jueves, 19 de diciembre de 2024

Rispá, la resistencia en el silencio

Rispá, la resistencia en el silencio

Eduardo de la Serna



Una mujer surge de entre las sombras en medio de un drama: Rispá. No pronuncia palabra, solo un gesto que nace del dolor.

De ella sabemos que es hija de Ayyá y que fue concubina del rey Saúl con quien tuvo dos hijos: Armoní y Meribaal (2 Sam 21,8). Un argumento trivial sirve de excusa a David para vengarse de Saúl que lo había perseguido e intentado asesinar varias veces. Un pueblo aliado – los gabaonitas – le pide eliminar a siete hijos del antiguo rey que los había maltratado. Excluyendo a Meribaal, hijo de su gran amigo Jonatán, David entrega a la muerte ignominiosa a siete de sus hijos, los dos de Rispá y los cinco hijos de Merab, hija del difunto rey. El argumento que justificaba el crimen era acabar de esa manera, de un modo ritual, con una sequía que los agobiaba (21,1). Los siete fueron colgados y expuestos sin sepultura a modo ejemplificador. Pocas cosas son más humillantes y deshonrosas que los cuerpos insepultos y expuestos al escarnio público (ver Is 14,19 o Jer 16,4 y 2 Mac 13,7; la religiosidad de Tobit queda manifiesta por su actitud de enterrar cuerpos sin sepultar por lo que es sancionado por quienes intentaban utilizar el hecho de un modo visible: Tob 1,17; 2,8; 12,12.13).

La antigua concubina, que también había sido abusada por Abner, el general de Saúl, (3,7 quizás como un modo de apropiarse del reinado al poseer a alguien del harem, puesto que el rey ha muerto) no puede pronunciar palabra. No le corresponde hacerlo y nadie le pide su opinión. De hecho, Rispá no habla en ningún momento del relato.

Ante el crimen de sus hijos y los otros cinco ella tiende una manta junto a los cuerpos y allí permanece. El texto nos aclara que esto ocurrió “al comienzo de la cosecha de la cebada” (21,9; es decir a mediados de abril) y allí permanece hasta “la temporada de lluvias” (octubre/noviembre). Lo único que se dice de ella, además de su permanencia, es que ahuyenta los animales salvajes y las aves que de día y de noche (21,10) amenazan la integridad de los cuerpos. El gesto maternal del dolor y el silencio es el cuidado de los cuerpos, el honor y el respeto que ni los gabaonitas ni David tienen para con los ejecutados.

Hay que notar un contraste interesante: cuando los filisteos derrotan a Saúl y a Jonatán, exponen los cuerpos de los vencidos en una plaza pública de Beisán. A escondidas, los habitantes del lugar recuperan los cuerpos y les dan sepultura.

Enterado de esto que realiza Rispá, David manda traer los huesos de Saúl y de Jonatán que se encontraban en Yabés de Galaad y los entierra en Quis junto con los huesos de los siete hijos (21,11-14). Cumplida su misión de resistencia pacífica, Rispá desaparece de la escena para nunca más volver. Ahora pueden “volver” las lluvias (v.14).

El texto comienza diciendo que David consultó al Señor para conocer la causa de la sequía (v.1) y “Dios le dice” (el texto no aclara el modo de la consulta: ¿un profeta?, ¿por sueños?...) que “Saúl y su familia están todavía manchados de sangre por haber matado a los gabaonitas”. La muerte de los siete, pedida por los gabaonitas (v.6), pareciera ser lo que aplacará a Dios y permitirá que vuelvan las lluvias. Pero el texto aclara que esto recién ocurrirá cuando los siete, junto con Saúl y Jonatán, son sepultados (v.14). Una mujer silenciosa que sabe “tocar el dolor” en los cuerpos mancillados es la que permite que Dios “se aplaque” y vuelva la vida.


Imagen tomada de https://it.wikipedia.org/wiki/Rizpá

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