Cuando terminamos esclavos de la mentira
Eduardo de la Serna
Como se sabe, la Facultad de Teología de la UCA, en acuerdo y a pedido de la Conferencia Episcopal Argentina, acaba de publicar el primer tomo (de tres anunciados) titulado “La verdad los hará libres. La Iglesia católica en la espiral de violencia en Argentina 1966-1983” (editorial Planeta 2023). Está anunciado como un trabajo académico que tiene acceso a documentos y archivos, muchos de ellos a los que se accede por primera vez (que serán analizados especialmente en el tomo 2: La Conferencia Episcopal Argentina y la Santa Sede frente al terrorismo de Estado 1976-1983). Quiero dejar de lado una serie de cosas que, creo, merecerían la atención y aquí solo las punteo, y quizás otros puedan analizar, para detenerme en tres casos que me preocupan.
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El título se origina en
una cita del Evangelio de San Juan que, por lo que sé, dice exactamente otra
cosa. Y pienso que, sobre el Evangelio de Juan puedo hablar con una cierta
autoridad. Creo que el texto: “conocerán la verdad, y la verdad los hará
libres” se puede traducir – contemporáneamente – como “abracen el amor y el
amor los hará hijos de Dios”, algo – me parece – bastante diferente a lo que
suele entenderse o decirse del texto.
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La referencia a Juan
permite, además, una serie de lecturas: la Jerarquía eclesiástica no le teme a
la verdad y la formula porque pretende acceder a la libertad, por ejemplo. Pero
también puede ser un decirle a la sociedad que ella tiene “la verdad”. O que
los archivos “son” la verdad, y no solamente una porción, o una interpretación
de la misma. Por ejemplo, la transmisión de lo que sobre X tema afirma un
nuncio está en archivos, es ciertamente la opinión del nuncio, y – en mi
opinión – suelo estar en las antípodas de las miradas de estos señores.
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No se entiende – o se
puede opinar diferente – por qué para hablar de la “violencia” se comienza en
1966. Ciertamente algún momento debe establecerse, pero en temas como este,
¿por qué no empiezan en los bombardeos a Plaza de Mayo, el 16 de junio de 1955,
por ejemplo? ¿o quizás un poco antes, como las bombas del 53?
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El subtítulo (por lo
que sé, propio del tomo I) hace referencia a la “espiral de la violencia”. Y si
bien el término tiene en Helder Camara su gran difusor, se me permita sospechar
que, en casos como este, oculta la “teoría de los dos demonios”.
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El libro tiene toda la
apariencia de pretender exculpar “al Episcopado” aunque – quizás – algunos
“caigan”. Los obispos parecen ser “el tema”, y – por ejemplo – no “las
víctimas”. ¿Desde dónde se mira “la verdad”? ¿Desde los archivos o desde las
víctimas? ¿Desde el Episcopado o desde los pobres?
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Señalé en otra parte
que llama la atención algunas presencias en la conformación del equipo, y,
sobre todo, muchas ausencias. Hay personas que me resulta incomprensible que no
estén, lo cual sería peor si se confirma – como algunos dicen – que hubo
“listas negras” en la conformación del equipo.
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Comparando con trabajos
de las “comisiones de la verdad” de Perú o Colombia, por ejemplo, al menos
mirando el índice, llama la atención que en el tema de la “violencia” no figure
como tema primero y principal la injusticia. Desde Medellín esta es considerada
“violencia institucionalizada”. Y, sin duda, esto permitiría saber “desde
dónde” se habla o se lee la historia, es decir, “la verdad”. Hablar de la “violencia”
sin hablar de la “violencia primera” resulta, por lo menos parcial.
Pero
quiero concederles a los autores “el beneficio de la duda” (aunque en algunos
ambientes me resulte sumamente arduo o difícil creer en honestidades o aceptar
verdades demasiado a ciegas; y en el tema “archivos” este es un tema
importante). De varios ambientes episcopales y eclesiásticos, la mirada suele
parecerme por lo menos “tuerta”, lo cual me permite acrecentar mis temores.
