Debate en debate
Eduardo de la Serna
Hace
muchos años, en un congreso internacional de teología discutíamos con un amigo
sobre los debates. La raíz del tema estaba, creo yo, en nuestra cultura
apasionada como argentinos (quizás sea mejor decir, como “porteños”), que hacía
difícil la discusión, porque todo disenso se transformaba como algo personal. Entonces,
bastaba con que alguien dijera “no estoy de acuerdo con eso” para que,
inmediatamente la otra parte irrumpiera con “cajas destempladas”, ofendido o
dolido por semejante cosa. Lo que llamaba la atención en el congreso era la
altura con que se podía disentir, incluso vehementemente, sin que nadie se
ofendiera por ello. Eso resultaba extraño para quienes no estaban habituados a
ese modo de debate. Bromeábamos con mi amigo que, acá, al decir “me parece que
no es así” ya era motivo de portazos, o hasta agresiones o manifestaciones
adoloridas de la “víctima” del desacuerdo: “Callate vos que sos X cosa”.
Para
peor, en esto, existe nuestra cultura competitiva, que nos lleva a querer “ganar”
una discusión. En ese sentido o contexto es que suelen emerger los gritos o
demás, porque pareciera que quien grita más alto tiene más “verdad”. Y la
pregunta, en un debate, quizás empiece en saber si se debe o no “ganar” o se
trata de “dialogar”, que es otra cosa diferente.
Eso
no impide que el tema trascienda las fronteras de la Argentina. Hace unos años
hablaba con un importante biblista británico a raíz de su comentario acerca de
un libro sobre la carta a los Romanos. El autor se molestó con la crítica de mi
interlocutor y respondió, en un artículo, diría que violentamente molesto. “Sí,
se enojó con mi comentario” respondió con británica distancia.
Lo
que me parece sensato señalar es que, estar en desacuerdo con una opinión
vertida en un texto de ninguna manera nos transforma en ofensores, o en
enemigos (ironizo: del mismo modo que tampoco manifestar el acuerdo se trata de
una propuesta matrimonial).
Me ha ocurrido recientemente algo curioso. Manifesté mi desacuerdo con un texto (con mi lenguaje habitual, soy consciente – ironizo nuevamente – que fui reprobado en ‘diplomacia’ en el Kindergarten), y recibí comentarios diversos. Desde una suerte de “destrózalo a fulano que es Tal o cual cosa” a “yo no te critico a vos, ¿por qué me ofendés?”. Manifesté mi desacuerdo con algo, y lo razonable es decir “esto no es así” o “no es totalmente así”, o “en esto tenés razón” … en cuyo caso comienza el debate, el acuerdo o desacuerdo que – por otro lado – de ninguna manera es algo personal. Y de ninguna manera eso significa ni renunciar ni exigir que la otra parte lo haga. Y mucho menos, en nada, pone en cuestión las relaciones interpersonales. Simplemente indica desacuerdo. Y punto. Transformar un debate, un disenso, una crítica, en algo personal me parece empobrecedor. Me recuerda que, para una obra escrita, yo propuse, por motivos prácticos, que alguien fuera el autor del prólogo, y este fulano comentó: “Yo pensé que de la Serna no me quería”. Pensar un debate académico en categorías de “amor – odio” vuelve muy dificultoso ese debate, tanto en el acuerdo como en el desacuerdo. De ahondar en planteos, en razones, en información y análisis se trata. Insisto: si en el debate se tratara de “ganar”, la “verdad” es derrotada (aunque Teresa de Ávila afirma que “la verdad padece pero no perece” [Ávila, 3 de mayo de 1579, A las Madres Isabel de San Jerónimo y María de San José del Carmelo de Sevilla]). Pareciera sensato que nos alegremos de “acercarnos” ambos un poco más a “la verdad”, la diga uno o la diga otra, porque – además – si yo “gano” la discusión, pero lo que digo (o grito) no es (o no es totalmente) acorde a la verdad, ¿quién ganó realmente?
Foto
tomada de https://www.universidadcatolica.edu.py/es-el-camino-la-verdad-y-la-vida/
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