Una marcha… marchando
Eduardo de la Serna
Como
es obvio, hay marchas y hay marchas. Hay marchas más espontáneas y marchas más
organizadas, las hay en las que se marcha a escuchar, sea a personajes, sea a
documentos, las hay en las que se marcha a manifestar presencia, a celebrar o a
reclamar… Las hay de todo tipo, las hay que empiezan y terminan en momentos
precisos y las hay que empiezan y terminan cuando “nosotros llegamos” … Hay
marchas en las que me alegro de ver a tantos conocidos, y marchas en las que
celebro no ver conocidos que sé que están porque es indicio de que somos
muchos; pero siempre, siempre, la marcha es “un pueblo que camina”, movidos por
una dirección, es encuentro de un pueblo (por eso los individualistas no
marchan), y por eso, aunque sea reclamo o memoria del dolor, es fiesta porque
es encuentro. Y hoy marchamos.
Marchamos
por repudio y memoria del odio, capaz de alentar, incentivar, impulsar,
acompañar un disparo, ante el que después dirán, cínicamente, ¡qué horror! Y
marchamos para celebrar que no salió la bala. Y surgen preguntas. Algunas
imposibles de responder a cabalidad.
¿Qué
hubiera pasado sí…? Obviamente no lo sabremos. Pero lo de “¡qué quilombo se va
a armar!” no parece para nada improbable. Algunos hasta hablan de “guerra civil”.
¿Será posible? No me animaría a negarlo. No veo cómo, pero no veo un horizonte
claro. Lo que sí creo que es evidente es que si hoy en la plaza el clima era de
esta ambigüedad, dolor y bronca por un lado, alivio y esperanza por otro, la
cosa sería muy dura si no estuviera la segunda parte y se potenciara
dolorosamente la primera. Hubo un tiempo en que, sin demasiada conducción, hubo
desbordes populares que terminaron en incendios, muertes y violencia y más
violencia. ¿son conscientes de esto los alentadores del odio, los sembradores
de racismo, los envenenadores de mentes? Lamentablemente sí creo que son
conscientes. Son muy conscientes. Y no les importa. ¡total! ¡los muertos los
ponen otros! Parece ser el lema. Me duele mucho creer que, en general (¡ojalá
me equivocara!), dirigentes políticos, comunicadores y comunicadoras y entes
del poder judicial injusto seguirán en la misma. Y, si así fuera, no se me
ocurre salida desde el encuentro y la paz.
¿Por
qué no pasó? Según dijo un impresentable amigo del atacante, el perpetrador
solía ir al campo a disparar (cosa que parece avalada por la cantidad de balas
que se encontraron en su casa), y si solía disparar ¿por qué no empujó bien el
cargador para que la bala entrara en la recámara? ¿Nervios? ¿incompetencia?
¿Acto fallido? ¿Milagro? Como cura me gustaría decir milagro, pero debo
confesar que no lo creo. Me encantaría, porque en un milagro Dios está diciendo
algo. Y, en este caso, Dios estaría protegiendo a Cristina (¡y por algo sería!),
pero, además, Dios estaría protegiendo al pueblo evitando una espiral de la
violencia en la que siempre, ¡siempre!, las víctimas principalmente las ponen
los pobres. Pero no creo que estemos ante un milagro… pero sí creo que Dios
algo nos está diciendo. Y no es ajeno al modo de hablar de Dios señalar que “el
amor vence al odio”, o que “el amor, con amor se paga”, como decía el cartel
que una señora mayor ostentaba en la marcha (es una frase tomada de san Juan de
la Cruz, recordemos). Y en esa palabra, creo, Dios nos estará diciendo que
porque la bala no salió tenemos una nueva oportunidad de ser artesanos de la
paz, de ser capaces de construir justicia, de complementar la frase anterior
recordando, además, que “la verdad vence a la mentira”, “la justicia vence a
la indiferencia”, “la comunidad vence al individualismo”, por ejemplo.
¿Qué puede pasar, ahora? Tengo muchos amigos y amigas con quienes no estamos de acuerdo en política o en religión o en fútbol. Precisamente las tres cosas que, algunos dicen no se pueden hablar en una casa si queremos que en ella reine la paz… Y con esos amigos y amigas discutimos, hasta muy vehementemente, a veces gritos, a veces vuela una ironía, a veces ademanes, pero un rato después, seguimos tomando mates o cervezas, o un vino y seguimos compartiendo la amistad que nos reúne. No me pongo como ejemplo, que no lo soy, pero si no aprendemos a discutir con todas nuestras convicciones (porque decir “de eso no hablemos” no sirve para nada) y saber que, un poco después, nos estamos abrazando, o riendo por otras cosas; si no somos capaces de eso, no veo que estemos siendo capaces de generar convivencia, de generar una Patria. Con algunos de estos amigos me encontré hoy en la plaza (obvio no con los que no compartimos horizontes políticos). Y, evidentemente, en una discusión, política, religiosa o deportiva, además de no estar de acuerdo, a veces quedamos bien, a veces quedamos mal… pero, ¡lo bueno!, seguimos quedando amigos. O empezamos a construir una patria de hermanos y hermanas, amigos y amigas y amigues o poco futuro nos queda. Y, si así fuera, no esperemos que Dios haga milagros que no hará, sino que nos toca esperar que nuestros sobrevivientes se atrevan mañana a empezar algo desde las ruinas. Quiera Dios, quiera el pueblo, que descubramos que la paz es más valiosa que tener razón, que el amor, es más valioso que el odio. Ambos, amor y odio se siembran, ambos germinan, y ambos cosechan. La clave está en ver los frutos. Por los frutos que hemos visto marchamos hoy, por los frutos que esperamos seguir viendo, seguimos marchando.
Foto de Bernardino Avila, tomada de https://www.pagina12.com.ar/478702-las-mejores-imagenes-de-la-marcha-en-repudio-del-atentado-co
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