El
libro no lo he leído (y no tengo pensado gastar tanto dinero en algo que me
causa tanto temor de antemano), pero he podido leer algunas partes. Entonces me
quiero detener en tres temas brevemente que conozco un poco: Carlos Mugica,
Pancho Soares y Juan Ignacio Isla Casares. Está claro que no se pretende
“biografías” de los personajes, pero sí una ubicación de los mismos en el
contexto de la violencia y, en los tres casos, como víctimas. Y quiero comentar
algo sobre lo que allí se dice (y que, aparentemente, sería “la verdad” [sic]).
Sobre estos tres quiero añadir las opiniones de terceras personas a las que
consulté y son – según mi criterio – serios conocedores de sus vidas y martirios.
El
párrafo que hace referencia al asesinato de Carlos Mugica [pp. 125-128] resulta extraño (y – parece señalar
que [casi] todos los trabajos, libros o artículos publicados hasta ahora sobre
su vida y asesinato son parciales y no miran “la verdad”). Dejo de lado que no
hay análisis sobre la relación de Mugica con el arzobispo («Carlos, ¿no tenés
miedo que te maten?» – le preguntaron - «tengo miedo que el arzobispo me eche
de la Iglesia», respondió; o la publicación en el Boletín Eclesiástico de la
Arquidiócesis de una crítica falsa a partir de su artículo “Jesús y los
revolucionarios de su tiempo” que monseñor Canale se comprometió a corregir,
cosa que nunca hizo). El artículo menciona en varias ocasiones a los Montoneros,
incluso en referencias que nada tienen que ver con él, y ni una sola vez a la
Triple A. La frase que el arzobispo Aramburu dijo al padre Héctor Botán: “ahora
no me van a negar que Mugica era montonero” es ignorada. Finalmente, pareciera
que la evaluación sobre su persona queda en manos de la revista Criterio, lo
cual – también – resulta un criterio de análisis. Fue matado (¿qué duda cabe?)
pero la “verdad” sobre su asesinato recae en “manos anónimas” como las que
pusieron “una bomba en su casa familiar”. Y, mirando el supuesto contexto que
se presenta, queda insinuado que los Montoneros fueron responsables de su
asesinato. Nada de eso afirman con seriedad investigadores que buscan “la
verdad”. Y nada de eso afirmaban los curas amigos de Mugica. Es cierto que la
jerarquía eclesiástica de entonces “quería” que hubieran sido los Montoneros
los responsables del crimen. Y eso parecen querer, también, los autores del
texto.
Aporte: una amiga, buena conocedora de Carlos y autora
de un libro sobre él simplemente acota: «De Mugica no dicen nada nuevo. Solo omiten».
Sobre Pancho
Soares [pp. 583-585], al igual que sobre Mugica, me resulta claramente
light. Y parcial. Y pobre. Es evidente que Pancho fue asesinado (y no estaría
de más señalar que tan parcial fue – sobre su persona – la actitud de la
jerarquía, que terminó en fosa común. Nadie en el obispado se hizo cargo de su
cuerpo. Ni de su causa. El contexto de la muerte martirial aparece mencionado,
pero la situación de injusticia ¡y violencia!, que se vivía en los astilleros,
por ejemplo, merecería una anotación, aunque fuera breve. Los asesinatos de
Echeverría, Cabrera y Casariego no se explican solamente por su pertenencia a
la JTP, aunque lo fueran. Y, en el texto, el asesinato de Pancho no parece
tener responsables (“un auto”). Y una violencia sin “violentos” resulta, cuanto
menos, extraña; otra vez “manos anónimas” resulta curioso. Pero, al igual que
Mugica, no se mencionan, o – al menos – no se plantean, los interrogantes que
inviten a “buscar la verdad” sobre un asesinato con asesinos; y al igual que Mugica se silencia la complicidad o silencio episcopal.
