Navidad en el conflicto
Eduardo de la Serna
Habituados a villancicos, a “noche de paz, noche de
amor, todo canta en derredor”, a la sonrisa hueca del gordo disfrazado con horribles
colores y rodeado de nieve y otras linduras, pareciera que para Navidad ha de
haber en el mundo entero una suerte de tregua que simule los dolores, las
pobrezas y miserias, que engañe el estómago y mienta con caras sonrientes.
Pero veamos la navidad. La primera.
Fecha
Señalemos -para empezar – que desconocemos
totalmente la fecha del nacimiento de Jesús (“pero que nació, ¡nació!”).
Si hemos de dar crédito a algunos datos (que en
realidad son catequéticos), veamos:
Hay unos pastores durmiendo a la intemperie (Lc 2,8)
por lo que debemos descartar el invierno (es decir diciembre-marzo).
Durante los 3 primeros siglos, no se celebraba
propiamente “el nacimiento” sino la manifestación de Jesús en la historia”, lo
que se hacía el 6 de enero, recordando su manifestación al nacer, su
manifestación a los magos, su manifestación en el bautismo, su manifestación en
unas bodas en Caná…
En la práctica, en los primeros signos, las fechas
propuestas seguían criterios teológicos (lo dicho por un profeta, por ejemplo),
y no veían la necesidad de celebrar el nacimiento. Orígenes, por ejemplo, afirma
que sólo los paganos celebran los nacimientos, como es el caso del Faraón, o de
Herodes (Comentario a Mateo XIV:6). Pero con el tiempo, se fue imponiendo la
celebración del 6 de enero en Alejandría, en Siria… y así pasó a Occidente.
Pero en la primera mitad del s. IV, y dada la importancia que tiene en Roma la
celebración del sol y el culto de Mitra, Constantino intenta ligar ambas
celebraciones. Las discusiones teológicas de Nicea (325) influyeron en la
separación de la conmemoración del nacimiento de la del Bautismo. Por su parte,
en Occidente se escucha la voz de Ambrosio: “¡Cristo es nuestro nuevo sol!”
(Sermón VI); Agustín exhorta a no adorar, como hacen los paganos, al sol sino a
Aquel que lo ha creado (Sermón de Navidad 7) y León Magno cuestiona a los que
celebran el nacimiento del sol y no el de Cristo (Sermón 27).
Pero esto supuso conflictos – al borde de la ruptura
– con Oriente. Fue Juan Crisóstomo (386) el que en un sermón de Navidad que invita
a celebrar el 25 de diciembre “la cuna de todas las fiestas”, “cada uno debe
dejar su casa para contemplar a nuestro Señor tendido en el pesebre, envuelto
en pañales. Espectáculo maravilloso que hace temblar”. Finalmente, gracias a
Crisóstomo, las iglesias de Antioquía; gracias a Gregorio Nacianceno, en el
379, en Constantinopla y en 431 en Egipto se fue reconociendo el 25 de
diciembre como fecha de la Navidad. Jerusalén se resistió, y ni la predicación
de Jerónimo logró convencerla hasta bien entrado el s. VI. Hoy, solamente la
Iglesia armenia celebra el nacimiento de Jesús el 6 de enero.
Contexto
Como es sabido, solamente los evangelios de Mateo y
Lucas hacen referencia al Nacimiento de Jesús. Ambos hacen mención de Herodes
(el Grande; Mt 2,1; Lc 1,5). Lucas añade el contexto de un censo
ordenado por Augusto (sabemos que Herodes muere en el año 4 aC).
Empecemos señalando un tema
menor… Ya conocemos aquellos grandes personajes que se autoperciben “Magnos /
grandes”; Alejandro, Pompeyo, y hemos señalado a Constantino, o algunos papas
como León o Gregorio. Ahora encontramos a Herodes, y a Octaviano que se
renombra “Augusto” … ciertamente el contraste con los pañales y el pesebre es
elocuente.
Herodes fue
sumamente importante en el mundo judío. Gobernante en un momento, y casado con
Mariamne (asmonea) no es judío, sino idumeo. Es nombrado rey por el triunvirato
que gobierna Roma en el interregno entre la muerte de Julio César (44 aC) y la
erección de Augusto como Emperador (27 aC). Por un lado, se caracterizó por
importantísimas construcciones, por ejemplo, nada menos que la reconstrucción y
engrandecimiento del Templo de Jerusalén, pero, a su vez, fue particularmente
sanguinario. Eliminó a cualquiera que pusiera en sombras su reinado, familiares
incluidos (es por eso que Mateo – en paralelo con el Faraón de tiempos de Moisés
– lo presenta aniquilando a todos los varones menores de 2 años nacidos en
Belén y sus alrededores; ver Mt 2,16).
