¿Fuimos testigos de un milagro?
Eduardo de la Serna
Frente al fallido atentado contra la vicepresidenta
Cristina Fernández, la mayoría de los comentarios ya suelen señalar o indicar
el lugar donde se encuentra posicionado o posicionada quien habla o escribe. Algo,
que a veces, se expresa en “actos fallidos”, que al decir de don Sigmund, es
una expresión del inconsciente que quiere aflorar a pesar que el emisor
quisiera evitarlo (o el superyó… o quien fuera). Así podemos ver que “¡cómo
mandás a ese tarado!” o hablar de “supuesto atentado”, o de “victimización”
hasta – y aquí lo que me interesa – escuchar hablar o insinuar que ocurrió un “milagro”.
Evidentemente, quienes usan este término están posicionados entre los que tienen
una cierta simpatía hacia Cristina, mientras que los primeros, ciertamente no. Escuchar
o leer “milagro”, especialmente en personas que expresamente señalan su ateísmo
o agnosticismo resulta, por lo menos, extraño. Y sobre eso quisiera decir una
palabra.
Para empezar, y creo que ahí hay una clave, una cosa
es el término “milagro” en el lenguaje cotidiano, y otra en el lenguaje
bíblico-teológico. Sin duda, los y las comunicadores y comunicadoras,
particularmente quienes no confiesan fe alguna, lo utilizan en sentido común, y
no “teológico”, pero, ciertamente algo de algún modo religioso están señalando.
Sería como decir que, de alguna manera, Dios intervino para que el atentado no
se concretara. Obviamente, además, esto implica una cierta “teo-logía”, es decir
algo dicen de Dios y de una intervención suya, en este caso, en favor de
Cristina.
Señalemos, para empezar, algo bíblico-teológico: el
mundo bíblico ciertamente no se guía con nuestros conceptos modernos. Hoy, ante
hechos aparentemente extraordinarios, la pregunta suele ser ¿cómo es esto
posible? Es, al menos en cierto modo, una pregunta científica. Puesto que no
parece “lógico”, o “razonable” que algo ocurra de esta manera, ya que no hay
razones aparentes, se infiere que Dios ha intervenido. En el mundo bíblico el
planteo era muy diferente: no se pregunta “cómo es posible” sino “por qué” o “para
qué”. Por eso, la fe es un presupuesto (no una consecuencia del hecho); el
Evangelio nos dice que Jesús “no podía obrar milagros” en una región a causa de
su “falta de fe”. Entonces, puede haber hechos, incluso normales, o frecuentes,
que el creyente verá como “milagros” porque allí Dios le / nos está diciendo
algo; para empezar, marcando su compañía, protección, cercanía, misericordia, etc.
Y, en ocasiones, “diciendo” algo más. En cierto modo, entonces, un milagro es
una “palabra” de Dios.
En el lenguaje cotidiano, en cambio, se suele
entender que Dios hizo (o impidió) algo en favor de alguien, movido por la
oración, la “providencia”, o por razones varias; una curación inexplicable de
una persona enferma, por caso, movido por la oración de algunas otras. En el
caso que nos ocupa, Dios habría impedido, espontáneamente, que cargara la bala
en la recámara, por ejemplo.
Veamos, entonces… En el lenguaje cotidiano, se puede
decir que estuvimos ante un milagro (aunque no logre entender en qué sentido
utilizan el término los no creyentes… ya que se supondría que “Dios” habría
sido el que lo hizo). Ahora, en lo personal, me cuesta entender, desde la fe, que
Dios, activamente, impida un atentado (especialmente porque no se entiende por
qué otros muchos atentados se concretan). Ahora bien… entendiendo el tema en un
sentido bíblico, puede ocurrir que no se haya cargado la bala por nervios,
porque creía que ya estaba cargada, porque la pistola se trabó en la carga, o
por varios otros motivos, pero “desde la fe”, que es presupuesto del creyente, estamos
invitados a preguntarnos qué nos quiere decir Dios en esos hechos “normales”.
No es difícil imaginar que, para algunos, si el disparo se hubiera realizado,
el ejecutor podría ser (al menos simuladamente) aplaudido o reconocido, como él
/ ellos creían que lo serían. Y no es menos cierto que es muy fácil imaginar
que – de haberse efectuado – hubiera significado, por lo menos, mucha sangre y
violencia (esa misma que los “pescadores” aprovechan al revolver el río). Si el
atentado concretado hubiera significado una ola de violencia y muertes
(especialmente de los pobres), no es difícil concluir que Dios nos dice que él
opta por la paz. Y una paz que nace del encuentro, de la justicia, de la vida. Me
parece razonable pensar que Dios está diciendo algo (y que por eso se trata de “milagro”),
y es que hagamos a un lado el odio y el desencuentro (y a los odiadores y
desencuentradores) para buscar lo fundamental.
Sin duda que podemos creer tener razón. Y otros
también lo creerán. Pero a lo mejor nos podemos dar cuenta que más importante
que tener razón es tener familia, casa, patria. Para los creyentes, tratar de
dar respuesta a la pregunta ¿qué nos dice Dios en esto?, podría ser el paso primero
y principal para que ese paso, con los pasos de otros, nos transforme en
peregrinos. Caminar sólo con los que piensan como nosotros (es decir, con los
que creemos que tienen razón, como nosotros) más que miembros de un pueblo nos
transforma en sectarios. Algo bien diferente de ese Dios que elige y quiere un
pueblo para que muestre a todas y todos que otro mundo y otro pueblo es
posible: uno de hermanas y hermanos. A lo mejor, si nos decidiéramos a escuchar
a Dios en el atentado fallido, podamos decidirnos a buscar denodadamente la paz
y a encontrar – sin renunciar a nuestros conceptos y proyectos – hermanos y
hermanas y, así decididos, empecemos a gestar otro milagro más grande todavía,
el de una patria que dé gusto vivir (o que podamos “vivir sabroso”, como dicen
en Colombia, que de esto de violencia saben mucho, y han decidido apostar por
la paz).
Foto tomada de https://unsplash.com/es/fotos/jpREsLNInIQ
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