jueves, 23 de marzo de 2023

Un primer paso para la organización, Ignacio de Antioquía

Un paso para la organización, Ignacio de Antioquía

Eduardo de la Serna



El movimiento cristiano fue naciendo y organizándose de modos y estructuras muy variadas, según los fundadores o fundaciones, según la misma comunidad y sus posibilidades geográficas, políticas, sociales, culturales... Por ejemplo, todo parece indicar que Pablo, gran fundador de comunidades, aunque se reconocía a sí mismo con una responsabilidad con sus “hijos” como “padre – madre” (cosa que suele reflejar en sus cartas) él dejaba que cada comunidad se fuera dando la organización que ellos creyeran oportuna y adecuada. No hay, en sus escritos, una estructura fija que veamos que se da en una y se repite en otras comunidades.

Claro que, desaparecidos los fundadores, con el tiempo las comunidades fueron viendo la necesidad de estructurarse. En un primer momento, las tradiciones de los distintos fundadores fueron frecuentes: “esto es lo que Pablo nos diría”, por ejemplo, se repite una y otra vez (o “lo que diría Pedro”, o “Santiago”, etc.). Había quienes lo habían conocido y, su memoria estaba aún fresca, y su “memoria” tenía autoridad. Pero también este tiempo fue pasando. Así empezamos a encontrar a quienes “vigilan” que la comunidad y la memoria se mantenga fiel (en la teoría y en la práctica), hay, también, “ancianos” que pueden aconsejar desde su sabiduría, y, hay – finalmente – algunos encargados de servir a los enfermos, asistir a los presos, socorrer a los pobres y las viudas (como se ve, con el paso del tiempo las comunidades se empiezan a “organizar”). Pero, insistimos, en un primer momento estos “servicios” fueron variando... a veces se pasaba de uno a otro circunstancialmente, o estos eran temporales. Como en casi todo el imperio romano se hablaba griego, el uso se fue universalizando y en esta lengua "vigilantes" se dice episkopos, "ancianos" se dice presbyteros y "servidores" se dice diákonos (de aquí vendrán, más tarde, nuestros obispos, presbíteros y diáconos).

En la primera mitad del s. II, un “epískopo” de la importantísima ciudad de Antioquía, llamado Ignacio, fue encarcelado y llevado por soldados a Roma a fin de, allí, ejecutarlo (no conocemos las causas). En el trayecto fue atravesando toda la actual Turquía (con escalas en Esmirna y Tróade) para de allí cruzar a Grecia y llegar a la Capital del Imperio. Como Ignacio era – por lo que vemos – muy conocido, varias comunidades enviaron delegados a Esmirna y Tróade para hablarle y escucharlo. Allí, él aprovechó la detención para escribir cartas a estas comunidades. Se conservan 6 cartas a las Iglesias y una personal al epískopo de Esmirna, Policarpo. Probablemente fuera este quien tuviera copias de estos textos y se haya ocupado de hacerlas públicas. A comienzos del s. IV ya era bastante conocida la existencia de las cartas de Ignacio.

Uno de los temas recurrentes en los consejos-escritos de Ignacio es la unidad de las Iglesias, unidad que debe ser en torno al “obispo” (en singular) y la comunidad de “presbíteros”. Proviniendo de Antioquía, donde había residido mucho tiempo Pedro, es razonable que el que encabezara la comunidad fuera una sola persona mientras en otras comunidades e iglesias había una “comunidad de epískopos; por eso Ignacio destaca que cada comunidad (se refiere a aquellas que lo visitan, es decir, de ciudades de Asia Menor) deben estar en comunión con el epískopo que se encuentra acompañado por los presbíteros. Como se ve, con Ignacio, en una parte importante de la Iglesia - Asia Menor - se empieza a presentar una estructuración a la que podemos llamar “jerárquica”. Señalemos que esto es algo que va ocurriendo lentamente y no ocurre así en otras partes, por ejemplo, aunque Ignacio a Policarpo, en su epístola, lo llama epískopo, él, en una carta, se presenta a sí mismo como presbytero.

De todos modos, esto fue solamente un paso, y luego hicieron falta otros más adelante para que en la Iglesia universal la organización fuera, como es hoy, de obispo-presbíteros-diáconos. Recién con la obra “La Tradición Apostólica”, de Hipólito romano (siglo III) se aceptó en toda la Iglesia este esquema “tripartito”.

Ignacio finalmente llegó a Roma donde fue muerto mártir (por “los dientes de las fieras”, según él mismo anticipa en su carta a los romanos). Hoy, sus escritos, constituyen un conjunto de textos que se han llamado “Padres Apostólicos” por la cercanía con el tiempo de los apóstoles. En este caso, la estructuración en las comunidades dio un paso que, venía desde la “tradición paulina”, reflejada en las cartas llamadas “Pastorales” (1 y 2 a Timoteo y a Tito) y – pasando por Ignacio, en sus cartas – fue aceptada más adelante para ser asumida, un siglo más tarde, por toda la Iglesia universal. Con el paso del tiempo la Iglesia empezó a ser, cada vez más claramente, una comunidad organizada.

 

Imagen tomada de https://www.perpetuosocorrozac.org/2019/10/san-ignacio-de-antioquia-17-de-octubre.html

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