Hijos de la Iglesia
Eduardo
de la Serna
El seminario que yo viví no
fue – para mí – un momento traumático. Podría hacer aparte una referencia a
todo el tiempo de la dictadura, pero no es a eso que quiero referirme acá.
Pero, eso sí, lo acoto, ese tiempo, mirado retrospectivamente, no lo celebro.
Al menos no celebro cómo fue. Pero no es a eso…
Había, en otras partes,
algunas interesantes experiencias de formación para la vida religiosa (es decir
de congregaciones u órdenes), pero no de seminarios dependientes de obispos
(diocesanos) que era donde yo quería desarrollar mi vida y ministerio futuro
(es decir, donde desde mi ordenación estoy). Debo señalar que, en principio, el
seminario de Buenos Aires, donde yo entré en 1974, en ese entonces era “de lo
mejorcito” de la Argentina. Había espacios de libertad, de sencilla normalidad
(muchos temas que hoy no resaltaría, pero que – en su momento – resultaban dignos
de destacar positivamente).
Pero, si debo hacer una
crítica del seminario que yo viví, señalaría que era particularmente “eclesiolátrico”.
El eclesiocentrismo era importante. No me detengo, aquí, particularmente en un
superior que, dementemente, dijo – sin que nadie lo cuestionara, eso sí –
“prefiero equivocarme con el superior que acertar sin él”, o ideas tipo “el que
obedece nunca se equivoca”, por ejemplo. La frase “fuera de la Iglesia no hay
salvación” se repetía particularmente. Pero aquí me refiero a imágenes
canonizadas centradas en lo eclesial / eclesiástico. Me quiero detener en una
que era frecuentemente exaltada, modelo – se decía – para todos los cristianos en
todos los tiempos: santa Teresa de Ávila termina sus días diciendo: “muero hija
de la Iglesia”. Esa es la vida, parecía, que todos debíamos desear: vivir y
morir hijos de la Iglesia. Pero…
Pero, para empezar, es
menester entender qué decimos hoy al decir “Iglesia” para reconocer de quién
seríamos “hijos”. No es lo mismo ser hijos – por ejemplo – de una Iglesia
jerárquica que nos volvería “hijos del padre / Papa”, por ejemplo, que de una
Iglesia comunidad conducida por el Espíritu Santo. Debo decir que no me da lo
mismo ser “hijo” del Espíritu Santo que ser “hijo” de un Papa… especialmente de
algunos. Teresa vivió sus últimos momentos en una enorme crisis eclesiástica;
la “santa” Inquisición buscaba censurarla, prohibir sus escritos (¿dónde se ha
visto que una mujer escriba? Y peor aún, ¡que enseñe!) y, eventualmente,
excomulgarla. Pero Teresa muere antes que el nuncio logre su objetivo, por eso
“muere hija de la Iglesia”, la muerte les ganó de mano y no les dio la ocasión
de la expulsión. Muere “dentro”, la “Iglesia” la quería “fuera”. En ese caso,
la palabra “hija” hace referencia a resistencia, no a sumisión o resignación. Además,
por “Iglesia” hay una tensión: Iglesia como espacio de vida en el que Teresa muere,
y una Iglesia “autoridad” que puede – o cree que puede – sacar, echar fuera, a
quienes no se “adapten”.
Como cristiano me siento “hijo
de la Iglesia” y quiero ser “hijo de la Iglesia”, pero cuando veo actitudes
“oficiales” de “la Iglesia” me siento en la “vereda de enfrente”; y en ese
caso, mi pregunta es por la pertenencia. Porque en demasiadas ocasiones, al
pensar, hablar de obispos, conferencias episcopales, e incluso papas, me surge
un “ellos” del que no me siento parte. Y, si entiendo un “ellos”, me pregunto ¿qué
tan “hijo de la Iglesia” soy? Pero me sigo sintiendo parte de la Iglesia.
Es verdad que no les reconozco
a ninguno de ellos – ni tampoco a mí – el monopolio para afirmar “yo soy la
Iglesia”, o esta lo es y aquella no… Pero sí que “esta también” lo es. La
Iglesia de siempre se caracterizó por el pluralismo… hay Iglesia de Pedro, de
Pablo, de Santiago y del Discípulo Amado; hay Iglesia de Oriente y de
Occidente, de Alejandría y de Antioquía, de Agustín y Jerónimo, de Bernardo y
Francisco… La uniformidad no “es” la Iglesia y atenta contra la eclesialidad.
Eso no significa que todo lo sea (Marción no es Iglesia, o los gnósticos, los
ebionitas o los arrianos, los nestorianos o los maniqueos…) pero sin pluralidad
no hay comunión y sin comunión no hay Iglesia.
Debo repetir que, desde hace
bastante tiempo, en decenas de actitudes eclesiásticas me siento en otra
vereda. Pero no dejo de sentirme Iglesia. No me siento ni motivado ni
convocado, ni siquiera atraído por actitudes, discursos, propuestas o posiciones
eclesiásticas (creo que es bueno distinguir “eclesiástico” de “eclesial”). Ver
– para ser preciso – las actitudes y palabras (en realidad, silencios) del
episcopado argentino (y en ocasiones latinoamericano y mundial) me hace sentir
o hablar de “ellos”. Y de un ellos del que no formo parte, ni quiero. ¿En qué
medida podemos hablar de comunión si lo que surge es un “ellos” y no un
“nosotros”, y de un “ellos” que actúan o piensan ser “la” Iglesia? Y
exclusivamente “la” Iglesia.
Claro que cabe la pregunta
acerca de si “ellos”, tan monopólicamente eclesiales, se sienten o creen o
actúan haciendo como que son los que nos miran siendo de “fuera”, ellos, los
que no nos integran, los que no nos ponen en comunión. La pregunta, en este
caso sería si yo me pongo fuera, al pensar en un “ellos” o si – por el contario
– “ellos” los que no me / nos incluyen en un “nosotros” desde un monopolio del
ser. Si por Iglesia los entiendo a “ellos” y solo a ellos, ciertamente estoy
fuera; distinto es si entiendo por Iglesia una comunidad plural… en las que
estamos “ellos” y “nosotros”.
Claro que, en ese caso, el
problema es otro. Para muchos, en la sociedad, la Iglesia son solamente “ellos”,
cosa que se no acepta desde una sana eclesiología. Desde esa mirada vertical,
nosotros somos un “ellos” y un “afuera”. Pero no es así como nos creemos y
entendemos. Sólo mirando una Iglesia diversa y plural, comunidad en la que la Trinidad,
y la diversidad nos constituye familia, y nos impulsa el Espíritu Santo podemos
sentirnos tan Iglesia como “ellos” (aunque no tengamos su poder, lo que es otro
tema). De esta Iglesia pueblo sí me siento “hijo” y aquí quiero estar. Si así
no fuera, el tema sería muy complicado, porque en tantas ocasiones “ellos”
buscan hacernos sentir de fuera. Y en ocasiones lo logran.
Ernesto Sábato, haciendo
referencia a la Dictadura decía que los militares querían una “orquesta solo de
oboes”. Algunos eclesiásticos pueden pretender un concierto solo para órgano,
sin orquesta. Otros preferimos una sinfonía que permita que la sociedad en la
que vivimos, nos movemos y existimos pueda escuchar una voz de Dios. Una voz en
serio, Una voz profética. Una voz interpelante. Una voz muy distinta a la que tantas
veces “ellos” callan.
Imagen tomada de https://www.facebook.com/CuriaGeneraliziaCS/photos/a.672043616226783/2412367688861025/?type=3&theater
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