miércoles, 8 de noviembre de 2023

Reflexionando el vómito divino

Reflexionando el vómito divino

Eduardo de la Serna



Con alguna frecuencia se ha citado el texto apocalíptico que hace referencia a la tibieza y el vómito. Texto ciertamente duro e incómodo, pero – por bíblico – no menos adecuado en ocasiones.

El texto fue popularizado en Argentina por el ex presidente Menem mal citado: “a los tibios los vomita Dios”, repetía. El papa Juan Pablo II [Ut Unum Sint 79] decía que hay que “evitar la tibieza”, cosa que repiten los obispos en Aparecida [234 (250 en el documento original)].

Si pretendemos no hacerle decir al texto bíblico lo que no dice, no es superfluo ver qué dice. Para lo cual, además, aunque brevemente, es importante verlo en su contexto.

El libro del Apocalipsis comienza con una gran visión inaugural, litúrgica, como es frecuente en el libro. En ella hay un encuentro entre un vidente y Jesús resucitado; Jesús le dicta a “Juan” una carta para cada una de las 7 iglesias de una región de Asia Menor. Es sabido que el número 7 indica la totalidad, por lo que, además de ser cartas “personales” son a su vez cartas a “todas” las iglesias. Estas cartas no tienen el aspecto de las epístolas antiguas sino de discursos proféticos, por eso comienza, cada una con la frase “esto dice”. En cada una, el resucitado señala, de sí mismo, un aspecto de cómo ha sido presentado en la visión inaugural. Las cartas alternan comunidades vistas negativamente con comunidades vistas positivamente, pero, además, de modo creciente. Es decir, cada comunidad positiva es mejor que la anterior, y cada comunidad negativa es peor que la anterior. La última, y, por tanto, “la peor de todas”, es la Iglesia de Laodicea, que se encuentra en 3,14-22.

No es acá el caso comentar toda la carta a la comunidad de Laodicea, lo cual sería sumamente extenso, pero esta comunidad es opuesta a la de Esmirna; estos se ven pobres, pero Cristo los ha enriquecido (2,9), en cambio, los laodicenses se jactan de sus riquezas y no saben ver que, en realidad, son pobres. Esa jactancia, cuenta el historiador Tácito, la llevó a negarse a recibir ayuda del Emperador Nerón cuando fue destruida por uno de los frecuentes terremotos que la afectan, y se decidieron a restaurarla por sus propios medios, “¡nada me falta!” (v.17). La ciudad era famosa por sus bancos, su gran producción de lana negra y una excelente fábrica de colirio, pero Cristo les dice que en realidad son pobres, desnudos y ciegos (v.17). Pero ellos se niegan a reconocerlo, por lo que el resucitado les “aconseja” que “me” compres oro acrisolado, vestidos blancos y colirio para enriquecerse, vestirse y recobrar la vista (v.18). Esta actitud, de creerse lo que no son, y, por lo tanto, negarse a cambiar, es lo que el texto calificará de tibieza.

La ciudad de Laodicea queda en la mitad de la montaña en cuya cima está la ciudad de Hierápolis y al pie se encuentra Colosas. Hierápolis era famosa (hasta el día de hoy) por sus espléndidas aguas termales. Por tanto, el agua que sale caliente de Hierápolis y llega fría a Colosas, pasa tibia por Laodicea. Evidentemente, el agua caliente es adecuada para los baños termales y el agua fría es apta para beber, mientras que el agua tibia provoca vómitos, “no eres ni frio ni caliente” (vv.15-16). Es a esta tibieza a la que alude el texto releyendo la actitud autosuficiente de la comunidad.

El texto finaliza invitando a que sean recibidos los misioneros itinerantes (v.20), que frecuentaban las comunidades; el mismo Cristo es recibido en ellos, y al recibirlos podrán cambiar de actitud, y abandonar la tibieza atestiguando a Cristo en medio de la sociedad. Como todas las cartas, finaliza con una promesa al “vencedor”, es decir, a aquellos de la comunidad que, como Cristo (6,2), recibirán la herencia del vencedor: yo seré Dios para él, y él será hijo para mí. (21,7).

Es innegable que el texto es duro, incluso más allá de la imagen del vómito. No se trata, evidentemente, de suavizar (o domesticar) el texto bíblico, sino de buscar, por todos los medios a nuestro alcance evitar “merecer” semejante atribución. 

La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente[Aparecida 362 (379 original)].

 

Foto de las ruinas de Laodicea tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/Laodicea#/media/Archivo:TR_Pamukkale_Laodicea_asv2020-02_img11.jpg

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