La Santísima Trinidad (en la Biblia)
Eduardo de la Serna
Nosotros,
en nuestro tiempo y en nuestras comunidades tenemos claro que “hay una Trinidad”.
Solemos marcarnos con la “señal de la cruz” y repitiendo que lo que haremos será
“en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”, sabemos que, en ese
nombre somos bautizados, bendecidos o recibimos el perdón. Pero, para llegar a
esa “fórmula”, la revelación fue avanzando de a poco. Es la pedagogía de Dios que respeta nuestros tiempos humanos. Veamos algunos momentos, sencillos, para
entender de qué hablamos:
Es
fácil imaginar que, en un mundo ampliamente politeísta (más de mil años antes de Cristo), hablar de “un solo Dios”
no fue algo fácil, ni tampoco algo que se alcanzara “del día para la noche”. En
un primer momento, el planteo (y con dificultades y con tropiezos) fue destacar
que, aunque los otros pueblos tengan sus dioses y les den culto, en Israel sólo se debe dar culto a un Dios, al que llama Yahvé. En un primer momento no se niegan la
existencia de los otros dioses, pero sí que se los reconozca y se les dé culto. Dios “es
un Dios celoso”, se repetirá (Ex 20,5; Dt 5,9), y no quiere que Israel abrace a
“otros”.
En
un segundo momento, especialmente a partir del reconocimiento de la presencia de
los dioses extranjeros en imágenes, esculturas, de madera o arcilla, con la
afirmación de que el Dios de Israel no tiene imágenes, eso lleva a reafirmar en Israel que los otros dioses son “hechura de manos” (2 Re 19,18; Is 37,19).
De
aquí se da el siguiente paso a la afirmación de que sólo hay un Dios y los
restantes “no son nada” (1 Cr 16,26; Sal 96,5), o – en algunas ocasiones – son “demonios”
(Dt 32,17; Sal 106,37), es decir, fuerzas destructivas para la persona humana y para el pueblo.
Todo
esto tomó siglos para poder formularse y creerse, y celebrarse…
Cuando
llegamos al tiempo del Nuevo Testamento la idea ya estaba consolidada entre los
judíos (por supuesto que no era así entre los pueblos vecinos). Pero, entonces, surge un nuevo inconveniente: ¿qué decimos, los cristianos,
de Jesús? Porque decir que es “ser humano” no representaba ninguna dificultad,
pero atribuirle elementos divinos significaba un problema para el “monoteísmo”; ¿Jesús es "otro Dios"? ¿Hay dos dioses? Por eso, en un primer momento es frecuente que se atribuyan a Jesús elementos
propios del Antiguo Testamento que, poéticamente, señalaban que la “sabiduría
de Dios” parecía como un ser que era compañero de Él en la creación (ver Pr 8,22-31).
Así, cosas que se decían de la Sabiduría con forma "personificada", se empiezan a decir ahora de Jesús. Además, la
resurrección les permitía afrontar la imagen de que Dios, que resucitó a su
amigo Jesús, lo “elevó” hasta la altura divina (ver Fil 2,9-11). Así, por
ejemplo, en Pablo, encontramos textos donde Jesús es puesto al lado del Padre
en un nivel de igualdad (sin decir, ¡todavía sería demasiado novedoso!, que
Jesús “es Dios”; ver, por ejemplo, en los saludos de las cartas: 1 Tes 1,1; 1
Cor 1,3; Ga 1,3; 2 Cor 1,2; Fil 1,3; Flm 3; Rom 1,7). Lentamente, se puede usar
esa imagen, la fe y la teología de los autores del Nuevo Testamento comienza a “elevar”
a Jesús hasta cantar (la poesía siempre permite expresiones más osadas) la divinidad de
Jesús (ver Jn 1,1.18; 20,28).
¿Y el Espíritu Santo? Es fácil imaginar que, si tanto costó, lenta y cuidadosamente, “ir reconociendo” a Jesús como “verdadero Dios” todo se complicaría más si incorporamos una tercera persona. El espíritu, en un primer momento (tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento) se entiende como el aliento de Dios, su fuerza, su impulso, a personas escogidas, o a la comunidad para poder vivir conforme a la voluntad de Dios (Jue 3,10; 1 Sam 16,13; Is 11,1-2, etc.). Pero ese “aliento” empieza a tomar, también muy lentamente, cada vez más un aspecto personal. Es evidente que, si el Nuevo Testamento, no se atreve a formular claramente “Jesús es Dios”, mucho menos lo dirá también del Espíritu Santo; pero lentamente empieza a su vez también a “elevarlo”. Y, así como encontrábamos algunas fórmulas en las que Jesús es puesto junto al Padre, lentamente encontraremos algunas (pocas, por cierto) en las que también se incorpora el Espíritu (ver, por ejemplo, 1 Cor 12,4-5; 2 Cor 13,13; Gal 4,6) y – todo lo indica – es en la comunidad de Mateo que se añade, novedosamente, el bautismo “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). No se afirma, todavía, que sea Dios, pero todo “nos conduce hacia allí” .
Terminado el tiempo del nuevo Testamento, las comunidades cristianas siguieron reflexionando… siguieron teologizando. Y, en cuanto a este tema, hubo algunos traspiés, hubo errores, hubo discusiones muy vehementes, hubo limitaciones, pero lentamente se fue llegando a la fórmula que hoy pronunciamos con total normalidad. Algunos decían que el Padre es mayor que el hijo y el Hijo mayor que el Espíritu; otros que eran tres caras de la misma moneda, o tres modos diferentes de referirse a Dios... pero, acá fueron muy importantes algunos Santos Padres, como Justino (+168), Ireneo (+202), Clemente de Alejandría (+215), Orígenes (+253), Tertuliano (+220), Cipriano (+258), Atanasio (+373), Hipólito (+379), Basilio (+379), Gregorio de Nacianzo (+390) y Gregorio de Niza (+394) entre muchos otros [algunas de las fechas de muerte son aproximativas]. Estos grandes escritores de Oriente y de Occidente fueron aportando, también con errores y discusiones (en ocasiones muy ardientes) a que finalmente en los Concilios de Nicea (325) y de Constantinopla (381) se pudiera formular claramente la Santísima Trinidad tal como hoy la formulamos en los Credos (el llamado “Credo largo”, por ejemplo, fue fruto conclusivo de ambos concilios). Nuestra vida debería saberse llamada siempre a dar Gloria “a Dios, en el cielo” … y en la tierra hacerlo presente en la paz. Dar gloria a Dios es buscar “que la humanidad viva”, decía san Ireneo… dar gloria a la Trinidad es “buscar que el pobre viva”, repetía san Óscar Romero.
Imágenes
tomadas de https://www.gruposdejesus.com/santisima-trinidad-a-juan-316-18/
y de https://jesuitasaru.org/reflexion-del-evangelio-fiesta-de-la-santisima-trinidad/
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