderé punto por punto lo que son afirmaciones erróneas o falsas.
Prefiero llamarlas así, no quiero llamarlas mentiras ni mentirosas, lo que
implica una adjetivación diferente.
Pondré los textos del comentario de Eduardo en
cursiva y mis textos en letra común.
Introducción
La nota Cuando terminamos esclavos de la mentira dice con letras
grandes:
Para
"lavar su imagen" los obispos argentinos han anunciado con
"bombos y platillos", con el aporte de la Facultad de Teología de la
Universidad Católica Argentina, un estudio e investigación sobre "la
verdad" de las relaciones entre la Jerarquía eclesiástica durante los
tiempos de la violencia en el país. El que se presenta es el tomo 1, de 3 volúmenes
anunciados, todavía no aparecidos.
a) La obra no
se reduce a la jerarquía eclesial, sino que el tomo 1 analiza diversos miembros
de la Iglesia.
b) Los
lectores de la obra juzgarán si ella se ha escrito para lavar la imagen de los
obispos argentinos. No es así. Además de lo que dicen 13 obispos en el tomo 1,
invito a leer todo el tomo 2, que saldrá en esta semana, titulado: La Conferencia Episcopal Argentina y la Santa
Sede frente al terrorismo de Estado 1976-1983. La
primera sección, dedicada a lo sucedido en 1976 y 1977, se titula, justamente, El
terror.
Se toman tres
casos concretos de asesinatos mostrando la falsedad y parcialidad de lo allí indicado.
Lo que invita a concluir sobre la seriedad del resto de la obra.
Se afirma que
los textos tomados sobre tres casos concretos de asesinatos muestran falsedad y
parcialidad. Esto no es verdad y es una ofensa a los autores de los dos
capítulos mencionados. Como diré, hay frases poco confusas y discutibles en el
tercer caso. Tampoco es verdad que, de las supuestas parcialidades de tres
casos, se pueda “concluir sobre la seriedad del resto de la obra”. Se desea poner
en duda la seriedad del libro, lo que genera sospechas sobre su credibilidad, lo
que será aprovechado por comentadores de otras posiciones. Se lo hace sin haber
leído el texto. Jamás comenté la sola obra de un autor sin haberla leído.
I – CUESTIONES
GENERALES
Dice Eduardo:
Como se sabe,
la Facultad de Teología de la UCA, en acuerdo y a pedido de la Conferencia
Episcopal Argentina, acaba de publicar el primer tomo (de tres anunciados)
titulado “La verdad los hará libres. La Iglesia católica en la espiral de
violencia en Argentina 1966-1983” (editorial Planeta 2023). Está anunciado como
un trabajo académico que tiene acceso a documentos y archivos, muchos de ellos
a los que se accede por primera vez (que serán analizados especialmente en el
tomo 2: La Conferencia Episcopal Argentina y la Santa
Sede frente al terrorismo de Estado 1976-1983). Quiero dejar de lado una
serie de cosas que, creo, merecerían la atención y aquí solo las punteo, y
quizás otros puedan analizar, para detenerme en tres casos que me preocupan.
Aquí se puntean
cuestiones fundamentales, que hacen sospechar a lector de nuestra honestidad intelectual.
(1) El título
se origina en una cita del Evangelio de San Juan que, por lo que sé, dice
exactamente otra cosa. Y pienso que, sobre el Evangelio de Juan puedo hablar
con una cierta autoridad. Creo que el texto: “conocerán la verdad, y la verdad
los hará libres” se puede traducir – contemporáneamente – como “abracen el amor
y el amor los hará hijos de Dios”, algo – me parece – bastante diferente a lo
que suele entenderse o decirse del texto.
Le dije a
Eduardo, en una carta privada en la que comenté su primera descalificación en
Religión digital, que en el tomo 3 habrá un artículo sobre la frase “La verdad
los hará libres” y entonces se conocerá lo que pensamos de ese texto de san
Juan para hacer una hermenéutica que piensa la historia, como lo hizo parte de
la teología latinoamericana. Basta pensar en la obra “La verdad los hará
libres” de Gustavo Gutiérrez.
(2) La
referencia a Juan permite, además, una serie de lecturas: la Jerarquía
eclesiástica no le teme a la verdad y la formula porque pretende acceder a la
libertad, por ejemplo. Pero también puede ser un decirle a la sociedad que ella
tiene “la verdad”. O que los archivos “son” la verdad, y no solamente una
porción, o una interpretación de la misma. Por ejemplo, la transmisión de lo
que sobre X tema afirma un nuncio está en archivos, es ciertamente la opinión
del nuncio, y – en mi opinión – suelo estar en las antípodas de las miradas de
estos señores.
(a) Ninguna
de esas interpretaciones está en nuestra obra. El título general indica la
actitud espiritual e intelectual con la que nos aproximamos a la verdad
histórica, como dice el primer párrafo de la Introducción (cf. p. 25). No
decimos que el conocimiento de una verdad histórica esté agotado ni se reduzca
a una mirada, sino lo contrario. “La verdad de un hecho puede ser vista
desde varios enfoques. Los investigadores deben conocer y reconocer todos los
hechos, y aceptar y pensar todas las interpretaciones” (p. 85).
(b) La verdad
que se intenta conocer es lo que hicieron o no hicieron miembros y comunidades
de la Iglesia católica. No se pretende ni se puede conocer toda la verdad de
cada hecho, sobre todo de aquellos acontecidos en las sombras o de los que no
se tiene documentación. Hablamos de aproximación a la verdad de lo sucedido. Mi
posición está en el capítulo 1, donde digo: “La
historia trata de comprender personas, situaciones y acontecimientos
particulares, y, por eso, la verdad histórica fundada es siempre aproximativa,
con más o menos certeza, y se dice de muchas formas … Ante la tentación de la
desmesura que lleva a olvidar los límites, el saber histórico testimonia que
somos humanos y nuestro conocimiento es imperfecto y perfectible. No sabemos
todo. Podemos saber algo del pasado; queremos que lo conocido sea verdadero.
Por eso la historia busca evitar tanto el panfleto acusador como el panegírico
defensivo” (p. 81).
