Luces y sombras de un obispo querido
Eduardo de la Serna
Quienes hemos conocido a y de Eduardo Pironio en los
tiempos latinoamericanos no tenemos de él sino memorias maravillosas, tanto de
su paso por Mar del Plata como por el CELAM. Luego, al llegar a Roma, su
posición siempre abierta a reconocer los soplos del Espíritu, como prefecto de
la congregación de Religiosos fue, asimismo, coherente con la primavera
eclesial del post-concilio. Pero llegado Juan Pablo II, para quien la vida
religiosa era una piedra en el zapato, Pironio molestaba, por lo que puso un
prefecto a su medida (cosa que, se vio claramente en América Latina y la CLAR).
Pironio fue “degradado” a una “secretaría”.
Muchos, de todos modos, sentían que era
alguien con quien se podía hablar. Escuchar era algo que lo caracterizaba. No
sólo vale para el caso de Emilio Mignone sino, también, Oscar Romero: en su
Diario él dice que era “gran amigo de los obispos de América Latina”
(26/6/78). Un año más tarde, nuevamente en Roma comenta que lo va a visitar “en
carácter amistoso” (3/5/79). Días después vuelve a verlo y afirma que
«me acogió en una forma tan fraternal y cordial que, este solo
encuentro, bastaba para colmarme de consuelo y de ánimo. Le expuse
confidencialmente mi situación en mi Diócesis y ante la Santa Sede. Me abrió su
corazón diciéndome lo que él también tiene que sufrir, cómo siente
profundamente los problemas de América Latina y que no sean del todo
comprendidos por el Ministerio Supremo de la Iglesia y, sin embargo, hay que
seguir trabajando, informando lo más que se pueda, la verdad de nuestra
realidad. Y me dijo: «lo peor que puedes hacer es desanimarte. ¡Ánimo Romero!»,
me dijo muchas veces» (9/5/79).
Pero, por su parte, Emilio Mignone afirma que
«A mediados de 1978 estuve en
Roma. Visité a Pironio, antiguo amigo, con quién me había carteado, y mantuve una
entrevista en la Secretaría de Estado con el funcionario encargado de la
Argentina (…) Tanto a Pironio como a Cavalli les proporcioné un informe
detallado de lo que pasaba en Argentina en materia de derechos humanos. Pironio
se mostraba abrumado por la cantidad de cartas de denuncias de desapariciones
que recibía de su país. Mientras conversábamos llego el correo del día, lo
abrió, y, efectivamente surgieron varias misivas de este tipo (…) Regresé con
la convicción de que Pironio no había hecho ni haría nada para gravitar sobre
la situación argentina fuera de angustiarse. Corresponde esa actitud con su
personalidad ambigua y vacilante» [Emilio Mignone, Iglesia y
Dictadura (1986) 102-103; (2006) 96-97].
Ahora bien, y no me atrevo a analizar las
causas, lo cierto es que en los últimos tiempos la actitud de Pironio fue muy
diferente. Valga a modo de ejemplo lo referido en el libro “oficial”, La Verdad
los hará libres tomo II (2023) que es, a su vez, idéntico a lo que refiere
Mignone:
«Mientras los obispos
argentinos realizaban la visita ad limina el cardenal Pironio regresó a la Argentina
para pasar un tiempo de vacaciones como lo hacía habitualmente. En esa
ocasión hizo algunas declaraciones apenas llegado de Roma que generaron
irritación […] El 2 de septiembre de 1979 expresó que “ahora se comprende mejor
a la Argentina en Europa (…) hay sectores que siempre buscan lo negativo que
pueda darse (…) pero el rostro de la Argentina se ve muy positivamente. Por
último, afirmó que su visita era estrictamente privada y que por lo tanto no
tenía previsto mantener reuniones informales con autoridades argentinas. Finalizada
su estadía antes de partir hacia Roma se encontró con Videla el 1 de octubre de
1979 en el despacho presidencial de la Casa Rosada» (La
verdad los hará libres t. II p. 419. Coincide con lo dicho por Mignone en p. 105
/ p. 99).
Como digo, no me atrevo a imaginar las causas
de esto, pero, ciertamente, el hecho parece muy grave y triste. Sea por su amor
a la cruz y el sufrimiento (atestiguado en su testamento espiritual), por su
“obediencia eclesial”, o porque lo cooptó “el aparato eclesiástico” (su
secretario en los últimos tiempos fue Fernando Vérgez, Legionario de Cristo, a quien
agradece cálidamente (“querido y fiel”) en su testamento espiritual del 11 de
febrero de 1996), lo cierto es que a la hora de hacer memoria de alguien a
quien hemos admirado y amado, hemos de reconocer sombras que en nada nos
alegran.
No ignoramos que Pironio, en tiempos de Juan
Pablo II, en Roma, "dormía con el enemigo". Su principal adversario,
Alfonso López Trujillo, también estaba en la curia romana, también era
cardenal, y tenía más poder y más llegada al Papa que él.
Quizás podamos pensar, dolorosamente, que la curia romana es una suerte de
caries eclesial y que pareciera que nadie que pase por allí queda indemne a la
carcoma del reino.
Foto tomada de https://caminitoespiritual.blog/category/sacerdotes/cardenal-eduardo-pironio/
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