Aporte: de la comisión Pancho Soares, de Tigre acotan:
no se hace mención a la fundación de la comunidad Juan XXIII que buscaba
reparar las injusticias con trabajo cooperativo, y el acompañamiento de las
luchas de los obreros navales. Además, la «invisibilización que padeció su
figura desde el plano eclesial ya que la jerarquía episcopal Antonio Maria
Aguirre y Jorge Casaretto, no se hicieron cargo de llevar adelante una causa
judicial que investigara su muerte y durante varios años se silenció la figura
del Padre Pancho. También el estado municipal en la persona de su intendente el
contador Ubieto negó lo que significó para la comunidad de Tigre no
visibilizando su persona, como si se hizo a partir del 2012». Hoy se sabe que el
asesino «Fue un estado terrorista (…) que fraguaron su muerte pensada en la
Comisaría Primera de Tigre y llevada adelante por oficiales de esa dependencia
en coordinación con grupos ya actuantes del ejercito que respondían a Campo de
Mayo».
Sobre Juan
Isla Casares – relacionado al referirse a Jorge Adur [pp. 591-595, en p. 593] –
menciona que murió “en un enfrentamiento”. Ya habíamos escuchado que los dos
niños Lanoscou, también de zona norte, habían sido “abatidos” como “peligrosos
delincuentes subversivos”. Robertito
de 5 años, Barbarita de 4 (y Matilde de 6 meses) eran parte de “una reunión de
delincuentes subversivos”; luego de un “intenso tiroteo” se detectó que “en el
interior del edificio existían cinco delincuentes muertos, que aún no se han
identificado”, según informaba la prensa entonces (señalemos que el cuerpo de
Matilde no ha sido hallado todavía y es posible que esté viva). Pues bien, resulta
que, ahora, el peligroso subversivo Juan (apodado “Juan el Bueno”, como se
indica), que estaba en la cama dormido o por hacerlo, que fue sacado de la
misma por el “grupo de tareas”, y baleado en la calle al querer correr (cosa
que fue vista tanto por Pepe, su amigo y compañero, como por Marcelo, su
hermano, en otra punta, aunque él desconocía hasta tiempo después, de quién se
trataba); citar “se cree que fue abatido en un tiroteo en la madrugada”
es sencillamente una mentira. Es posible que “oficialmente” se hable de
“enfrentamiento”, ya que muchas veces se usó el término para simular un
fusilamiento (el caso de Norma Arrostito es, también, otro buen ejemplo). Pero
sería de desear que quienes pretenden buscar la verdad para alcanzar la
libertad no la busquen entre las fuerzas oscuras de la mentira.
Aporte. una hermana de Juan indica: «En esta mención cuentan en tres líneas entre otros datos que fue abatido en un tiroteo (¡término tan usado por los militares!). Me resulta tan INDIGNANTE que pongan semejante mentira buscando “la verdad que los hará libres”. Juan no portaba un arma, fue sacado de su cama y en la calle intentó escapar sabiendo la suerte que le esperaba si se lo llevaban, le dispararon, lo hirieron y ya en el piso, herido, intentaron callar sus gritos estrangulándole la garganta con una bota, todo un símbolo. Luego lo metieron en el baúl de un auto y se lo llevaron a la ESMA. Continúa desaparecido y mi familia, sí, buscando la VERDAD. Todo esto tiene dos testigos, mi hermano Marcelo al que tenían retenido en uno de los autos y Pepe Villagra que vio todo desde la esquina. Pero éste mismo relato se encuentra en el libro ‘Nunca más’, y en todos los organismos de derechos humanos. ¿Dónde buscó información ésta gente para describirlo de ésta manera?. También detallan en el informe que suponían que estaba sin vida cuando lo cargan en el auto, no tenemos esa certeza y que militaba en Montoneros cosa que no es cierta.