© Los autores del
tomo 1 consultaron, diversamente, archivos del Estado nacional y provincial, de
diócesis y congregaciones, de organismos de derechos humanos, privados – de
personas o familias – y, en algunos temas, los que fueron abiertos para esta
investigación de una forma excepcional e inédita. El de la Conferencia
Episcopal Argentina, que se abrirá hasta 1983 con un protocolo de
investigación; y el Archivo corriente de la Santa Sede, que incluye la
Secretaría de Estado, el Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia, la
Nunciatura en Buenos Aires, para el período 76-83 y en relación con la
problemática argentina. A estos accedimos por un protocolo excepcional que
firmé personalmente. No es verdad que estos últimos se desclasificaron o están
desclasificados para cualquier investigador o lector.
(3) No se
entiende – o se puede opinar diferente – por qué para hablar de la “violencia”
se comienza en 1966. Ciertamente algún momento debe establecerse, pero en temas
como este, ¿por qué no empiezan en los bombardeos a Plaza de Mayo, el 16 de
junio de 1955, por ejemplo? ¿o quizás un poco antes, como las bombas del 53?
(a) En la
Introducción general justificamos la razón de esta periodización para hablar
del actuar de la Iglesia católica. Analizamos su comportamiento del 66 al 83
porque no se entiende lo vivido en la dictadura militar del 76 al 83 sin lo
sucedido en el gobierno democrático del 73 al 76 y en la dictadura militar del
66 al 73. Si nos limitáramos a lo sucedido del 76 al 83, ¿qué podríamos decir,
por ejemplo, del Movimiento de sacerdotes para el Tercer mundo, salvo que
algunos de ellos fueron víctimas del terror?
(b) En la
Introducción explicamos las diversas razones eclesiales que hacen conveniente empezar
en el 66, por ejemplo, el comienzo de la recepción del Concilio Vaticano II.
Sin el Concilio no se entendería la dimensión social del Evangelio y las
posturas de laicos, consagrados y presbíteros de ese tiempo.
© La única
excepción es el capítulo 4 sobre la violencia, en la que el autor empieza mucho
antes.
(4) El
subtítulo (por lo que sé, propio del tomo I) hace referencia a la “espiral de
la violencia”. Y si bien el término tiene en Helder Camara su gran difusor, se
me permita sospechar que, en casos como este, oculta la “teoría de los dos
demonios”.
(a) Efectivamente,
me inspiré en Helder Camara para sugerir un título del tomo 1. Pero Eduardo
sospecha y hacer sospechar “que, en casos como este, oculta la ‘teoría de los
dos demonios’”. Esa suposición no se verifica en ninguna afirmación de las 958
páginas del tomo. Si la memoria no me falla, no creo que se pueda encontrar una
adscripción a esa teoría, pero no pude revisar la última redacción de todos los
trabajos.
(b) Digo
claramente en una nota escrita en el suplemento “Ideas” del diario La Nación el
18 de febrero:
“En
la segunda mitad del siglo XX la Argentina sufrió conflictos y violencias que
causaron mucho terror, muerte y dolor. Entre ellas nombro las injusticias
estructurales, el odio a los adversarios, la persecución y la proscripción, los
golpes de Estado que subvirtieron el orden constitucional, los movimientos
guerrilleros, la violencia política de izquierda y derecha, las bandas paraestatales,
el terrorismo de Estado, con todas sus víctimas. No hablamos de uno, dos o tres
demonios, sino de una espiral demoníaca que tuvo un punto culminante en las
violaciones sistemáticas y clandestinas a los derechos humanos producidas por
el gobierno de las fuerzas armadas desde 1976, en particular el secuestro, la
tortura y la desaparición de personas, con la
terrible realidad de los “desaparecidos”.
(5) El
libro tiene toda la apariencia de pretender exculpar “al Episcopado” aunque –
quizás – algunos “caigan”. Los obispos parecen ser “el tema”, y – por ejemplo –
no “las víctimas”. ¿Desde dónde se mira “la verdad”? ¿Desde los archivos o
desde las víctimas? ¿Desde el Episcopado o desde los pobres?
Esta opinión
tiene varias afirmaciones erróneas.
(a) No se
pretende exculpar ni culpar al Episcopado; se pretende mostrar, en todo el tomo
2, lo que hizo o no hizo, lo que dijo o no dijo, como cuerpo colegiado, la
Conferencia Episcopal Argentina, y lo que hicieron los organismos de la Santa
Sede que colaboran con el Obispo de Roma. Se lo hace paso a paso, mes a mes,
año a año, desde los archivos que registran esos hechos. El tomo 2 tiene más de
cuatro mil notas al pie.
(b) El tomo 1
habla de: la acción de la Iglesia en su conjunto (cap. 5), los laicos y las laicas
(cap. 6, con dos secciones), los presbíteros (caps. 7-9), los consagrados y las
consagradas (caps. 10-11); expone de forma extensa el pensamiento de tres
obispos de esa época (cap. 12), y de 10 obispos de esta época (cap. 13);
analiza la diversidad y la unidad del episcopado del 76 al 83 ante temas concretos
(vg. la Biblia latinoamericana) (cap. 14); y hace memoria de la acción de
católicos – laicos, obispos, presbíteros, religiosos – en cuatro organismos de
derechos humanos (cap. 15). El tomo 2 se dedica a la jerarquía local y mundial.
© La verdad
histórica se mira desde los hechos y los sujetos, sobre todo desde las
víctimas. Esto está explicado con detalle en el subtítulo 3 del cap. 1, de mi
autoría, titulado “La acción y la pasión en la historia”, cuyo punto 1 es “Mirar
desde las víctimas”. En esa sección cito a Löwith, Benjamin, Adorno, Habermas,
Metz, Fessard, Ricoeur, Gutiérrez, Scannone, Ratzinger, entre otros. Esto se podrá
verificar en muchas páginas de los capítulos sobre personas e instituciones. Por
cierto, estamos abiertos a los comentarios.
(6) Señalé
en otra parte que llama la atención algunas presencias en la conformación del
equipo, y, sobre todo, muchas ausencias. Hay personas que me resulta
incomprensible que no estén, lo cual sería peor si se confirma – como algunos
dicen – que hubo “listas negras” en la conformación del equipo.
