Tamar, una mujer fiel
Eduardo
de la Serna
El nombre Tamar es
relativamente frecuente en Israel (al menos tres mujeres lo llevan) ya que
significa “palmera”, árbol muy importante
en Medio Oriente y de fruto valorado, los dátiles. Nos referiremos en este caso
a Tamar, nuera de Judá, uno de los doce hijos de Jacob.
Para comprender bien el
relato, narrado en Génesis 38, se ha de entender la llamada “ley de
levirato”. Esta ley, a la que se hace referencia en Dt 25,5, afirma que, si un
casado muere sin dejar descendencia, la viuda ha de tener relaciones con su
cuñado, y el hijo que naciera ha de tenerse como hijo del muerto. Esto tiene
motivaciones en la herencia (la tierra no pasa, entonces, a otra familia) y que
“así su nombre (del muerto) no se borrará de Israel”
(Dt 25,6).
En este contexto, Judá tiene
tres hijos varones: Er, Onán y Selá. Judá procura una esposa para su
primogénito (recordemos que eran los padres quienes acordaban el matrimonio de
los hijos), y escoge a Tamar. Pero Er muere sin dejar descendencia (38,7). Judá, entonces,
indica a su segundo hijo, Onán, que engendre un hijo de Tamar para su hermano
muerto, pero Onán “derramaba en tierra,
evitando así dar descendencia a su hermano” (v.9). Este acto de egoísmo
(seguramente para quedarse, como hijo mayor, con la herencia de su hermano) le
provoca también a él la muerte (v.10). Como el tercer hijo era aún pequeño,
Judá encarga a Tamar vivir “con ropas de
viuda” en casa de sus padres. No sabemos si por negligencia o por miedo a
que también muriera su tercer hijo, la cuestión es que Judá se desentendió de
Tamar.
Pasado el tiempo, y viendo que Selá había crecido y no se procuraba descendencia, Tamar urdió una trampa. Se vistió de prostituta (se quitó los vestidos de viuda y se disfrazó con velo, v.14) y se detuvo por donde sabía que iba a pasar Judá. Interesado en ella – a la que no reconoce por llevar velo (v.15) – Judá le promete un cabrito en pago por sus servicios, y le da el sello, el bastón y el cordón como prenda del pago futuro. Y Tamar, que vuelve a su casa y nuevamente se pone los “vestidos de viuda” (v.19). Así queda embarazada de su suegro. Enterado éste del embarazo de Tamar – para él ciertamente adulterino, – pretende que sea quemada por su pecado para así purificar el honor perdido, y así recuperarlo, pero, entonces, ella muestra las prendas que le había dado el que sería el padre, con lo que Judá ha de reconocer que “ella tiene más razón que yo” (v.26). De este embarazo nacen mellizos, Peres y Zeráj con lo que la dinastía de Judá y de Er puede continuar. Así, por ejemplo, al contraer matrimonio Booz con Rut, en la bendición que recibe se pide que su “casa sea como la de Peres que Tamar dio a Judá” (Rut 4,12) e incluso tanto Judá como Tamar y Peres (llamado aquí Fares) se encuentran en la lista que da Mateo de personajes de los que desciende Jesús (Mt 1,3).
Sin duda que el contexto
histórico, las culturas y los modos de relación son hoy muy distintos a los de
los tiempos de Tamar: en general no son los padres los que acuerdan esposas o
esposos para sus hijos e hijas, las leyes de descendencia y herencia son muy
distintas, una ley como la de levirato resultaría incomprensible, actitudes
como la de Onán serían miradas de modo diferente, y difícilmente la escena de
Tamar apareciendo como prostituta sería comprendida de ese modo...
Pero lo cierto es que, en el
texto bíblico, Tamar es propuesta como mujer modelo de religiosidad, de
fidelidad al honor familiar, y de bendición. El nacimiento de los mellizos ha
de entenderse en ese sentido, y la bendición a Booz, por ejemplo, lo confirma.
El contraste evidente está dado entre la actitud de Onán, que por egoísmo se
niega a dar descendencia a su hermano, y la de Tamar que busca por todos los
medios, incluso aparentemente desagradables, que el nombre de su marido muerto no
sea “borrado en Israel”. El texto
expresamente insiste en los vestidos de viuda, que ella mantiene, que sólo se
los quita para disfrazarse, pero vuelve a ponérselos inmediatamente, destacando
así que ella fue fiel a su marido muerto, cosa que no fue Onán, ¡y tampoco Judá! Y esa fidelidad queda expresada en la fecundidad notable de engendrar mellizos,
como había ocurrido con el padre de Judá, Jacob, mellizo de Esaú (Gen 25,24-26
un texto con ciertas semejanzas a este, 38,27-30).
Foto tomada de http://en-la-biblia.com/tamar-la-canaanita-personas-en-la-biblia/
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