«Estas VERDADES nunca nos harán libres, si es lo que buscan. La iglesia tuvo dos realidades, la de la complicidad y la del martirio y 47 años después todavía no se reconoce ninguna de las dos».
Habitualmente,
como parte de la publicidad de una película, se suele presentar un “corto” con
algunas escenas, para motivar, a los que lo ven, a ir al cine. Pues, valgan
estos tres cortos para motivar sobre el libro “La verdad los hará libres. Tomo
I”. Debo confesar que no me motiva ni un poquito a gastar $ 9.500 para leer lo
que cada vez que me sumerjo un poco más me parece más de lo mismo. Pero con
omisiones, como decía mi amiga.
Foto de tapa del diario Clarín mintiendo sobre el modo de muerte de Norma Arrostito.
addenda
Me hago cargo con descargo
Con
mucho respeto, y actitud de diálogo, alguien, que no conozco más que por haber leído
algunas cosas suyas, me hace una corrección bien fraterna.
En lo
que yo escribí días atrás sobre el libro “La verdad los hará libres” con
respecto al asesinato de Mugica, señalo esto: que se hace referencia a los
montoneros, incluso en cosas que nada tienen que ver y “y ni una sola vez (se menciona) a la Triple A” para terminar diciendo: “queda
insinuado que los Montoneros fueron responsables de su asesinato”. En el
correo, el amigo me dice que en el libro se afirma que:
“El 11 de mayo de 1974, a la salida de la parroquia
de San Francisco Solano, fue ametrallado. Sobre la autoría de su muerte, nunca
totalmente esclarecida, con el tiempo, los mayores indicios apuntan a la Triple
A de López Rega” (p. 336).
Siendo
que lo que yo afirmé es erróneo, debo hacerme cargo del error; al fin y al cabo,
no me interesa tanto tener o no razón como que se haga justicia con la memoria
de Carlos Mugica.
Pero quiero decir algo como leve descargo. Como he dicho, al libro no lo leí; lo leería si lo tuviera, sin duda, pero nada me tienta a gastar tanto dinero en algo que me llena de temores (seguramente injustificados… o parciales). El 1 de febrero, uno de los coordinadores de la obra, me avisa que el libro fue publicado, y allí mismo pude leer el índice, la presentación de la comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal y la introducción (32 págs.). Y a los pocos días (5 de febrero), el portal Infobae afirmó lo siguiente: «Infobae Leamos comparte el fragmento de la investigación dedicada al asesinato del padre Carlos Mugica» [https://www.infobae.com/leamos/2023/02/05/anticipo-exclusivo-el-asesinato-del-padre-padre-mugica-segun-los-archivos-desclasificados-de-la-iglesia/]. Allí veo que no hay referencia alguna a la Triple A y sí a los Montoneros, por lo que el 6 de febrero lo comparto con el coordinador manifestando mi desacuerdo con eso con esta aclaración: “a menos que mienta, Infobae publicó el apartado de Mugica”, dando por supuesto que sería cierto, pero dándole al encargado la oportunidad de desmentirlo [por supuesto, acompañé el link del texto de Infobae para que pudiera constatarlo]. Desde ese entonces no recibí ninguna comunicación hasta que, en mi caso, dando por veraz el dato, e informado además sobre lo que se decía acerca de Pancho Soares y sobre Juan Isla Casares me decidí a escribir (el 18 de febrero, ¡12 días después!) el texto con – ahora lo sé – ese error del que me hago cargo. No hubiera sido difícil decirme que Infobae mentía (no me hubiera sorprendido ni un poco), y tampoco – cosa que supongo se habrá hecho – escribir a los encargados de esa publicación dolidos, molestos y hasta enojados por la parcialidad. Supongo que la molestia, en este caso, al menos, no será conmigo por esto. Me resultaría extraña. Pero me hago cargo del error, y lo corregiré oportunamente, aunque mi sensación sobre la obra no haya cambiado demasiado.
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