jueves, 15 de diciembre de 2016

¡Un profeta caminó entre nosotros!

¡Un profeta caminó entre nosotros!


Eduardo de la Serna



El 12 de febrero de 1992 yo estaba en Roma buscando material para mi doctorado. Por consejo de Orlando Yorio fui a vivir a la casa que tiene allí el Episcopado Brasileño para sus curas, pero que a su vez es abierta a curas de otras nacionalidades (Collegio Pio Brasilero). Allí, además de hacer buenos amigos pude conocer a muchos obispos brasileños que cuando iban a Roma por algún trámite, reunión (o lobby) se alojaban en ese lugar.

Señalo el 12 de febrero porque es mi cumpleaños y justo ese día estaba Paulo Evaristo Arns de visita y pasó por mi habitación a saludarme. Fue la única vez en mi vida que vi a este “monumento” de obispo.

Allí me contó que cuando empezó con el grupo Clamor (por lo que sé la primera organización de Derechos Humanos que recibía información y hacía denuncias por las violaciones a los Derechos en Argentina) recibió una carta del cardenal Primatesta, entonces presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. En la carta, el cardenal argentino le decía que se abstuviera de entrometerse en asuntos de otra iglesia particular. ¡Notable contraste entre dos cardenales! Un padre compasivo, firme luchador y defensor de las víctimas, un profeta y por otro lado un cómplice de los dolores y sufrimientos, amigo de dictadores, ¡voz callada ante la muerte y los matadores! ¡Notable contraste! Otras cosas supe también del cardenal argentino que no vienen al caso recordar aquí, de hecho no conozco quienes lloren su partida (quizás algún cómplice de negocios, por ejemplo). Mirando la historia desde las víctimas una grieta enorme se abre entre estos dos personajes ya que cada uno “queda” (por su propia elección) de un lado. Vaya mi memoria agradecida por aquel gran franciscano que ayer pasó a la Vida plena; los otros, aunque gocen del silencio temeroso de sus “hermanos menores”, pasarán a la historia de la vergüenza. Simplemente.

Muchos años después fui a un congreso de teología en Brasil y quise expresamente entrar en la catedral de Sao Paulo para homenajear a este gran hombre. Ya era emérito, con la salud perdida. Si hasta su hermana había muerto en Haití peleando también ella por la vida de los pobres y las víctimas. Pero quise entrar para ver la “cátedra” desde donde resonaba la Palabra de Dios para nuestro tiempo sufrido. A la derecha del altar mayor estaba la Virgen de Aparecida, el jesuita José de Anchieta, el santo fundador de Sao Paulo, y al otro lado ¡Josemaría Escrivá de Balaguer!, el fundador del Opus Dei. ¡Algo había cambiado! ¡Mucho! Celebré que la enfermedad de Dom Paulo Evaristo no le permitiera ver eso, al mismo tiempo que me preocupé cuando el Cardenal Arzobispo Odilio Pedro Scherer, de esta ciudad, “sonaba” entre los papables. Eran los frutos palpables de “la Iglesia que Juan Pablo nos legó”.

Dam Paulo: ¡gracias! Y ¡perdón! Sencillamente. Quedarás en la memoria de los Santos Padres de la Iglesia Latinoamericana, seguirás siendo icono de la esperanza.




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