(a) En toda
obra colectiva hay alguien que convoca y edita, y que decide invitar a otros colaboradores.
Aquí soy el responsable, junto con los colegas de la comisión directiva. En la
introducción narramos los criterios de elección, entre los cuales está el trabajo
en grupo. Varios convocados aceptaron y otros no; otros aceptaron y luego
dejaron; otros estarán en el tomo 3 como autores, o como sujetos de entrevistas
y testimonios.
(b) Alguien
que no leyó este tomo, ¿sabe que mons. E. Hesayne aceptó darnos dos entrevistas,
que se sintetizan en el capítulo 12? Alguien que no leyó el capítulo sobre el
compromiso de católicos en organismos a favor de derechos humanos, ¿sabe que se
hicieron entrevistas a varios fundadores y se consultaron sus archivos, tomando
a ambos como fuentes? ¿sabe que se transcriben textos literales de Enzo
Giustozzi, Enrique Pochat, Graciela Fernández Meijide, Washington Uranga,
Roberto Borda y Oscar Campana?
© ¿Quién dice
que hubo “listas negras”? Es una falsedad que ofende. Quien me conoce sabe que
jamás aceptaría dirigir un proyecto condicionado por listas. ¿De quién? ¿De
Mons. O. Ojea, quien me pidió hacer la obra? ¿Del Papa Francisco, que autorizó
mi iniciativa de consultar archivos de la Secretaría de Estado?
(d) De
entrada aclaramos que cada autor, individual o grupal, es responsable de su
texto.
(7) Comparando
con trabajos de las “comisiones de la verdad” de Perú o Colombia, por ejemplo,
al menos mirando el índice, llama la atención que en el tema de la “violencia”
no figure como tema primero y principal la injusticia. Desde Medellín esta es
considerada “violencia institucionalizada”. Y, sin duda, esto permitiría saber
“desde dónde” se habla o se lee la historia, es decir, “la verdad”. Hablar de
la “violencia” sin hablar de la “violencia primera” resulta, por lo menos
parcial.
(a) No
formamos una comisión nacional de la verdad sino un grupo de investigación de
un período histórico con el deseo de aproximarnos lo más posible a la verdad
sin relatos ideológicos ni apologías corporativas.
(b) En mi
comentario al punto numerado 4 expongo las diversas violencias consideradas.
© En el
capítulo II analizo textos de Pablo VI y de la Conferencia de Medellín (ps.
114-118). Los dos se refieren a la violencia estructural de la injusticia y
también a la violencia política armada.
Pero quiero
concederles a los autores “el beneficio de la duda” (aunque en algunos
ambientes me resulte sumamente arduo o difícil creer en honestidades o aceptar
verdades demasiado a ciegas; y en el tema “archivos” este es un tema
importante). De varios ambientes episcopales y eclesiásticos, la mirada suele
parecerme por lo menos “tuerta”, lo cual me permite acrecentar mis temores.
No me parece
serio referirse así a personas que han dedicados cientos o miles de horas estudiar
los temas investigando archivos, leyendo estudios y recogiendo testimonios con una
gran honestidad intelectual. Todos podemos equivocarnos en algún dato. Si recibimos
nuevos aportes, podemos mejorar los textos.
II – TRES VÍCTIMAS
CONCRETAS
Dice Eduardo
El libro no
lo he leído (y no tengo pensado gastar tanto dinero en algo que me causa tanto
temor de antemano), pero he podido leer algunas partes. Entonces me quiero
detener en tres temas brevemente que conozco un poco: Carlos Mugica, Pancho
Soares y Juan Ignacio Isla Casares. Está claro que no se pretende “biografías”
de los personajes, pero sí una ubicación de los mismos en el contexto de la
violencia y, en los tres casos, como víctimas. Y quiero comentar algo sobre lo
que allí se dice (y que, aparentemente, sería “la verdad” [sic]). Sobre estos
tres quiero añadir las opiniones de terceras personas a las que consulté y son
– según mi criterio – serios conocedores de sus vidas y martirios.
(a) Aquí hay
un paso lógico que no es claro. Se toma el propósito general de colaborar a entender
la verdad histórica y se juzga si cada párrafo sobre cada persona pretende ser
la verdad definitiva, lo que descalificaría a escritos anteriores como si
fueran faltos de verdad. Esa postura no es la de los autores de esta obra. Muchas
veces decimos que nos apoyamos en mucha bibliografía existente y la citamos
explícitamente.
(b) En el
capítulo 2 cito dos textos de Eduardo: uno sobre san Pablo y otro con su
testimonio en una obra con testigos de aquel tiempo. El capítulo 15 cita dos
veces su libro de 2002 sobre mons. J. Novak.
(1) El
párrafo que hace referencia al asesinato de Carlos Mugica [pp. 125-128] resulta extraño (y
– parece señalar que [casi] todos los trabajos, libros o artículos publicados
hasta ahora sobre su vida y asesinato son parciales y no miran “la verdad”.
Dejo de lado que no hay análisis sobre la relación de Mugica con el arzobispo
(«Carlos, ¿no tenés miedo que te maten?» – le preguntaron - «tengo miedo que el
arzobispo me eche de la Iglesia», respondió; o la publicación en el Boletín
Eclesiástico de la Arquidiócesis una crítica falsa a partir de su artículo
“Jesús y los revolucionarios de su tiempo” que monseñor Canale se comprometió a
corregir, cosa que nunca hizo). El artículo menciona en varias ocasiones a los
Montoneros, incluso en referencias que nada tienen que ver con él, y ni una
sola vez a la Triple A. La frase que el arzobispo Aramburu dijo al padre Héctor
Botán: “ahora no me van a negar que Mugica era montonero” es ignorada.
Finalmente, pareciera que la evaluación sobre su persona queda en manos de la
revista Criterio, lo cual – también – resulta un criterio de análisis. Fue
matado (¿qué duda cabe?) pero la “verdad” sobre su asesinato recae en “manos
anónimas” como las que pusieron “una bomba en su casa familiar”. Y, mirando el
supuesto contexto que se presenta, queda claro que los Montoneros fueron
responsables de su asesinato. Nada de eso afirman con seriedad investigadores
que buscan “la verdad”. Y nada de eso afirmaban los curas amigos de Mugica. Es
cierto que la jerarquía eclesiástica de entonces “quería” que hubieran sido los
Montoneros los responsables del crimen. Y eso parecen querer, también, los
autores del texto.
