Un problema de transmisión
Eduardo de la Serna
Como es sabido, transmitir es “meter” desde “más allá”. Algo que se ha experimentado, celebrado, vivido se comunica y se “mete” en otros.
Ahora bien (o mal), con mucha frecuencia podemos constatar que lo “metido” es efímero; solo permanece allí un breve tiempo hasta que se disuelve o es reemplazado por otro elemento. Y, para empezar, quisiera señalar tres ejemplos de alta transmisión y una probable razón de su perdurabilidad:
Es sabido que, en muchas comunidades indígenas, las “tradiciones”, perduran décadas o hasta siglos “ancestrales”. Pero la “transmisión” no es meramente oral. ¡Aunque también! Se transmite, sí, de boca de abuela a oído de nieto (con tolo lo que abuelas y abuelos significan), pero, además, se transmite por colores, olores, músicas, bailes, alimentos, ropas, mitos…
Es sabido, también, que el pueblo judío es sumamente “memorioso”. Dudo que haya un judío o judía que desconozca lo que significa Auschwitz. Y esto, tampoco es solamente oral, ¡aunque también lo sea! Nuevamente los abuelos y abuelas transmiten a sus nietos los números marcados en sus brazos, los dolores y las lágrimas, las solidaridades y clamores de justicia. Todo judío que, religiosa o culturalmente haya celebrado la pascua sabe que hay un hilo conductor que pasó de Egipto a Babilonia, de allí a los romanos, siguió en la Shoah y sigue por la AMIA… Encendiendo velas o quemando levadura se transmite la vida y la muerte.
Y, también, aunque pareciera infinitamente menos hondo, no es menos real. Es frecuente que los hijos pueden dejar las culturas de sus padres, la fe de los padres, las opciones políticas de los padres, pero no la pasión transmitida por ellos (por ejemplo, en un club de fútbol, como lo muestra “El Secreto de sus ojos”). Nuevamente hay una transmisión que son colores, cantos, pasiones de dolor o de alegría, ritmos y fiestas.
Acá, me parece, radica algo fundamental. La transmisión no es una mera repetición, sino un “introyectar” … “Meter” algo que echará raíces, pondrá cimientos, generará “cultura”. Entendiendo así la “cultura”, como algo que crea raíces profundas y resistentes ante la tormenta y la adversidad comprenderemos por qué determinadas “transmisiones” perduran en el tiempo. Y, quizás, por eso otras son lo suficientemente efímeras como para estar allí, quedar allí, permanecer allí.
Dos preguntas generaron esto: ¿por qué son tantos y tantas quienes abandonan la fe de sus antepasados? ¿Será que no se ha sabido transmitir? No se trata de, por ejemplo, bautizar a los hijos, hacerlos tomar la primera comunión… (aunque también); no se trata de transmitir la fe del pueblo viendo a los abuelos y abuelas celebrando, “tomando gracia” de las imágenes, etc. (aunque también) … pero si esto no se ha encarnado en “cultura”, dudo que eche raíces.
Además, ¿qué ha pasado que no hemos sabido transmitir los dolores que significaron en nuestras vidas e historia la dictadura cívico-militar con bendición eclesiástica, las hiperinflaciones y la explosión de un país vendido y entregado? ¿Será que nos hemos negado a transmitir y comunicar dolores a nuestros hijos y nietos? Etty Hillesum afirma que Occidente no conoce “el arte del sufrimiento? (D 2/7/42) y que es fundamental tener los ojos abiertos … y no huir de la realidad (D 29/5/42). La resistencia de la pareja indígena en el subterráneo de Buenos Aires ante una maleducada e ignorante entrevistadora revela, precisamente, no solo la resistencia sino la firme capacidad de enfrentar el dolor con paz (seguramente con rabia). No menor es la resistencia del pueblo judío que por milenios ha mostrado su presencia diciendo “¡acá estamos!” Los cantos de tribuna “en las buenas y en las malas” confirman lo que digo. Temo que no hemos aprendido de los dolores, no hemos sabido comunicarlos y hemos vuelto a nuestros hijos y nietos frágiles ante el dolor. Y, mucho hemos sufrido en la dictadura, mucho hemos padecido en las crisis que se repiten. Pero si no somos capaces de encarnar en cultura nuestra fe y nuestra historia, estaremos condenados y condenando a nuestra descendencia a la repetición.
Temo que estas líneas sean “nostálgicas”. La nostalgia no es mala, por cierto, pero no puede quedar todo en solo eso. Pero, a lo mejor, sirvan para mostrar debilidades y proponer caminos. Sin dolor difícilmente exista una sensata esperanza. Ciertamente a nadie le gusta el dolor, pero ante él nos queda negarlo (otro negacionismo más, ¡y van!) y escapar, o mirarlo a los ojos y enfrentarlo. Ser derrotados a veces (o muchas veces), pero aprender a poner cimientos. Al fin y al cabo, el verbo hebreo ‘aman (y su sustantivo ‘amén) significan, precisamente, estar firmes en buenos cimientos, y – por ello – edificar sobre roca. ¡Y que vengan las tormentas!
Foto tomada de https://www.mantenimientoelectrico.com/lubricacion/lubricacion-transmision-cadenas-n1837
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