Lo bueno, lo malo… lo peor
Eduardo de la Serna
Suele ser una especie de “pecado” de curas, y de los que los (nos) siguen,
medir todas, o casi todas las cosas como “buenas” o “malas”. En ocasiones eso
es sensato, en ocasiones conveniente, en ocasiones parcial y en otras asfixiante…
Además, queda siempre pendiente cuál es el criterio o la medida para afirmar
que algo es bueno o malo. Por ejemplo, si el criterio es “el Evangelio” (lo
cual sería sensato en el caso de los curas) no se puede ignorar que ese tal no
es el criterio para todos: indígenas, agnósticos, judíos, musulmanes, ateos y
demás no tendrán en cuenta el Evangelio; a lo sumo (y por la tolerancia es de
esperar que sí), lo respetarán, pero no tienen por qué seguirlo. Algunos han
pensado una suerte de “moral universal” tomando en cuenta las normas ecuménicas
de todas las religiones y grupos humanos, por ejemplo, en relación a la vida,
la propiedad, la verdad… Y seguramente sea sensato ahondar en esa dirección si
lo que se busca es un universal de convivencia.
Pero también hay que anotar en el debe que en muchas ocasiones ese
criterio de base (el que fuere) es mirado por algunos de un modo
fundamentalista, lo cual hace imposible todo diálogo o encuentro. Y hay
fundamentalismos en todos, absolutamente todos, los espacios de dizque
pensamiento, a pesar que si algo caracteriza los fundamentalismos es la
ausencia de razón en nombre de la misma.
Teniendo esto en cuenta, creo que es sensato pensar en orden a
evaluar, en orden a decidir, en orden a actuar o en orden a cuestionar o
criticar.
La prensa: es de
esperar que en el periodismo haya diferentes miradas y, por tanto, diferentes
criterios a la hora de evaluar. Es de desear que pueda actuar en total libertad
para investigar e informar. Es conveniente para la convivencia, aunque no
siempre sea placentero para los afectados, que la prensa pueda denunciar,
explicitar cosas que evalúa injustas, corruptas, falsas. Ayuda a formar opinión
a los destinatarios, o a cuestionar o limitar la propia. Pero puede ocurrir,
¡ocurre!, que la investigación no sea tal, la información no sea veraz, o que
se disimulen o tapen lo que no beneficia a empresas, amigos o aportantes. Pero
en este caso no se entra en la libertad de prensa sino en la libertad de
empresa, al decir de muchos. La prensa dejó de serlo (aunque publique) y se ha
transformado en un ámbito de presión o de poder. Ella misma se ha negado en su
ser y sentido: no es la verdad, o una mirada sobre la misma, lo que cuenta.
La oposición: es de
esperar que en todo sistema social de convivencia haya quienes se oponen a
algo, a mucho o a casi todo. Y es sano que así sea. Especialmente porque pueden
aportar otra mirada, pueden denunciar lo errado o corrupto, pueden ayudar a mejorar
proyectos o hasta impedir algunos que entienden perjudiciales para el conjunto
de la sociedad. Para ello cuenta con los instrumentos que la misma sociedad le
provee: desde la búsqueda de consensos opositores, el debate expuesto que puede
permitir alguna corrección, o hasta la ausencia a fin de evitar un debate por
no cumplimentarse el mínimo necesario (quorum). Hay momentos o ámbitos
en los cuales el consenso entre oficialismo y oposición son necesarios y fundamentales
(por ejemplo, decisiones que requieren 2/3 de las voluntades) que pueden
permitir diálogos y acuerdos. Pero puede ocurrir, ¡ocurre!, que la oposición
sea sistemática, y la búsqueda de obstaculizar sea absoluta y total. Paralizar
los espacios de diálogo y encuentro no es “oponerse”, ¡no los hay! Cuando no
hay voluntad de parlamentar, esa tal oposición pretende actuar como oficialismo
y, por tanto, ha negado su ser y sentido.
El oficialismo: en un
espacio de consulta y decisiones, un grupo suele ser elegido mayoritariamente
para la conducción. Es justo, entonces, entender que la dirección que pretende
imprimir responde a lo decidido por la mayoría. Es lo oficial; y es sensato que
quienes no fueron elegidos (la oposición) reconozca que – al menos por un
tiempo – esa tal es la dirección que la mayoría propone y no debería
obstaculizarla. Sí procurar mejorarla, evitar corrupciones y demás. Pero el
oficialismo es el elegido para imprimir y marcar un rumbo. Pero puede ocurrir,
¡y ocurre!, que el oficialismo sea elegido por indicar que se dirigirá en una
dirección que después no transita, con lo cual los consultados se ven
defraudados y engañados. O puede ocurrir, ¡y ocurre!, que el oficialismo
procura transformarse en la única voz (dictado) sin escuchar, sin aceptar
contrapropuestas, correcciones, limitaciones o críticas. Cuando tampoco aquí hay
diálogo, por la mentira o por el autoritarismo, se ha perdido el sentido y el
ser.
Y podríamos seguir. Los ámbitos son incontables: Podemos ver con
claridad la distancia entre el ser, el deber ser y el no-ser lo que se debiera en
muchos espacios: los sindicatos, que debieran ser espacios de defensa de
los trabajadores y no de negociación a sus espaldas; los empresarios,
que debieran ser gestores de empresas que producen y dan trabajo y pagan sus
impuestos, y no órganos de poder y fuga de capitales en beneficio propio y no
de la empresa; las fuerzas de seguridad, que deberían proteger a la
población de un modo transparente y con la ley “en la mano” y no ser espacios
de presión y negociados; la Iglesia, que debiera ser una comunidad que
quiere vivir el amor mutuo, empezando por los pobres, y mostrarse por ello, y
no una institución de poder que exige o impide, por ejemplo leyes o propuestas.
Lo bueno y lo malo, o hasta lo peor pareciera que podemos descubrirlo
de la mano del sentido y el ser de cada quien y su fidelidad a ello o su
negativa o perversión. Al menos para conseguir todos, todas, todes una “buena”
o “mala” convivencia.
foto tomada de https://www.pikist.com/free-photo-ibens/es
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