Aporte: una amiga,
buena conocedora de Carlos y autora de un libro sobre él simplemente acota: «De
Mugica no dicen nada nuevo. Solo omiten».
(a) Es falso y
me resulta agresivo decir que “mirando el supuesto contexto que se presenta,
queda claro que los Montoneros fueran responsables de la obra… Y eso parecen
querer – que los Montoneros hubieran sido los responsables del crimen – los
autores del texto”. El autor de ese texto soy yo. Jamás dije eso.
(b) La frase Nada
de eso afirman con seriedad investigadores que buscan “la verdad” vuelve a
cuestionar la seriedad de la investigación en base a una falsedad. ¿Por qué calificar
así nuestro trabajo?
(c) El tomo 1 dice tres veces que a Carlos lo mató la triple A. Lo dice
en el cap. 4 sobre la violencia (p. 239), en el cap. 5 sobre la Iglesia (p. 336)
y en el cap. 9 sobre los presbíteros (p. 549). La nota 132 del capítulo
4 incluso afirma que, según el dictamen judicial, el asesino habría sido el
comisario Almirón.
(d) Alguien
le avisó a Eduardo de lo que decimos en la página 336. “El 11 de mayo de 1974, a la
salida de la parroquia de San Francisco Solano, (Carlos) fue ametrallado. Sobre
la autoría de su muerte, nunca totalmente esclarecida, con el tiempo, los
mayores indicios apuntan a la Triple A de López Rega”.
Con sinceridad, en su rectificación, Eduardo reconoce el error de su opinión.
(e) Es falso
que se toma una frase del Editorial que Jorge Mejía escribió sobre Carlos
Mugica en la revista Criterio como criterio de verdad. Se cita ese texto para
mostrar cómo, ante el asesinato y la muerte de Carlos, cambia la perspectiva,
incluso, de quien discrepaba de muchas de sus acciones y opiniones.
(f) Las dos páginas sobre Carlos están en el punto 8.3, titulado: Mugica:
el primer presbítero asesinado, por la violencia política en el siglo XX. Su
figura está en el contexto del mito de la revolución violenta, alude a sus
distintas posiciones sobre las violencias, expresa su disposición a morir, no a
matar -como Jesús-y su crítica a la radicalización violenta de Montoneros – FAR
contra el gobierno de Perón. Mi posición queda clara en el último párrafo sobre
su figura, cuando lo asocio con mons. Oscar Romero.
(g) La frase que Eduardo cita de una amiga, autora de un libro sobre
Mugica, es correcta es su primera parte: no dicen nada nuevo. No lo
pretendí porque hay cuatro biografías, dos muy buenas: las de De Biase y de Sucarrat
y, sobre todo, porque a Carlos lo mataron en el 74 y nuestro acceso a archivos
eclesiásticos es desde 1976. En esto se equivocó un título de Infobae al decir
que hablamos de Mugica según los archivos.
(h) Quiero que se aclare lo escrito porque he sido amigo de las dos
hermanas de Carlos y lo soy de varios sobrinos. Parte de la familia consideró
que yo debía ser el receptor de muchos textos personales de Carlos.
(2) Sobre Pancho Soares [pp. 583-585], al igual que sobre
Mugica, me resulta claramente light. Y parcial. Y pobre. Es evidente que Pancho
fue asesinado (y no estaría de más señalar que tan parcial fue – sobre su
persona – la actitud de la jerarquía, que terminó en fosa común. Nadie en el
obispado se hizo cargo de su cuerpo. Ni de su causa. El contexto de la muerte
martirial aparece mencionado, pero la situación de injusticia ¡y violencia!,
que se vivía en los astilleros, por ejemplo, merecería una anotación, aunque
fuera breve. Los asesinatos de Echeverría, Cabrera y Casariego no se explican
solamente por su pertenencia a la JTP, aunque lo fueran. Y, en el texto, el
asesinato de Pancho no parece tener responsables (“un auto”). Y una violencia
sin “violentos” resulta, cuanto menos, extraña; otra vez “manos anónimas”
resulta curioso. Pero, al igual que Mugica, no se mencionan, o – al menos – no
se plantean, los interrogantes que inviten a “buscar la verdad” sobre un
asesinato con asesinos.
Aporte: de la
comisión Pancho Soares, de Tigre acotan: no se hace mención a la fundación de
la comunidad Juan XXIII que buscaba reparar las injusticias con trabajo
cooperativo, y el acompañamiento de las luchas de los obreros navales. Además,
la «invisibilización que padeció su figura desde el plano eclesial ya que la
jerarquía episcopal Antonio Maria Aguirre y Jorge Casaretto, no se hicieron
cargo de llevar adelante una causa judicial que investigara su muerte y durante
varios años se silenció la figura del Padre Pancho. También el estado municipal
en la persona de su intendente el contador Ubieto negó lo que significó para la
comunidad de Tigre no visibilizando su persona, como si se hizo a partir del
2012». Hoy se sabe que el asesino «Fue un estado terrorista (…) que fraguaron
su muerte pensada en la Comisaría Primera de Tigre y llevada adelante por
oficiales de esa dependencia en coordinación con grupos ya actuantes del
ejercito que respondían a Campo de Mayo».
(a) No
discuto los aportes de estos comentarios ni lo que pueda enriquecer un tema que
está resumido. Esta obra, como otras, está abierta a precisiones, novedades,
rectificaciones, que colaboren a escribir la verdad.
(b) Me cuidaría de hacer esas adjetivaciones que descalifican y hieren: ligth,
parcial, pobre, extraña… El autor de ese texto, miembros de un grupo dedicado a
los capítulos sobre consagrados, no se lo merece. Ellos tuvieron que reducir su
texto de tres a dos capítulos, porque lo pidió la Editorial. Al resumir sacaron
frases.
© Además, él ha escrito textos magníficos en la sección titulada “El
asesinato como un mensaje sobre las consecuencias del compromiso con los
pobres” (p. 582ss) y sobre la Fraternidad del Evangelio (p. 600ss).
