¿Qué dice la Biblia sobre los sacrificios? (otra vez)
Eduardo
de la Serna
El tema que acá nos
preguntamos otra vez es demasiado extenso y variado como lo dijimos en su ocasi, y, por lo
tanto, mirando un texto diríamos una cosa y mirando otro, diríamos casi la
contraria. No es tema fácil; pero veremos, al menos, de dejar algunos elementos
claros.
En un sentido técnico, un sacrificio es “hacer sagrado” algo (sacrum faciens), con lo que, muchísimas cosas pueden entenderse como tales. Una comida familiar de festejo por un bautismo, puede ser tenida como “sagrada” y, entonces, – literalmente – sería un “sacrificio”; sin embargo, en nuestro lenguaje cotidiano, nadie diría "vamos a un sacrificio de una fiesta con tortas y bebidas por el bautismo". Por sacrificio entendemos, habitualmente, algo que es arduo, que implica esfuerzo y, en ocasiones, algo o mucho de dolor. Un sacrificio, entonces, es hacer ayuno, o estar la noche en vela, o dejar de hacer algo placentero, no una fiesta.
Para entendernos
esquemáticamente, repetimos que en el mundo antiguo eran frecuentes los
sacrificios, por ejemplo, de seres humanos. Entonces, con toda generosidad y dolor,
uno era capaz de “sacrificar” a su propio hijo para contentar a las divinidades
que lo reclamaban. También debemos decir que desde los primeros tiempos – aunque estos
en ocasiones se realizaran – en Israel hubo clara oposición a los sacrificios
humanos. El reemplazo por un animal, como se ve en el caso de Abraham y su hijo
único Isaac, no sólo revela la generosidad de Abraham y su disponibilidad a
quedarse sin el hijo de la alianza, sino – sobre todo – el reemplazo final por un
carnero (Génesis 22,1-19). Desde entonces, y por siglos, la ofrenda de animales
(de animales puros, ciertamente… no cualquier animal sirve) reemplazaba el
sacrificio humano. Un ejemplo ilustrativo se ve en el nacimiento de un hijo. Al nacer los
ganados, se debe ofrecer en sacrificio como víctima el primero de los nacidos en el año como
agradecimiento a Dios; pero cuando nace un hijo, se debe reemplazar por un
cordero o – si se trata de una familia pobre – por un par de tórtolas (Levítico 12).
Ahora bien, si en un tiempo proliferaron los “sacrificios” y los había para
todo tiempo y ocasión, con el tiempo muchos se fueron reemplazando por otro
tipo de ofrendas o incluso por una comida con los pobres.
Desde los tiempos de opresión por los asirios, babilonios, persas, griegos y romanos, la misma vida cotidiana suponía dificultad, y – en ocasiones – esto era visto como realizar auténticos sacrificios. Entonces, por ejemplo, ya no es la sangre de los corderos la que nos consigue la paz que Dios nos da con su bendición, sino la fidelidad con la que los creyentes asumen la situación de dolor. Así, por ejemplo,
“El que observa la ley equivale a una buena ofrenda, el que guarda los mandamientos a un sacrificio de comunión” (Sir 35:1).
Lo que agrada a Dios ya no es un “sacrificio”
sino la propia fidelidad. Esto es particularmente frecuente en los profetas. Veamos a
modo sencillamente ejemplificador el dicho “quiero amor, no sacrificios; conocimiento
de Dios más que holocaustos” (Oseas 6,6; “conocimiento” es, acá, sinónimo de
amor).
En el Nuevo Testamento, si bien se destaca que los padres de Jesús cumplen todo lo señalado por el Antiguo Testamento (y, por eso, ofrecen por su nacimiento un par de tórtolas; Lc 2,24) en vida de Jesús nada de esto se destaca. Es más, no solo en Mateo se repite dos veces la cita de Oseas que acabamos de indicar (9,13; 12,7) sino que Jesús deja claro que el amor “vale más que todos los sacrificios y holocaustos” (Mc 12,32).
La carta a los Hebreos, que refiere simbólicamente a la muerte de Jesús como un sacrificio [ya hemos dicho en otro momento que no lo fue] lo hace en un modo espiritual y para recalcar, además, que a partir de entonces ya ningún sacrificio tiene cabida (7,27; 9,26; 10,1-14).
Queda una
pregunta: ¿Por qué Dios querría sacrificios, sangre, dolor, muerte? ¿Necesita
Dios eso? No es una actitud nada paternal de parte de Dios (especialmente si
entendemos que Dios querría la muerte tortuosa y sangrienta de su hijo Jesús). Un Dios que se complace en los sacrificios… ¿no es un Dios sediento de sangre? Una
pregunta adecuada sería ¿qué decimos de Dios cuando decimos que quiere que
hagamos sacrificios? ¿Qué decimos de Dios si entendemos que él nos da sus
bendiciones, su paz, sus dones después de – a condición de que – nosotros y
nosotras suframos, tengamos dolor o hasta sangre? Un Dios que quiere
sacrificios… ¿en qué se parece al Dios que es amor?
En la
excelente película Thérèse, sobre Teresa de Lisieux, sor Lucía – que es la
antítesis de Teresa – le cuenta que hace sacrificios, flagelaciones, cilicios… “una
masacre”, dice… Y acota: “es que el dolor abre todas las puertas” a lo que
Teresa le indica: “¿No es el amor?”
Imagen
tomada de https://blog.cristianismeijusticia.net/2011/12/22/porque-yo-quiero-amor
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