De pensar y repensar se trata. De memoria.
Eduardo
de la Serna
Recuerdo, hace casi ya una
eternidad, cuando entré al Seminario, que, charlando con un amigo de años, le
hice un encargo, para mí importante, en ese tiempo: “En el Seminario me van a
lavar el cerebro. Te encargo que cuando veas que eso pasa, me lo hagas notar”.
Pasado un buen tiempo (afortunadamente antes que él partiera al exilio y
dejáramos de vernos por casi 15 años) me dijo “¡ojo!, me dijiste que te avise,
y te aviso que te lo están lavando”. Como era imaginable le dije que no, que
eso no estaba ocurriendo. Y ahí dejamos el tema. Pero mi elección del amigo
adecuado tenía la intención de que – aunque estábamos, y seguimos estando, mil
veces en desacuerdo – su palabra me importaba, y ya sabía que lo que lo movía
era la amistad. Y la militancia. Por eso, con el tiempo, fui pensando,
rumiando, mirando y evaluando para poder ver dónde había ocurrido ese tal “lavado”.
Y reconocerlo. Y aceptarlo. Y poner los medios para “volver a ensuciarlo”.
Yo sé que ese tema del “lavado
de cerebro” es muy complicado. Dicen que hay sectas, como, por ejemplo, es el
caso del Opus Dei y otras, que deben someter a las víctimas a un proceso de “reprogramación”,
tipo formateo e instalación de nuevo de los programas mentales; y no me estoy
refiriendo a eso. Acá entiendo por “lavado” la insistencia sistemática, de todo
el tiempo y de todos de que algo es de una manera y no hay otra (dentro de la “familia”,
la casa). Uno se va haciendo la idea de que las cosas son así “en la Iglesia” y
lo va haciendo propio. Pero la resonancia de aquellas palabras amigas fueron,
entre otras, las que permitieron que fuera pensando una y mil veces en que hay “otro
modo de ser Iglesia” y lo fuera asimilando… y modificando… y dando fuerza y
sentido…
Toda esta larga introducción,
excesivamente personal, tiene una intencionalidad: la memoria. También una
sociedad es sometida a este tipo de lavado de cerebro, y lentamente muchos,
casi todos, van haciendo que muchos, casi todos, piensen de una manera, olviden
algunos momentos o acontecimientos, vean de una determinada forma las cosas, y
pase a ser “normal” un pensamiento, y olvidado y olvidable otro modo de ver, de
pensar, de entender todo. Estamos cerca de lo que Gramsci llamaba “hegemonía”.
Entonces, las voces,
policopiadas, politransmitidas, polidifundidas dicen y repiten una cosa, o dos…
pero nunca “otra” … y un año… y otro… y entonces puede aparecer que miles de
jóvenes se sorprendan y hasta sacudan cuando ven “Argentina 1985”, porque no
sabían, porque nadie les contó. Y que pueda aparecer el negacionismo, y sus
candidatos, o hasta una tilinga molesta porque el 24 de marzo le “arruina” su
cumpleaños.
Y, entre tanto, algunas amigas
se van (no al exilio sino terminando este, al decir de algunos antiguos), como
Hebe; y hay otras, pocas, cada vez menos, que ven reducida su capacidad de
hablar o moverse. Y, entonces, son pocos los que nos pueden alertar: “¡che, te están
lavando el cerebro!”, y que su palabra nos conmueva, nos sacuda y nos haga
pensar.
Pero, como nadie dijo que todo
está perdido, miles y miles de jóvenes, que ni siquiera habían nacido en la
Argentina de 1985, siguen marchando, y cantando, y gritando cada 24 de marzo,
en cada calle o plaza, y repitiendo que no se trata de “tener” Memoria, Verdad
y Justicia, sino de “hacerlas”, de militarlas (porque no es mnemotecnia sino
política), y de lucharlas para que podamos soñar y buscar un mañana feliz para todos,
todas y todes. Se trata de volver a “ensuciarnos” con el barro de la vida, los
ruidos de las calles y las gentes, el olor de los choripanes, y de reprogramar
nuestra existencia en una que no se mira su propio ombligo sino los ojos,
llorosos o felices de hermanos y hermanas. De pueblo, no de gente se trata; no
de Nación, sino de Patria, no de animalitos, sino de historia.
Imagen tomada de https://lamenteesmaravillosa.com/existe-el-lavado-de-cerebro-o-es-solo-un-mito/
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