(d) Nuestro texto cita dos biografías que hay sobre el P. Soares: la de
P. Oeyen y la de M. Magne, la cual corrige en algún tema a la anterior basada
en información del Archivo provincial de la Memoria.
(e) No es verdad que se omite la situación de injusticia que había en
los astilleros. Decimos (p. 584):
“La actitud del padre Soares era clara
y valiente, frente a los abusos y la violencia que empezó a desplegarse, sobre
todo con los obreros navales. Así, según consta en el archivo del Juzgado
Federal de 1ra Instancia de San Isidro (Expediente N° 14280/74), el 11 de noviembre
de 1974 se presentó a las autoridades judiciales para presentar una denuncia
por la detención y las torturas por parte de la policía, de Antonio Borda,
obrero del Astillero Tarrab”. Pero el detonante que terminó molestando a los
que decidieron su muerte, ocurrió algunos años después: el 3 de febrero de 1976
son secuestrados dos integrantes del gremio de los navales, Héctor Oscar
Echeverría y Luis Alberto Cabrera; con este último también fue llevada su
compañera, Rosa María Casariego, maestra que integraba la Unión de Educadores
del Tigre”.
(3) Sobre Juan Isla
Casares – relacionado al referirse a Jorge Adur
[pp. 591-595] – menciona que murió “en un enfrentamiento”. Ya habíamos escuchado que los dos niños
Lanoscou, también de zona norte, habían sido “abatidos” como “peligrosos
delincuentes subversivos”. Robertito de 5 años, Barbarita de 4 (y Matilde de 6
meses) eran parte de “una reunión de delincuentes subversivos”, luego de un
“intenso tiroteo” se detectó que “en el interior del edificio existían cinco
delincuentes muertos, que aún no se han identificado”, según informaba la
prensa entonces (señalemos que el cuerpo de Matilde no ha sido hallado todavía
y es posible que esté viva). Pues bien, resulta que, ahora, el peligroso
subversivo Juan (apodado “Juan el Bueno”, como se indica), que estaba en la
cama dormido o por hacerlo, que fue sacado de la misma por el “grupo de
tareas”, y baleado en la calle al querer correr (cosa que fue vista tanto por
Pepe, su amigo y compañero, como por Marcelo, su hermano, en otra punta, aunque
él desconocía hasta tiempo después, de quién se trataba); citar “se cree que fue abatido en un tiroteo en la
madrugada” es
sencillamente una mentira. Es posible que “oficialmente” se hable de
“enfrentamiento”, ya que muchas veces se usó el término para simular un
fusilamiento (el caso de Norma Arrostito es, también, otro buen ejemplo). Pero
sería de desear que quienes pretenden buscar la verdad para alcanzar la
libertad no la busquen entre las fuerzas oscuras de la mentira.
Aporte. una hermana
de Juan indica: «En esta mención cuentan en tres líneas entre otros datos que
fue abatido en un tiroteo (¡término tan usado por los militares!). Me resulta
tan INDIGNANTE que pongan semejante mentira buscando “la verdad que los hará
libres”. Juan no portaba un arma, fue sacado de su cama y en la calle intentó
escapar sabiendo la suerte que le esperaba si se lo llevaban, le dispararon, lo
hirieron y ya en el piso, herido, intentaron callar sus gritos estrangulándole
la garganta con una bota, todo un símbolo. Luego lo metieron en el baúl de un
auto y se lo llevaron a la ESMA. Continúa desaparecido y mi familia, sí,
buscando la VERDAD. Todo esto tiene dos testigos, mi hermano Marcelo al que
tenían retenido en uno de los autos y Pepe Villagra que vió todo desde la
esquina. Pero éste mismo relato se encuentra en el libro ‘Nunca más’, y en
todos los organismos de derechos humanos. ¿Dónde buscó información ésta gente
para describirlo de ésta manera? También detallan en el informe que suponían
que estaba sin vida cuando lo cargan en el auto, no tenemos esa certeza y que
militaba en Montoneros cosa que no es cierta.
Estas
VERDADES nunca nos harán libres, si es lo que buscan. La iglesia tuvo dos
realidades, la de la complicidad y la del martirio y 47 años después todavía no
se reconoce ninguna de las dos».
(a) Este tema
me es particularmente doloroso porque he sido amigo de Juan - primo de Eduardo
- y conocí a la hermana que hizo su aporte al comentario en su propia casa en
1971. Ya me comuniqué con ella y con otro de sus hermanos para aclarar las
frases confusas de ese párrafo, según me las ha clarificado su autor. A ella le
haré llegar las explicaciones y disculpas que el autor me ha dado. Le he dicho
que, en una reedición, se corregirán las frases confusas o equívocas, y se
cambiará la que no corresponda. Lamento no haber revisado la redacción final de
este capítulo después que fue abreviado, como no lo pude hacer con otros.
(b) El párrafo que copia Eduardo es correcto. Esta así en la página 593. Hay
frases que hacen inferencias o sacan consecuencias de las fuentes, citadas en
la nota 86: F. Domínguez y R. Baschetti.
© Pero Eduardo no cita – no sé si copió o le
copiaron sólo una parte de la página – la oración con la afirmación principal acerca
de la muerte de Juan, que está más arriba: "Entre el 3 y el 4 de junio de ese año, fue secuestrado y asesinado
Juan Isla Casares, exseminarista asuncionista de 22 años" (p. 593).
(d) Sin esa oración parece una mentira la frase
posterior: “se cree que fue abatido en un tiroteo en la madrugada”, cuando
sabemos que lo balearon cuando quiso correr y no hubo un tiroteo con dos
partes.
(e) No es justo vincular esto con el ocultamiento
que hacían los medios de asesinatos en aquellos años.
(f) Nuestro libro no dice lo que pone Eduardo: murió “en un enfrentamiento”, lo que era una típica excusa represiva.
Además, el autor del texto señala que
la palabra “tiroteo” está en el informe de la CONADEP. No obstante, considero
que no corresponde usarla, como dije en el párrafo (d).
Espero que esta nota, escrita con honestidad
y respeto, sirva para que los lectores del blog puedan conocer lo que se dice en
algunos puntos del tomo 1 de la obra La verdad los hará libres.
