Rahab, una mujer extraña
Eduardo
de la Serna
Si leemos todo el Antiguo Testamento, notaremos una
serie de personajes que ocupan un espacio muy pequeño, y que no parecen
importantes. Si hiciéramos una lista de los 50 personajes principales,
seguramente muchos de aquellos a los que hacemos referencia no ocuparían ese lugar destacado. Tal es, probablemente, el caso de Rahab. Sin embargo, esta mujer que sólo se encuentra en un libro de
la Biblia hebrea (Josué), y siempre en la misma situación (capítulos 2 y 6),
trascendió estas fronteras, y ocupó un lugar importante en las tradiciones
judías posteriores, y en escritos cristianos del Nuevo Testamento. La carta a
los Hebreos la propone como uno de los modelos de fe del A.T. (11,31), la carta
de Santiago, como modelo de obras que justifican al creyente (2,25), e incluso
san Mateo la ubica en la lista de la genealogía de Jesús (Mt 1,5).
¿Qué podemos decir de esta mujer, según la Biblia?
El pueblo judío, que viene de Egipto, atravesando el desierto, se aproxima a
la tierra prometida. Está del otro lado del Jordán, frente a la ciudad
amurallada de Jericó. El texto de Josué nos dice que la ciudad estaba llena de
temor (2,9-11) por lo que habían oído decir acerca de este pueblo, conducido
por Dios (de allí el término “Dios de los ejércitos”).
Para entender mejor el texto es importante entender lo
que en la Biblia se llama el “anatema” (en hebreo, “herem”). Como los
lugares a conquistar son territorios paganos, y – desde la mentalidad israelita
– son “impuros”, todo lo que hay allí debe tenerse como impuro, y por lo tanto
un judío no puede aprovecharlo. Por tanto, todo debe ser “ofrecido” a Dios,
debe ser purificado, quemado o matado. Y se debe estar muy atento a que la codicia no haga
que alguno se quede con nada impuro, que por tanto no le pertenece. Todo debe
ser “consagrado al anatema”.
Lo cierto es que Josué, el que sucede a Moisés en la
conducción del pueblo, planea entrar en la tierra y envía para ello dos espías
a Jericó. Estos se alojaron en casa de una prostituta: Rahab (2,1). Enterado el
rey de Jericó mandó guardias a buscarlos (2,2-3), pero Rahab escondió a los
espías (2,4); les dijo a los guardias que ya se habían ido (2,5), y estos
fueron falsamente detrás de aquellos (2,7). Antes de descolgar a los espías por la muralla
para permitirles volver donde Josué, Rahab les hace prometer que cuando los
israelitas tomen la ciudad, la respetarán a ella y a los suyos (2,12-13). La
cinta escarlata (2,18) por la que serán descolgados de la muralla (2,15)
servirá de señal (2,21) a los atacantes para que respeten a la prostituta y su
familia cuando vuelvan.
El libro dedica después 3 capítulos al cruce del río Jordán y el marco de celebración (capítulos 3 al 5) y, recién en el cap. 6 los judíos toman Jericó. Tomarla significa “consagrarla al anatema” pero, tal como se habían comprometido, preservando a Rahab y a los que estuvieran con ella (6,17). Con crudeza el texto dice: “Consagraron al anatema todo lo que había en la ciudad, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, bueyes, ovejas y asnos, a filo de espada” (6,21). Pero antes, los dos espías fueron a buscar a Rahab y la sacaron de la ciudad, y el texto dice:
“Pero a Rajab, la prostituta, así como a la casa de su padre y a todos los suyos, Josué los conservó con vida. Ella se quedó en Israel hasta el día de hoy, por haber escondido a los emisarios que Josué había enviado a explorar Jericó” (6,25).
Como se ve, lo único que el texto nos dice de Rahab es
que protegió a los enviados de Josué. Es cierto que su actitud fue determinante
en la toma de la ciudad y el ingreso en la "tierra prometida". Pero lo interesante, y lo que el texto parece
rescatar, es que su determinación está movida por la seguridad de que Dios guía a su
pueblo, tanto que esto la lleva a tomar una actitud claramente religiosa en
favor de Dios a pesar de ser pagana: “Ya sé que Yahvé les ha dado esta tierra”
(2,9), “Yahvé el Dios de ustedes es Dios arriba en los cielos y abajo en la
tierra” (2,11).
El judaísmo tardío, que tenía las puertas abiertas a
los paganos que aceptaran a Israel y su Dios (estos eran llamados “prosélitos”) vio
en Rahab un modelo de conversión, incluso para algunas tradiciones fue luego esposa de
Josué, y madre de numerosos profetas y sacerdotes...
El cristianismo, como vimos, tuvo en cuenta a esta
mujer. También los primeros cristianos del s. II rescataron su fe y su
hospitalidad (en un contexto en que esta última, la hospitalidad, era indispensable para cristianos
tenidos como parias en la sociedad; algo que se ve en la carta de san Clemente a los corintios
cap. 12). La fe y la hospitalidad es lo que destaca la carta a los
Hebreos. En otro contexto, Santiago quiere destacar que la fe se muestra en
obras concretas, y Rahab es modelo, precisamente, de esas obras que justifican.
Finalmente, Mateo, que escribe a cristianos que en su gran mayoría provienen del mundo
judío, destaca, en la genealogía de Jesús, algunas mujeres. No queda claro qué
es lo que pretende destacar en especial de estas mujeres a las que menciona, pero lo cierto es que esta prostituta,
pagana, hospitalaria, confiada en Dios está expresamente presentada en la lista
de los familiares de Jesús.
Nuevamente una mujer, que acepta a Dios, es presentada
por la Biblia como modelo de creyente. Tanto que su descendencia sigue “en
Israel hasta hoy” (6,25). La confianza en Dios, recibir a sus enviados, la
hospitalidad y la fe puesta en obra, pasan a ser los criterios fundamentales
para que Rahab sea una huella a seguir en nuestra historia.
Imagen tomada de https://www.devocionalescristianos.org/2012/02/rahab-en-la-biblia-parte-1.html
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