Pensando un poco algunos elementos (sueltos) de la Navidad
Eduardo de la Serna
Resulta que, en algún momento, de algún tiempo de la
historia, nació Jesús (Ieshuah – Josué). Eran tiempos complicados para
su pueblo. No los primeros ni los únicos, pero ciertamente complicados. De la
lejana familia de David (Rom 1,3; 2 Tim 2,8; Ap 3,7; 5,5; 22,16; cf. Heb 7,14)
nació en tiempos de Herodes (72 – 4 a.C.), que desde el año 37 a.C. fuera
nombrado rey vasallo de Roma a la que sirvió con fidelidad. Quizás para
reforzar el marco davídico, tanto Mateo (2,1) como Lucas (2,4) nos dicen que su
nacimiento ocurrió en Belén, lugar del nacimiento de David (1 Sam 16,1; 17,58).
Pero, tanto uno como otro Evangelio nos ubican este nacimiento en un marco de
conflicto. En Mateo, Herodes, enterado del nacimiento, manda matar a todos los
niños, por lo que la familia de Jesús, para salvar la vida, debe huir a Egipto
(2,13-18), recordando otros tiempos de opresión, otras masacres y un faraón (Ex
1,8-22). La violencia marca la historia de Jesús desde su origen. En En Lucas,
en cambio, el Emperador, con su autoridad ordena un censo (2,1), para hacer
sentir a todos los sometidos su autoridad; así podía saber cuántos habitantes
hay en su territorio y, por lo tanto, cuantos impuestos podía cobrar. Esto provocó
levantamientos populares y matanzas (Hch 5,37). Lo cierto es que este
nacimiento, aunque solamos imaginarlo rodeado de “paz y amor”, fue todo lo
contrario por lo que los relatos nos cuentan.
Los dos únicos Evangelios que nos hablan de la
infancia de Jesús – Mateo y Lucas – dan elementos diferentes. Lamentablemente,
por ejemplo, es habitual verlos “armonizados” en pesebres o imágenes en los que
se atrofia lo propio que cada autor quiere señalar.
Mateo nos indica que “unos magos” (de los que no
dice ni que fueran “reyes” ni que fueran “tres”) van a Jerusalén a homenajear
al rey que ha nacido. Afirman haber “visto su estrella en Oriente” (2,2). En la
Biblia, los “magos” son modelo de personas ignorantes y despreciables para la
fe de Israel. El término griego “magós” en la Biblia griega sólo se encuentra en el libro de
Daniel y hace referencia a los funcionarios de la corte de “Nabucodonosor”,
aunque en Dn 2,2 está en paralelo con otro grupo sinónimo, que puede traducirse por hechiceros y adivinos,
y que lo encontramos también en un contexto semejante referido a la corte del
faraón (Ex 7,11.22). Se trata de adversarios al proyecto y al enviado de Dios,
se relacionan con la idolatría y la impureza (Lev 19,31). Son los necios que no
logran entender el proyecto de Dios que Moisés o Daniel, en estos casos, llevan
adelante. Curiosamente, entonces, unos magos, los que no entienden los caminos
de Dios buscan conocer y adorar al “rey de los judíos”. Esto, dicho a Herodes,
el rey de los judíos, no puede resultar inocente. Y, con él, “toda Jerusalén”
se sobresalta y “todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo” (2,3.4)
saben que esto ocurrirá en Belén, pero no se mueven del centro (a pesar de
estar a menos de 10 kms. de distancia). Como la estrella de David (Núm 24,17) otra
estrella avanza y señala al rey ante el que los magos se postran, lo adoran y
le regalan dones (2,11). Una vez más, los necios y marginales son los que reconocen
a Jesús mientras “el centro” no puede dirigirse a la periferia, y, entonces,
por solución, recurre a la violencia. Como un nuevo Moisés (Ex 2,1-10), Jesús
es el varón salvado de la matanza, y generador de liberación para su pueblo (Lc
2,15). Recién después de muerto el rey – como había ocurrido con la muerte del
faraón (Ex 4,19-20) – puede volver a su tierra, pero ahora se dirige a Nazaret,
localidad por la que es conocido (2, 23; Mc 1,9.24; 10,47; 14,67; 16,6; Lc
2,4.39.51; 4,16.34; Jn 1,45; 18,5.7; 19,19; Hch 10,38). Es difícil, si no
ingenuo, sustraer el contexto de la violencia política de este nacimiento e
infancia. Dos “reyes” entran en conflicto, y el terror se encuentra por
doquier. Transformar esto en algo “dulce y romántico” se aproxima bastante más
a una caricatura o una domesticación funcional en la que, una vez más, los
violentos lucen invisibilizados y permanecen impunes de sus crímenes.
Lucas nos presenta otro marco.
Los padres de Jesús no son de Belén, como lo son en Mateo, sino de Nazaret y
deben dirigirse a la intemperie y con el riesgo ante el embarazo de María hasta
Belén (unos 100 kms, unos 5 días de caravana). El emperador ha “ordenado”,
decretado (en griego, dogma, ver Hch 17,7) y “todo el mundo” debía
obedecer (2,1). Es en este marco que sucede el nacimiento del hijo esperado. Y
el relato señala dos elementos: pesebre (fatnê) y pañales (sparganóô). Un pesebre es donde hay bueyes y asnos
(Lc 13,15; ver Is 1,3; ver 2 Cr 32,28; Pr 14,4; Jb 6,5; Hab 3,17), se trata de
un lugar de forrajes y estiércol, no de nacimiento y acogida. Los pañales,
fuera de un texto metafórico (Jb 38,9)
se encuentran exclusivamente en Ez 16,4 al hablar del nacimiento (simbólico de
Jerusalén) se indican las cosas habituales en todo nacimiento que, en este caso
no se hicieron: no se le cortó el cordón, no se lo lavó con agua, no se lo
frotó con sal y no se lo envolvió en pañales. Se trata de lo que se supone
ocurre con todos los niños. Curiosamente, el signo que Dios quiere dar frente a
algo tan novedoso y decisivo para la historia humana, estará dado por el
pesebre y los pañales.