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Respuesta al comentario de Carlos Galli sobre
mi opinión acerca del libro “La verdad los hará libres”
Eduardo
de la Serna
En memoria de nuestra amistad que lleva ya más de 50 años, Carlos
manifestó su desacuerdo con lo que yo había escrito acerca del libro “La verdad
los hará libres” (tomo I) y me pidió tener espacio para responder, cosa que me
pareció justa y así ocurrió: publicó en mi blog una nota crítica. Ciertamente
eso no implica que yo esté de acuerdo con lo que él dice. Pero, para empezar,
quiero ser claro: hay muchas cosas de Carlos con las que no estoy de acuerdo,
lo cual implica, obviamente, que hay muchas cosas mías con las que Carlos no
está de acuerdo. Creo que la amistad transita esos carriles. El desacuerdo, de
ninguna manera implica – o no debe implicar – conflicto, pelea o demás. Sí quiero
señalar dos cosas: hubiera esperado otra actitud por el hecho inusual de
permitirle publicar en mi blog personal, y, además, hubiera esperado, al menos
en correo personal, algún tipo de pregunta sobre mi opinión por lo allí
vertido. No ocurrió nada de eso. La sensación que me queda, ojalá equivocada,
es que mi opinión no interesa, sino que lo importante era otra cosa. Y no es la
primera vez que me queda ese sinsabor. Pero dejo acá esto, ya que no quiero
entrar – como lo diré – en el terreno personal.
Por tanto, vayan mis
comentarios a su comentario, mi disenso sobre el suyo, mi crítica a su crítica
con el mismo respeto y honestidad con las que él vertió las suyas.
Como hace él, pongo en
cursiva (y tabulado) su texto y a continuación mi comentario:
Escribo porque los lectores del blog, y por su
medio los del portal, tienen derecho a saber la verdad de lo que dice nuestra
obra en los temas mencionados en general y en particular.
El uso del término “la
verdad” creo que es el problema de fondo. Diferente sería si dijera “nuestra
mirada” o algo semejante. Obviamente “la” implica que no hay otra; yo creo que
sí la hay.
Con mucha frecuencia –
acoto – reitera que escribo “sin haber leído”. No hace falta repetirlo: ya lo
hice yo en mi escrito, y también reiteradamente. Y si lo hice es, precisamente,
para que se tenga en cuenta como limitación mía, pero para que se piense si
“algo de verdad” tiene o no lo que escribo.
Como digo, y es más que
evidente, comento algo sobre el tomo I, no sobre los restantes. Y, debo
reiterarlo (y en el texto de Carlos parece necesario hacerlo con mucha
frecuencia), mi critica es al texto, no a los autores.
Carlos ama la Facultad de Teología y lo reitera con razonables motivos,
pero señalar que uno podría ir a la misma a comprar los libros con descuentos
importantes no es razonable para quienes vivimos bastante lejos de la misma. No
está mal, por cierto, y los estudiantes podrán aprovecharlo, pero se trata de
un particular, no de un universal, evidentemente. Me cuesta imaginar a
compañeros de La Rioja, Santiago del Estero, Córdoba o Rosario, por ejemplo,
yendo hasta la Facultad para conseguir un descuento. No es el primer “aire”
porteñocéntrico que se encuentra.
Carlos dice que no quiere
suponer intenciones, aunque lo hace, y dice que lo hago, lo cual las supone. Es
un tema complejo.
responderé
punto por punto lo que son afirmaciones erróneas o falsas. Prefiero llamarlas
así, no quiero llamarlas mentiras ni mentirosas, lo que implica una
adjetivación diferente.
Ya comento y comentaré sobre esto. No he llamado a nadie “mentiroso”. Y
aunque uso el término en el título (que pretende ser sugerente, como es
habitual en títulos), en todo mi texto sólo uso la imagen de la “mentira” en el
contexto del asesinato de Juan Isla Casares (“es mentira”), lo cual es
reconocido incluso por Carlos más adelante. No califico (y menos aún
intenciones) a los autores, pero sí hablo de lo “erróneo” o “falso” de algunas
actitudes, o lo parcial de alguna mirada. De todos modos, creo que decir que
una información es mentira no transforma “así, de lleno” a quien la comparte o
difunde en un “mentiroso”. Es un paso que no he dado ni pretendo dar.
La nota Cuando terminamos
esclavos de la mentira dice con letras grandes:
Para "lavar su imagen" los obispos
argentinos han anunciado con "bombos y platillos", (etc.)
La nota
no usa “letras grandes” (salvo en el título) y lo de “bombos y platillos” no
está en el texto. Sí en los anuncios en Religión Digital (que, a decir verdad,
parece ser el problema. Dudo que mi blog le importe o lo lea, pero Religión Digital
tiene “otra trascendencia” (Europa y toda América, al decir de él); pero no se
tenga en cuenta esto que es solo una intuición o sospecha. Si es cierto que ni
letras grandes ni “bombos y platillos” ni “lavado” de imagen aparecen en mi
blog.
La obra no se reduce a la jerarquía eclesial, sino
que el tomo 1 analiza diversos miembros de la Iglesia (…) Los lectores de la
obra juzgarán si ella se ha escrito para lavar la imagen de los obispos
argentinos. (… el tomo 2 se titula) La Conferencia Episcopal Argentina y la Santa Sede
frente al terrorismo de Estado 1976-1983.
Me parece evidente que, de los 3 tomos, el tomo 1 presenta el contexto
(de la situación de la violencia, y por tanto los distintos grupos eclesiales y
no eclesiales), el tomo 2 los datos (= los archivos) y el tomo 3 una
interpretación de los datos.
Como se ve, a menos que el
título no diga toda la verdad, el tomo 2 hablará de “la Conferencia Episcopal
Argentina”, es decir de “los obispos”. No hablo de blanqueo o lavado, sí de
exculpar. Lamentablemente, mucha gente (¡mucha!) cree que la dictadura fue
también “eclesiástica”, no solamente cívico-militar, y mucha de esa mucha
gente, sigue pensando lo mismo de los obispos actuales (ninguno en actividad –
alguno vivo – actualmente). Es a este episcopado actual al que, me parece, se
pretende exculpar; al actual; no veo posible “blanquear” a Bonamín, Tortolo,
Primatesta, Laghi, Plaza, Aramburu y tantos otros. Al episcopado actual me
refiero.
