«Más Bukeles y menos Zaffaronis”
Eduardo de la Serna
Con
esa expresión, quizás la más infeliz que he escuchado en los últimos tiempos,
lanzó (= vomitó) su propuesta de una autopercibida seguridad, Luis Petri. Basta
ver a quién acompaña en la lista, o a quién acompaña en la vida para saber que
no podía esperarse algo distinto de semejante “dinosaurio vivo”. Pero, puesto
que la imagen de “mano dura” es vista como necesaria en más de un ambiente al
que le han sembrado miedo sobre miedo, no está de más alguna pequeña nota. No
precisamente sobre Zaffaroni, que no necesita ser presentado y que enaltece a
nuestra patria con su sola presencia. Pero ¿qué se sabe sobre Bukele? Veamos: y
no pretendo hacer referencia a su sinuosa historia, comenzando por un lado y terminando
del opuesto del arco político; quiero referirme expresamente a lo que parece
ser “el logro” de semejante espécimen en el tema “seguridad”.
Señalo
esto porque, expresamente e intencionalmente, nada se sabe en nuestro país de
lo que ocurre en otras partes, y menos aún en Centroamérica. Y, una de las
cosas que expresamente se ignora es la gravedad de las llamas “Maras”.
Presentar a las maras como meros “pandilleros” es “bajarles el precio”, para
empezar. Las maras son un grupo que se identifican a sí mismos como una
gigantesca familia a la que no cualquiera pertenece. Un muy estricto ritual de
iniciación es imprescindible de superar, luego del que, y a continuación de un
sangriento “bautismo”, se puede acceder, y los pertinentes tatuajes lo manifiestan
ostensiblemente. Gigantescas pintadas en las paredes de los barrios dejan bien
a las claras, al ingresar a determinada zona de la ciudad, cuál de las distintas
maras es la dominante en el lugar. Y ellos garantizan la seguridad y tranquilidad
del lugar, porque a uno de la familia no se lo toca ni se lo molesta (eso en
nuestro lugar… no se puede garantizar que lo mismo ocurra “fuera”).
Estábamos
en un barrio dominado por la “MS” (Mara Salvatrucha, de la que hablaremos) y se
acerca a nosotros una joven muy hermosa para entregarnos las llaves de la
capilla. Nosotros estábamos “protegidos” por los curas del lugar, con sus
hábitos franciscanos bien visibles (ellos tienen “salvoconducto”) y los
catequistas del lugar, también reconocidos en la zona. Le pregunté a uno de los
curas si una chica tan hermosa no corría riesgos en un lugar tan poco “seguro”.
“No… no la tocan porque es del barrio. Si fuera a otro barrio sería diferente”,
me dijo. Entre paréntesis, en otro lugar totalmente diferente, con violencias
diferentes (y quizás mayores) viví lo mismo al llegar a Tumaco (Colombia), en
el que una avenida dividía los territorios de los Águilas Negras del de los Rastrojos
(no se trata, en este caso de Maras sino de Paramilitares) y nadie podía cruzar
al otro lado sin ser acusado de “sapo” y poner en serio riesgo su vida.
Curiosamente,
las maras dominan con su presencia y su “autoridad” violenta, los barrios
populares, no así los barrios de las clases dominantes. Eso ya nos invitó a la
sospecha. Nos explicaban que tiene que ver con las migraciones. Es sabido que
los principales grupos de migraciones clandestinas hacia los Estados Unidos,
son originarios de Centroamérica. Eso pudimos verlo cuando tuvimos el honor de acompañar
a Las Patronas en su maravilloso servicio a los migrantes que viajan montados
en “La Bestia”, como llaman al tren que se dirige a la Ciudad de México al que
suben ilegalmente (luego de sortear a la policía fronteriza de los EEUU (¿en la
frontera entre México y Guatemala?); en más de una ocasión, los guardias del
tren sencillamente arrojan a los “pasajeros”, como pudimos verlo en el caso de
Walter, hondureño, al que arrojaron y las ruedas del tren le cortaron parte del
pie derecho (tuvo suerte). Pero no solamente la policía fronteriza y los guardias
ferroviarios son obstáculo a los migrantes centroamericanos, también las maras
son una barrera que deben sortear (no en vano es evidente que los que logran
llegar a los EEUU son un número ínfimo de los que han salido. Más al norte
deben – además – superar a los “Coyotes”, falsos “ayudadores” para cruzar la
frontera, en ocasiones traficantes de personas, vendedores de órganos, o
simplemente asesinos a sueldo (que cobraron previamente una buena suma en
dólares para “ayudar” a los incautos).
Es
decir, las maras no afectan a los sectores económicamente poderosos de las
ciudades sino a los marginales, precisamente a los que podrían querer migrar
hacia el Norte. Y, si lo intentaran, las mismas maras intentan cortarles el
paso. Y no hablamos de golpes, o simplemente “barreras” sino de asesinatos,
violaciones y torturas. No es difícil suponer que las maras son eficaces medios
del Norte para impedir la llegada de migrantes, siempre tan indeseados. Es
sabido que migrantes salvadoreños en los EEUU, que se habían encontrado, luego
formaron la “Mara Salvatrucha” (de El Salvador viene el nombre, evidentemente)
y que fueron deportados a su país de origen. No es difícil ver en ellos una
eficaz contribución a los EEUU en su política antimigratoria.
Pues
bien, estas son las maras, las que, luego, descontroladamente fueron
adueñándose de territorios enteros de El Salvador, Guatemala y Honduras
especialmente. Llamar a estos grupos sencillamente “pandilla” es, como dije,
falso de toda falsedad, al menos para lo que por “pandilla” se entiende (Don
Gato y su pandilla, sic). Es a este descontrol al que Bukele enfrentó con una
violación sistemática de los derechos humanos (lo que no les preocupa a los
amantes de la mano dura que pretenden “menos Zaffaronis”).
Gustavo
Petro mostró que logró, en la Bogotá humana, los mismos guarismos de baja de
violencia que la mega-cárcel de Bukele con educación (con la ventaja que, unos
son algo que siempre se ha de temer, especialmente en una eventual fuga,
mientras que los otros son un aporte a la sociedad). No hay nada que se
parezca, ni remotamente, a las Maras en Sudamérica (ni a los paramilitares en
nuestra región). Pero si Luis Petri, del que con su habitual ironía “Patán”
Ragendorfer afirmó que está “a la derecha de Atila”, pretende declarar la
guerra al narcotráfico, las experiencias de Colombia, luego México y ahora
Ecuador nos permiten saber y suponer lo que nos espera. Exactamente lo que no
quiero para nuestro país.
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