Unos pastores vigilaban el
rebaño. El oficio de pastores (no es así lo que ocurre con el poseedor de
ovejas propias que las lleva a pastar) era muy mal mirado porque se prestaba a
la mentira y el robo (no había forma de confirmar si una oveja faltante había
sido o no responsabilidad, por ejemplo, de un lobo). También aquí, como los
magos, nos encontramos con un colectivo despreciado por la sociedad. Pero es a
ellos a los que “el ángel” y “la gloria” se les manifiestan. El temor
reverencial es propio de estos momentos epifánicos, de allí el frecuente “no
temas”. Sin embargo, algo tan decisivo como el nacimiento de un “salvador”, que
es “Señor” y “Mesías”, que es “alegría para todo el pueblo” recibe como señal
divina la insignificancia del heno, el estiércol y los pañales. El Salvador,
que en los Salmos y, en general en los Profetas, es siempre Dios, es además Ungido
(Mesías / Cristo) y “Señor”. Dios está presente en este humilde acontecimiento
de “sucios” y “suciedad”. Pero la “alegría”, que caracteriza el Evangelio de
Lucas por doquier (1,14.47; 6,13; 8,13; 10,17.20; 13,17; 15,6.7.9.10.32; 19,6.37; 24,41.52)
y que en este caso es “para todo el pueblo”, es alegría que tiene que
ver con el derramamiento del perdón (1,77; otro tema propio de Lucas: 1,77;
3,3; 24,47), es la gloria del pueblo (2,32), es la visita de Dios a su pueblo
(7,16), causa de que el pueblo alabe a Dios (18,43), por lo que lo escucha
atentamente (19,48; 21,38) por lo que lo reconocía (20,19; 22,2; y lo sigue,
23,5) como profeta de Dios (24,19). En medio del clima de sumisión y opresión, desde
unos marginados y un lugar marginal “todo el pueblo” puede experimentar la
alegría porque Dios se hace cercano a su vida y sus sufrimientos.
El ángel, con un coro, canta
la gloria de Dios en las “alturas” (donde habita el “Altísimo”, otro término
frecuente en Lucas) y – en la otra punta – “en la tierra”, ¡paz!, allí donde
habita la humanidad (en quien Dios se complace, como se complace en revelar a
los “pequeños” los misterios del reino; 10,21). De un modo semejante, la
multitud de discípulos, cuando Jesús entra en Jerusalén canta la misma “gloria
en las alturas” y a su vez la “paz en el Cielo”, en este caso porque en el
nombre del Señor (= Dios) viene el rey (19,38). Dios está interviniendo en la
historia, brillando en el Cielo, regalando su paz, pero lo hace en lo escondido
y sencillo de lo inesperado. Al ver los signos, los pastores vuelven dando
“gloria” y “alabanza” a Dios (2,20) por lo que han oído y visto (= pañales y
pesebre). El imperio romano puede hacer sentir su poder a toda la humanidad,
pero desde lo insignificante y despreciable pueden surgir cantos de alabanza y
esperanza, de alegría y de vida que lo serán para “todo el pueblo”.
Hoy, como ayer, solemos
encandilarnos con el brillo de lo esplendoroso; sea el Templo, el palacio, la
gloria del Emperador o los faros de la farándula, las luces del shopping o los
aplausos de los importantes. Hoy todo nos invita a mirar con unos ojos, en una
dirección, y a aceptar sometidos un mundo tal “como está”, el statu quo y el establishment,
y aceptar la paz que ellos nos dan y la (escasa) alegría que nos permiten. Pero
Dios nos invita a mirar con otros ojos, nos dice que hay otro mundo posible,
otras cosas por mirar, otra alegría y otra paz. Hoy podemos ver una Navidad de
luces y estruendo, de trineos y un ancianito sonriente (Santa Claus o Papa
Noel, vaya a saber cómo se llama), con las luces de la compra venta y las
sonrisas plásticas de sentirse parte, e integrados, por poder comprar o comer,
regalar o ser regalados… o un oscuro pesebre rodeado de marginales y una alegría
popular alcanzada por una paz distinta a la que trae “lo establecido”, con una
historia que nos invita a mirar otros acontecimientos, con un niño y un pueblo…
una historia que nos invita a vivirla y a soñarla desde otro lugar.
Hoy, ¡y de nosotros depende!,
podemos celebrar un nacimiento o el imperio del Mercado. Podemos ser gestores –
por acción u omisión – de migrantes, y violencia, de excluidores y excluidos, o
podemos dejar que Dios nos muestre los signos que él elige mostrar y dejarnos
enseñar por ellos para cantar la alegría de un pueblo que seguirá siendo
despreciado (“bárbaros”, o “vulgares”, decían ayer y hoy) porque,
evidentemente, muchos prefieren una fiesta en Lago Escondido antes que rodeados
de estiércol y paja, muchos prefieren ser mascotas antes que hermanos y
hermanas de los despreciados, muchos prefieren el estruendoso sonido del Clarín
antes que el silencioso coro de los ángeles, muchos prefieren besar el anillo
del Capo de la Mafia antes que besar la mejilla sonriente de un niño con pañales.
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