Se afirma que los textos tomados sobre tres
casos concretos de asesinatos muestran falsedad y parcialidad. Esto no es
verdad y es una ofensa a los autores de los dos capítulos mencionados. Como
diré, hay frases poco confusas y discutibles en el tercer caso (…) Se desea poner en duda la seriedad del
libro.
Se dice que “ofendo”, lo cual – una vez más –
platea el tema de un terreno “personal”. Ahora: Carlos escribe para mostrar “la
falsedad” de lo que yo escribo, ¡bien!, pero si yo hablo de “falsedad” ¿ofendo?
Me resulta cuanto menos curioso.
Las
frases del tercer caso no son “poco confusas” sino muy confusas. Tanto que
anuncia que eventualmente se corregirán en una eventual reedición.
Afirma
que “deseo” poner en duda… ¿no era que “no quiero adjetivar ni suponer
intenciones como hace Eduardo…”?
Aquí se puntean cuestiones fundamentales, que hacen
sospechar al lector de nuestra honestidad intelectual.
No se
plantea la honestidad de los autores. Plantear errores, o parcialidades, o
incluso miradas no precisas es señalar errores, no cuestionar honestidad. Nuevamente
se plantea el tema en el orden “personal”.
Le dije a Eduardo, en una carta privada en la
que comenté su primera descalificación en Religión digital, que en el tomo 3
habrá un artículo sobre la frase “La verdad los hará libres” y entonces se conocerá
lo que pensamos de ese texto de san Juan para hace una hermenéutica que piensa
la historia, como lo hizo parte de la teología latinoamericana. Basta pensar en
la obra “La verdad los hará libres” de Gustavo Gutiérrez.
Ninguna de esas interpretaciones está en nuestra
obra. El título general indica la actitud espiritual e intelectual con la que
nos aproximamos a la verdad histórica,
No dije
que esas “sean” las interpretaciones, sino que el título “permite” esas
interpretaciones, lo cual es algo diferente, ciertamente; y, por lo tanto, es
confuso.
“La historia trata de comprender
personas, situaciones y acontecimientos particulares, y, por eso, la verdad
histórica fundada es siempre aproximativa, con más o menos certeza, y se dice
de muchas formas” …
Coincido…
se dice “de muchas formas”. Supongo que eso también vale para mi manera de
decir las cosas (aunque Carlos hable de “la verdad”). También yo puedo
aproximarme a la historia.
Los autores del tomo 1 consultaron, diversamente,
archivos del Estado nacional y provincial, de diócesis y congregaciones, de
organismos de derechos humanos, privados – de personas o familias – y, en
algunos temas, los que fueron abiertos para esta investigación de una forma
excepcional e inédita.
En realidad (lo dice la
introducción) se trata de los archivos de algunas diócesis: “Buenos Aires, Rosario, Córdoba, La Rioja, Corrientes,
Quilmes, Morón, Neuquén y Ordinariato Castrense, entre otros” (p. 37); llama la
atención al menos la no mención de diócesis importantes como La Plata, Bahía
Blanca, Tucumán, entre otras…
No
es verdad que estos últimos se desclasificaron o están desclasificados para
cualquier investigador o lector.
Supongo que no se referirá a mi escrito; no
recuerdo haber dicho eso, aunque así haya trascendido; si así fuera acepto el
dato.
En la Introducción general justificamos la
razón de esta periodización para hablar del actuar de la Iglesia católica. Analizamos
su comportamiento del 66 al 83 porque no se entiende lo vivido en la dictadura
militar del 76 al 83 sin lo sucedido en el gobierno democrático del 73 al 76 y en
la dictadura militar del 66 al 73. Si nos limitáramos a lo sucedido del 76 al
83, ¿qué podríamos decir, por ejemplo, del Movimiento de sacerdotes para el Tercer
mundo, salvo que algunos de ellos fueron víctimas del terror?
Jamás pretendí semejante limitación… es más, creo que empezar en el 66
es el problema ya que el ambiente de violencia se inicia bastante antes (¿desde
1955? ¿en 1953?). Creo que omitir – aunque en el texto que señala (cap. 4) lo
presenta – por ejemplo, los bombardeos de Plaza de Mayo y sus consecuencias es
grave y limita un análisis acabado de la violencia.
En la Introducción explicamos las diversas
razones eclesiales que hacen conveniente empezar en el 66, por ejemplo, el
comienzo de la recepción del Concilio Vaticano II.
Las
razones para analizar el comienzo del fenómeno de la violencia ¿deben ser “eclesiales”?
Me resulta muy extraña y discutible esa perspectiva.
Eduardo sospecha y hacer sospechar “que, en casos
como este, oculta la ‘teoría de los dos demonios’”.
Usos de
términos como “de un lado y del otro”, “de izquierda y derecha”, por ejemplo,
parecen – o permiten pensar – en los “dos demonios”, me parece.
La verdad histórica se mira desde los hechos
y los sujetos, sobre todo desde las víctimas. (…) cito a Löwith, Benjamin,
Adorno, Habermas, Metz, Fessard, Ricoeur, Gutiérrez, Scannone, Ratzinger, entre
otros. Esto se podrá verificar en muchas páginas de los capítulos sobre
personas e instituciones. Por cierto, estamos abiertos a los comentarios.
No es
cuestión de autores citados ni de cantidad de notas. Lo que sostengo es que el
tema de la injusticia no es el tema central. A eso llamo “mirar desde las
víctimas”.
En la introducción narramos los criterios de
elección [hace referencia a las supuestas “listas negras”], entre los cuales
está el trabajo en grupo. Varios convocados aceptaron y otros no; otros
aceptaron y luego dejaron; otros estarán en el tomo 3 como autores, o como
sujetos de entrevistas y testimonios.
Que se
haya entrevistado a tal o a cuál es una cuestión. Que tales no hayan sido
convocados al equipo de trabajo, es otra, me dice uno. “Yo
ya asumí que me necesitan afuera...” me dice otro, este imprescindible. Que
haya citas o párrafos no transforma a ellos en co-autores. No lo sienten así,
al menos, algunos de los citados. Basta con mirar el índice para saber lo que
afirma de Hesayne y lo de los otros obispos. Aunque, sobre lo de Hesayne,
invita a pensar que él aluda, en varias ocasiones, expresamente a Casaretto. Lo
de Giaquinta nace a partir de una entrevista ajena, según se dice.