Augusto se
impuso con astucia sobre su contrincante Marco Antonio, al que finalmente vence
en la batalla de Accio (31 aC). Su nacimiento y posterior elevación al trono
fue, luego, especialmente en Oriente, celebrado como el nacimiento de un dios que
trae al mundo entero (es decir, a Roma) la salvación y la paz. Es sabido que la
pax romana significa el total sometimiento. Así lo dice Polibio, por
ejemplo:
Los
etolios, tras algunas observaciones posteriores sobre la situación, decidieron
ceder la última decisión a Manio Acilio, entregándose a la lealtad (pistin) romana, sin
saber exactamente, por supuesto, lo que entrañaba esta rendición. Les engañó el
término ‘lealtad’; creían que así moverían más a compasión. Pero, entre los
romanos, ‘entregarse a la lealtad romana’ significa lo mismo que rendirse
incondicionalmente al vencedor. (Polibio, Historias, libro XX, 9-12)
Es sabido que un censo es una expresión,
precisamente, de sumisión; precisamente por eso, cuando fue el tiempo del censo
de Augusto, hubo en Israel un levantamiento, que implicó muertes y violencia (ver
Hch 5,37).
El
nacimiento de Jesús, entonces, ocurre en un ambiente de conflicto, no de una “noche
de paz”. Podríamos seguir haciendo referencia a la vida y ministerio de Jesús,
en los que encontramos a Tiberio César, a Herodes Antipas y a Poncio Pilatos,
pero no es el caso en este contexto. Jesús viene a “salvar” (el nombre significa
Yahvé ayuda / salva). Para “peor”, la voz del cielo les dice a los
pastores tres cosas (Lc 2,10-14):
- . Que les anuncia una gran alegría que lo será para todo el pueblo;
- . La señal es un niño envuelto en pañales acostado en un pesebre;
- . La alabanza a Dios es gloria a él en el cielo y paz a todos los
seres humanos en quienes él se complace.
Eso
es importante en Lucas, el Evangelio de la alegría, con el que dan
gloria a Dios porque “ha visitado a su pueblo” (Lc 7,16), porque el “pueblo
lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras” (19,48) que madrugaba para
escucharlo (21,38) porque era “un profeta poderoso en obras y palabras delante
de Dios y todo el pueblo” (24,19).
Los
pañales, como los usa cualquier niño de la comarca (ver Ez 16,4) y el pesebre,
es el lugar donde se guardan “el buey y el asno” (Lc 13,15; ver Is 1,3; Hab
3,17) no parece un “signo” para quienes quieren ver un “signo del cielo” (Lc
11,16.29; ver 23,8).
Lo
que complace a Dios es la revelación a los pequeños y que “estas cosas”,
los misterios del reino, se han escondido a los sabios y entendidos (Lc 10,21),
es a estos a los que llega la “paz”.
El
evangelio, como se ve, está todo él en un ambiente de conflicto en el que Jesús
tiene un proyecto alternativo al que él llama “reino de Dios”.
Hoy
también estamos en un ambiente de conflicto. Ambiente en el que reina la
violencia internacional y nacional, reina el odio (y el miedo, que en ocasiones
se parecen), reina la indiferencia, la falta de solidaridad, reina el
desentendimiento de la vida y la realidad de los hermanos y hermanas… reinan
otros dioses: el Dios dinero en primer lugar, príncipe del panteón. Sabemos que
“la raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Tim 6,10), porque ese amor
al dinero es “idolatría” (Col 3,5).
El
nacimiento de Jesús es subversivo; viene a mostrar que otro modo de ver, otro
modo de vivir, otro modo de ser es más parecido a la voluntad de Dios que
llamamos “reino”. Nace un niño desamparado e indefenso en un mundo de violencia
y conflicto. Uno que quiere dejar que Dios salve a todos los desamparados e
indefensos de la historia; uno que viene a socavar, a corroer, a corromper las
raíces de la injusticia, de la violencia, de la muerte y el egoísmo; uno que
viene a traer paz a aquellos en los que Dios se complace. Solo es cosa de ver
los signos que Dios quiere dar (y no los que nosotros queremos que Él nos dé),
y viendo desde la pequeñez, ir descubriendo que otro mundo es posible. En medio
del conflicto Jesús nace. Y sigue naciendo en nuestros conflictos libertarios
de inhumanidad e injusticia. Nacer, ¡nace!, sólo es cosa de encontrarlo y no
pretender verlo en un trineo, nieve y arbolitos decorados. El pesebre es otra
cosa.
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