La divinidad blanca
Eduardo de la Serna
Una
cosa que me costaba entender, hasta que mi amigo Jorge Elbaum me aportó
criterios de interpretación, era por qué, en el final del nazismo en Europa,
ocurrieron una serie de acontecimientos carentes de toda razón. Lo explico
brevemente porque me sirve de punto de partida (nunca en paralelo, nunca
comparo, nunca asemejo, solo asumo uno o dos elementos que veo comunes):
La
segunda guerra, esa que el Norte llama mundial porque “ellos participaron”,
empezó a cambiar decisivamente a partir de una serie de acontecimientos: la
derrota de Alemania en Rusia, a causa del “general invierno” y el contraataque
ruso (letal, por cierto), la entrada desde África en Europa por Italia de las
fuerzas aliadas y más tarde el desembarco de Normandía fueron provocando que
Alemania fuera perdiendo los terrenos arrebatados cada vez con más intensidad.
Y dejo de lado algunas cosas que quedarán para los historiadores y permiten
sospechas y más sospechas (como la travesía del Saint Louis, o por qué
los bombardeos no atacaban vías férreas, por ejemplo, lo que hubiera salvado,
con toda probabilidad a cientos de miles de personas)… mi pregunta era, por qué
cuando Alemania empieza a ceder posiciones, a retirarse (sea para huir, sea para
refugiase en otro lugar para recomenzar, o resistir) de todos modos siguieron
enviando judíos en trenes, algunos que por semanas iban de un lado a otro
provocando muertes y más muertes, por ejemplo, a causa del tifus. ¿No era
más sensato abandonar todo y dejar a los cautivos a su suerte, y buscar refugio,
por ejemplo? Porque es evidente que el nazismo era perverso de toda perversión,
pero estúpidos no eran. Y, acá la respuesta de Jorge que creo haber entendido
correctamente: mi error estaba al mirar el nazismo como un mero fenómeno político-militar
y no como una integridad, como una práctica religiosa, casi como una mística.
Con una misión para el mundo que había que cumplir, para salvar a la humanidad,
“aunque yo perezca”, de la peste judía (o no aria) o “in-humana” (incluyendo gitanos,
testigos de Jehová, homosexuales, etc.). Y, entonces, mientras se van
retirando, no pueden dejar de cumplir esa “sagrada misión”.
Y
acá mi pregunta posterior. ¿No será que, entre los seres humanos, y
concretamente entre nosotros, hay cientos de cosas que resultan inexplicables desde
la mera razón porque, en realidad, las mueve una suerte de mística de
inhumanidad, de consagración para salvar a la humanidad del “hecho maldito”?
Porque, en lo personal y local, al menos, me resulta también incomprensible
notar algunas actitudes… Por ejemplo, la desidia, o indiferencia ante los
bombardeos de Plaza de Mayo de 1955, la indiferencia ante el atentado a
Cristina, allí donde, precisamente la inhumanidad ha demostrado públicamente su
suprema expresión, y resulta que hay cientos de personas públicas en la política,
en el poder judicial, en el periodismo (o lo que se llama tal) que parecen
poseídos de una mística purificadora en la que, una suerte de mal menor es
necesario para que Argentina vuelva a ser blanca (sin aborígenes, sin negros,
sin latinoamericanos) como nos enseñó la historia oficial de la tribuna de
doctrina; un país que desciende de los barcos (como últimamente repitieron
infelizmente tanto Mauricio Macri como Alberto Fernández). Todo ese discurso de
la Argentina de la primera mitad del s. XX (como si en el mundo nada hubiera
cambiado, además de nuestro país), el rechazo xenófobo de indígenas y migrantes
latinoamericanos, la negación de la historia, o la exaltación de la “Campaña al
Desierto” (Esteban Bullrich, Miki Pichetto), la negación de indígenas como
parte integrante y fundacional de la Patria/Matria (como Patio Bullrich,
Alfredo Cornejo, Gerardo Morales), la glorificación del Puerto (Rodríguez
Larrenta, Santilli) y el amor desenfrenado a la cultura y finanzas del norte
(Mauricio Macri, Néstor Grindetti) … y todo eso acompañado de un coro de la
nada misma (el caso, entre nos, de Martiniano Molina es casi divertido: lo
criticó Macri hablando de experimento fallido, lo criticó el cocinero PRO, lo
criticó Mónica Frade, y hasta debe explicaciones por caños robados, pero parece
de teflón y hace campaña diciendo “¿sabés de alguien al que le robaron?” y –
curiosamente – parece no estar haciendo referencia a sus 4 años de desgobierno
en el que robó esperanzas, alegrías y confianza en que la política puede
transformar la vida de la comunidad. Algo que en Quilmes ha cambiado, por
cierto, aunque también la misma mística parece querer exorcizar.
Un
dios blanco parece bastante más llevadero para algunos, digerible, si se
quiere, que dioses de choripán y tortas fritas, de ruidos chamameceros o
chacareros, o de encuentros con otros y otros y más otros… Es la diferencia
entre “gente” (como uno, se decía antes) y Pueblo, entre los que adoran un dios
blanco, silencioso y solitario (individual) y con un cierto olor a perfume
francés y los que miramos a un dios que se hace barro, pueblo, cultura,
historia, política… Como un tal Jesús, por cierto.
Foto tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/Campo_de_concentraci%C3%B3n_de_Westerbork#/media/Archivo:Westerbork-monument2.jpg
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.