En
muchas ocasiones, las listas “negras” no nacen de imposiciones en el origen,
sino de los prejuicios de algunos (yo podría señalar bastantes casos en los que
he sido excluido víctima, precisamente, de dichos prejuicios).
No formamos una comisión nacional de la verdad sino
un grupo de investigación de un período histórico con el deseo de aproximarnos
lo más posible a la verdad sin relatos ideológicos ni apologías corporativas.
En mi comentario al punto numerado 4 expongo las
diversas violencias consideradas.
En el capítulo II analizo textos de Pablo VI y de
la Conferencia de Medellín
Que no conforman una Comisión Nacional de la Verdad
es algo más que evidente, además que, para serlo debiera ser algo “oficial” a
nivel nacional; pero sospecho (reitero, “sospecho”) que alguno, con su planteo
del Diálogo Argentino, o de una extraña comprensión de la “Reconciliación” lo
pretendiera.
No me parece serio referirse así a personas
que han dedicados cientos o miles de horas [a] estudiar los temas
investigando archivos, leyendo estudios y recogiendo testimonios con una gran honestidad
intelectual. Todos podemos equivocarnos en algún dato. Si recibimos nuevos
aportes, podemos mejorar los textos.
Aquí hay un paso lógico que no es claro. Se toma el
propósito general de colaborar a entender la verdad histórica y se juzga si cada
párrafo sobre cada persona pretende ser la verdad definitiva, lo que descalificaría
a escritos anteriores como si fueran faltos de verdad.
En el capítulo 2 cito dos textos de Eduardo: uno
sobre san Pablo y otro con su testimonio en una obra con testigos de aquel
tiempo. El capítulo 15 cita dos veces su libro de 2002 sobre mons. J. Novak.
No entiendo a qué viene esta referencia. Si es para
afirmar que “hasta Eduardo puede ser citado” podría cuestionarlo, pero no es el
caso. Además, aclaro, el libro sobre Novak – salvo algún capítulo que lo indica
expresamente – no es de mi autoría; soy simplemente el recopilador.
Es falso y me resulta agresivo decir que “mirando
el supuesto contexto que se presenta [se refiere a Carlos Mugica], queda claro
que los Montoneros fueran responsables de la obra… Y eso parecen querer – que
los Montoneros hubieran sido los responsables del crimen – los autores del
texto”. El autor de ese texto soy yo. Jamás dije eso.
La frase Nada de eso afirman con seriedad
investigadores que buscan “la verdad” vuelve a cuestionar la seriedad de la
investigación en base a una falsedad. ¿Por qué calificar así nuestro trabajo?
Es falso que se toma una frase del Editorial que
Jorge Mejía escribió sobre Carlos Mugica en la revista Criterio como criterio
de verdad. Se cita ese texto para mostrar cómo, ante el asesinato y la muerte
de Carlos, cambia la perspectiva, incluso, de quien discrepaba de muchas de sus
acciones y opiniones.
Mi posición queda clara en
el último párrafo sobre su figura, cuando lo asocio con mons. Oscar Romero.
La frase que Eduardo cita
de una amiga, autora de un libro sobre Mugica, es correcta es
su primera parte: no dicen nada nuevo. No lo pretendí porque hay cuatro
biografías, dos muy buenas: las de De Biase y de Sucarrat y, sobre todo, porque
a Carlos lo mataron en el 74 y nuestro acceso a archivos eclesiásticos es desde
1976.
Quiero que se aclare lo
escrito porque he sido amigo de las dos hermanas de Carlos y lo soy de varios
sobrinos.
Nuevamente se traslada al terreno de lo personal que, insisto,
“nuevamente” no figura en mi horizonte.
Al hablar sobre Pancho Soares: No discuto los aportes de estos comentarios ni lo
que pueda enriquecer un tema que está resumido. Esta obra, como otras, está abierta
a precisiones, novedades, rectificaciones, que colaboren a escribir la verdad.
Me cuidaría de hacer esas
adjetivaciones que descalifican y hieren: ligth, parcial, pobre, extraña… El
autor de ese texto, miembros de un grupo dedicado a los
capítulos sobre consagrados, no se lo merece.
Nuestro texto cita
dos biografías que hay sobre el P. Soares: la de P. Oeyen y la de M. Magne, la
cual corrige en algún tema a la anterior basada en información del Archivo
provincial de la Memoria.
No es verdad que
se omite la situación de injusticia que había en los astilleros. Decimos (p.
584): “La actitud del padre Soares era clara y valiente,
frente a los abusos y la violencia…”
Este tema [Juan Isla Casares] me es
particularmente doloroso porque he sido amigo de Juan - primo de Eduardo - y
conocí a la hermana que hizo su aporte al comentario en su propia casa en 1971.
Ya me comuniqué con ella y con otro de sus hermanos para aclarar las frases
confusas de ese párrafo, según me las ha clarificado su autor. A ella le haré
llegar las explicaciones y disculpas que el autor me ha dado. Le he dicho que, en
una reedición, se corregirán las frases confusas o equívocas, y se cambiará la
que no corresponda. Lamento no haber revisado la redacción final de este
capítulo después que fue abreviado, como no lo pude hacer con otros.
Nuevamente se entra en el terreno personal.
Expresamente omití que Juan era mi primo precisamente para no adentrarme en ese
espacio.
Decir
“secuestrado y asesinado” no quita un eventual “tiroteo”.
No es justo vincular esto con el ocultamiento
que hacían los medios de asesinatos en aquellos años.
Nuestro libro no dice lo que pone Eduardo: murió “en un enfrentamiento”, lo que era una típica
excusa represiva. Además, el autor del texto
señala que la palabra “tiroteo” está en el informe de la CONADEP. No obstante,
considero que no corresponde usarla, como dije en el párrafo (d).
Espero que esta nota,
escrita con honestidad y respeto, sirva para que los lectores del blog puedan conocer
lo que se dice en algunos puntos del tomo 1 de la obra La verdad los hará
libres.