Ante un “mundo” que nos rechaza
Eduardo de la Serna
Hay
un tema que suele estar patente en muchas reflexiones, o dichos, o sentencias
que me parece importante pensar. O intentar avanzar en ello…
Se
suele escuchar hablar de personas que se confiesan, o – al menos – insinúan ser
ateos o agnósticos; se escucha decir que hay personas o sociedades que son
intolerantes con la fe; se sabe que hay sociedades críticas (o “hiper”) de la
Iglesia… Y de ninguna manera me
atrevería a negar que esas tales situaciones existen. Pero me surgen unas
preguntas:
1.-
¿De qué “dios” se manifiestan creyentes o indiferentes quienes lo hacen?
2.-
¿De qué fe?
3.-
¿De qué iglesia?
Si
hablamos de Dios (teo-logía) es
imprescindible saber de qué Dios hablamos, ya que no es lo mismo ser o
confesarse increyente de un Dios amor que de un Dios de violencia y sadismo; no
es lo mismo rechazar un Dios al que entendemos responsable de discriminaciones,
odios, patriarcalismo, censura, rechazo a la vida y la vida feliz que a un Dios
que pretende ser visto como madre-padre que busca la plenitud y vida, la
felicidad y alegría plena de sus hijos e hijas e hijes. Decir “dios” es fácil,
el tema es como “llenamos” de contenido el término. Por eso en ocasiones es
importante partir del presupuesto (que, además, es sensato teo-lógicamente) de
pensar cómo es “el dios en el que no creemos”.
La
fe, por su parte, es – por definición
– aquello en lo que creemos. Y, como es evidente, esa fe tiene muchos elementos
o aspectos, pero no todos tienen idéntica densidad. Pero, además, es sensato
distinguir aquello que creemos de la formulación de dicha fe. Eso ocurre – como
acabamos de decir – con Dios (“creo” en Dios, pero no en “cualquier dios”),
pero también para los muchos otros elementos que constituyen nuestra fe. Pero,
es evidente, no tienen todos ellos la misma graduación, y Dios, el Dios en el
que creemos (del que sería sensato, además, saber distinguir que Dios es
siempre infinitamente “más” que lo que podemos o sabemos decir de él), está en la
cima de la confesión de dicha fe. No son pocas las veces que se escucha o
pretende presentar “toda” la fe en un bloque uniforme, lo que es – por lo menos
– insensato, además de falso. La síntesis de la fe cristiana, por caso, se
expresa en el Credo, y decenas de los aspectos que parecieran “atentar contra
la fe” no se encuentran mencionados, ni siquiera insinuados. Todo esto, además,
teniendo en cuenta que muchísimos (casi todos) aspectos que se formulan, se
deberían distinguir, profundizar, pensar, debatir, etc. Una de las grandes
críticas que se formuló al Catecismo de la Iglesia católica, engendrado por
Juan Pablo II bajo la batuta de Joseph Ratzinger, es que reflejó sólo una
corriente teológica, cuando había otras muchas que quedaron fuera de la
formulación. Otro elemento a señalar (además de la “complicidad” inconsciente
de muchos medios de comunicación que en temas teológicos manifiestan una supina
ignorancia) es que suele hablarse de cualquier tema en el que algunas voces
oficiales – incluso papales – manifiestan su opinión, como que se trata de un “dogma”.
Nada más ajeno a lo teológico que indicar como tales a muchos temas que suelen
presentarse (en los medios de comunicación) como “dogmas” cuando son
ciertamente otra cosa.
La
Iglesia es – por definición – una comunidad,
una asamblea. En este caso, se trata de una comunidad de fe. La fe, lo
sustancial, la constituye (es la constitución de este Pueblo). Nuevamente lo
que se suele decir de ella no siempre (o, peor aún, casi nunca) es “tal”. Se
suele entender la Iglesia como una suerte de “corporación” vertical, con lo que
cuando habla, o escribe, el tenido por “jefe”, es frecuente leer “la Iglesia
dice…” cosa que no es, ni remotamente, exacto. Es frecuente escuchar críticas,
por ejemplo, a “la Iglesia” que son, en realidad, críticas a un determinado
sujeto, más o menos encumbrado. La fe del pueblo (sensus fidei y sensus
fidelium) no suelen ser tenidas en cuenta en dichos comentarios o críticas a
pesar de ser lo que los constituye. La “historia de la Iglesia” abunda en
momentos o ejemplos (y no “ejemplos circunstanciales” precisamente) en los que “la
Iglesia” caminó caminos bien diferentes (y en ocasiones contrapuestos) a los de
muchos jerarcas.
Ahora
bien, no pretendo en estas líneas cuestionar a quienes afirman rechazo, sino –
por el contrario – a quienes se reconocen (o autoperciben) miembros (o jerarcas)
de la Iglesia y pretenden hablar victimalmente del relativismo, de la “injusticia
de la sociedad que ‘nos’ rechaza, o cosas semejantes. Es posible que haya
(¡hay!) muchos que rechazan a Dios, la fe y la Iglesia… y no estaría de más que
nos preguntáramos, antes de presentarnos ante los demás como rechazados por “el
mundo”, injusto con nosotros, pecador y cruel, qué Dios mostramos, qué fe
proclamamos, que Iglesia manifestamos ser. Porque si mostramos o hablamos de un
“dios” que en nada se parece al
padre-madre mostrado por Jesús y que quiere reinar en la vida plena de sus
hijos, hijas e hijes; si anunciamos una fe
que es represión, negación de la humanidad, censura y no manifiesta el
encuentro vivo con ese Dios de Jesús; si mostramos una Iglesia sala de tortura, cuartel militar, lugar de represión y
obediencia ciega, dueña de la verdad y no una familia de hermanxs con las diferencias que
enriquecen, los debates que hacen crecer y la vida que se celebra… pues, si eso
testimoniamos, pareciera que quienes lo rechazan y niegan quizás nos enseñen
caminos mucho más parecidos a Dios, la fe y la Iglesia que lo que, como “dueños
de las llaves” con frecuencia creemos ser. A lo mejor, la necesaria conversión,
debiera “empezar por casa”.
Foto
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