Efecto muerte
Eduardo de la
Serna
“No hay muerto
malo”, se dice a veces. “Todos nos vamos a morir”, repiten todos (aunque no
todos con autoconvencimiento). Recuerdo una vez, hace muchos años, en el
cementerio de La Chacarita, haciendo oraciones por los difuntos que en una
ocasión yo rezaba ante el cajón, con familiares y amigos rodeándolo. La oración
litúrgica dice: “… perdona los pecados que hubiera cometido” y varios, al
instante dijeron: “¡Nooo! ¡Pecados Noooo!” No hay muerto malo, volví a pensar.
Pero, debo
confesar, hay muertes que no me entristecen ni un cachito. Alegrarse es
otra cosa, pero cuando uno ve que hay gente “que va apestando la tierra”, su
desaparición deja, al menos, una cuota de alivio.
Una amiga dice, y
no creo estar en desacuerdo, que esas personas deberían vivir 500 años, para
tragar su propio veneno, para sentir el desprecio, o – por el contrario – el aprecio
enorme de tantos por lo que ellos detestan. No deja, por otro lado, de decirnos algo acerca de quien fue la persona fallecida mirar los “Avisos Fúnebres”. Dice quién fue…
dice quiénes son. Si cuando yo muera, veo que manifiestan (verdadera o
hipócritamente) sus condolencias Horacio Rodríguez Larreta, Mauricio Macri,
Domingo Cavallo, Luis Pagani, Abel Albino, Cristiano Rattazzi, Carlos
Melconián, Daniel Funes de Rioja, Osvaldo Cornide, los Bulgheroni, los
Roemmers, y entidades como la Bolsa de Comercio, el Círculo de Armas, el Jockey
Club, la Unión Industrial Argentina, La Sociedad Rural… no sé si no querría morir
de nuevo por ello o, por el contrario, volver a la vida para que tengan que retirarlo.
Hay muertes que son expresión cabal de la impunidad. La que Corta Supremamente con la Justicia aplicó lo que un ex cortesano llamaba “cronoterapia” en decenas de casos. Casi diría que, salvo excepciones, es su manera de administrar el poder judicial. Dejar pasar, cajonear, dormir… y de golpe, eventualmente, resucitar (aunque fuera una ley derogada por la Asamblea del Año 13). Entonces, uno puede ser responsable de apagones muchos más graves que estos a los que nos somete Edesur, prestar vehículos con una generosidad que Milman envidiaría y gobernar a capricho una provincia, poniendo con solo mover el ojo un gobernador lacayo y encarcelar una indígena rebelde. Y si, de golpe, algún juez que pretende hacer justicia, avanzara en una causa, siempre se encuentra una pericia cómoda, una excusa adecuada y una Corte que la corta. Mientras un país subdesarrollado como Alemania condena a un “exguardia de un campo de concentración nazi identificado como Josef S (de 101 años…) a cinco años de cárcel por ayudar en el asesinato de miles de prisioneros en Sachsenhausen” (Deutsche Welle; BBC, 28 junio 2022) la justicia verdaderamente justa de la “República” (sic) Argentina deja que los que impulsaron, alentaron, financiaron, provocaron el golpe más genocida de nuestra historia, se paseen impunemente por nuestras calles y gocen de aplausos del “establecimiento”; toleran que en las cárceles haya militares (total, no son ellos), pero el juicio de los "cívicos" (el otro demonio), ¡no! Eso es too much!
Mientras tanto, y solo a modo de homenaje, Luis Aredez permanece desaparecido y
Olga Aredez, después de miles de vueltas a la Plaza fue a su encuentro
misterioso en 2005. Con Olga compartimos estar juntos en la misa por el
traslado de los restos de Carlos Mugica a “la 31”, en el altar de donde un cura,
infructuosamente, la quiso sacar (a ella y a Norita, ¡vaya insensatez!). Vaya todo esto a modo de memoria de los que
valen, de memoria de los despreciables, de memoria… de la siempre imprescindible
memoria que nos permite “seguir andando”
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